Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura
Vladimir Durán nació en Bogotá. En su forma de hablar y de servir el café se nota que es colombiano. Sin embargo, pertenece a esa generación que puede considerarse propia de muchos lugares. Estudió Antropología en la Universidad de Montreal y cine en Buenos Aires. Allí también se formó como actor. Su primer cortometraje, “Soy Tan Feliz” (2011), fue seleccionado en Competencia Oficial del Festival de Cannes.
Es parte de una familia grande, movediza, con mucha presencia. Y aunque su película “Adiós entusiasmo”, que ha recorrido como él todo el mundo, no se basa en su historia, el cuenta porque pudo asumirla como propia: “Yo vengo de una familia numerosa, intelectual, emotiva, evasiva de la intimidad, y así crecí yo. Entonces rápidamente me pude identificar con el personaje del niño, que es sobre quién yo puse la mirada a la hora de escribir y dirigir como autor”.
“Adiós entusiasmo”, la opera prima de Vladimir Durán, se estrenó en el Festival de cine de Berlín en 2017. Ha ganado premios en el Festival de Cartagena, donde el propio Durán fue considerado el mejor director, en Buenos Aires (BAFICI), Mar del Plata y de Santiago de Chile. La película participó además en la selección oficial de festivales en Brasil, España, Francia, México, Polonia, Portugal y Uruguay.
“Adiós entusiasmo” podría pensarse como una comedia anómala de una familia porteña o como una comedia porteña de una familia anómala. La extrañeza del espacio, el tiempo y los personajes es notable. Sin embargo, la película produce una rápida empatía con el espectador. La película está contada desde la perspectiva de Axel que tiene 12 años. Si de algo da cuenta la primera película de Vladimir Durán, es de lo sorprendentemente extraña que es la lógica de la felicidad.
Nodal Cultura dialogó con Durán sobre la película; sobre los actores como centro del relato, y en particular sobre Camilo Castiglione, el niño que interpreta a Axel; de lo complejo de las relaciones en el universo familiar; de la naturaleza del tiempo; y sobre su futuro y el de Colombia, su país.
Es sorprendente como la película, que presenta un hogar extraño y que parece guardar infinidad de secretos, fluye con una naturalidad absoluta. ¿Cuál es tu sensación de cómo la recibe el público?
La verdad no lo sé. A mí me interesa que la película entretenga, porque creo que todo cine con el que conecta cualquier tipo de espectador, entretiene. Incluso cuando incomoda. Un cine que recurre al entretenimiento como fórmula, o usar esas formulas en mi cine, no me interesa. Lo respeto y me parece que hay gente genial en eso.
A mí como autor, me interesa investigar lo que me gusta y me conmueve. Quiero que se genere una verdad. Para mí cuando esa verdad existe, entretiene. Es humano. Ese voyeurismo está en la historia del arte. Conmueve y entretiene.
¿Cómo surgió la idea de “Adiós entusiasmo”?
Yo compartí un taller literario con Sacha Amaral, un guionista y dramaturgo brasileño. El suyo es un caso muy parecido al mío, ya que vive hace 10 años en Argentina, y está haciendo un doctorado de dramaturgia en la Universidad de las Artes. El llevó un guion de cortometraje donde aparecía la madre encerrada. En ese dispositivo escénico ya estaba relacionándose con sus hijas, y había un esbozo del personaje del niño. A mí me pareció muy emocionante y enigmático.
Todo estaba muy conectado con su historia, con su vida familiar. Al saber que estaba muy interesado en esa histora, me propuso que filmara ese guion. Yo estaba con un proyecto de largometraje y no era el momento de hacer un corto. Pero me quedó resonando. El proyecto del largometraje que tenía sucedía en toda la ciudad. Este era en una sola locación y muy abocado a los actores, que es algo que a mí me interesa.
Así que le propuse escribir juntos el largometraje. Empezamos a escribir partiendo desde su historia personal. Una historia basada en la adicción y la abstinencia. También en la falta de voluntad del cuerpo ante la adicción y el desfase emocional que eso genera. El auto-encierro como una imposición a la falta de voluntad.
Queríamos que la película tuviera eso, pero también le dije a Sacha que no quería hacer una película sobre la adicción, sino una película sobre una familia particular en una circunstancia particular. Porque si el tema se blanqueaba, terminaba siendo una película sobre eso. Y yo quería una película sobre la familia y los vínculos familiares. Yo mismo vengo de una familia numerosa, intelectual, emotiva, evasiva de la intimidad. Así crecí yo. Entonces rápidamente me pude identificar con el personaje del niño, que es sobre quién yo puse la mirada a la hora de escribir y dirigir.
Mi familia es migrante, hay judíos y sudafricanos emigrantes en Colombia. Pero es migración antigua, en Colombia no hubo mucha migración en el siglo XX. Yo entre mis ancestros tengo más tres o cuatro generaciones campesinas. Hay algo que conforma la identidad argentina, que es migrante y mestiza. La presencia de Sacha Amaral, brasileño, pone su historia y las particularidades de su familia. Y la hicimos completamente en Argentina. Para algunos es una película poco argentina. Para otros muy argentina, re psicoanalítica. Es una película que se podría filmar en cualquier país, de una clase social media intelectual, que es como la familia a la que yo pertenezco. Muy atravesada por lo intelectual y lo lúdico.
Los actores tienen una importancia central en la propia existencia de la película ¿Cuánto del guion se construyó en el trabajo con los actores?
Para mí el lienzo sobre el que escribo y donde hago foco como director son los actores. Todo lo que pueda hacer antes son previas a lo que realmente importa, que es lo que suceda con el actor en el presente de la toma. Ahí es donde está la verdad de lo que a mí me interesa investigar. Para mí el rodaje es un lugar de investigación con los cuerpos y la creatividad de los actores. Yo quería contar una historia en una sola locación y quería filmar actores con el lenguaje del cine. Poner el lenguaje del cine a disposición de lo que está sucediendo con el actor y no al revés.
La madre sabe todo, es omnipresente, y sin embargo solo se escucha su voz. Bruno, el personaje que interpretás, es aquel «el que no está». Circula y no lo ven. Es una ausencia, aunque está permanentemente y es el que introduce la historia previa a lo que ocurre en la película. ¿Cómo ves la relación entre esos dos personajes?
Para mí, mi personaje es un outsider. Por eso que lo haga yo, con mi tonada extranjera, me parece que suma aún más desfase emocional a una familia ya desfasada. Es un personaje que mira, que está fascinado con un universo. Quiere pertenecer y está todo el tiempo mirando.
Eso permitió que para mí como actor/director fuera muy cómodo actuar. Incluso podía actuar en las escenas que tenía que estar mirando atento. En la propia escena se me olvidaba que era actor y era solo el director, que estaba mirando a ver que me gustaba y que no. A ese personaje lo percibí siempre como el outsider, el invasor, el que sirve como catalizador.
La madre es una presencia omnipresente, de hecho su voz casi de manera irrealista llega a todos los cuartos, y escucha lo que sucede en todos los cuartos. Yo pensaba en eso, una omnipresencia.
Nunca pensé en esa oposición entre los dos personajes. Se me ocurrió más la oposición de la tía con respecto a la madre. Porque es una presencia algo más estable emocionalmente que genera y pone en evidencia la locura y ahí por eso se dispara el conflicto final. Ella se maneja en un registro de desfase emocional pero tiene una mayor conexión con los hijos, una menor dosis de violencia interna. Lo que le genera mayor violencia a la madre. Desde el punto de vista emocional es un choque, que da pie al gran choque final de la película.
Hay otra oposición que se me ocurre entre el personaje que yo hago y la madre, y es que la madre habita ese espacio, lo domina, está enraizada, no sale nunca. Y este otro es el que invade el espacio y está ahí menos tiempo del que quisiera. Porque le gustaría entrar, pertenecer. El extranjero solo que quiere pertenecer.
Es interesante esa idea del extranjero, no solo por tu propia condición, sino porque el extranjero llega a ese lugar y quiere ser reconocido en ese lugar. Y su actitud tiene algo de voyeurismo.
Si es un personaje voyeur que aporta su mirada desde afuera. Viene a representar también al espectador. Invade la intimidad y se toma la libertad de poner un video casette que está ahí y mira ese momento emocional distinto de la familia.
Nunca hubiera vinculado la ausencia de la madre por las adicciones. Como espectador me pareció muy interesante aceptar la situación sin pensar en motivos.
Llevé un año sosteniendo en las entrevistas la decisión de no mencionarlo. Y de repente, hace un par de entrevistas, que empecé a decirlo y creo que está bueno. La madre de Sacha tenía adicciones y decía «me voy a encerrar cuatro días no me dejen salir», y eso me parecía de una potencia enorme. Pero yo no lo quería explicar. Entonces me decían ¿Por qué los hijos encierran a la madre? Y yo me pregunto ¿En qué momento se dice que los hijos la encierran? No lo dejan salir, pero nunca se sabe por qué.
La pregunta más reiterada es ¿por qué la madre está encerrada? Tomé la decisión de dejar eso así y lo mantuve sin contestar. Ahora digo que lo que impulsó y disparó el guion fue algo realista, personal y autobiográfico.
Hay una muy interesante relación con el tiempo. Hay una suerte de tiempo sin tiempo en la película. No importa incluso si la madre cumple años ese día o tres días después. Se puede festejar lo mismo. La idea del encierro y la ausencia del tiempo parecen enriquecerse mutuamente.
Si, hay todo un pensamiento sobre el tiempo. El tiempo diluido, la percepción del tiempo, incluso la época de la película. Una de las indicaciones para la directora de arte fue «no sé en qué época es la película». Sabemos que existe el celular pero no lo vemos, así sabemos que tiene que ser del ‘95 en adelante. Pero eso te da 20 años de posibilidad. Excepto por algunos autos que se ven en la calle, no hay ningún elemento que te ubique en algún presente concreto.
La época a la que pertenece la película también está diluida y la idea de que estas 10 horas se sientan mucho más largas también le sucede a esa percepción del encierro. Encerrado o en situaciones así, el tiempo casi es física cuántica. Y el observador y el que percibe el tiempo lo transforma.
Era algo que me interesaba mucho intentar a través del lenguaje cinematográfico. Lograr cierta arbitrariedad del tiempo. Y eso también está en la lógica desfasada cuando la madre dice «bueno adelantemos». Ella quiere tomar esta especie de calmante que toman los adictos. Y les pide a sus hijos que se lo den. Pero como quiere hacerlo de modo controlado, y sabe que puede tomarlo el día de cumpleaños, hace adelantar el cumpleaños y manipulan a toda la familia. Ese es el gran tema de la película, cómo funcionan los vínculos humanos al interior de un universo, en este caso, familiar.Usé el lenguaje cinematográfico para construir un tiempo enrarecido.
¿Cómo aparece el personaje del niño y su punto de vista como el propio de la película?
El personaje ya estaba esbozado en el corto, y yo me di cuenta que donde más me identificaba emocionalmente era en su mirada. Rápidamente entendí qué en mi propia historia – vengo de una familia numerosa con un universo más masculino – había mucha invasión, mucha cercanía espacial y emocional, falta de intimidad. Algo de mi universo se lo presté al niño. Pero este universo es mayormente femenino. Con el actor, pasó algo muy paradójico: yo me formé en la escuela de Nora Moisenco, que es una escuela cuyo lenguaje se conformó con niños. La escuela tiene una cantidad de niños actoralmente brillantes. Lo lógico era buscar ahí. Pero me terminé decidiendo por el hijo de Juan Castiglione, un amigo. Cuando le pregunté a Camilo se copó. Fui a cenar varias veces con ellos, charlamos, le expliqué qué pensaba que era un actor, qué había que hacer. Le dije que debía ser él, estar perceptivo, responder a estímulos desde un lugar creativo sin la ansiedad de actuar. Empezamos a trabajar y en los ensayos lo entendió rapidísimo. La película se la debo en gran parte a esta persona, Camilo Castiglione, un gran actor. Me generó mucha admiración y amistad.
Es interesante como logra hacer visible la perversidad de los niños
Es que los niños son así. Los niños tienen una crueldad y una inteligencia emocional muy alta. Todo eso de que él se quede callado, fueron decisiones intuitivas mías y él las acompañó muy bien. No decíamos “ahora vas a ser cruel”, pero él lo hacía. A él se le burlaban mucho, las actrices se burlaban de él dentro y fuera de escena, y él tenía mucha fuerza para recibir eso y joder por su lado. Es un ser humano maravilloso
¿Qué será lo próximo en tu carrera?
Un largo, con más delirio, un tono distinto. Fuera del realismo. También es algo vincular. Se llama “Un cuadro japonés”. Va a ser en un campo en las afueras de Buenos Aires, en una sola locación, con cinco actores muy cercanos a mí. Está concentrado en los vínculos, en los amigos, en los cruces de deseos. Una historia de jóvenes entre los 20 y los 40 relacionándose
Muchísimo, me interesa la política la política universal. Tal vez no tanto en el cine. No me vería haciendo una película atravesada por política en Argentina, porque no tendría la verdad necesaria o el impulso interno necesario. Pero en Colombia sí. Eso es lo que me movilizaría a hacer cine en Colombia.
El mío es el país con mayor cantidad de desplazados internos del mundo. Son millones de desplazados rurales. Mientras tanto el urbano miraba para el otro lado. Pertenezco a una clase urbana que se hizo la pelotuda con las peores masacres, pero que se sentía amenazada por por la guerrilla, que tiene mucha responsabilidad en el nivel de violencia, pero los desplazamientos lo generaron por sobre todo las de las fuerzas de derecha, y eso siempre quedaba velado. Había una Colombia urbana que seguía creyendo que era una democracia. En Colombia el único golpe fue el de Rojas Pinilla apoyado por todo el mundo en los ‘50, que duró cuatro años y después lo volaron. Y volvió, entre grandes comillas, esta democracia y en ella crecimos. Mientras tanto sucedía el horror más fuerte que puede suceder.
¿Esa lógica del sujeto urbano explica el voto por el “no” en el plebiscito por los acuerdos de paz?
Si, pero también lo explica el momento que estamos viviendo universalmente. Lo mismo que el Brexit y que gane Trump. Es de un nivel de irracionalidad terrible. Parte de la identidad colombiana siempre está sentir que somos el único país del mundo que nunca ha tenido paz. Y el deseo de terminar con eso se logró porque un tipo de la guerrilla dialogó con otro tipo (Juan Manuel Santos) que a través de métodos dudosos logró reducir el poder militar que tenían. Pero Uribe, un personaje maquiavélico que se incrustó de una manera muy irracional en el electorado de clase media alta, de clase media emergente y de clase baja con aspiraciones, se sintió traicionado por Santos y logró imponer esa irracionalidad al electorado colombiano. Entonces estos sienten que se están entregando el país a la guerrilla. La guerrilla colombiana negoció una derrota. En los mejores términos posibles. Lo que negoció, y el Estado con inteligencia, un lenguaje suave para esa derrota. Pero la gente siente que se perdió.
¿Cómo analizas las próximas elecciones para presidente en mayo?
Muy sorprendido con el crecimiento de Petro. Con él me pasa que creo mucho en su discurso. Me da mucho miedo, si llega a ganar, lo que puede hacer la mafia enquistada en el poder, el daño que puede hacer al país para hacerle daño a él. Pero si uno es rehén de ese temor, tal vez dice “ah, pero que gane Fajardo que es más pañito de agua tibia”, que no es el horror de Duque que es un uribista, y también puede llegar a ganar. La derecha que va a subir, ahora está sub representada en las encuestas. Y por la izquierda está el Coco Petro, «el bolivariano», que no lo es, como lo dice permanentemente. Tiene una inteligencia y una sensibilidad muy distinta. A mí me gusta él. Creo que fue un mal alcalde de Bogotá en ciertas cosas, pero me sorprende que en un país anti-izquierda, que nunca permitió que la izquierda invadiese el establishment, esté llegando él tan alto. Si fuese presidente me da miedo eso, pero a la vez me emociona. La gente dice “nos vamos a volver como Venezuela” y yo pienso: “pero qué sómos, ¿Suiza?”.
Los discursos son muy irracionales.