Hubert Manila, poeta tlapaneco: «La poesía indígena no es casual, sino necesaria»
La poesía indígena no es casual, sino necesaria, dice Hubert Malina
Por Marcos Daniel Aguilar
Hubert Martínez Calleja, mejor conocido como Hubert Matiúwàa (Malinaltepec, 1986), es un escritor nacido en la región de la Montaña, en Guerrero. Originario de la cultura Mè`phàà, que en castellano se conoce como tlapaneco, Hubert ha publicado dos poemarios bilingües con los que ha ganado el Premio Cenzontle y recientemente el Premio de Literaturas Indígenas de América 2017. Egresado de la maestría en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, Hubert habla en entrevista sobre la poesía como la forma en que su pueblo ha sobrevivido a la marginación y a la violencia que azota a su estado.
— Se ha dedicado a estudiar el origen y desarrollo de tu lengua, ¿qué ha pasado con el Mè`phàà?
— El Mè`phàà es una lengua que se ha encontrado en el estado de Guerrero, ahí está el asentamiento, pero ésta migró a Centroamérica, particularmente a Nicaragua; ahí a la lengua se le llamó sutiaba, que es una cultura que hoy se reivindica como descendiente de la cultura Mè`phàà, según varios antropólogos, quienes en sus estudios léxico estadísticos dicen que hay una separación de casi dos mil años entre la lengua de Guerrero y la de Centroamérica. A través de las crónicas se puede saber que mi lengua está emparentada con la que se habló en Nicaragua, porque el último hablante en aquel país murió en la década de 1960. Yo viajé hasta allá y conocí a Enrique de la Concepción Fonseca, que era poeta y se preocupó por la recuperación de la lengua de Sutiaba y pudimos tener una conversación, complicada, pero pudimos hablar. Él murió en 2016 y escribió un diccionario de la lengua Sutiaba.
— ¿Qué expresiones poéticas o lingüísticas encontró en su viaje?
— A parte de encontrarme con Fonseca, encontré otras expresiones. Por ejemplo, mi primer libro Xtámbaa (Pluralia, 2016), la palabra Xtáhace referencia a la piel, para mi cultura la piel es muy importante porque es una identidad; cuando yo te digoxtambia quiere decir “piel lloró”, cuando yo me refiero a alguien tengo que decir que son una piel que hace algo y eso da una identidad. Por ello,tenemos ritos como uno que se llama “Piel desollada”,dedicado a una deidad que es Xipe Tótec, y en Nicaragua encontré una cordillera que le llaman de Los Desollados, que hacía referencia desde la lengua Sutiaba y que fue un ritual de inmolación cuando llegó la invasión española. Los abuelos se quitaron la piel y se la pasaron a los jóvenes para comenzar la guerra que definió la vida de la cultura.
— En la Montaña de Guerrero, ¿cómo ha cambiado la lengua durante los procesos de la modernidad?
— Hay una economía global y hay una cultura que se pretende global para imponer esa economía. En los pueblos hemos sentido este choque porque no encajamos en ella. Por ejemplo, esto se expresa en la lengua, cuando en Mè`phàà decimos “cerro luciérnaga”, en español se dice “cerro de la luciérnaga”, en mi cultura el cerro se puede transformar en una luciérnaga, en cambio en español se dice que el cerro le pertenece a la luciérnaga; es una lengua de posesión, en castellano las palabras ya no tienen posibilidades de tener otra identidad. El español impuso y colonizó a partir de su visión y dijo “tú serás esto”, y entonces relegó y violentó otras visiones como las nuestras. Por ello, la cultura hegemónica nos dice que toda lengua con historia se tiene que escribir, pero no respeta la oralidad de los otros pueblos cuya palabra oral es la base para adquirir el conocimiento. Porque lo que en Occidente le llaman mitos, para nosotros es el conocimiento más complejo para enseñar a las nuevas generaciones el sentido de la existencia humana. Entonces, ¿cómo hacerle frente al mundo global? Algunos escribimos, pero algún día otros usarán la tecnología para decirle al mundo cómo hablamos y escribimos nuestra lengua porque queremos ganar derechos en este sistema global, derechos que aún no existen.
— ¿Cómo se entiende la poesía en la cultura Mè`phàà?
La escritura ha sistematizado el conocimiento y lo ha hecho propiedad de los editores y los autores, pero en una comunidad no existen autores, porque todos son autores, por ejemplo, yo resuelvo una historia conforme a mi necesidad, antes se contaba la historia del zopilote que se convierte en hombre cuando no se daban las cosechas, pero ahora es porque la gente debe migrar a los Estados Unidos o porque se ve obligada a sembrar amapola, esto va cambiando como cambia la realidad. Cada pueblo agrega elementos nuevos, eso hace del conocimiento algo abierto y colectivo, nadie es dueño de las historias orales, todos somos dueños. En la actualidad como pueblos excluidos debemos exigir a los gobiernos que reconozcan esas otras formas del saber. Ahora que se discute el fomento a la cultura, yo creo que no se puede hacer nada si no se parte desde esta base, para que la gente trabaje esto desde su comunidad sin necesidad de migrar.
— ¿Entonces, qué es la poesía para usted?
— La poesía ha sido una expresión de los pueblos para exigir derechos desde hace 500 años, como lo dice la declaración del EZLN que exigió techo, educación y democracia. La poesía escrita es una expresión que la modernidad nos impuso para sobrevivir como pueblos. En mi pueblo siempre ha habido poetas en lo oral, pero necesitamos de una lengua franca para que tú me entiendas de qué te estoy hablando, para que se entienda ese hecho que en occidente han llamado poesía. La poesía es necesaria para que mi pueblo se siga contando porque no somos una cosa lineal, somos consecuencia de otros, de aquellos que tuvieron que morir para que yo existiera, de aquellos que hablaron la lengua viva y que se tuvieron que ir a una montaña inhóspita para sobrevivir, consecuencia de los que se armaron de valor y bajaron de la montaña para decir “soy indio”, aunque esa palabra fuera algo que les ofendiera en su dignidad, pero que la asumieron para buscar derechos. En ese sentido nuestra poesía no es casual sino necesaria.
— En los temas de su libro Cicatriz que te mira (Pluralia, 2018) habla de la migración, de la violencia que provoca el cultivo de la amapola por el crimen organizado, ¿por qué?
— Uno siempre habla sobre lo que le toca vivir. Qué pasa cuando esos lugares que recuerdas están llenos de violencia, de situaciones de falta a los derechos humanos. Yo creo que eso es lo que tienes que decir. Las historias no son ficticias, son reales y antes de escribirlas fueron vidas y costaron mucho escribirlas. Yo sé que muchas personas no quisieran escribir sobre esto, daríamos todo porque este tiempo no hubieran ocurrido. La violencia se ha normalizado, así como la exclusión, por eso la violencia es cotidiana. ¿Qué pasó después de Ayotzinapa?, se supone que no debía ocurrir otra vez, pero sigue pasando.