La modernización de la arquitectura chilena

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Entre 1890 y 1930 se levantaron en Santiago edificios de corte europeo que le dieron forma al casco histórico que hasta hoy conocemos. Un libro del académico Fernando Pérez revisa el periodo.

Una larga y angosta faja de tierra. La frase que está en todos los libros escolares para describir nuestro territorio no existía hasta fines del siglo XIX. Entre el fin de la Guerra del Pacífico y la trágica Revolución de 1891, Chile cambió bastante en los mapas: se quedó con la administración de Tacna y Arica (la primera sólo por 10 años) y perdió parte de la Patagonia, que fue anexada a Argentina. El país se alargó, sumando diferentes y extremos paisajes que de a poco fueron instalándose en el imaginario del pueblo y sus autoridades, quienes además debieron pensar en formas de ocupar el territorio y comunicarlo a través de ferrocarriles, caminos y puentes.

Esta idea de modernización, junto a otros hitos de la época como el fin de la República Presidencial por la implantación de un sistema parlamentario, y la cada vez más inestable industria minera, son algunas de las ideas motores que el arquitecto Fernando Pérez Oyarzún (1950) utiliza para explicar los cambios arquitectónicos que también vive el país en el volumen Arquitectura en el Chile del siglo XX, 1899 -1930, que fue lanzado hace unas semanas por ARQ Ediciones de la U. Católica.

Pérez es uno de los más prestigiosos académicos de esa casa de estudios y ha formado a generaciones de profesionales, entre ellos Alejandro Aravena, Mathias Klotz y Smiljan Radic, pero este compendio no utiliza un lenguaje sólo para entendidos. “Procuré armar un mapa que trenzara el contexto político, cultural y social con lo que pasa en arquitectura en esos años, sus autores y obras principales. Espero que un libro como éste llegue a un público más amplio y no sólo a 50 especialistas”, dice Pérez, quien ya prepara otros tres tomos que seguirán con el desarrollo de la arquitectura hasta nuestros días.

A inicios del siglo XX Chile está listo para seguir el ritmo de las transformaciones globales; participa en la economía mundial a través del salitre y siente la necesidad de poner su capital al nivel de las grandes ciudades del mundo a través de su infraestructura que viene acompañada de contratación masiva de profesionales extranjeros que apoyen la futuras obras. “Hay un intento de cierta monumentalización en miras al centenario. Por ejemplo en esos años el Museo de Bellas Artes ya existía, la Biblioteca Nacional ya existía y los Tribunales de Justicia ya existían; lo que se hace ahora es dotarlos de edificios para ellos, de carácter monumental y muy visibles en la ciudad, que renuevan la imagen institucional”, explica Pérez.

Entre los arquitectos extranjeros que se hacen cargo de estas obras destacan los franceses Emilio Jecquier, autor del Museo de Bellas Artes, el edificio de La Bolsa, la Estación Mapocho y Estación Pirque, ubicada en Plaza Italia cuando el ferrocarril pasaba por allí; Emilio Doyère, quien diseñó los Tribunales de Justicia, el Banco de Santiago y los edificios  del barrio Concha y Toro; o el italiano Ignazio Cremonesi, quien reformó la Catedral de Santiago y diseñó la Casa Central de la UC en la Alameda.

Aquellos arquitectos además formaron las primeras escuelas de la disciplina dentro de la U. de Chile y U. Católica, desde donde egresaron nombres cruciales para la reinvención de la ciudad como Alberto Cruz Montt y Ricardo Larraín Bravo. El primero fue el arquitecto de la alta burguesía, con obras como el Palacio Ariztía, Palacio Iñiguez y Eguiguren, además de el Club de la Unión; mientras el segundo, se caracterizó por la diversificación de su trabajo: concibió desde viviendas obreras como la Población Huemul, pasando por edificios como la Caja de Crédito Hipotecario hasta la Iglesia de los Sacramentinos, que fue la primera construcción en hormigón armado, que hasta hoy es el material estrella de nuestra arquitectura.

A estas construcciones se suma también el alcantarillado de Santiago, que según Fernando Pérez es una de las infraestructuras de mayor nivel hasta hoy.

“Chile hizo avances y construyó cosas que han quedado hasta hoy, pero no lo hizo en un clima de paz y prosperidad. Al contrario, hubo mucha tensión, una curiosa mezcla de prosperidad y crisis económica, como la de 1929, con la caída del salitre en la bolsa”, dice el autor.

Nuevos bríos

Durante el gobierno de Arturo Alessandri comienza la crisis del sistema seudo parlamentario, que tras una sucesión de presidencias terminó en la llamada dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, quien a pesar de su estilo autoritario dio luz verde a grandes obras de urbanismo. “La mentalidad de Ibáñez era bastante pragmática; más que un pensador político, era un hacedor. Luego lo criticaron justamente por el endeudamiento que dejaron sus obras”, afirma Pérez. Fue en este gobierno, por ejemplo, cuando se logró la remodelación del Palacio La Moneda -luego de varios intentos y diseños- a cargo de Josué Smith Solar, arquitecto chileno con formación en EEUU. “Pocos saben que la fachada que da a la Alameda no es original. Allí había solo un muro con casas y fue idea de Ibáñez liberar el terreno de la actual Plaza de la Ciudadanía, quitar los hornos y galpones interiores donde se fabricaban las monedas, para convertirlo en el Patio de los Naranjos”, cuenta el académico.

Los primeros diseños de esa fachada fueron más cercanos al estilo neoclásico del Museo de Bellas Artes, pero finalmente se decidió por uno más sencillo que se adosara a la idea original de Toesca. En los años 20, la influencia europea de inicios de siglo se diversificó con nuevas corrientes como el Art Nouveau, Art Decó y también un estilo más hispanoamericano. Aparecieron arquitectos con la inventiva de Luciano Kulczewski, autor de la Piscina escolar de la U. de Chile o un edificio de departamentos ubicado en Merced 84, o el propio Smith Solar, quien diseñó el Club Hípico de Santiago  y la Universidad Federico Santa María en Valparaíso. “Se construyeron obras de Iquique a Punta Arenas, aunque se perdieron muchas en lugares como Concepción o Talca, debido a los terremotos. Por su lado, hasta que Valparaíso no hace crisis por el tema del salitre y el canal de Panamá, el puerto tenía una gran hegemonía que le competía a Santiago. Creo que todas estas obras que rodearon el centenario de Chile también trataban de reafirmar el lugar de Santiago como capital”, resume Pérez.

Publicado en La Tercera
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