Escritores colombianos frente al acuerdo de paz

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La firma del acuerdo de paz pone fin a 52 años de conflicto armado entre el Estado y la guerrilla de las FARC, en Colombia. Laura Restrepo, Santiago Gamboa y Darío Jaramillo, exponen para Aristegui Noticias, su posición del pacto calificado como histórico y dan su posición respecto al Plebiscito por la Paz que se celebrará el próximo 2 de octubre.

Laura Restrepo (1950) (Libros: La multitud errante, Delirio y Pecado, entre otros).

El acuerdo que hoy se firma es una apuesta en grande con la Historia.  Una jugada seria y audaz en contra de nuestra dura tradición guerrera y a favor de un futuro de paz.  Los compromisos que tal acuerdo encierra son de honda envergadura y largo alcance, y llevarlos a la práctica implicará una metamorfosis de nuestra sustancia atávica;  una reversión material y espiritual de arraigadas tendencias a la autodestrucción.

Deponer la acción armada, romper las cadenas de venganza, resarcir a los millones de víctimas, detener a los violentos, amparar a los pacíficos, devolver los cientos de miles de hectáreas arrebatadas, honrar la memoria de las vidas perdidas, lograr un digno y equitativo desarrollo agrario y defender el medio ambiente del desastre ecológico, significaría dejar atrás el país que ha sido y convertirse en el país que vendrá.

Serán los colombianos, todos, mujeres, estudiantes, intelectuales, campesinos, comerciantes, deportistas, trabajadores, niños y niñas, quienes mantengan vivo y en movimiento el espacio democrático que el acuerdo ha abierto.  El Presidente Santos y los Comandantes de las Farc han cumplido honrosamente con su parte. Pero los protagonistas de la Historia son los pueblos.

Hoy el poder legal y el insurrecto se comprometen con el fin de la guerra. Pero serán los ciudadanos del día a día quienes construyan y exijan la paz, le pongan alma a la firma, la impulsen en su verdadero alcance y la lleven hasta el logro de un destino señalado.

Hagamos la paz: un verbo que se conjuga en plural.

Santiago Gamboa (1965) (Libros: Perder es cuestión de método, El síndrome de Ulises y Una casa en Bogotá, entre otros.).

​La violencia en Colombia ha sido un tema recurrente desde la Guerra de los Mil Días y la “Masacre de las bananeras”, que aparecen en Cien años de Soledad​. También el protagonista de La vorágine empieza diciendo: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Y más recientemente en El olvido que seremos, de Héctor Abad, o en la prosa virulenta de Fernando Vallejo, por no poner más que un par de ejemplos. Pero no creo que esto sea un tema específicamente colombiano. En todos los países se ha escrito sobre la violencia, pues sólo a través de la cultura esas experiencias traumáticas se transforman en conocimiento.

Votaré Sí a la paz, en el plebiscito de octubre próximo, como creo que es lógico y como deberían votar todos los colombianos. Sólo un país de enfermos, ignorantes o desquiciados votaría No a la paz.​ De ganar esta opción, tendríamos un caso interesantísimo de locura colectiva, ¡una nación con 46 millones de pacientes psiquiátricos! De hecho el plebiscito no debería hacerse, pues la Constitución de Colombia, en su capítulo primero, artículo 22, dice: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.

Darío Jaramillo Agudelo (1947) (Libros: Historias, Cantar por cantar y Memorias de un hombre feliz, entre otros).

Votaré “si” el próximo 2 de octubre. Prefiero un país con un solo ejército en lugar de dos. En verdad prefiero un país sin ningún ejército, pero esos son deseos íntimos de un utopista; ante los hechos, prefiero uno y no los dos ejércitos que hemos tenido -enfrentados- el último medio siglo.

Los retos son muchos y se resumen en uno solo (reinventar a Colombia): una sociedad justa, donde las oportunidades estén mejor distribuidas, donde haya conciencia de lo público, donde lo público sea de todos, donde haya una eficaz administración de justicia, donde haya respeto por todas las ideas, las creencias, las formas de vida. ¿Las expectativas? Que va a ser muy difícil, pero lo tenemos que intentar.

Publicado en Aristegui Noticias

 

Ya no me siento víctima

Por Héctor Abad Faciolince

Yo he entendido la historia reciente de mi país no a través de ninguna teoría, sino a través de las historias familiares. Cuando uno tiene una familia numerosa, la ficción es casi innecesaria: en una familia grande, todas las cosas han ocurrido alguna vez. Esas historias me permiten reflexionar sobre lo que ha pasado y sobre lo que pasa en Colombia, para luego tomar una decisión que es política, pero también vital, porque no está dictada por la ideología, sino por la imaginación: trato de pensar de qué manera podríamos vivir mejor, sin matarnos tanto, con menos sufrimiento, con más tranquilidad.

Para explicar por qué celebro y estoy tan feliz con el Acuerdo de Paz entre el Gobierno de Santos y la guerrilla de las FARC, voy a intentar reflexionar con ustedes a partir, otra vez, de una historia familiar.

Nunca sentí ninguna simpatía por las FARC. El esposo de una de mis hermanas, Federico Uribe (sin parentesco con el expresidente de Colombia), fue secuestrado dos veces por la guerrilla. La primera vez lo secuestró el Frente 36 de las FARC, hace 28 años, cuando él tenía 35. Once años después, otro grupo lo volvió a secuestrar; los muchachos que lo vigilaban en la montaña eran tan jóvenes que le decían “abuelo” a un hombre de 46. Federico no era, ni es, una persona rica. Tal vez tenía el apellido equivocado. Tampoco era pobre y no sería extraño que los muy pobres lo vieran como muy rico.

Mi cuñado (ahora excuñado, porque en todas las familias hay divorcios) tenía y tiene 120 vacas lecheras en un pueblo a 2.600 metros de altitud en el oriente de Antioquia. Después de un mes secuestrado y de pagar la “cuota inicial” del rescate para que lo soltaran, tuvo que seguir pagando lo que faltaba, en cómodas mensualidades, durante 36 meses más. La guerrilla, tan amable, le dio tres años de plazo para pagar. Ustedes preguntarán: ¿y por qué no acudía a la policía, al Ejército, a las autoridades del pueblo? Él les contestaría: “Permítanme una sonrisa”. En las zonas rurales de Colombia el Estado no existía; hay partes donde no existe todavía; cuanto más lejos esté la tierra de las ciudades principales, menos Estado hay. Si Federico no pagaba las cuotas, tampoco podía sacar la leche de la finca, y de eso vivía. Si no pagaba las cuotas, lo podían matar en la misma lechería. Si no pagaba las cuotas, le podían secuestrar a uno de sus hijos, mis sobrinos. En fin, en ausencia de un Estado que controlara el territorio y defendiera a los ciudadanos, no había otra que pagar. O hacer lo que hicieron otros finqueros: vincularse a un grupo paramilitar que los protegiera a cambio de una cuota mensual parecida. Federico Uribe no era de esos que se complacían en ver matar, y los paramilitares mataban sin preguntar. Además, los paramilitares habían matado a su suegro, a mi papá, y no era el caso de aliarse con otros asesinos.

Federico —acabo de llamarlo para preguntarle— va a votar no en el plebiscito sobre la paz. “Yo no estoy en contra de la paz”, me dijo, “pero quiero que esos tipos paguen siquiera dos años de cárcel. Mientras me tuvieron secuestrado mataron a dos”. Yo lo entiendo, lo aprecio y no lo considero un enemigo de la paz, así no esté de acuerdo con él. No me siento con autoridad para juzgarlo y tiene todo el derecho de votar por el no. Pero, aunque lo entiendo, espero que él también me entienda a mí ahora que escribo que voy a votar por el sí. Entiendo su posición sobre la impunidad. Creo tener derecho, sin embargo, a decir que no me importa que no les den cárcel a los de las FARC, pues cuando el presidente Uribe hizo la paz con los paramilitares escribí un artículo en el que sostuve que no me interesaba que los asesinos de mi padre pasaran ni un día en la sombra. Que contaran la verdad, y listo: que los liberaran, que se murieran de viejos. Si no me creen, aquí pueden ver ese artículo, publicado en la revista Semana en julio de 2004:

De los 28.000 paramilitares que aceptaron desmovilizarse durante el Gobierno de Uribe, tan solo un puñado de ellos pagaron cárcel, y no porque el presidente lo quisiera, sino porque la Corte Constitucional lo obligó. Su proyecto inicial ofrecía impunidad total. El texto del Acuerdo de Ralito (el sometimiento de los paramilitares) nunca nos lo mostraron; a las víctimas de los paramilitares no nos llevaron a la zona de los diálogos para decirles en la cara el dolor que nos habían causado y para darles la bienvenida a la vida civil, como en mi familia hubiéramos querido hacer; tampoco se sometió el acuerdo con ellos a un plebiscito. Esto no es un reclamo, sino una comparación. Santos ha publicado el texto (larguísimo, farragoso, pero útil, del Acuerdo de La Habana); llevó a las conversaciones a grupos de víctimas (incluso a mí me invitaron, pero no quise ir, pues no me siento víctima ya); y ahora lo somete al veredicto del pueblo.

Si en el caso de los asesinos de mi padre yo estaba de acuerdo con un pacto de impunidad, con la única condición de que los paramilitares contaran la verdad y dejaran de matar, creo tener autoridad moral para decir que también estoy de acuerdo con el Acuerdo de Paz con las FARC, los secuestradores de mi cuñado.En el caso de las FARC, también acepto una alta dosis de impunidad a cambio de verdad. Tengan en cuenta además que por delitos atroces, entre los cuales se incluye el secuestro, no es cierto que en este acuerdo haya impunidad total. Los responsables pagarán hasta ocho años (si lo confiesan todo antes de que empiece el juicio) de “restricción efectiva de la libertad”, no en una cárcel corriente, sino en condiciones que el Tribunal Especial para la Paz decidirá. Y si la confesión ocurre durante el juicio, esos ocho años los pasarán en una cárcel normal. Y si no confiesan y son derrotados en juicio, la pena será de 20 años en cárceles del Estado.

Así que no estoy de acuerdo con mi excuñado, a quien comprendo y admiro y sigo queriendo igual, en que se haya firmado un acuerdo de impunidad total. Fue un acuerdo muy generoso con las FARC, sin duda, y ojalá la guerrilla hubiera aceptado pasar siquiera dos años en la cárcel, que es a lo que aspira Federico. Pero esto fue lo mejor que el Gobierno pudo lograr, tras cuatro años de duras negociaciones, con una guerrilla que no estaba completamente derrotada.

Cuando escribo para España, o cuando hablo con españoles, algunos esgrimen el ejemplo de ETA para decirme que el Estado no puede ser condescendiente con los terroristas ni puede perdonar. No creo que los casos se parezcan ni se puedan comparar. Las FARC nacieron en un país violento, muy desigual y muy injusto, lo que no las justifica, pero sí explica en parte su furor. La guerrilla de las FARC llegó a tener 20.000 hombres en uniforme; llegó a tomarse la capital del departamento (Estado) del Vaupés, Mitú. Ejerció control y dominio (como un Estado alternativo que impartía “justicia” y resolvía líos domésticos) en amplios territorios rurales.

Las FARC han sido una guerrilla despiadada, sanguinaria, sin duda. Una guerrilla que cree firmemente y con fanatismo mesiánico en la última religión del siglo XX, el comunismo marxista leninista. En la lucha armada, en su ideología, en sus actos de terror, creo que la guerrilla se equivocó de un modo atroz. Pero en más de medio siglo de desafío al Estado no ha podido ser derrotada por las armas. Colombia tiene el presupuesto de seguridad más alto de América Latina; tiene el Ejército más numeroso; gastamos en armamento lo que no nos gastamos en salud o educación. Tuvo un presidente, Álvaro Uribe, cuya mayor obsesión durante ocho años fue exterminar a la guerrilla que había matado a su padre. La debilitó mucho, las FARC quedaron en menos de 10.000 efectivos, pero tampoco la pudo derrotar. Su ministro de defensa, Juan Manuel Santos, llegó al poder y, al verla debilitada, les volvió a ofrecer lo que todos los presidentes anteriores (incluyendo a Uribe) les habían ofrecido: unas conversaciones para llegar a un acuerdo de paz. Y Santos acaba de conseguir lo que ninguno de los presidentes anteriores consiguió: que las FARC se plegaran a dejar las armas y aceptaran convertirse en un partido político con garantías de seguridad e incluso con una mínima representación en el Congreso en las próximas elecciones.

En todas las familias hay uno que otro envidioso; se sienten celos aun entre los hermanos. Por eso entiendo tan bien, por eso me parece tan comprensible, tan humano, que los dos presidentes anteriores (Pastrana y Uribe) sientan celos porque Santos haya logrado lo que ellos buscaron sin conseguir. Se entiende también que quieran adoptar para su envidia una máscara más noble, la máscara de la “impunidad”. Pero estoy seguro de que, si ellos estuvieran en el poder, ofrecerían una impunidad igual o mayor que esta. Un presidente mucho más viejo, casi centenario, lúcido, ya curado de espantos y mucho más allá del bien y del mal, Belisario Betancur, un presidente que estuvo a punto de firmar la paz con la guerrilla hace 30 años, pero que fue saboteado por la extrema derecha (mezcla de paramilitares, terratenientes y una franja del Ejército) mediante el exterminio de líderes de izquierda y de todo un partido político, la Unión Patriótica, este viejo presidente, en cambio, conservador y católico, votará por el sí. También Gaviria y Samper harán campaña por el sí.

Termino: las historias familiares, que son como una novela real, me han obligado a sentir y me han enseñado a pensar mucho sobre el sufrimiento, sobre la justicia y la impotencia, sobre la humillación y la rabia, sobre la venganza y el perdón. Escribir la injusticia que se cometió con mi padre, el asesinato de un hombre bueno, me curó de la necesidad de aspirar a ver en la realidad la representación de la justicia (una cárcel para los asesinos). De alguna manera yo siento que pude hacer justicia contando la historia tal como fue. Seguramente si mi cuñado hubiera podido contar la historia de su secuestro, como lo hicieron Ingrid Betancourt o Clara Rojas, ahora estaría más tranquilo y en el mismo grupo de ellas, el grupo de los que apoyamos el sí. Es por eso que ahora que he contado la historia de Federico, y ahora que he explicado mi posición para un periódico español, yo le preguntaría a mi excuñado lo siguiente: ¿no es mejor un país donde tus mismos secuestradores estén libres haciendo política, en vez de un país en que esos mismos tipos estén cerca de tu finca, amenazando a tus hijos, mis sobrinos, y a los hijos de tus hijos, a tus nietos? La paz no se hace para que haya una justicia plena y completa. La paz se hace para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro.

Publicado en El País

 

“Colombia es un país que vive de ilusiones como la paz”

El escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza (Tunja, 1932) ha cuestionado el diálogo de paz con las FARC desde su inicio. Varias de sus columnas de opinión, publicadas en el diario ELTIEMPO, rechazando el proceso con la guerrilla han despertado la reacción del Gobierno, que ha intentado responder, a través de pronunciamientos oficiales, los reparos que ha planteado el escritor.

Apuleyo Mendoza reconoce que se “desencantó” de la izquierda casi al tiempo que su amigo Gabriel García Márquez se acercaba cada vez más a la revolución cubana, a los hermanos Castro. Cuenta que en el momento de polarización política que vive hoy Colombia, “estaría bromeando con Gabo porque él seguramente le diría sí al proceso de paz”. En 1996, con el libro Manual del perfecto idiota latinoamericano, Apuleyo Mendoza se unió al cubano Carlos Alberto Montaner y el peruano Álvaro Vargas Llosa (hijo de Mario Vargas Llosa) para reiterar sus críticas a los modelos de izquierda en la región. Esos que ahora, con el tránsito de las FARC hacia la vida política, Apuleyo Mendoza teme que se consoliden en Colombia.

Pregunta. ¿Qué espera de Colombia después del 2 de octubre?

Respuesta. Habrá celebración, esperanza, pero las bandas criminales y el ELN seguirán armadas, con acceso al negocio del narcotráfico. La verdad es que viene un camino muy confuso para el país, sobre todo porque las FARC aunque dejen la lucha armada no van a dejar de lado el objetivo de llegar al poder.

P. Desde el inicio de los diálogos con las FARC usted manifestó reparos, ¿qué opina ahora que el acuerdo está cerrado?

R. Lo leí con dificultad y tengo muchas críticas. En realidad, nunca estuve de acuerdo con esas conversaciones, que fueron de igual a igual con las FARC, sin tener en cuenta que son un grupo terrorista.

P. ¿Cuál es su mayor crítica al acuerdo?

R. Me parece que hay varias cosas que pueden ser muy peligrosas. Desde luego, la impunidad porque los responsables de crímenes no van a pagar cárcel, tal vez una transitoria reclusión, pero que no es realmente una sanción. Al contrario de esto, vemos que hay militares detenidos, muchos acusados con falsos testigos o de forma injusta. Hay un desequilibrio total: impunidad para los guerrilleros y castigos para los militares.

P. Usted ha seguido el caso de varios uniformados detenidos, ¿qué dicen ellos sobre el acuerdo?

R. Lo consideran injusto. Son militares que golpearon fuertemente a la guerrilla, durante la política de seguridad democrática del expresidente Uribe, y que tras la suspensión del fuero militar empezaron a ser juzgados por la justicia penal ordinaria. Algunos tienen penas hasta de 30 años de cárcel.

P. ¿Qué le parece el plebiscito?

R. Hay una presentación tramposa en esto porque muchos colombianos consideran que el ‘sí’ es por la paz y que el ‘no’ es volver a la guerra. Supongo que por esa razón el ‘sí’ se va a imponer. Yo voto ‘no’ porque, entre otras cosas, me parece peligroso el control que las FARC van a tener en las regiones en donde se van a concentrar para hacer el tránsito a la vida civil. El ‘no’ es solo un voto simbólico, un voto de protesta. Sabemos que el ‘no’ no va a lograr que haya una nueva negociación o que se aplace lo que se ha acordado. Eso es imposible.

P. Ante el triunfo del ‘sí’, ¿cómo cree que quedaría la figura de uno de los grandes opositores al proceso, el expresidente Uribe?

R. Él sabe que será un golpe, pero tiene claro que será momentáneo. Habrá alborozo y júbilo, producido por el triunfo del sí, pero después vendrá la implementación de los acuerdos y una reforma tributaria, que no gustará mucho y que empeorará la imagen del presidente Juan Manuel Santos. Al final habrá un momento en que la opinión pública exija un cambio ante las elecciones presidenciales del 2018. Continuismo del ‘santismo’ no creo que haya.

P. Usted recorrió como periodista varias zonas del país que fueron centro del conflicto, ¿cómo se imaginaba el fin de las FARC como grupo armado?

R. Las FARC perdieron a sus líderes más importantes durante los dos gobiernos de Uribe. El paso que se esperaba era que Santos hiciera una capitulación de la guerrilla, que los sometiera a la justicia, como se hizo con los paramilitares, que entregaron las armas y pagaron penas hasta de ocho años de cárcel.

P. Quienes van por el ‘no’ dicen estar preocupados por el modelo de justicia y el capítulo de participación política, ¿cuál es el mayor temor en ese sentido?

R. Temo mucho que se le esté dando paso a un país como de Venezuela. Las FARC sabrán aprovechar todas las concesiones que les da el acuerdo y con su discurso político, basado en el leninismo y marxismo, podrá abrirse un camino riesgoso para el país.

P. Usted dice que tuvo un momento de “embeleco del sueño revolucionario”, ¿qué lo desencantó de la izquierda?

R. Yo fui siempre muy de izquierda, pero tuve mi primer desengaño cuando, junto a Gabriel García Márquez, viajé por la Unión Soviética. Fue un desconcierto, regresé muy desilusionado del mundo comunista. Después, cuando surgió la revolución cubana la recibí como algo nuevo y le di mi apoyo total. Fui director de la agencia de noticias Prensa Latina hasta el momento en que comencé a ver el viraje que se estaba dando. Me desencantó el monopolio que iba teniendo el partido comunista.

P. ¿Cómo cree que vería Gabriel García Márquez el acuerdo de paz con las FARC?

R. Yo creo que él apoyaría el ‘sí’. Seguramente estaríamos bromeando por las posiciones políticas tan opuestas que siempre tuvimos. Recuerdo cuando yo le decía ‘¿Todavía andas con el ‘barbuchas’?, refiriéndome a la amistad entre él y Fidel Castro, y él me respondía entre risas ¿y tú qué, te estás haciendo de derecha?” Siempre en broma, nunca peleamos por política.

P. ¿Por qué cree que los colombianos votarían ‘sí’ al acuerdo de paz?

R. Al colombiano se le engaña poniéndole a escoger entre la guerra y la paz. Por el hecho de que las FARC se desarmen es comprensible que la gente vote ‘sí’, pero no es justificable porque eso va a tener un alto precio para el futuro del país, además porque tienen una base equívoca y es la de haber hecho una negociación con las FARC de igual a igual. Sin embargo, entiendo perfectamente que la gente vote que sí. Colombia es un país que vive de ilusiones como la paz.

Publicado en El País

Escritores por la paz

Por la lengua viva de nuestros muertos,

por la lengua viva del futuro,

y para que hablemos juntos la lengua de todos,

los escritores colombianos abajo firmantes votaremos Sí en el plebiscito.

Alberto Salcedo Ramos

Alejandra Jaramillo

Alonso Sánchez Baute

Álvaro Robledo

Amalia Andrade

Andrés Arias

Andrés Delgado

Andrés Mauricio Muñoz

Andrés Ospina

Antonio Ungar

Beatriz Helena Robledo

Camila Arriaga

Carolina Andújar

Carolina Sanín

Carolina Vegas

Catalina González

Catalina Ruiz Navarro

César Mackenzie

César Rodríguez Garavito

Cristian Valencia

Daniel Ferreira

Darío Jaramillo Agudelo

Elizabeth Valenzuela

Enrique Patiño

Enrique Rojo

Fátima Vélez

Federico Díaz Granados

Felipe Martínez

Felipe Restrepo Pombo

Francisco Barrios

Freddy Chikangana

Gilmer Mesa

Giuseppe Caputo

Gloria Susana Esquivel

Guido Tamayo

Halim Badawi

Héctor Abad Faciolince

Jairo Buitrago

Javier Ortiz Cassiani

John Better

John Jairo Junieles

José Zuleta

Juan Álvarez

Juan Cárdenas

Juan David Correa Ulloa

Juan Esteban Constaín

Juan Felipe Robledo

Juan Fernando Hincapié

Julio César Guzmán

Julio Paredes

Laura Restrepo

Lucía Donadío

Luis Noriega

Manuel Kalmanovitz

Margarita García Robayo

Margarita Valencia

María Gómez Lara

Marianne Ponsford

Martha Ruiz

Melba Escobar

Miguel Ángel Manrique

Miguel Torres

Nicolás Morales

Olga Behar

Olga Cuellar

Óscar Pantoja

Pablo Guerra

Patricia Lara

Paul Brito

Pedro Badrán

Pilar Lozano

Pilar Quintana

Rafael Yockteng

Ramón Cote

Ricardo Silva Romero

Roberto Burgos Cantor

Rubén Orozco

Santiago Espinosa

Sergio Ocampo Madrid

Tomás González

Valeria Dimaté Campos

Yolanda Reyes

Publicado en Revista Arcadia
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