Leo Matiz, formalista
Por Laura Guzmán Díaz
Casi siempre, cuando se habla del trabajo del fotógrafo colombiano Leo Matiz (1917-1998) salen a la luz aquellos años que pasó en México, su incidencia en el muralismo, su amistad con grandes pintores como Diego Rivera, Frida Kahlo y José Clemente Orozco. Pero poco se habla de sus trabajos posteriores, de su regreso a Colombia y de los giros creativos que tuvo en su carrera.
Partiendo de esta realidad, el Museo de Arte Miguel Urrutia decidió sumergirse en la vida del fotógrafo y revisar en su colección, así como en la de la hemeroteca de la biblioteca Luis Ángel Arango, para identificar qué era lo que se conocía exactamente del fotógrafo y, además, aclarar ciertas inconsistencias, como que una misma foto tuviera 30 años de diferencia en la fecha de su publicación.
Fue así como llegó a la exposición ‘¡Luz, más luz!’, en el marco de los 60 años de la biblioteca, que se articula en tres ejes determinantes de la vida de Matiz a través de sus obras, documentos de prensa de la época en la que desarrolló su trabajo y piezas de otros artistas contemporáneos a él.
La esencia de un Matiz joven se dibuja en la muestra con sus comienzos como caricaturista en EL TIEMPO, donde poco a poco y con cierto fulgor pasó a ser fotógrafo, gracias a la cámara que le regaló Enrique Santos y le permitió publicar su primera imagen en 1938, a sus 20 años.
“Es interesante ver en esa sala el recorrido que tuvo entre caricatura y fotografía. También vemos fotografías de Luis B. Ramos que nos permiten entender todo el estilo que adquiere Matiz en sus primeros años en este campo y que de cierta manera repitió en México”, dice Julien Petit, curador de la exposición junto con Sigrid Castañeda.
De la fotografía social de Matiz en México, donde estuvo entre 1941 y 1947, y en la cual los protagonistas eran los campesinos, se pasa a la pelea entre el muralista David Alfaro Siqueiros y Matiz, dada por el supuesto plagio de unas imágenes que el mexicano utilizó para su pintura de caballete.
Los curadores quisieron mostrar que, tal vez, el origen del pleito se dio en la diferencia del uso que hay entre la pintura mural y la de caballete, pues como decía Siqueiros: “Yo uso la fotografía como un boceto previo para mi trabajo porque esta tiene cualidades óptimas, tonales, que son de gran ayuda al momento de realizar una pintura”.
Entre fotografías icónicas, en la tercera sala de la muestra se explora cómo fueron los siguientes años de Matiz, luego de su regreso a Colombia en 1948, cuando viajó para cubrir la IX Conferencia Panamericana y en donde había acordado entrevistar a Jorge Eliécer Gaitán.
Durante el Bogotazo, Matiz recibió una bala en la pierna izquierda y fue llevado a la Clínica Central, donde también se encontraba el cuerpo de Gaitán. El periodista Miguel Ángel Pérez le prestó una cámara con la que pudo capturar la trepanación del líder asesinado.
Agente de modernidad
Matiz abrió su galería en Bogotá en 1950, donde Fernando Botero realizó su primera exposición, cuando tenía 19 años. Por este espacio pasaron 300 exposiciones durante 10 años.
También tuvo una presencia activa en las tertulias culturales de la época y un fuerte vínculo con otros personajes destacados como León de Greiff, en el legendario Café Automático, donde se hablaba de política y literatura.
Desde principios de los años 50, Matiz desarrolló una actividad de fotógrafo comercial, distanciada radicalmente de la iconografía social que se conocía en Bogotá y en México, dada en el marco del desarrollo económico e industrial de Colombia –especialmente en el contexto de la subida al poder de Gustavo Rojas Pinilla–, la cual incluyó el inicio de un proyecto de modernización de la infraestructura en el territorio colombiano.
Matiz documentó esto, se alejó de las fotografías de los sujetos trabajadores y les dio paso a las formas de la infraestructura moderna, que presentaba características geométricas y motivos seriales y repetitivos, como capturar bolas de algodón o herramientas usadas para hacer barriles.
Dicha evolución terminó en la pura abstracción de las formas, que no surgió de la famosa abstracción venezolana sino de una derivación de su actividad como fotógrafo comercial, que incluyó pasar por la revista ‘Lámpara’. Esta quería posicionar la industria petrolera en el país, así como su interés por la modernidad artística.
Como epílogo se ve una serie de fotografías de los fuegos artificiales de la Liberación de París, en agosto de 1944, que al parecer, según la investigación hecha por los curadores, perteneció más a su interés por la abstracción y no a un cubrimiento de los hechos y de la celebración.
“Ahí mismo se ve toda la operación de mitificación y ficcionalización que ha sufrido su obra; de ahí, la importancia de seguir investigando su trabajo”, concluye Petit.
Además, la muestra exhibe creaciones de otros artistas que de alguna forma se cruzan biográficamente o estéticamente con la vida de Leo Matiz.
Por ejemplo, se pueden ver obras de Carlos Cruz-Diez, Julio Le Parc, Ignacio Gómez Jaramillo, Omar Rayo, Julio Abril, Jesús Soto, Alejandro Otero, Luis Alberto Acuña y Fernando Botero.
Dónde y cuándo
Hasta el 30 de julio, en el tercer piso del Museo de Arte Miguel Urrutia. Lunes a sábado: 9 a. m. a 7 p. m. (Cerrado los martes). Domingo: 10 a. m. a 5 p. m. Calle 11 n.° 4-21.