«Todas las generalas servidas del mundo» de Esteban Seimandi
Por Martín Guazzaroni
El disparador podría haber sido “¿Cómo te fue en el viaje?” en la sobremesa de algún asado, entre alguna costilla pelada y lo que quedó de la ensalada. Y así, en tono anecdótico y en primera persona, alguien podría haber empezado con el relato de esta breve novela.
El personaje principal es un publicista argentino invitado a dar una conferencia en México. Junto a otro compatriota de presencia sombría e indescifrable y un mexicano ex estrella pop, ávido consumidor de drogas, se encuentran con una serie de dificultades que los convierte en protagonistas de su propia road-movie –de ser así, el film armonizaría su banda de sonido con el primer disco de Los Espíritus.
México, narcos, gilada, pastillas y algunos inverosímiles -como que el publicista no se droga- van dándole forma a la aventura, que nuestro protagonista ilustra con fotos tomadas a lo largo del viaje. Una novela al estilo Pánico y Locura en Las Vegas sin la autoconciencia del narrador en el universo en el que está metido.
Tal vez los sujetos que acompañan o en algún momento se cruzan al personaje principal, un tipo bastante común, sean más interesantes de conocer que él mismo. Pero ellos son el motor que alimenta al relato y en favor de éste cada cual en su rol contribuye de precisa manera.
Todas las generalas servidas del mundo, con una lisergia moderada y aspiraciones border, brilla por su ritmo. A través de ciertas estrategias narrativas logra despegarse de la linealidad de la historia y formar un necesario velo de misterio. La justa medida de humor ácido, delirio y teorizaciones cotidianas contribuyen a que su lectura valga la pena:
“Los que llegan aquí descubren que hay un tercer país que es mucho mejor que los Estados Unidos, ya sean los mexicanos o los de Norteamérica: es la fatua, nefanda, caliente y gonorreica ciudad de Tijuana (…) aquí no verás gringos tristes (…) pero al final de la noche, cuando el gringo se devuelve a Sandolariego, seco como una uva pasa, exprimido como un limón, drogado, borracho y con ardores en la verga, se vuelve sin un solo dólar. Y el mexicano cuenta sus billetes sonriente, sabiendo que la cosecha de gringos nunca se acaba.”