[Exclusiva NodalCultura] Jairo Torrealba, integrante del Colectivo de Siembra Pachamama de Venezuela

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Por Tomás Forster – Nodal Cultura

Artista plástico y militante chavista, mestizo orgulloso de sus raíces, abocado a temas relaciones con la soberanía alimentaria –cuestión acuciante en tiempos de crisis económica y desabastecimiento en Venezuela-, Jairo Torrealba participó recientemente del segundo Encuentro Latinoamericano de Comunicación Campesino Indígena, que se celebró en la Ciudad de Buenos Aires, organizado por la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual.
En el marco de estas jornadas, Torrealba conversó con Nodal Cultura sobre la importancia de la comunicación popular, destacó los nuevos desafíos que enfrenta la denominada Revolución Bolivariana y analizó el panorama político que vive la región.

¿Qué importancia tiene haber participado como disertante en este segundo Encuentro Latinoamericano de Comunicación Campesino Indígena?

Estoy complacido por haber participado de una experiencia única de intercambio de saberes, con militantes surgidos desde las organizaciones de base, desde el poder popular, que pudimos expresar y compartir nuestras realidades. Necesitamos unirnos y potenciar nuestro mensaje para ver que la cosas no son como las muestran las grandes cadenas mediáticas. Esto se ve claramente con el cerco comunicacional que sufrimos en Venezuela. Estos encuentros son sumamente importantes porque funcionan como una ventana para difundir y explicar, aunque sea a pequeña escala, lo que realmente sucede en nuestra patria. Las grandes cadenas internacionales vienen satanizando todo el proceso revolucionario bolivariano, buscando generar un clima de caos creciente. Latinoamérica está sacudida por una ola de reformismo retrógrado, de políticas de dominación de unas minorías por sobre los pueblos, cuando son los pueblos quienes deben asumir las riendas. La integración de Nuestra América sólo se puede dar en un marco de respeto a la diversidad de los pueblos, respetando las distintas idiosincrasias.

¿Cuál es la situación de los pueblos indígenas y campesinos de Venezuela en el escenario actual?

Para contextualizar un poco, me parece que se debe tomar como punto de partida la refundación de la república, con la Constitución de 1999, y más específicamente el octavo capítulo que se refiere a nuestros pueblos originarios e indígenas. Invito a que lo busquen por Internet, porque ahí están expresados los fundamentos políticos y filosóficos de cómo el Estado protege a nuestras etnias originarias y como brinda todas las herramientas políticas, técnicas, metodológicas y económicas, para que sigan manteniendo su identidad y continúen enriqueciendo la pluriculturalidad de nuestra nación. Igualmente, el campesinado aparece amparado por la Ley de Tierras. Y esto no se ha quedado en letra muerta. En Venezuela, la tierra es de quien la trabaja y el Estado se encargó de generar un mecanismo de participación a través de la asistencia técnica y material que posibilite a los pequeños productores dar ese primer paso, el arranque que siempre es lo más difícil. Ahorita, hay un plan en marcha, que es el Plan de Siembra Comunal, en el que yo participo, compuesto por una red de productores asociados. Esto se lleva adelante en todo el país, sobre la autoproducción de alimentos de primera necesidad como en este momento sucede con la zafra del maíz. Hay todo un marco jurídico y de cobertura social que la Revolución Bolivariana garantiza a los propios productores, a la agricultura familiar, no a los latifundistas. Mientras los grandes terratenientes impulsan el monocultivo y la ganadería, lo que nosotros buscamos es diversificar una soberanía alimentaria con base en la agroecología.

¿Cómo analiza la crisis económica que desde hace un tiempo afecta a Venezuela?

Ciertamente  hay una crisis generada a través de una guerra político-económica, primero internacional con el derrumbe planeado del petróleo, y que a nivel interno se centró en lo más sensible y básico, para el ser humano, que es la alimentación diaria. No es un desabastecimiento como tal sino más bien una especulación, un acaparamiento y un ocultamiento de los rubros. Tú vas allá y consigues alimentos de todo tipo pero los consigues excesivamente caros, a precios especulativos con mafias organizadas para tal fin. Esta cadena especulativa se viene revirtiendo a través de las políticas de siembra comunal y de la producción animal, que gracias a esta crisis se viene fortaleciendo y creciendo. Entonces, desde este punto de vista, decimos: bienvenida la crisis porque nos obliga a reinventarnos, a crear nuevas oportunidades, a reencontrar espacios que estaban abandonados. Llevamos décadas de éxodo del campesinado, por el petróleo, el oro negro como se le dice, a los grandes centros urbanos y hoy día más bien vemos que hay un incipiente regreso a la tierra, un regreso hacia donde realmente venimos. El petróleo no se come, el dinero no se come, lo que se siembra sí. Incluso en las ciudades está habiendo un cambio de conciencia. Recientemente, se creó el Ministerio de Agricultura Urbana que viene dando la pelea, que está demostrando que se puede aprovechar de otra forma el espacio urbano, en espacios no convencionales donde la gente no pensaba que podía cultivar su alimento, como en las macetas de su apartamento. La gente está comenzando a producir sus propios alimentos. Todo esto ayuda a paliar una situación que indudablemente es complicada. Y nosotros sentimos ya que se está revirtiendo todo esto e, incluso, hay un efecto boomerang porque ¿qué hacen con toda la producción que mantienen acaparada? Se ven en la obligación de sacarla porque se les va a echar a perder. No hay que volver a caer en la trampa de depender de la bonanza del petróleo en el mercado internacional. La apuesta, el desafío ahora va en dirección de la innovación y la diversificación productiva para que como pueblo no dependamos del precio internacional de un producto.

¿Cuáles son sus impresiones respecto del panorama político en América Latina?

La crisis del capitalismo es tal que es necesario ver este proceso a nivel mundial. Europa es un caos generado por ellos mismos y, sobre todo, por Washington, por ese terrorismo que los mismos poderes imperialistas crearon como el Estado Islámico, que inicialmente las mismas potencias inventaron para generar discordia interna en los países de Medio Oriente que invadieron. La crisis es planetaria: vemos a África desangrada, Oriente Medio como lo dejaron devastado y, por supuesto, Latinoamérica no escapa a esta crisis estructural del capitalismo. Como dice de manera poética un compañero nuestro, un cantautor, Gino González: “No creas que el capitalismo se marchará sin tragedia, antes de hacer esa vaina, primero nos aniquilará. No creas que sin problemas renuncia la burguesía al poder y a la energía que le confieren las armas”. La clase capitalista por más que esté herida no se rinde y antes de terminar de fenecer va a intentar arrastrarnos con lo último de su afán destructivo.  La guerra es el último recurso que le queda a este sistema decrépito, decaído, que quiere arrastrarnos a su miseria, a su adoración de una marca, a su cultura de la muerte. No. Desde esa premisa, esa bestia está herida pero nosotros tenemos que plantarnos. Toda Latinoamérica se encuentra sacudida a nivel político: en Argentina, en Brasil, lo que aconteció en Bolivia con el asesinato del compañero Viceministro, como así también en Venezuela donde ocurrieron muchos hechos ligados al sicariato paramilitar importado desde Colombia a través del máximo exponente, el devastado Álvaro Uribe Vélez. Es todo un escenario bien complicado y bien dinámico a la vez. Lo único seguro es que sólo el pueblo salva al pueblo.

La derecha restauradora articulada a nivel continental busca generar divisiones al interior del propio campo de las fuerzas populares para dejarlo en estado de debilidad permanente. ¿Cómo se puede lograr una unidad sólida de las mayorías subalternas frente a esta avanzada conservadora que padece América del Sur?

Esto es algo que nos legó el presidente Hugo Chávez entre los pobres, entre los trabajadores. Me refiero a ese despertar de conciencia, desde el amor y la solidaridad. Desde esa perspectiva espiritual, más allá de lo material, es que se puede aguantar este momento y recuperar la ofensiva. Porque no lo vas a hacer con dádivas, no lo puedes hacer con parches, sino se transforma desde la conciencia, algo que nuestros pueblos originarios refieren como “chamánico”, algo que nace del espíritu del ser humano, y desde esa introspección individual se juega como materializar y exteriorizar en un hecho práctico. Cómo yo comprendo que me están jodiendo, cómo pretendo alimentarme por una corporación que lucra con la gente, ¡pues que no!, que se les pudra, hay que boicotearlo. Desde esa concientización, es que podemos aguantar. Los medios comunitarios, los medios alternativos, los medios como el de ustedes, son fundamentales en esta batalla.

En relación a las expresiones culturales ancestrales, de la cultura popular pasada y presente, arraigadas a lo profundo de la historia de nuestro continente, ¿en qué sentido cree que en la lucha política actual se juega también la memoria viva, la identidad rica y diversa de los pueblos de la región?

En todas sus invasiones directas o indirectas, el imperio apunta también contra las bibliotecas, los templos, los monumentos, las construcciones antiguas, porque son los símbolos en los que reposa la memoria histórica. Saben perfectamente que un pueblo que se desliga de sus raíces originarias está condenado a ser una marioneta. Sus medios de comunicación generan también una gran confusión, montan una parafernalia que hace correr el eje de lo propio. Por eso es tan importante crear redes comunicacionales desde los organismos de base que sirvan para amortiguar estos efectos tan nocivos. Llevamos más de 500 años resistiendo, pero ahora ya no es tiempo de resistir solamente, hay que pasar a una ofensiva real. Es fundamental mantener este legado a través de las nuevas generaciones, involucrándolos en los procesos culturales. Como artista plástico, no puedo dejar de referirme al elemento de sensibilización profunda que es el arte, como modo de trascendencia para pensar de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos.

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