Día del teatro latinoamericano
Por Redacción Nodal Cultura
El 8 de octubre de 1968 comenzó el primer Festival de Teatro de Manizales. Este encuentro escénico, que se desarrolla por estos días, es el más antiguo del continente. Este lunes se cumplen 50 años de su nacimiento.
Como conmemoración de esa fecha, desde 2016 se celebra el Día del Teatro Latinoamericano. Esto fue impulsado por el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit) y apoyado por cientos de grupos del continente.
El FITM ha sido testigo de su tiempo. Siempre se ha sostenido que el teatro es un reflejo de su época y, en estas circunstancias, los proyectos de realidad, desarrollados en escena, estarían reflejando lo que ocurre en el entorno: como son las transformaciones profundas que viene experimentando la cultura y la civilización latinoamericanas, y, por extensión, al espacio cultural común iberoamericano.
“Es para nosotros un honor que el movimiento teatral latinoamericano haya escogido simbólicamente la fecha del Festival de Manizales como el primer espacio de encuentro de nuestros teatristas, es un orgullo ser un referente en el continente”, dijo Octavio Arbeláez, director del Festival de Manizales.
Este lunes a las 8:30 pm se llevará a cabo la celebración de este día. En esta ocasión el festejo contará con la participación de Arístides Vargas, director del grupo ecuatoriano Malayerba, quien será el encargado de la lectura de la declaración que se ha preparado para la ocasión.
Según Arbeláez, esta jornada busca reflejar los discursos y las diversas formas de producción de los creadores teatrales de la región.
“El teatro entre nosotros es un arte atacado, y no debiéramos olvidar esto en América Latina. (…) En el arte son fundamentales las ideas para resistir a lo inhumano, a las ofensas de una época, a los medios de información, al olvido; una idea que problematice la realidad le agregue algo, la ensaye de nuevo” es parte del texto que leerá Aristides Vargas en la ceremonia y que compartimos completo a continuación.
Mensaje de Arístides Vargas
Es bueno tener un día dedicado al teatro de América Latina, fundamentalmente porque es un arte amenazado aunque no en extinción. El teatro podría ser una especie al borde de la desaparición, si entendemos que cuando un pájaro desaparece también desaparece la trayectoria de su vuelo, desparece la particularidad de ese canto que solo él puede cantar, la manera en que se sostiene en el aire, el arte de combinar el vuelo con el canto y este con el aire que lo sujeta, pero el teatro siempre está allí, en el borde, o en los bordes.
Entiendo el teatro de América Latina a partir de una consideración que Artaud tiene sobre el cuerpo. El “cuerpo sin órganos” lo llama, es decir, un cuerpo sin organización aparente, un cuerpo sin jerarquías, un cuerpo donde todas sus partes tienen la misma importancia. Lejos de una organización productiva, un organismo no integrado a un orden productivo, eso es un cuerpo sin órganos, una comuna que no quiere ser continente sino des-continente, que se expulsa fuera de sí mismo en diversas propuestas que surgen en un movimiento desde su propia motricidad o energía que deviene del movimiento anterior. Es imposible entender el teatro contemporáneo en el continente sino se entiende esta sucesión de movimientos que son su forma de caminar, y una manera de resistir a la inmovilidad y la muerte.
A menudo pienso en los maestros que nos precedieron, porque el teatro es memoria, pero una memoria que nos expulsa hacia adelante, es evocar con los ojos, rememorar con los oídos, para echar a andar los recuerdos emocionados del mirar y el oír, ver y escuchar la vida de lo que merece ser recordado, como lo son la Revolución en América de Sur de Boal, la puesta de Arturo Ui hecha por Atahualpa del Cioppo, o la Orgía de Buenaventura, Manda patibularia de Santiago García, o el Camino rojo…de Liera, tal vez Golpes a mi puerta de Juan Carlos Gené, entre otras que guardo en la memoria de los ojos, porque todo creador que crea recrea, toda artista que trabaja con su presente se sumerge en el tiempo que vive y en el tiempo que le precede, cae hacia atrás en la justa medida en que cree que está haciendo algo nuevo, tal vez lo haga porque dice que lo hace y al decirlo lo rehace como nuevo pero me gusta creer que en el teatro inventamos en tres temporalidades simultáneas donde el pasado de los viejos maestros no termina de pasar, está en el devenir del próximo paso, siempre a punto de suceder, esta y este teatrista es más contingente que sus contemporáneos que habitan una sola realidad sociológica.
Y ya lo decía, el teatro entre nosotros es un arte atacado, y no debiéramos olvidar esto en América Latina. El teatro bajo sospecha ha sido la manera natural de estar en él, porque es el espacio donde se ensaya la indignación, el espacio que se niega a ser colonizado por la actitud reduccionista que lo convierte en una experiencia museística de un deber ser impuesto por la cultura oficial, o el proceder del neoliberalismo que consiste en desactivarlo a través de una política que lo somete a las industrias del ocio, a la sociedad del espectáculo, al discurso de las nuevas tendencias donde se mezclan conceptos sin la menor idea, inmersos en una actividad consumista donde lo nuevo es una mecánica de compra venta, una rutina consumista repleta de conceptos vacíos y conservadores. En el arte son fundamentales las ideas para resistir a lo inhumano, a las ofensas de una época, a los medios de información, al olvido; una idea que problematice la realidad le agregue algo, la ensaye de nuevo.