«No hubo un retrato equivocado, es el que teníamos ganas de hacer»

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Está sentado en la primera mesa de debate del Encuentro de Escrituras organizado en Maldonado por la intendencia. Le dan el micrófono y una de las primeras cosas que dice es que el debate por la literatura ya lo aburrió. Que prefiere hablar de periodismo. “No puedo explicar qué es la buena y la mala literatura; pero
identificar qué es el buen periodismo y qué no”, dice.

Después, Sergio Olguín –51 años, argentino, periodista, uno de los autores populares de la vecina orilla– vuelve a rearmar la postura, solo, en un salón de clases vacío del Liceo Departamental de la ciudad. “Leo lo que me interesa, no tengo un perfil académico, más allá de que estudié letras. Si leés algo que no te interesa solo porque te dicen que hay que leerlo, estás quitándole tiempo y atención a una literatura que sí te podría gustar”, expresa.

A pesar del gusto de charlar sobre periodismo, ya pasaron casi seis años desde que Olguín lo cambió por un ocio de escritor de redacción a tiempo completo. Y fue casi al mismo tiempo que su novela La fragilidad de los cuerpos se convertía en un éxito en las librerías de su país. En ese momento también entendió que quería escribir otras cosas. Guiones de cine, por ejemplo. Y es así como el 2018 le encuentra con dos trabajos recientes que lo dividen entre sus dos grandes pasiones actuales: su último libro, 1982 (Alfaguara, $ 650), y el guion de El Ángel, la película sobre Carlos Robledo Puch que todavía está en cines en Uruguay.

¿Cómo fue el cambio de escribir para el papel a hacerlo para la pantalla?

La diferencia es que el dueño de la novela soy yo. Hago lo que quiero con ella. Después sí, hay un trabajo posterior de edición en conjunto con mi editora, pero siempre en relación a mi estética, a lo que yo pretendo. Hago mi libro. Cuando escribís un guion, lo primero que tenés que saber es que estás haciendo un trabajo de producción en el que participan distintos sectores. Por lo tanto, tenés límites creativos, técnicos y económicos que te pone la producción. En el cine seguís las obsesiones de un director, el dueño de la película.

¿Cómo se involucró en El Ángel?

Llegué al proyecto cuando ya había una primera versión del guion de Rodolfo Palacios y Luis Ortega que no había convencido a los productores. Había habido una especie de crisis interna y no sabían si iban a seguir con la película. Yo ya había trabajado junto a Rodolfo en periodismo; nos llevábamos bien. Rodolfo pensó que tenían que incorporar a alguien con quien se llevaran muy bien más que por sus virtudes técnicas, y por eso me llamaron a mí (risas). Lo primero que tuve que hacer fue renunciar al ego que significa ser escritor. Fue un período de mucho crecimiento profesional, aprendí mucho de ellos dos y el resultado me identifica totalmente; siento que soy parte de la película. Trabajar en equipo multiplica la capacidad creativa, te muestra cosas que solo no verías

¿Cómo vivió la polémica de la romantización del asesino que se generó en Argentina?

¿Alguien supone, por casualidad, que hubo piratas buenos? En todas las obras de piratas, desde Salgari hasta acá, hay héroes piratas. En Argentina sucedió que a partir de Twitter se quiso hacer una especie de boicot sin haberla visto, basándose en el afiche. Y eso tuvo que ver con el prejuicio que hay alrededor del mundo del crimen. Si el criminal se parece a vos, si es rubio, lindo, joven, tiene onda, le gusta bailar, entonces no puede ser criminal. No importa que en la película se muestre que es capaz de apuntarle a la madre, que le queme la cara a su amigo, que asesina a un montón de gente. En la película los asesina con una indiferencia buscada. Nosotros queríamos que no hubiera juicio moral. Que pusiera en discusión los principios para definir
a una persona. Por eso a algunos les hace ruido la película. No hubo un retrato equivocado; es el retrato que nosotros teníamos ganas de hacer. Y, además, lo malo sí aparece. Lo que no aparece son dos femicidios, que en ese momento no se calificaban como tal pero que hoy en perspectivas sí lo son.

No aparecen porque eso nos hubiera obligado a tener una perspectiva distinta a la que queríamos. No podríamos haber matado mujeres con la indiferencia con la que matamos a los hombres en pantalla. Queríamos remarcar la fascinación del personaje con el mundo del delito, sin juicios morales. Y para bien o para mal, el femicidio sí nos lleva a emitir juicios morales. Yo tengo una novela sobre eso, no es algo que me resulte difícil de tratar. Podríamos hacer tranquilamente una película sobre femicidas, pero sería distinta. Hay muchas cosas de la vida de Robledo Puch que no pusimos porque no nos interesaban narrativamente. Los que dicen que estamos aliviando su figura por dejar afuera los femicidios están equivocados, porque él también fue, seguramente, abusado en la adolescencia. Y no lo pusimos. Las confesiones de los crímenes están probadas por confesiones de él, no por pruebas concretas y fueron sacadas con tortura. Y tampoco lo pusimos. No nos interesaba mitigar su culpabilidad. Nos interesaba la fascinación íntima del personaje en ese universo de violencia y como de una familia corriente puede salir un asesino así.

Aún así, se involucraron en el debate de manera activa.

Porque tenemos una posición muy clara. Me agota mucho la policía de la cultura. Denunciar a una obra porque no aparece algo concreto es de policías morales. En la época del estalinismo se exigía que el cine y la literatura tuvieran determinadas características; en el macartismo también. Nosotros no queremos eso para nuestra cultura. No queremos que alguien venga a decir lo que podemos escribir y lo que no, lo que tenemos que filmar
y lo que no. Si bien la cuestión salió desde un sector con puntos de vista ideológicos y demandas que comparto, ponerse en ese lugar policíaco es nefasto para la cultura.

El Observador

 

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