República Dominicana: enunciación desquiciada de Iris Pérez Romero

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Por Ylonka Nacidit Perdomo

[Cuando el ser  toma  el camino que lo lleva a  la pradera, todo parece un oráculo que despierta].

El jardín, que era el templo donde la soledad dormía, había cambiado de lugar. Las alabanzas ya no se hacían  para honrar a los que apetecían de la vida un alba que no conociera el enojo del viento. Todo era una medianía. No había encuentro entre el mundo hostil y el que nacía. La ira estaba arrebatada por la silueta del que despierta. Lo invisible  se hacía morada,  se hacía llamar por lo lejano, sin advertir que se labraba la angustia del regreso: el peñasco envuelto por el fuego. No había noche ni día,  sólo los contrarios cayendo como cosa viva sobre los seresque concurrían a mirar cómo lo inmortal era un parto de la nada. El  que dormía, custodiado en el tiempo, se hacía representar por lo que diera origen al hecho que cortejaba a la duda. Todo llegaba desde el extremo de un eco. Era el idilio entre las proporciones vitales, hondura sin ser alcanzada, precocidad del mito  sosteniendo la  existencia. Nada se configuraba. La nada era el orfebre  del azar, ese azar que el vacío no soporta, que se echa como encomienda a las  fuerzas que desata la involuntad, la invención  de lo que no es cosa ni furia ni  fuerza, solo indicio del primer escucha.

Invadir el espacio, llegar a la tierra desde el lecho de la luna, solo lo puede la sensoriedad del ser, del  que llega oculto, volando desde las alturas, con los dones de lo puro.  Todos los seres anónimos duermen como proscriptos en el silencio, y cuando llega el momento de echarlos de allí, para que asomen sus rostros a las gracias del cosmos,  se extrañan que sus cuerpos acaten de las sombras sólo las lámparas que encienden a las estrellas.

Iris Pérez  Romero (Santo Domingo,  1967) es una lectora  de los oráculos que trae el ser, de las madreselvas  que hechizan las piedras, del polvo como cortejador de lo que no queda. Ella puede colgar  todos los seres que quiera en el muro del lienzo,  vestirlos  con oraciones, conjurarlos con los nombres que inconfesadamente traen  para elegir qué quieren ser: si objeto o esencia. Un destino único tiene el ser que  ordena  obediencia a Iris: representar  a quien  ha preñado a la tierra,  de lo que dicen es el aviso de la eternidad.

Iris no elige al ser,  el ser la elige a ella; la visita, la estima como la que dibuja la inexperiencia de la inocencia, porque no padece del mal del engaño ni de la amarga exclusión por la que transitan los que inclinan  la balanza de lo justo. Una creadora como ella, sólo está expuesta al albedrío  de los sentidos, del sentir. Su voluntad depende del pensamiento, del libro que se abre en los espacios de los atributos de la Divinidad. Ella  argumenta sus lecturas del ser, y cómo su  mirada argumenta la identidad de los que llegan  a traerle el mensaje;  por eso su cabeza es una interminable conciencia donde se deshojan  las señales que el ser trae cuando estima  que sus códigos secretos deben  estar acorde con la soberanía del corazón que conquista la metamorfosis de su naturaleza, ese otro-tú que se hace un-tú, y  elogia a quien lo interpreta.

Cada ser que llega, que se convierte en esencia, que pretende un cuerpo físico, que  oculta su identidad, se hace  una figura, una encarnación que se advierte en la pradera, en los espacios donde no hay supremacía de nada, sino vigilancia, súbito encuentro con  el insomnio, con las contrariedades, con la gestación de lo que no se tiene, con el espasmo del ausentismo.

Y, todo sucede, porque el ser, los seres que se vinculan a Iris Pérez, renuncian a la sexualidad; disfrutan  de no conocer los juegos de Eros ni los ornamentos de la seducción; sólo estimulan  despojar a la existencia de las dimensiones toscas, de la excesiva banalidad, de las opresiones del intelecto, de las jerarquías del poder, de las evidencias de la codicia que trae el oro.

Estos seres  son los que  se transmutan  más allá de lo biológico, que no se inventan  para alimentarse de instintos; son ellos, los de Iris Pérez, los que ennoblecen la única dimensión de la creación: dejarse ser, para la posteridad.

Cuando he recorrido el taller de Iris Pérez Romero, me dejo llevar, y empiezo a ser, una simple dimensión en la nada, una partícula ínfima que puede barrer el viento, un “algo”  que se hará silencio. Me quedo en extrema gravedad. [Es este mi testimonio, el que escribo, el que firmo, el que rubrico sobre los caminos  del ser, que no corrijo ni siquiera para que las alondras precedan  a mi despertar posterior].

Toda  creadora auténtica  por cada realización de  una obra,  muestra el cambio de  su piel; se hace una prestamista de instantes  en torno a lo que descubre  por sí y para sí,  se hace una certeza, una evidencia que la  devuelve  al momento en que sólo el estremecimiento del ser desaloja  al mundo del caos, del abismo donde se extravía  la brújula  para salvarse de las apariencias, del azar en reposo, del ahora convertido en nunca, del alfabeto que puede traer el porvenir.

Iris Pérez Romero  presenta una  muestra  en  la sala de arte contemporáneo District & Co. The Gallery  de Santo Domingo, que representa  a los seres por-venir: los que rechazamos, los que nuestras manos no desean tocar, los que juramos desconocer, los que no salvamos del pasado por la culpabilidad del “pecado”, de ese repentino pecado que Occidente nos ha colocado sobre las espaldas.

¿Cómo desea Iris  que la humanidad, o esto que llamamos “humanidad”  por siglos,  rompa los anillos donde se funda la masculinidad del sercreador? ¿Cómo pretende ella que se quebranten los karmas  que nos preocupan, porque en estos  descansan las formas del ser, el intercambio de lo que somos, de lo que asumimos que somos, de lo que desean que seamos?

El ser que narra Iris Pérez Romero, es el que no se encierra en el círculo del tiempo convencional; es el que no perece a través de lo lúdico; es el que no tiene  como espejos fieles sólo a la memoria; es el que no se hace de ruegos, que no domina, sino que inspira a los sentidos, al cántaro donde se abisma el universo, que no satisface las causas de la simulación. Es el que se lee sin buscarle, que se marcha y regresa, que la luna no corrompe, que el viento no absorbe.  Es el  ser que enuncia, que los desquiciados inquisidores negaron. Es el ser de la Eternidad Cósmica.

“Los caminos del ser” confirma el anhelo de Iris Pérez Romero  de que,  se pierda la “identidad” de los sexos, y, por ende,  de los géneros,  para que la “identidad”  no sea una concepción ontológica, ni un apelativo filosófico o teológico. Esta es  una muestra para rectificar que desde la Eternidad Cósmica,  que desde los eslabones de lo que llamamos cosmos,  no hay nada que clasificar, ni especie sagrada que provocar, porque el ser, el ser  no necesita evidencias para existir;  está ahí, gravitando en el saber y el no saber que traemos al nacer.

Ser al nacer, es ser-del-saber. Ese saber que no se encierra en el presagio, que no se sojuzga en la letanía de lo blanco, que se proyecta en el decir. Es esto lo que a Iris Pérez Romero le corresponde decir (al crear a los que conversan  con ella)  a través de la tinta, del papel, de la pluma y del pincel,   esos seres autores de la cuadratura del universo, los que no invocamos, pero que están con nosotros en perenne vigilia, abriéndonos las cuencas de los ojos, en noble lealtad a su tránsito por lo impensable.

Cuando se pase balance al reposo, a los atributos de la Divinidad,  a lo que quiso la celebración de los tiempos que conociéramos como atemporal, como desamparo que traen convidando a las sombras. Cuando se deje de gravitar sobre lo fálico y  el pernicioso dominio patriarcal de las creencias. Cuando dejen de convergen  los rituales del hechizo de los sexos y del amor semítico. Cuando ya no exista hora alguna para la partida, sino re-encuentro en el retorno, oídos que no escuchen que se pronuncie  nombre alguno. Cuando la permanencia en el mundo no sea un simple viaje involuntario. Cuando las afirmaciones absolutas se hagan sólo mentiras anónimas,  todos los seres volverán a su lugar de origen: el bosque,  ese ambiente que Iris Pérez Romero estima como ofertorio donde todo confluye, donde los veladores de la rebeldía madrugan  para no hacerse permisivos a la seducción  de  lo material.

Todos los seres de Iris existen en el bosque, y ella no predeterminó que así fuera, sino ellos, porque no son cazadores de otros; son nuestras posibilidades de trascendencia como siluetas, como líneas que se encuentran en los puntos donde la existencia es energía solidaria que nutre a cada ser. Este es el elogio que nos toca hacer, cuando la muerte transmute a la energía que somos: saber si tratamos de ser, el ser que nos correspondía sin artificios que disputar con los otros. Marcado está el instante en que leerán sobre nosotros si nos dejamos acompañar del ser, o si estuvimos ausentes de él. Si estuvimos ausentes de él,  las lágrimas serán  lo único que volveremos a traer como recuerdo, y los cantos tristes emergerán como guerreros de las ruinas que seremos.

Iris Pérez Romero ha creado la más magistral muestra gnoseológica sobre el ser,  representado en  dibujo,  pintura y  cerámica. Ha develado lo imperecedero de las ideologías, de los dogmas  y de las filosofías, lo ilegítimo de las estéticas que disfrazan los arcos de las  habitaciones que como huéspedes ocupamos en esta tierra.

Iris me ha honrado con hacer girar la rueda de la incertidumbre,  para colocar en conflicto  lo que pretendemos cuidar o custodiar: las conjeturas en que se erigen las ideas  del absoluto.

Oído el corazón de los seres, Iris los conectó como una iniciada en la sublevación que trae la línea a favor de lo eterno. Quizás ella se hizo promesas que cumplir, y proveyó al  ser de la grandeza de  no atarse ni tener vestiduras que fueran regalos de la apariencia.

Cuando la obra de Iris Pérez Romero alcance la universalidad que le otorgará el ser, su ser,  me sentiré conforme de haber vivido, más aún  ahora que sé que sólo somos una silueta,  un largo monólogo al cual espera encerrar  el sueño final, donde los elogios fúnebres no se escuchan.

Datos biográficos de la artista

La creadora y artista visual dominicana Iris Pérez Romero realizó sus  Estudios Superiores de Arte en la Escuela Nacional de Bellas Artes, en donde actualmente es profesora,  y ha sido premiada por su labor docente. Graduada como Licenciada en Artes Plásticas (Cum Laude) en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), se ha especializado en cerámica, grabado e historia del arte, mediante cursos y talleres realizados en varias instituciones del país.

En el 2009  fue Co- fundadora del  Laboratorio Evolutivo de Arte Contemporáneo.   Ha estado como artista en residencia y participado en ferias,  bienales  y proyectos  internacionales en distintos países de Centro América, Norte América, Sur América, Europa y Asia.

En el 2004 fue seleccionada por la organización ARTIADE para representar al país  en las Olimpiadas del Arte, evento que se organiza con motivo a los Juegos Olímpicos “Atenas 2004”.  Desde el 2000 participa en la muestra Women of the World,  con una ruta itinerante en diferentes museos, galerías y centros culturales del mundo.

Declarada Visitante Distinguida por el alcalde de Tegucigalpa, Honduras, en la Reunión Interregional de la AIP-UNESCO, en donde le fue otorgada la llave de la ciudad. Por su instalación performance “Danza del Hambre” recibió una medalla de reconocimiento de la FAO. Invitada para ser jurado en los premios Ford Conservación y Medio Ambiente en la versión del 2005. Participó en  2007 en los proyectos de  artista en residencia LE PARC, Pampelonne, Francia y   PAF, Reims,  Francia

Ha sido Seleccionada  para representar el país en las IV y V Bienal Internacional de Arte de Beijing,  en el Museo Nacional de Arte de Beijing, China, durante los años 2010 y 2012.

A partir del 2011 realiza el Monumento escultórico “Luz del Mundo”, en Santo Cerro, La Vega, República Dominicana comisionada por el Ministerio de Turismo.

Publicado en Acento
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