Gonzalo Portocarro, editor peruano: «Hay una especie de pacto de que la discriminación puede existir como práctica»

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Por Maribel de La Paz

Lejos de quedarse en el pasado, el llamado «Manuscrito de Huarochirí» puede ayudar a echar luces sobre los saberes de los  antiguos peruanos, favoreciendo el desarrollo de un orgullo nacional que colabore en la consolidación de una ciudadanía plena para todos. Así lo entiende Gonzalo Portocarrero, editor de la publicación «Ecos de Huarochirí», un conjunto de artículos en torno a este fundamental volumen.

Escrito hacia 1598, el manuscrito es un grupo de 31 textos reunidos por el jesuita Francisco de Ávila en el que se da cuenta del conjunto de dioses, mitos y rituales del Perú antiguo. Como el propio Portocarrero señala en la introducción a la obra que se presenta este jueves en la Feria del Libro: «El manuscrito es una fuente de valor inestimable para comprender la cultura del Perú contemporáneo».

En medio de un clima viciado en el que la corrupción se evidencia, una vez más,como aciago autogol patrio, vale la pena volver la mirada a enseñanzas ancestrales de tiempos sin Doctor Rock.

—Como Arguedas, durante tu propia infancia tú mismo descubriste las injusticias sociales, en particular con el servicio doméstico.

En la casa de mi abuela fui testigo atento de cómo funcionaban las relaciones entre patrones y empleados en la década del 50, cuando transcurrió mi infancia. Del lado de los patrones, que estaba encarnado en mi abuela, me impactó la violencia verbal y hasta física. Podía llamar a una empleada y jalarle el pelo.

—¿Recuerdas el momento en que te diste cuenta de que eso estaba mal?

Fue algo de lo que me percaté a los 6 o 7 años. Era muy notable la contradicción entre lo que aprendía en el colegio Recoleta, que era la la enseñanza de Jesús, e inclusive en la misma casa de mi abuela, y el comportamiento práctico: el trato que le daban al mundo de las empleadas. Algo que ya estaba denunciado, por ejemplo, por Felipe Guaman Poma de Ayala, que critica a los curas y a los españoles por soberbiosos. Para él, el peor pecado que podría tener alguien es la soberbia, entendida por él como creerse superior y disminuir o menospreciar al resto.

—De la soberbia se podría decir que es también germen del racismo.

Y es lo que define la actitud diabólica, porque Satán cayó al ilusionarse a sí mismo como más bonito que Dios. El pecado satánico central es justamente creerse superior a todos. Es la soberbia. Por otro lado, el racismo se interioriza bajo la forma de una baja autoestima, bajo la égida de que somos, pues, la verdad, bastante deficitarios en muchas cosas.

—En el país del autodesprecio, como has dicho alguna vez.

Sí, tenemos esa tendencia a no valorarnos, pero creo que eso ha comenzado a cambiar. La última parte del período clasificatorio del Mundial de Fútbol, por ejemplo, llevó a un orgullo nacional con un sentimiento de fraternidad que hace mucho tiempo no se vivía en el Perú, y que a diferencia de otras épocas de exaltación nacionalista, esta vez ha sido mucho más generalizado.

—¿Dirías que el «Manuscritode Huarochirí» es una llave para el mejor entendimiento nacional?

Yo diría que sí, porque bien leído nos hace sentir orgullosos y reconsiderar la sabiduría de nuestros ancestros. Al principio el manuscrito no fue muy apreciado, era visto como una curiosidad, como una serie de supercherías, pero conforme se le va estudiando más, y desde luego lo merece, se va concluyendo que el manuscrito es un conjunto de relatos que tienen un trasfondo muy creativo, muy literario, que dicen a los personajes que los escuchan o que ahora los leen qué es la vida, cómo vivirla, cuál es nuestro destino final; es decir, que tienen toda una filosofía de la vida que es tan plausible como puede serlo la occidental.

—¿Y qué hechos discriminatorios te siguen llamando la atención hoy en día?

Bueno, hay una suerte de lucha entre una creciente consciencia de igualdad y la inercia histórica de la discriminación. Hay una especie de pacto de que la discriminación puede existir como práctica, pero no traducida en una normatividad que diga que la empleada doméstica, por el hecho de ser mayoritariamente de ascendencia indígena, es inferior. Eso ya no existe. Esa es la evolución histórica que estamos teniendo, y que se ha acelerado desde el desborde popular.

—¿Cuál dirías que fue el aspecto de esa costra racista con la que crecemos del que más te costó desprenderte personalmente?

Bueno, no me he deshecho de todo, porque los hábitos son muy fuertes. Son automatismos del conocimiento y de la sensibilidad que se van sedimentando, especialmente en la niñez de uno, a partir de lo que escucha y de lo que ve. Y una vez que ya están bien sedimentados en el inconsciente de la persona que se ha formado en una situación racista es muy difícil de erradicar… El retroceso del racismo ha dado lugar en mí a una consciencia creciente de la igualdad y a la posibilidad de una mayor proximidad con los demás, pero aún así siento la diferencia de cultura, usos y costumbres no como una barrera absoluta, pero sí como una distancia que no es fácil de superar.

—En tu blog afirmas haber tenido suerte en la vida. ¿Dónde radica esa gran suerte tuya?

Bueno, no emplearía la palabra ‘gran’, solo la palabra ‘suerte’. He  tenido suerte en la vida porque fui un niño deseado, querido, que nace en un hogar sin carencias materiales importantes, y eso ya me coloca en el diez por ciento de personas con mejor destino en nuestro país.
Pude estudiar, y estudié también en el extranjero, y entonces, sí, pues, he tenido suerte porque esas son cosas que uno no controla… En el Perú hay un cambio de hábitos que está demorando. El mundo del desborde popular, que es la clase media emergente que migró a Lima desde los años 50 y logró hacerse una situación, construir su casa, desprecia a los nuevos migrantes, pagando a los obreros o a las empleadas del hogar cifras mínimas, no respetando sus derechos como ellos mismos no fueron respetados. Aunque, claro, todas estas generalizaciones son peligrosas.

—La perpetuación del mal, digamos.

Sí, y lo vemos mucho en nuestro país, es decir, el hecho de que no haya una educación cívica en términos de respeto al otro, de reconocimiento de sus derechos, de empatía y solidaridad. Todas esas cosas todavía son bastante incipientes en el Perú, pero van a ir por supuesto reafirmándose, porque si yo comparo el Perú de mi infancia con el actual, el de la actualidad es una sociedad mucho más democrática.

—Siendo Arguedas un pionero de la comprensión de nuestra diversidad, ¿cuál es el gran salto que hemos dado como sociedad desde el país que le tocó vivir en su infancia hasta el Perú actual?

Justamente Arguedas vivió entre dos mundos: la cocina indígena y el comedor de los mistis, de los hacendados. Y él comprendió las mentalidades y las sensibilidades de estos mundos, y no se le dio por predicar un odio o una revancha. Se preocupó por tratar de integrar mostrando al mundo criollo los logros del mundo indígena, que no era como los mistis creían, porque había un estereotipo de que el indio era un ser melancólico, poco creativo, ocioso, alcohólico. Entonces, todos estos estereotipos fueron relativizados por Arguedas en sus novelas, donde él aprecia mucho la solidaridad que se tenían o tienen los campesinos entre sí, y también su creatividad, y quizás sobre todo su alegría, que era invisible para los criollos.

—¿Podría decirse que es más difícil de erradicar un racismo como el peruano, que carece de un discurso oficial, pero que recorre todo el tejido social?

Que recorre el tejido socialy también las mentalidades individuales, porque el racismo es básicamente inconsciente. La gente no sabe lo racista que es. Quizá es más difícil de erradicar… Y hay algo que quizá no he dicho, pero que es muy importante: el título del libro es «Ecos de Huarochirí», que alude al hecho de que lo que mucho tiempo se pensó como muerto o sin futuro, que era el mundo indígena y la cultura andina, en realidad tiene una presencia gravitante en nuestro país, y el manuscrito es la fuente más importante para aproximarse a la cultura indígena prehispánica. Hay que estudiarlo a fondo. Hay que ver cómo esas creencias han ido  transformándose en la actual mentalidad popular.

El Comercio

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