Festival Barenboim 2018

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Eterna lucha entre lo nuevo y lo viejo

Por Santiago Giordano

Con la puesta en escena de Tristán e Isolda de Richard Wagner comenzará mañana, en el Teatro Colón, el Festival Barenboim 2018. Será, entre otras cosas, el debut operístico en el Colón del gran pianista y director argentino, un comienzo distinto para un festival que este año, además de la inclusión de una ópera –en realidad, un título para el que el mismo Wagner utilizó el término “drama musical”–, presenta significativas variantes respecto a ediciones anteriores. La orquesta será esta vez la Staatskapelle de Berlín, que alternará entre el foso del Colón y la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Allí, Daniel Barenboim dirigirá el ciclo integral de las sinfonías de Johannes Brahms y un concierto con obras de Claude Debussy –para conmemorar el centenario de su muerte– e Igor Stravinsky. Contrariando el espíritu de la ley con que fue creado el CCK, estos conciertos del ciclo sinfónico serán con entrada paga, algo que por primera vez sucederá en este espacio, que desde su inauguración en 2015 se distinguió por la gratuidad de su oferta. El precio oscila entre los 120 y los 2400 pesos, según la ubicación. El Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos y el Ministerio de Cultura de la Nación son organizadores del festival, junto al Teatro Colón. Otra variante de este Festival Barenboim será que no estará como solista principal Martha Argerich, que sí actuará en Buenos Aires el 12 de agosto, también en el CCK.

Tras el debut del miércoles, Tristán e Isolda volverá a escena el sábado 14 y el miércoles 18, a las 18, y el domingo 22, a las 15, en el Colón. El ciclo con las sinfonías de Brahms se articulará en dos programas, cada uno con repetición. La primera y la segunda sinfonía del compositor alemán se podrán escuchar el viernes 13 y martes 17, y la tercera y la cuarta el domingo 15 y el jueves 19, en todos los casos a las 20. El viernes 20, Barenboim y la Staatskapelle de Berlín ofrecerán un programa articulado con Images, de Claude Debussy, y La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky. Las localidades para todas las funciones del Festival Barenboim 2018, ópera y conciertos, están disponibles en la boletería del Teatro Colón (Tucumán 1171) de lunes a sábado de 9 a 20 y los domingos hasta las 17, o a través de la página del teatro.

Tristán e Isolda llega a Buenos Aires con la producción musical y escénica de la Opera de Berlín –Staatsoper Unter der Linden– en la celebrada versión del director de escena Harry Kupfer, que se estrenó en Alemania en 2003, con la escenografía de Hans Schavernoch y los vestuarios de Buki Shiff. El elenco de cantantes está integrado por acreditados especialista en el repertorio wagneriano. El tenor Peter Seiffert interpretará a Tristán, el barítono surcoreano Kwangchul Youn –que participó del estreno en 2003– será el rey Marke, y el rol de Isolda será compartido entre Anja Kampe (el 11 y el 14) e Iréne Theorin (el 18 y el 22). Actuarán además el barítono Boaz Daniel como Kurvenal, el tenor Gustavo López Manzitti como Melot, la mezzosoprano Angela Denoke como Brangäne y el Coro Estable del Colón, dirigido por Miguel Martínez.

Como buena parte de las obras de Wagner, también Tristán e Isolda comienza antes de su creación. En una carta que envía a su amigo Franz Liszt en 1854, tres años antes de comenzar la composición, Wagner anticipaba: “Puesto que en mi vida no pude gozar de la verdadera felicidad del amor, quiero levantar al más bello de mis sueños un monumento en el que desde el principio hasta el final, el amor, por una vez, encontrará una total realización”. Por aquellos años, apremiado por las deudas, entre las lecturas de Schopenauer, y una relación tormentosa y no resuelta con Mathilde Wesendonk, poeta y esposa del rico comerciante suizo que lo acogió en un momento de su exilio, Wagner había encontrado el sujeto para su monumento en el poema del trovador germano del Siglo XIII Godofredo de Strasburgo, basado en una leyenda celta.

Una princesa irlandesa con poderes sanadores, el valiente guerrero, la batalla, la venganza y el deseo, el flechazo incontenible del amor, la voluntad del rey, el impulso transfigurado de la carne, el escondite de las noches compartidas, albas que se demoran, barcos que nunca llegan, desesperación. La muerte y la salvación. Son estos los elementos que se barajan en uno de los títulos más celebrados de todos los tiempos. Tristán e Isolda es una obra definitiva del Romanticismo, en la que la herencia de la tragedia griega y los albores una nueva etapa para la música moderna se encuentran en una visión del mundo impregnada de pesimismo. El amor ideal que ninguna realidad es capaz de contener, realiza su plenitud sólo con en la muerte.

Esa felicidad de no ser, magma y enigma, se refleja en una música exuberante, sensual y precisa. La escritura orquestal de Wagner es sensible hasta el paroxismo, y la trama de motivos recurrentes que identifican personajes y situaciones en un continuo melódico es de gran eficacia expresiva y narrativa. Ya en el preludio del primer acto, en el segundo compás, el “motivo del deseo” deriva en el famoso “acorde de Tristán”, la gran tensión que en sus múltiples posibilidades de resolución relativiza el sistema tonal y señala su extenuación, su final. Esa gran tensión, acústica y simbólica, sostendrá una obra única. Después de más de cuatro horas de música, nada volverá a ser como era.

Sugestivo resulta el contrapunto entre el pródigo Wagner del Tristán y el cuidadoso Brahms de las sinfonías, en la continuidad del Festival Barenboim. La titánica generosidad artística del director atravesará en sus presentaciones las polémicas que marcaron la idea de música en la segunda mitad del Siglo XIX, entre el revolucionario que imaginó la obra de arte total en lo que llamaba el “drama musical” y las sinfonías de un hijo de la tradición. Mientras Tristán e Isolda representa el abismo, el final tras el cual no se sabe qué podría comenzar, en la caudalosa obra de Brahms las sinfonías representan lo que podría considerarse el renacimiento del género en Europa, tras el apogeo del poema sinfónico.

Barenboim pondrá en escena un capítulo más de la eterna lucha entre lo nuevo y lo viejo, en un festival que culminará con Debussy y Stravisnky, compositores que desde su lugar y a su manera, plantearon posibles continuidades para aquel final. Una gesta que el gran director cumplirá al frente de la Staatskapelle, en lo que seguramente quedará entre los grandes eventos de esta temporada.

Página12

 

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