Falleció el poeta argentino Hugo Padeletti

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Limones maduros para despedir a Padeletti, poeta y maestro

Por Paula Jiménez España

Varias personas nos referimos a Hugo Padeletti como a un maestro. Un maestro no deja un vacío al irse sino una impronta repetida en sus discípulos que lo conserva vivo: enseñar, señalar un camino, sea tal vez la fórmula de la permanencia. La influencia de Hugo es la de un río: sus versos fluyen sin esfuerzos, como la sabiduría.

El poder de su enorme caudal poético – en términos de producción escrita y plástica, y también por su hondura y perfección formal – fue absorbido por las generaciones que aprendimos de él a la manera en que también se aprende de un Buda: sin estridencias. Este santafesino nacido en 1928 en Alcorta, merecedor de varios reconocimientos – entre ellos el Fondo Nacional de las Artes, el Premio Konex de Platino y la Beca Guggenheim- expuso como nadie sobre un plato o un papel, la plenitud divina del limón, la paciencia que una almendra encarna o el esplendor sencillo de una manzana: “Qué opulencia despliegas simplemente/ por ser así:/ manzana,/ y no la nada”, escribió en Habría que girar alrededor, un poema incluido en el libro Poemas 1960 – 1980.

Estos textos fueron publicados por primera vez en 1989 por la Universidad Nacional del Litoral y diez años después integraron la compilación en tres volúmenes, subsidiada también por la UNL, de La atención, su obra reunida editada por Mirta Rosenberg y Miguel Balaguer. En 2007, el Fondo de Cultura Económica enriqueció su catálogo con El andariego/poemas 1944–1980, un libro dividido en diecinueve “estaciones”, es decir, “parajes” propuestos por el autor. El andariego, nombre que seguramente se refiere al hexagrama 56 del I Ching, describe a aquel que no tiene morada fija y es fiel a su destino itinerante. Para él no hay una casa sino muchas: lo alberga lo transitorio. Con esa fugacidad del devenir, tan angustiante para tantas personas, Padeletti elaboró su búnker: la poesía.

“Viajé a la India en 1966 – contó en una entrevista -, desde París, donde tenía una beca. Allí conocí a Ma Ananda Moyi, que fue una guía espiritual para mí. Ella era itinerante y nadie podía proyectar un encuentro, ya que decía que todos los encuentros estaban destinados y quienes debían hallarla así lo harían”. Así fue para muchos: cuando abrimos por primera vez un libro suyo, unos años atrás, y con su lectura vino un nuevo modo de entender la poesía.

Dos días antes de que cumpliera 90 años, bajo el mismo signo de Capricornio que lo vio partir el viernes, hablo de él para despedirlo. O más bien, para saludar el final de este tramo de su vida, la física; para agitar el pañuelo al verlo subirse al tren y abandonar la estación.

Si hay verdadera distancia entre la obra y la biografía, no sabemos, pero sí sabemos a partir de poesía como la de Hugo que si hay algo que se llama espíritu, este ha sido, para él, inextricable de la forma estética con que se expresó.

El budismo, que imbuyó sus percepciones y consolidó su mirada filosófica, dio en sus versos con un desafío: si en el silencio, en el apaciguamiento, está el Nirvana, ¿cómo puede una palabra que produce tanta exaltación por su belleza, generar un efecto similar a la meditación, a la tranquilidad? En el poema 7 de la serie Limones, escribió celebratorio, trascendiendo la idea angustiosa de la muerte: “Después del funeral/ en reemplazo del luto/ dispuse una docena/ de limones maduros// Si cabe en este mundo/ la alegría/ los limones la irradian/ todavía».

Paula Jiménez España es poeta. Publicó, entre otros “La mala vida​» y los relatos de «Aventuras de Eva en el planeta”.

Un poema​​

YA NO VOY A OCUPARME de la flor del ciruelo,

de la lluvia que cae en el jardín,

de las hojas de jade que palpitan

en el agua de jade.

Me quedo con la impávida ventura

de la taza de té,

con la fresca humedad

de la camelia dibujada.

Ayer es un ciruelo lancinante,

una lluvia que cala el corazón,

un deslumbramiento de jade

que fluye, irreparable,

por el río de jade.

Me vuelvo hacia las formas impasibles

de las flores antiguas del papel,

al amor temperado del laúd,

a la rama de incienso de los clásicos.

Publicado en Clarín

CANTA, SI PUEDES, EN EL DÍA BLANCO

porque el negro ya asoma sus ribetes
detrás de la carcoma.
Fuga la paloma

y no regresa.
Fuga el riponoma
pero, estanca, la Esfinge permanece.

Una defección incipiente
aspira con furor a la ceniza.
El comején arrasa con la rosa

en el último arriate
pero dura la médula del hueso

que sólo el rayo bate.

NO SE ESCUCHA EL QUEJIDO

del polvo:
el grito de la Esfinge
lo ha asumido.

Oigo el silbido
del mosquito, el
abombado zumbido

de la mosca.
¡Vibra ahora,
cendal de llamas,

con tu súbito brillo! ¡Enciende el crisantemo
del momento
para un renacimiento

de inmarcesibles Reinos Amarillo!

(Hugo Padeletti, Alcorta, Santa Fe, Argentina, 1928), Osaturas 1969-2008, El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2014

 

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