Los zapatos de un monstruo

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Los zapatos de un monstruo

Laura Restrepo habla de Los Divinos, novela que se adentra en un feminicidio que sacudió a Colombia.
Por Carlos Reyna
El caso de Yuliana Samboní es quizás uno de los crímenes que más ha estremecido a Colombia. Una niña de siete años desapareció la mañana del 4 de diciembre de 2016, en uno de los barrios más pobres de Bogotá. Y casi siete horas después, su cadáver apareció en un distrito de clase alta y con los signos inequívocos de la tortura y el abuso. Las autoridades tampoco tardaron en descubrir al asesino: un arquitecto de 38 años llamado Rafael Uribe que vivió siempre rodeado de privilegios. Este hombre que, en apariencia tenía todo, se convirtió para siempre en un monstruo.

Este caso le quitó el sueño a la escritora de 68 años, Laura Restrepo. No sólo eso, el recuerdo del crimen obligó a la ganadora del Premio Alfaguara 2004 a dejar otro proyecto en el que llevaba trabajando varios meses. “Todo Colombia estaba pendiente, yo estaba en Arequipa cuando recibí la noticia, me la contó mi sobrina María. Ella conoció en la universidad a un grupo de personas cercanas al asesino”, dice en entrevista, en su más reciente visita a México.

Para escribir Los Divinos ,la autora no necesitó realizar una investigación. “La prensa ya lo había investigado todo y había dibujado a un monstruo que necesitaba bajar a la cotidianidad del ser humano para entenderlo”. Para escribir tuvo que abstraerse de las noticias y lo hizo en su casa al norte de España, en Cataluña, donde vive actualmente. Desde ese lugar logró sobreponerse al horror que le causaba el caso y se instaló en los zapatos del asesino, para luego quitárselos horrorizada.

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Los Divinos, editada por Alfaguara, es la reconstrucción del caso tejido desde la ficción. Con un ritmo osado y lenguaje coloquial —de esa Colombia que Restrepo dice conocer como la palma de su mano— se puede seguir la vida de cinco hombres rondando los cuarenta que desde niños adoptaron el nombre de los Tutti-Frutti. Esta falsa hermandad se desarrolló en la clase privilegiada de Bogotá y se enfrenta a un crimen real del que intentarán salir ilesos. Un infanticidio que pondrá a prueba su amistad y que desenmascara de alguna forma el contexto de Rafael Uribe.

La novela explora cómo este grupo de hombres se relacionan de manera violenta con sus madres, sus novias, sus esposas, las empleadas domésticas o trabajadoras sexuales. “Una violencia que suele ser diferente en cada caso, pero que sigue siendo tolerada en muchas sociedades y reduce a las mujeres solamente a objetos”, dice.

“Los feminicidios y los infanticidios están en todas partes, en proporciones insospechadas, desde Ciudad Juárez hasta Bogotá. Y la violencia de género en América Latina está íntimamente ligada a la violencia de clase. Es como si resultara más fácil agredir a mujeres pobres o inmigrantes porque no hay consecuencias legales, porque son invisibles para la justicia”.

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Hace dos años en Veracruz, en el Pacífico mexicano, una menor de edad denunció que fue abusada por un grupo de jóvenes. Los medios destacaron que los acusados pertenecían a familias adineradas y que uno era hijo de un exalcalde. Los cuatro fueron apodados los Porkys. Casos así se repiten en el mundo: en España, un grupo de cinco adultos —cinco como los Tutti Frutti— fueron acusados de violar a una joven durante la fiesta de San Fermín. Ante la indignación fueron apodados: La Manada.

Rafael Uribe —el asesino real— fue trasladado a un penal de máxima seguridad conocido como “la Tramacúa”: una enorme penitenciaria con nueve torres y muros antiexplosivos, donde cumplirá una pena de 58 años por tortura, violación y asesinato. Cuando cruzó la puerta lo recibió un enorme letrero pintado que dice “Bienvenidos a morir en el infierno”. No se sabe si los presos lo pintaron por el terrible calor que hace en Valledupar o por las terribles condiciones de vida que hay dentro.

“Además de un ejercicio de deconstrucción del monstruo, es una novela contra el feminicidio. Es momento de que los hombres, que también se indignan, marchen con nosotras”, concluye.

Gatopardo

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