Rosita Serrano, la cantante del III Reich

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Una tarde de septiembre de 1937, en la Wintergarten, la sala de espectáculos más importantes de Alemania, una joven e inexperta cantante chilena pide ver al director, a quien le habla sin complejos de su talento. Gracias a ese atrevimiento, la novel cantante logra un debut soñado, y que pronto ella se encargaría de ratificar con su enorme talento vocal dando inicio a la leyenda.

La joven cantante era una veinteañera que había llegado a Alemania un año antes, en 1936, después de haber probado suerte en Brasil sin lograr resultados. Su nombre: Sofía Aldunate, nacida en Quilpué en 1912. Hija de Sofía del Campo, cantante lírica que logró cierto reconocimiento en la música docta y que se radicó en Berlín luego de un tiempo en Nueva York, ciudad en la que sufrió una profunda depresión que la dejó en la miseria. Un día, la soprano recibe la visita de un hombre que le lleva una suculenta comida y le cuenta que era gratis porque era un regalo de un admirador suyo: el señor Al Capone. Una atención del célebre personaje que se extendió por un año.

Luego, madre e hija se instalan en Brasil, donde Sofía contrae matrimonio con el hijo de un diplomático chileno, pero la relación fracasa al poco tiempo: una de las razones, al marido no le gustaba que ella cantara en público. Fin del matrimonio. Pero a diferencia de su madre, Sofía Aldunate no tomó el camino del canto lírico, ella optó por la música popular, adaptando composiciones del cancionero latinoamericano. Luego, junto a su madre y su hermano, viajan a la Alemania en 1936, donde la novata cantante debutará dando a luz a Rosita Serrano (nombre tomado de una amiga de su infancia en Quilpué) la interprete nacional que lograría un lugar destacado durante régimen nazi.

“Rosita Serrano, la cantante chilena del tercer Reich” es la interesante y bien documentada biografía de esta cantante chilena que vivió su época dorada en un momento histórico señalado como un punto de inflexión en la historia contemporánea. Escrita por los jóvenes periodistas Mariana Marusic (1991) y Maximiliano Misa (1992), en más de doscientas páginas de testimonios de familiares, fotografías, cartas, fragmentos de entrevistas, notas de prensa y los relatos de compatriotas que estuvieron con ella en Europa conocemos el singular tránsito personal y artístico de un olvidado personaje de la cultura nacional.

Mientras Hitler ya había decido replantearse los límites de su país, Rosita Serrano es descubierta por Herr Wilhelmi, director de las emisoras de onda corta de todo Berlín, quien le dio la oportunidad de cantar por primera vez en la radio bajo el seudónimo de “La Chilenita”, difusión que le daría una gran popularidad, convirtiéndose rápidamente en una diva. Las actuaciones se multiplicaron rápidamente y en una de ellas un crítico de espectáculos alemán dijo “Así solo cantan los ruiseñores”, y comenzó a ser conocida como “El ruiseñor chileno”.

El libro también se detiene en el supuesto encuentro de la cantante con el líder Nazi en una fiesta benéfica, en el que el jerarca le habría dicho: “La próxima vez, señorita, quiero escucharla cantar en alemán”, mientras su escolta buscaba una guitarra con la que Rosita pudiera cantar.

Testimonio de primera mano es el aporte de la actriz Carmen Barros, hija del embajador de Chile en Berlín de la época, Tobías Barros, quien entrega importante información sobre el auge y la caída de la cantante, y el contexto artístico alemán de entonces. Pero el “romance”  no duraría mucho: En 1943, Chile rompe relaciones con Alemania y Rosita Serrano pasó a estar en la lista negra del Régimen Nazi, que ordenó la destrucción de las matrices de sus discos y se la acusó de espionaje en favor de los aliados.

Vuelve a Chile en 1948, donde fue recibida con honores y cantó tres veces a tablero vuelto en el Teatro Municipal. Nunca se adaptó a los nuevos tiempos, a los nuevos ritmos que comenzaron a cultivarse en el país, como el rock and roll. Sin embargo, firmó un contrato con Walt Disney para cantar en la película La Cenicienta, viajó a EE.UU., pero finalmente todo falló y la compañía utilizó la voz de otra cantante.

Y pronto vino la debacle: por problemas económicos perdió su casa en La Reina, lo que significó un duro golpe del que nunca pudo reponerse. Sofía Marta María Aldunate del Campo murió en el olvido en 1997, lejos de los focos y la ovación de otras épocas.

Publicado en Radio U Chile
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