La sensibilidad del Gallo

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Cien tonadas para El Gallo

Por Luis Orlando Leon Carpio

Jorge Luis Díaz González es el exponente vivo más importante que pueda revivir las clásicas tonadas trinitarias, expresión autóctona del folclor africano en la tercera villa de Cuba

Su voz es el grito de libertad de los esclavos en el palenque, la orden de rebelión hacia el monte. Dicen que canta como un dios africano encadenado en Trinidad, al centro sur de Cuba. Es mulato hasta la médula, símbolo de la mezcla de culturas de esta isla en el Caribe. Con estatura rechoncha de hispano y semblante de negro congo, sus gestos son los de un partido de dominó en la esquina del barrio. Al caminar, tiene la cadencia de un tambor batá: duro y preciso, pese a los años.

“Me llamo Jorge Luis Díaz González, pero me dicen El Gallo. Ese apodo es muy grande. Mama decía que ella tenía un abuelo al que le decían Gallo porque se alzó en un palenque y a esos le decían así, por ser jefe del gallinero. Pero a papa Feliciano también se lo decían porque cuando Ñico Saquito sacó aquel tema Cuidadito, compay Gallo, cuidadito, así como usted me ve, yo tengo mi periquita, busque usted su gallinita, que esas sí son para usted… se quedó con ese apodo. Y bueno, se me pegó mucho más porque me dediqué a la música completamente, al canto. Yo estaba en el coro de Trinidad, en el kokoró, en el folclórico, en las tonadas, y hasta en el grupito de Isabel Bécquer”.

El Gallo habla de la música con la misma sensibilidad que habla de sus siete hijos, de sus padres, de sus amigos, de la ciudad que lo vio nacer y de la cultura toda. Tiene más de 70 años en sus costillas cuando comienza a mirar su vida y obra en perspectiva y se descubre feliz.

El Gallo tiene una sinceridad casi infantil. Habla desde el corazón sin pensar en consecuencias, tanto de su vida y recuerdos felices como cuando libera alguna ráfaga de crítica. Mas, suele ser tremendamente dulce a la hora de referirse a los demás. No parece haber malicia en su lengua, sino humildad. La clase de humildad de un hombre que se ha debatido una vida entera entre mantener las tradiciones musicales de Trinidad, ganarse el pan de cada día por medio del oficio de la plomería y vivir hondas pasiones con el béisbol.

“A la plomería yo le debo mucho, sobre todo los quilos del mes. Tenía dos profesores muy buenos: Amado Terreiro y José Ramón Ortiz Villa, que no me explotaban incluso con la necesidad que había. Ya van a ser unos 60 y pico que soy plomero. No lo dejé ni por la pelota, que también practiqué. Sin jactancia te digo que hice una pila de cosas”.

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El Gallo es el exponente vivo más importante que pueda revivir las clásicas tonadas trinitarias.

En usted confluyen un plomero, un pelotero y un músico. ¿Cómo ha logrado dividirse entre tantas cosas?

Realmente la música era después de las cuatro o las cinco de la tarde. Conmigo tuvieron una “concepción”, claro pa’ aprovechar algunos conocimientos que yo tenía. Ensayaba con el coro municipal, dedicaba media hora sin perder tiempo, a las siete cogía el “bocaíto” y me iba pa’l folclórico a ensayar. El instructor ahí era mi primo hermano Amador Ramírez. Los domingos practicábamos la pelota y siempre la plomería porque había que ganarse los quilos. La verdad no sé cómo yo me dividía en tanto, pero buscaba la manera de no quedar mal con nadie. Los días de descanso iba mucho al folclórico y al kokoró.

¿Usted estudió música?

No, no lo hice, y tuve la oportunidad. Mama practicaba el violín, y mi abuela por parte de ella era “guitarrera”, y dicen que muy buena…

¿Y cómo logra insertarse en movimientos importantes de la música trinitaria sin haber pasado por una escuela?

Un problema de gusto y de que lo traigo en la sangre. Muchas veces hasta volé turno, no comí, por no perder el ensayo del kokoró, o del coro, o del folclórico. Busqué la manera de hacerlo bien, porque me daba roña que me requirieran. Modestia aparte, hice lo mejor que pude y me gané cosas. Yo fui afuera. A Francia y a España. Con el folclórico y con el kokoró.

El Gallo es la clase de artista que nos recuerda cuánto arte puede haber en lo popular. No por gusto la Asamblea Municipal del Poder Popular de Trinidad lo agasajó en el 2016 con el Premio Único de las Artes que se les otorga a figuras indispensables del terruño, en el marco de las celebraciones por el aniversario de fundación de la ciudad.

Hasta ahora, es el exponente vivo más importante que pueda revivir las clásicas tonadas trinitarias, expresión autóctona del folclor africano en la tercera villa fundada por los españoles en Cuba.

Las tonadas son el más genuino aporte musical trinitario del siglo XIX, donde la prosa hispánica es expresada utilizando ritmo e instrumentación puros de origen africano, de acuerdo con el musicólogo Enrique Zayas Bringas.

Las letras y melodías de las tonadas eran de dominio popular y en su mayoría han sido trasladadas oralmente de generación en generación. Su creación tendía a ser espontánea. Algunas de ellas se han perdido y otras yacen transcritas en espera de quien las rescate. La mayoría andan a resguardo en la mente de El Gallo, quien a veces se le ve triste cuando habla de aquello que pudiera irse con él si nadie lo toma con la pasión y la seriedad que requiere la música trinitaria.

“La tonada es una cosa muy grande. Eso es del siglo XIX, de bien atrás, no de ayer. Eso es autóctono. Aquí arrancaban los fandangos en La Popa y El Pimpá tenía una que decía: A la calle me voy a caminar… El barrio de Jibabuco, de al lado de La Popa, y luego Pantalones, y al lado La Barranca, y por el otro lado la Loma de los chivos, y luego Santa Ana. Esa gente hacía competencia a base de tonadas nada más. Salía el toro y el pueblo atrás con la música vociferando. Eso se celebraba año tras año en los días de San Antonio. Casi todo eso yo me lo sé, pero nunca me han llamado para rescatar casi nada”.

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Tiene más de 70 años en sus costillas cuando comienza a mirar su vida y obra en perspectiva y se descubre feliz. (Foto: Carlos Luis Sotolongo/ Escambray)

El Gallo se desabrocha una riñonera que está ajada y maltrecha. La abre con ímpetu y delicadeza y comienza a hurgar entre papelitos y anotaciones. No detiene su disertación.

“Casi todas las tonadas tienen un carácter de improvisación, pero quedan algunas obras registradas que son propias de los mismos integrantes. Por ejemplo, como el tuntún: tun tun quién va, soy tu marido mujer, no me conoces la voz, ábreme la puerta por Dios, que eso así no puede ser… eso es una sátira. ¡Yo tengo un papelón así! Deja ver si las puedo montar. ¡Son como 100, yo las tengo en la cabeza! Todas no, pero sí tengo muchas”.

Logra sacar un papel impreso en cinta, doblado y deslucido, casi al romperse. Está sucio, pero la suciedad connota la pasión con que El Gallo resguarda la obra, consigo a donde quiera que vaya, lista para ser liberada donde le tome la oportunidad. La hoja muestra cuartetas enumeradas que suman 20. Él las señala con un “mira, aquí las tengo”, y me aclara que son más y que trabaja todos los días para que no se pierdan. “Claro, Valdespino es quien me ayuda con este asunto, y en el grupito de nosotros montamos algunas tonadas”, asegura.

¿Qué más pudiera hacer para que no se pierdan?

Hay que cantarlas. Para aprenderse la tonalidad y las letras que son corticas, pero traen confusión a veces… por la tonalidad.

Yo estoy en Cultura lunes, miércoles y viernes a las cinco de la tarde. Ensayamos ahí. El grupo de tonadas está ahí porque es la forma que tenemos de rescatarlas. De hecho, hay muchos jóvenes.

Pero antes de las tonadas usted fue líder del folclórico en Trinidad…

Yo llegué allí como bailarín.

Me contó su hijo que usted fue un bailarín “salvaje”.

Era (Sonríe). Yo fui corifeo. ¿Tú sabes lo que eso quiere decir? El que lleva las líneas de adelante alante, el líder. Era el año 1963 más o menos, acababa de triunfar la Revolución.

¿Por qué cambia el baile por la música?

Empezaron a morir los viejitos y me ponían a suplir. Yo cantaba y los directores vieron que tenía cualidades. Además, me gustaba. Pero, pa’ que veas, llegué allí por una necesidad del grupo.

O sea, que usted no lo tenía planeado…

¡No! Pero al final me quedé con todos los cantos: congo, congo bantú, conga, rumba, comparsa, cocuyé, abbacuá… todo menos yoruba, porque con eso solo hacía algunos montajes como el Elegguá, Oggún, Ochún…

¿Usted practica las religiones afrocubanas?

¡No!

¿Por qué?

Porque yo soy como mama, que no estaba de acuerdo con algunas cosas de la yoruba, y de la regla de ocha, la santería y esas cosas; entonces ella decía para ser un santo por problemas de enfermedad no hay que buscar tanto.

¿Y cómo puede una persona que no practica esa religión mantener esa pasión por muestras culturales que vienen de la esencia de esas creencias?

Porque al que le gusta el tambor y ese contagio, no necesita más nada. Para mí lo más lindo es ver que es parte de nuestra cultura.

Básicamente está en todo esto por amor al arte.

Exactamente. Por eso alcancé el primer nivel en la evaluación de Cultura.

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Se llama Jorge Luis Díaz González, pero le dicen El Gallo. (Foto: Carlos Luis Sotolongo/ Escambray)

Usted tiene 7 hijos.

Y uno que crié que me ha salido muy bueno. Le dicen el Gago.

¿Qué cree que les falta hoy a las tradiciones folclóricas de Trinidad?

El folclórico aquí está en el suelo. Si tú eres nacido y criado en Guantánamo, tú te conoces las tradiciones de Guantánamo. Pero si tú eres de Guantánamo no puedes venir a Trinidad a dirigir con lo que sabes de allá. Aquí hay que empezar a conocer primero la cultura local pa’ después dirigirla. Por eso yo veo que la cultura folclórica se ha caído. Hay dejadez en ese sentido. Eso ponlo ahí, que te lo digo yo con potestad.

Publicado en Escambray

 

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