Disparen sobre el pianista

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Por Juan Manuel Mannarino

Cuando sonó el teléfono, la tarde del sábado 18 de marzo de 1976, la artista plástica Renata Schussheim trazaba las últimas líneas de un retrato a mano. La agasajada era Marta Rodríguez Santamaría, su amiga poeta, y el dibujo había sido pensado para ilustrar un nuevo libro de poemas. Pero Marta era una agasajada inquieta. “Me vinieron unas ganas bárbaras de estornudar. Me parece que es por el aire acondicionado, pero si lo apago nos deshidratamos”, le dijo a Renata, que no podía terminarlo.

Se divertían en la habitación de un apart hotel de la calle Marcelo T. de Alvear, cerca del Bajo, y de repente un chillido eléctrico frenó la conversación. Parecía una broma pesada contra el trabajo de la artista.

–Pará un cachito que tengo que atender. Vinicius está apolillando– reaccionó Marta.

–¡Pero qué justo ese teléfono!– respondió Renata, con el lápiz en la mano.

Del otro lado había una voz desesperada. Era Toquinho, el guitarrista de Vinicius de Moraes. El tono presagiaba una mala noticia. Marta Rodríguez, 23 años, corrió a despertar a Vinicius, 61, su novio. Se habían conocido en febrero de 1975 después de un concierto en Punta del Este. Pocas cosas irritaban más al artista brasileño como que le interrumpieran el descanso. Se levantó torpemente, pasándose la mano por la cabeza para alisar el pelo blanco, y agarró el tubo. Primero lanzó un alarido: “Oi, Toquinho”. Después, un susurro que estalló en una onomatopeya: “Merda!”.

Las mujeres lo miraron desconcertadas en la suite que había rentado para tener intimidad lejos de sus músicos. “Vina, ¿qué pasa?”, le preguntó Marta cuando le notó los ojos ausentes. Y entonces el poeta habló por tercera y última vez. La frase se sintió como una ráfaga de aire helado en la calurosa tarde porteña.

–Tenoriho. Tenorinho desapareció.

“Tenoriho” era la manera cariñosa con que el compositor brasileño más famoso de la época, autor del himno de la bossa nova “Garota de Ipanema”, llamaba a Francisco Tenorio Cerqueira Junior, el pianista que lo acompañó en el verano del 76 en una gira por Montevideo, Punta del Este y Buenos Aires. Vinicius y su banda, compuesta además por Toquinho en guitarra, “Azeitona” en el bajo y “Mutinho” en la batería, habían tocado en Europa con un éxito descomunal. Las tres fechas en el teatro Gran Rex estaban agotadas. Vinicius aún lo desconocía pero el recital del 17 de marzo de 1976 iba a ser la despedida definitiva de los grandes escenarios porteños.

Más allá del cariño del público, la prensa había sido dura con el espectáculo. El Cronista Comercial había criticado a Vinicius por lo que consideraron un show reiterativo y “escasamente imaginativo”. La epifanía, según el diario, había irrumpido en un segundo plano, lejos de las luces principales. “El espectáculo presentó una revelación que sorprendió a muchos espectadores: la excelente labor de Tenorio. El pianista, además de acompañar eficazmente, ejecutó una brillante composición que, paradójicamente, se constituyó en la más auténtica expresión de la música contemporánea brasileña”. No era la primera vez que Tenorio pisaba suelo argentino, pero los melómanos sentían que había alcanzado una madurez musical a la altura de los grandes pianistas del jazz, “manos de oro, autor de notable talento y enorme futuro”, según Ruy Castro, escritor de célebres libros sobre la bossa nova y la cultura carioca.

A la misma hora que los diarios entraban en los kioscos de revistas, y en un rapto solitario, Francisco Tenorio salió del Hotel Normandie, donde se hospedaba con los músicos. Eran cerca de las tres de la madrugada. En la ciudad se respiraba un aire enrarecido y había razzias organizadas por las fuerzas de seguridad junto a organizaciones paramilitares como la Triple A. Los Ford Falcon aparecían como los garantes del orden en la lucha “contra la subversión”, que el gobierno de Isabel Perón había oficializado con decretos presidenciales. Si una buena parte de los argentinos no terminaban de entender qué pasaba en los días previos a uno de los golpes militares más sangrientos de la historia, menos un ciudadano brasileño que había llegado para tocar en un show musical.

Algunas personas que lo habían visto en el hotel dijeron que le agarró hambre y entonces salió a buscar un sándwich. Otras comentaron que había ido por cigarrillos y por unas aspirinas. Lo cierto es que en la habitación había dejado el pasaporte número 197.803.

Nunca más lo volverían a ver. Tenía 34 años, cuatro hijos y su mujer estaba embarazada de ocho meses.

En la búsqueda de su pianista desaparecido, Vinicius de Moraes, que había sido diplomático durante años en el exterior, llamó a hospitales, comisarías y hasta depósitos de cadáveres. Cuando fue a la embajada de Brasil, y pese a que estaba al tanto de la avanzada militar en Latinoamérica, no se imaginó que en esas mismas oficinas funcionaba un acuerdo secreto: la Operación Cóndor, un plan de inteligencia de las dictaduras del Cono Sur que se activó en 1975 para perseguir opositores políticos.

Según la periodista Stella Calloni, especializada en el tema, la desaparición del pianista ocupó un capítulo del intercambio diplomático entre Brasil y Argentina. “Los militares brasileños conocían la suerte de Tenorio, pero la estaban ocultando –reflexionó–. Hay documentos encontrados en los archivos de la policía política brasileña, el DOPS (Dirección de Orden Política y Social), que refieren a un mensaje dirigido por la ESMA a la embajada brasileña informándola sobre el fallecimiento del pianista, secuestrado y torturado desde el 18 de marzo”.

La hipótesis de Calloni es la que abonan la mayoría de los que investigaron el caso: que a Tenorio lo secuestró un comando ¿militar? ¿paramilitar? ¿policial? que al parecer lo habría confundido con otra persona, y lo condujo tiempo después a la ESMA, donde lo torturaron y finalmente lo mataron. “Porque una vez que reconocieron que se habían equivocado de persona, ya no podían dejarlo libre. Habría sido un escándalo”, explicó la periodista.

Pero esa es otra historia. La reconstrucción del acontecimiento llegó muchos años después con pruebas que la Justicia aún no ha esclarecido. En los días siguientes a la desaparición nada hacía suponer que el destino del pianista había estado en manos de militares argentinos. La primera reacción del entorno fue incierta. A cuarenta años del hecho, María Marta Rodríguez Santamaría cuenta que no sabían dónde buscar información. Vinicius presentaba hábeas corpus, hablaba con el ex yerno que era cónsul en Buenos Aires, metía presión a políticos y diplomáticos, agitaba contactos en la prensa. Y después se recluía en el silencio. “Todos estábamos en shock. Vina estaba reflexivo y ensimismado, era parte de su personalidad reaccionar así cuando algo lo desbordaba. No había respuesta y la tristeza era abismal”.

Un juez les dijo que preguntar por una persona desaparecida en las altas esferas del poder era meterse en problemas. “Y eso que todavía no había empezado lo más duro de la represión”, rememoró Rodríguez Santamaría.

Tenorio no era militante político ni tenía una posición ideológica asumida. Su ambición era exclusivamente estética: convertirse en un pianista de avanzada en la moderna música brasileña. Pero al momento de su desaparición el physique du rol era el de un intelectual de izquierda: pelo largo, barba, gafas cuadradas. “No era un hombre de presumir –acotó la ex mujer de Vinicius– sino alguien bonachón. Era un estilo que estaba de moda, no necesariamente había que ser de izquierda, pero el contexto represivo etiquetaba las conductas. Igualmente nunca pensamos que había sido un secuestro. Pensamos, más bien, que Tenorio había enloquecido y se había ido por ahí”.

La sensación de vacío fue creciendo hasta tornarse insoportable. Un familiar del pianista, que era policía, viajó desde Brasil para acelerar la pesquisa. En meses de búsqueda no se recolectó ninguna prueba ni apareció siquiera un testigo. Marta y Vinicius juntaron todas las fotos de Tenorio. Y consultaron a una vidente.

–Nos dijo que estaba en manos de militares en el Sur. Esas fotos no las recuperé nunca más.

Marta recordó que, tras la revelación, permanecieron tensos. “Como si nos hubieran dado una trompada”, describió. Minutos después, sin embargo, sintieron alivio.

PIANISTA HASTA EL AMANECER

Nacido el 4 de julio de 1941, en el barrio residencial de Laranjeiras de Río de Janeiro, Tenorio perteneció a una familia de clase media-alta. Estimulado en el arte y en el estudio académico, siendo padre desde muy joven, a los 23 años grabó el disco Embalo mientras estudiaba otra carrera. Acompañado por el saxofonista Paulo Moura, el trombonista Raul de Souza, el baterista Milton Banana y el percusionista Rubens Bassini, el trabajo causó furor en la prensa especializada. Piezas como “Nebulosa”, “Samadhi”, “Sambinha” y “Fim de semana em Eldorado”, deslumbraron con un swing pegadizo que agitaba los cuerpos en las madrugadas de la bohemia carioca.

En la facultad de Medicina, donde cursaba el cuarto año, pocos sabían que era uno de los mejores pianistas y tecladistas de su generación. Tenorio, perfil bajo y de sobrio temperamento, se camuflaba de día con el guardapolvo blanco y por las noches se transformaba en el animador perfecto de los clubes de vanguardia.

Alumno de Moacir Santos y músico estable de la banda “Os Cobras”, tocó con Edu Lobo, Wanda Sa, Gal Costa, Milton Nascimento y Joyce. “Pero él no quería ser el típico pianista que acompañaba al cantante. Era líder de grupos. Quería ser un pianista con su propia banda, sus propias composiciones, a la manera de un Bill Evans o un Horace Silver brasileño”, dice el cineasta Fernando Trueba desde España.

Hace más de diez años, después de escucharlo por casualidad en una tienda de discos, Trueba quedó fascinado. Pensó que podía tratarse de esos músicos que murieron jóvenes pero se sorprendió cuando lo vio en la lista de desaparecidos en Argentina. Más aún al descubrir que Embalo había dejado de editarse. Por internet compró una edición japonesa. “Y me dije, entonces, que debía hacer un documental. Intentar una reflexión sobre la memoria antes que la historia de un desaparecido. Me interesa reconsiderarlo como músico. Tenorio es una metáfora de la música instrumental brasileña que a fines de los cincuenta y a mediados de los sesenta vivió una edad de oro y conquistó el mundo. Fue una gran pérdida”.

Después de grabar más de ciento cincuenta horas entre Brasil, Estados Unidos y Argentina, el cineasta se convenció que no quería el clásico documental de cabezas parlantes con imágenes de archivo. Y pensó en retomar el camino que inició con Chico y Rita (2010), un film de animación. “No sé cuándo lo voy a terminar, es un proyecto querido, estoy buscando financiamiento y no es fácil porque no es una historia que atrape a los productores -reflexionó-. Me imagino un documental de animación sin recurrir a la dramatización”.

El español, durante el rodaje, sintió haber construido un lazo íntimo con el músico. Algo parecido le pasó con Bebo Valdés, el pianista cubano, con la diferencia de que a Bebo lo trató en vida. “Tenorio fue tipo maravilloso, con estupendo sentido del humor y tengo la sensación que hace tiempo somos grandes amigos”.

Fanático del jazz y creador de documentales sobre música como Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004), al director español le interesa ubicar a Tenorio como testigo de un fenómeno cultural. De cómo la bossa nova fue mutando en una gesta instrumental rítmicamente africana y con influencias del jazz latino y el Hard bop: la invención de la samba-jazz. Tenorio había estado en el centro de la escena: era uno de los pianistas de veladas que duraban hasta el amanecer en el callejón Beco das Garrafas de Copacabana, que constituía el equivalente de la calle 52 de Nueva York.

Entre la bossa nova y la Música Popular Brasileña (MPB), entre el samba- jazz y el Tropicalismo, de Jorge Ben Jor a João Donato, de Elis Regina a Edison Machado, el pianista Francisco Tenorio Junior cultivó un sonido eléctrico, sofisticado en armonía y con arreglos melódicos y rítmicos que perfeccionó en colaboraciones con Hermeto Pascoal y Egberto Gismonti. Una música que parece seguir escuchándose como banda sonora de una película urbana y nocturna, algo futurista como Brasilia, tan carioca en sus raíces como cosmopolita en tallos y hojas, llegando al corazón de Nueva Orleans, como lo demuestra el documental Samba & Jazz (2014), de Jefferson Melo.

La proyección internacional llegó con Vinicius de Moraes pero solamente lo veía como una vidriera además de ser un trabajo altamente rentable. En su camarín no escuchaba a Tom Jobim ni a Joao Gilberto; había dos discos de los que nunca se separaba: The real McCoy (1967), de McCoy Tyner, y Muito a vontade (1962), de João Donato. “Tenorio tenía un carácter irreverente y no quería quedar encasillado en la bossa nova, su música es contemporánea y parece haberse hecho hace unos años”. El que habla, también desde España, es el periodista Carlos Galilea, conductor del programa Cuando los elefantes sueñan con la música, emitido por Radio Tres. Galilea produjo un especial llamado “En memoria de Tenorio Junior”, a cuarenta años de su desaparición. Y comprobó que Tenorio estaba en la mira de los grandes nombres del jazz, que viajaron a Brasil para conocer lo que estaba sucediendo. “Eso no pasó nunca en la historia. De Duke Ellington a Chet Baker, de Stan Getz a Miles Davis, de Ella Fitzgerald a Sara Vaughan. Estaban maravillados con lo que brotaba en esa tierra”.

VERSIONES, CONFUSIONES

La pesquisa por la desaparición y muerte de Tenorio aún duerme en los archivos judiciales. En Argentina, según confirmaron desde la fiscalía que investiga los delitos de lesa humanidad comprendidos en el Operativo Cóndor, su caso está en instrucción para ser parte del próximo juicio -en mayo se dio la primera e histórica sentencia-. En Brasil, el gobierno de Dilma Rousseff había creado la Comisión de la Verdad aunque las leyes de amnistía siguen impidiendo juzgar a los represores. Por el caso del pianista, hace unos años, la abogada Rosa Maria Cardoso da Acunha interrogó a un supuesto “arrepentido”: Claudio Vallejos, ex agente de la ESMA.

Vallejos escapó a Brasil a comienzos de los años ‘80 y cayó acusado por estafas. En 1986 hizo una larga confesión de su pasado a la revista brasileña Senhor. Allí dijo que había participado del operativo de secuestro de Tenorio, que lo llevaron a la ESMA y que el mismísimo Alfredo Astiz lo habría rematado de un tiro el 25 de marzo de 1976. “El secuestro es uno de los once casos de brasileños víctimas del Cóndor en Argentina. Vallejos ratificó lo que le dijo a la prensa y habló bastante de la conexión represiva entre Brasil y Argentina. Y hasta dijo que una vez que supieron quién era aprovecharon a preguntarle por los artistas contestatarios brasileños como Chico Buarque”, contó la abogada Cardoso da Acunha.

En la fiscalía federal de María Pamela Ochoa, en Argentina, sospecharon de la veracidad del testimonio. “Vallejos se desdijo varias veces y hay fechas que dio que no cuadrarían con su función en la Armada. Más allá que pueda dar datos que podrían ser ciertos, que quizás se lo hayan dicho o los haya escuchado, es posible también que lo esté haciendo para reducir su pena a cambio de dar información. Hasta ahora prometió más de lo que dio”, dijo un investigador judicial.

La versión de Vallejos, sin embargo, apuntó a la pista más firme sobre su desaparición: que un grupo de tareas lo secuestró en la calle, confundiéndolo con otra persona o simplemente por su pinta de guerrillero, y que después lo terminaron matando en la ESMA. Lo que parece imposible de negar es que los diplomáticos brasileños y argentinos de la época hubieran desconocido el caso. El pacto de silencio habría permanecido bajo siete llaves.

La mayoría de los elementos sobre la desaparición y muerte del pianista han surgido de investigaciones periodísticas. Datos no corroborados por la Justicia como que un kiosquero que le vendió tabaco a Tenorio vio cómo un Ford Falcon lo detuvo en la esquina de Rodríguez Peña y Corrientes. Que fue visto por funcionarios de la embajada de Brasil en Buenos Aires cuando estaba en la ESMA ya en plena dictadura. Que, como hablaba bien español, le jugó en contra porque pensaron que no podía ser un desconocido en Buenos Aires. Que lo confundieron con un tal Tenorio Júnior, un marino brasileño militante de una organización armada.

Además de Stella Calloni, otro que llegó lejos fue el periodista brasileño Domingos Meirelles, que viajó a Buenos Aires con familiares de Tenorio. Allí encontró un escrito revelador firmado por Jorge “Tigre” Acosta, que nunca fue confirmado por autoridades argentinas. De acuerdo al escrito, el 25 de marzo de 1976 la Armada envió un comunicado a la representación brasileña en Buenos Aires con el siguiente texto: “Lamentamos informar el fallecimiento del ciudadano brasileño Francisco Tenório Júnior, músico de profesión, residente en la ciudad de Río de Janeiro. El mismo se encontraba detenido a disposición del PEN, lo cual fue oportunamente informado a esa embajada. El cadáver se encuentra a disposición de la embajada en la morgue judicial de la ciudad de Buenos Aires”.

Hasta 1997 el Estado argentino no había reconocido su responsabilidad en el tema. En 2006 un juez brasileño dictó una sentencia favorable para indemnizar a la familia. Cinco años después se colocó una placa en memoria de Tenorio Jr. en la fachada del hotel Normandie. Pero su entorno cercano no pudo superar la tragedia.

Vinicius “lo buscó por meses como un loco por Buenos Aires” y consiguió que la Sociedad de Músicos Brasileños pidiera por él, aunque luego se sumergió en el dolor y algunos creen que fue el motivo para no volver a tocar en Argentina. “Tenorio fue uno de los primeros desaparecidos y simplemente había venido de visita a Buenos Aires. Fue el azar, lo que es doblemente trágico. Vina le tenía gran cariño y murió sin saber qué fue lo que pasó”, contó Marta Rodríguez Santamaría, que en 1978 se separó de Vinicius. Había sido su octava esposa.

Carmen, la mujer de Tenorio, esperó durante años que sonara el timbre de la casa. Tenía ilusión que regresara. “Me siento triste porque siento que el gobierno brasileño nunca investigó en profundidad. Si lo hubiera hecho, se sabría al menos dónde lo enterraron”, dijo en una entrevista a la prensa de su país.

EL ESLABÓN PERDIDO

En 1974, Tenorio apareció en la televisión brasileña con anteojos, la barba crecida, pantalón de vestir y pullover sobre camisa blanca. Lo presentó un locutor: “Francisco Tenorio Junior, carioca, intérprete de su ciudad”. Es una imagen casi espectral, que se recorta como un círculo sobre el escenario. Soberbio, con una sonrisa ligeramente abierta, Tenorio mueve el cuerpo flaco hacia el piano con los ojos extasiados. Los dedos improvisan una melodía suave. El pianista como una fuerza poderosamente mística, un poco a la manera de un Bill Evans latino.

La imagen -dos años antes de su desaparición- no deja de representar la estela entre onírica, enigmática y trágica que sigue encerrando su figura. Renata Schusseim, amiga de Vinicius y de Marta Rodríguez Santamaría, que poco después de la desaparición de Tenorio viajó a México con Víctor Laplace -su marido de entonces-, lo sigue sintiendo como una pesadilla. “Fue un hecho traumático, a Vinicius lo afectó profundamente. Tengo recuerdos imprecisos y angustiosos, la llamé a Marta porque la memoria se me hizo un blanco y me obsesioné por reconstruir qué hicimos en esa época. Recuerdo más que teníamos que esconder las revistas Crisis y que teníamos que mostrar los documentos hasta para entrar a un restaurant que lo que pasó con el pianista. La situación es tan fuerte e increíble que roza los límites de todo, es devastadora”, dijo, aún conmovida.

“Tenorio sigue dando vueltas en la cabeza. Como ciudadana argentina me siento algo culpable, porque las instituciones no cumplieron su rol y no investigaron qué pasó”, agregó Rodríguez Santamaría. El dolor continúa, las heridas permanecen abiertas.

Los músicos brasileños del pasado y del presente nunca pudieron salir del asombro. En el libro Nuestro Vinicuis de la periodista Liana Wenner, se cuenta que Vinicius se lamentaba diciendo: “Pobre Tenorio, no tenía ningún problema con la política y llevaba sus documentos en regla, su único problema era la cocaína”. En la dedicatoria de su disco Essa mulher (1979), Elis Regina escribió: “a la ausencia de Tenório Jr”. Y Caetano Veloso, que tenía el proyecto de grabar un disco con él, dijo: “Era un gran pianista y además un hombre muy afable. Mi hermana María Bethania tiene una conexión personal con las religiones afrobrasileñas, y fuimos a consultar a una sacerdotisa, la más importante de Bahía. Ella nos dijo que él ya no vivía”.

A cuatro décadas de su muerte, Fernando Trueba comprobó que sus conocidos lagrimeaban cuando evocaban anécdotas. Como si no hubieran podido efectuar un duelo. “Se lo llevaron cuando estaba en la cresta de la ola, le habían propuesto tocar con Gerry Mulligan y Chet Baker en Estados Unidos. Los músicos que entrevisté lloraban al recordarlo. Me impactó entrar a su casa de Río e imaginarlo sentado al piano buscando concentración en el lío de una familia grande. De niño había tocado el acordeón, llevaba la música en la sangre”.

El legado de Tenorio es imposible de calcular: la llama se apagó cuando el fuego crecía en dimensiones colosales. El crítico musical Ruy Castro, sin embargo, fue radical. “La música brasileña podría haber sido otra si Tenorio no hubiera desaparecido. Es el eslabón perdido de la modernidad artística”.

Publicado en Página 12
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