Dayme Arocena, entre rumba y Mozart

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Canta descalza y vestida de un blanco de santoral. Se pega al micrófono como si no pudiera desprenderse de él. Su piel es puro ébano y tiene, a todas luces, un vozarrón. Según la revista Billboard, parece estar lista para unir su nombre al grupo de las divas mundiales: Daymé Arocena.

“Nací en una casa de Lawton donde éramos muchos. Allí vivimos, en algún momento, hasta 22 personas en una época de carencias, necesidades, apagones. Y, en una casa donde había 22 negros, lo único que quedaba era tocar rumba, divertirse, cantar. Crecí con mis tíos y primos tocando sobre los muebles, y haciendo las claves con cucharas en las ventanas. La formaban dondequiera y por cualquier razón”, cuenta la cantante y compositora cubana, quien a sus 25 años ha llevado por varios países los ritmos de la Isla.

“Mis padres se percataron desde muy tempranito de mi inclinación por la música y el baile, y ahí empezó su empeño en que yo entrara en academias, donde estudié música clásica, culta, sacra, no sacra; desde los cantos gregorianos, Monteverdi, hasta lo más contemporáneo”, relata.

No obstante, Daymé desconocía, tanto como los músicos encargados de examinarla, cuál era su mejor instrumento: “En el conservatorio Manuel Saumell me presenté a los ocho años en violín y piano. Con 10, en flauta y saxofón. En la escuela de música Paulita Concepción, probé con guitarra y flauta, pero no aprobé ninguna. Los maestros estaban encantados conmigo, pero no daban con el instrumento adecuado, y me pasaron para trompeta a ver si por ahí escapaba, pero tampoco.  En la escuela Alejandro García Caturla hice los exámenes de guitarra y de dirección coral, lo que finalmente estudié. ¡Gracias a Dios existía la especialidad de canto coral!”

En la vida de Daymé hay una fuerte dualidad: los rumbones en la casa y el barrio; y las enseñanzas en la academia de Mozart y Bach.

“Es una sensación inexplicable porque no se vive a conciencia, crece junto con uno. A la adulta que soy la definió mi infancia, la crianza, vivencias, sentimientos, mi familia. Mi música es una respuesta al ambiente tan popular y humilde donde me crié, y al estudio, en paralelo, de la música clásica y la dirección coral. Por eso mi música suena como suena”.

La más exquisita joven cantante cubana en la actualidad —como la calificó el diario británico The Guardian— fusiona ritmos norteños con cantos a la diosa Ochún, patrona de Cuba; mezcla sonidos de cubanísima rumba y conga con letras en el “inglés de negros” que inauguró con su aparición el jazz. Algo más la distingue: siempre canta descalza y vestida de blanco.

“Comencé a vestirme de blanco por una casualidad: cuando conocí a Gilles Peterson, dueño de la discográfica inglesa Brown British Recording que produce todos mis discos, yo estaba de iyawo y tenía que vestirme siempre de blanco. Él se enamoró de la idea de verme de blanco en el escenario y así se quedó. ¡Hasta es parte del contrato legal! A mí también me gustó la idea, más allá de que el blanco es un color complicado.

“Canto descalza por comodidad. Como soy bajita y gordita, me aconsejaban usar tacones, pero preferí cantar como Dios me trajo al mundo: con mis pies descalzos. En el escenario uno se debe sentir cómodo para transmitir lo que desea. Además, cuando uno pongo los pies en el suelo donde voy a cantar, siento vibraciones, la energía del público llega de otra manera… me siento como en casa”.

—Eres más reconocida “afuera” que “adentro”, pero paulatinamente el público cubano te ha ido descubriendo…

—Hay quien no es profeta en su tierra y yo creo en el destino personal. Tuve la suerte de encontrar personas que confiaran en mí, pero no eran cubanas. Mi propuesta musical no es de las más comunes y que te reconozcan los productores cubanos o quienes deben darle espacio a un artista, puede tomar tiempo. Es un circuito muy cerrado, y si no entras en el esquema o no cumples determinadas normas, no estás ni existes. ¿Tiene que llegar alguien de fuera a decir “esto es asombroso” para que lo veamos así? Es un pensamiento de isleños.

—¿Y tus raíces? ¿Cómo se ven reflejadas en tu obra?

—Yo me siento África y me siento España porque soy cubana; y me siento Europa y América, y Estados Unidos, Brasil… A veces las personas se crean estereotipos: “si es negra y canta descalza y se pone turbantes, es como africana… ¿no?

De hecho, cantas en inglés también…

—Sí, y lo hago desde una óptica muy cubana. Me encanta ser cubana y, aunque cante en cantonés, la gente sepa que canta una cubana. Es mi sello de identidad.

—Hasta ahora, qué ha sido lo más difícil de tu carrera

—Lo más difícil en la carrera de cualquier artista es que no crean en uno, y traten de destruir tu espíritu. Hay mucha gente a la que no le da la gana entenderte y te dice con tremenda tranquilidad: deberías cambiar esto y aquello, ponte un implante y unas extensiones… Eso es desconcertante. Pero eso me ha hecho más fuerte y me ha llevado a consagrarme a esta edad. Esa lucha con el mundo y conmigo misma, es el motor impulsor de mi obra. Estoy muy segura de mí y de lo que espero mostrar al mundo. No es cosa fácil, pero tampoco imposible.

Publicado en El Toque
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