El sueño del teatro comunitario

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Por Yasna Mussa 

En el 7425 de la calle Eulogio Altamirano, comuna de La Cisterna, una enorme casona de adobe roja se cuela en el paisaje. Su amplio antejardín exhibe un escenario rústico compuesto por palets y 6 perros traviesos salen a dar la bienvenida en un amplio portón. Lo que parece una casa familiar en un barrio residencial, a pocas cuadras del metro El Parrón, es en realidad una escuela de teatro, un espacio de creación, un proyecto soñado.

“El alma es creer permanentemente en la transformación humana, eso es, básicamente, el trabajo del Aleph. Creer profundamente que el ser humano tiene todas las capacidades para transformarse y que ellos pueden ser lo que quieren ser”, dice con voz serena y una sonrisa amplia Gabriela Olguín, directora del Teatro Aleph Chile.

Ese fue el espíritu con que se fundó la compañía de teatro Aleph a fines de la década de 1960 y luego se consolidó ante la crítica hacia el año 1972. Fue el golpe de Estado el que apagó las luces de este colectivo artístico que destaca por su propuesta vanguardista y donde el exilio de su fundador, el periodista, actor y director de teatro, Óscar Castro, “El Cuervo”, le puso punto final en las tablas chilenas. Sin embargo, a fines de los años 70, el Aleph retoma su rumbo de teatro experimental, pero esta vez en París, Francia, donde Castro se instala y continúa con su proyecto. Fue en la capital francesa donde Gabriela Olguín, por entonces una veinteañera estudiante de sociología, conoce a su maestro de teatro, quien la forma e invita a participar en el Aleph.

Gabriela se unió a las filas de este teatro integrador, que pretende acercar a los amantes de esta disciplina que no poseen una formación profesional, pero que sienten la pasión y las ganas de participar en una creación colectiva. Ya de regreso en Chile, el espíritu inquieto de Olguín y el lazo de Óscar Castro con su tierra natal, los llevaron a consolidar la reapertura del teatro Aleph.

En París la experiencia había dado frutos y reconocimiento, transformándose en un referente del arte latinoamericano. Su réplica chilena continuó con la tradición, funcionando en un comienzo de manera itinerante, pero el desgaste y las necesidades de asentarse para consolidar el proyecto los obligaron a buscar un espacio propio. Fue así como consiguieron la casona roja, una concesión de 5 años entregada por Bienes Nacionales.

“El principal desafío son los recursos. En estos momentos estamos totalmente autofinanciados, sacando plata de nuestros bolsillos para poder darle forma a este proyecto. Tenemos mucho amor y todo, pero queremos hacer un teatro y con plata baila el monito, no hay otra forma. Y lo que necesitamos básicamente es un apoyo permanente”, aclara Olguín. La directora del teatro Aleph Chile explica que parte de esos recursos irían destinados a impartir talleres gratuitos, abiertos e inclusivos.

Jacqueline es una mujer de 52 años que trabaja como auxiliar en el metro de Santiago. Al menos tres veces por semana pasa una hora en el transporte público para cruzar la capital desde su comuna, Recoleta, y participar de los ensayos del teatro Aleph.

“Tengo una vida laboral activa, por lo tanto eso hace que uno esté inserta en este mundo de lo económico, de los problemas familiares, incluso de los problemas personales. Esto te saca un poco de eso. El teatro tiene la tarea de transformar: te transforma la vida, te transforma el ánimo”, dice Jacqueline.

Como ella, otras 23 personas conforman el actual grupo de aficionados al teatro, en edades que van desde los 17 a los 72 años. Gabriela Olguín cuenta entusiasmada la anécdota protagonizada por la mayor del grupo, María Josefa, quien llegó a uno de los ensayos con un bastón de apoyo entregado en el consultorio y dos semanas después corría junto a sus compañeros y participaba de los ejercicios. Ese tipo de experiencias, reafirman a otras personas que como Jacqueline, han encontrado en la gran casona roja un espacio donde desconectarse de sus problemas personales y desarrollar su imaginación.

“Acá nosotros llegamos a veces medio bajoneados y nos vamos alegres, porque aparte de hacer el teatro, existen las relaciones, se van creando lazos y eso es lo que nosotros hemos creado en esta gran familia Aleph. Son lazos firmes y esperamos que duraderos”, dice Jacqueline.

La reconstrucción

Y para conseguir que sean duraderos, Teatro Aleph se ha puesto metas importantes. Si bien aún podrán contar con la casa teatro por 4 años más, recibieron el inmueble en terribles condiciones. Cada cuarto se encontraba colmado de basura luego de años de abandono. La infraestructura estaba dañada y con la mayoría de los suministros inhabilitados, por lo que necesitaron muchas horas de trabajos voluntarios, en los que participó un grupo de jóvenes franceses que forma parte del Aleph parisino, y con quienes lograron implementar la cocina, el baño y habilitar algunos espacios. Sin embargo, aún quedan tareas mayores, que requiere de un trabajo profesional como instalar un sistema de alcantarillado, la luz, el radier y una carpa para las funciones.

“Hace un año atrás no teníamos nada y ahora tenemos una casa maravillosa que nos han ayudado los mismos vecinos a construirla. Los mismos alumnos que vienen a hacer sus cursos acá, con quienes hacemos los talleres, el montaje, ellos vienen a hacer también trabajos voluntarios”, subraya Gabriela Olguín, para quien el balance sólo puede ser positivo. “Es creer. Es volver a creer, es volver a maravillarse, a creer que tú puedes construir. Yo creo que este es un lugar en construcción donde todos pueden venir a dar su granito de arena”, puntualiza Olguín.

El próximo jueves 13 de septiembre el Teatro Aleph celebrará el primer aniversario de su casa. Para eso hará una celebración abierta en la que exhibirá lo que ha sido y es su trabajo, además de lanzar una campaña de crowdfunding que pretende reunir el dinero necesario para la reconstrucción y poner en marcha el proyecto artístico que tiene comprometido a jóvenes como Óscar Venegas, un estudiante de 20 años, también miembro del elenco y que llega cada semana desde La Florida. “Estar aquí desde esta etapa da un aire de pertenencia y desde ya tenemos un lugar que de verdad da esa ambientación artística, independiente. De una tabla rasa para escribir, para hacer esta historia. Creo que es un camino relativamente largo, pero la convicción es lo último que se debe de perder”, dice Óscar y sube al escenario para continuar ensayando para la próxima función.

Diario UChile
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