Horacio Castellanos Moya: «A mis personajes les pesa tanto la historia de la guerra civil como la historia reciente de la delincuencia»

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Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

Horacio Castellanos Moya es uno de los más reconocidos escritores latinoamericanos. Salvadoreño (aunque nación en Tegucigalpa, Honduras), Castellanos Moya ha vivido en varias ciudades de América y Europa. Trabajó y vivió muchos años en México, donde ejerció el periodismo y desde donde siempre intentaba regresar a su país, del que partió luego de publicar El asco que le valió repudios y amenazas. Parte de esa historia, que es personal y no lo es y que es de algún modo un relato sobre la violencia en El Salvador, está presente en su anterior novela El sueño del retorno.

En la novela que Castellanos Moya publicó este año, Moronga, reaparece Erasmo Aragón, protagonista de aquella. Pero la nueva novela también trae al presente a Zeledón, un ex combatiente salvadoreño que vive en EEUU como asilado, con una identidad que no es la real. Las historias de ambos se han cruzado en el espacio simbólico de la guerra civil, como la de casi todos los salvadoreños.

Lejos de construir una saga o anclarse en el relato del pasado, Castellanos Moya trabaja sobre la historia de un modo casi aleatorio, construyendo espacios de relaciones, de encuentros y sospechas, de temores, de silencios y angustias. Sus personajes cargan en sus cuerpos la historia y el presente de la violencia, como algo que nunca parece terminar. La obra de Castellanos Moya está cargada de memoria.

Sobre la memoria, la historia, la violencia, los mecanismos de construcción de sus relatos y sobre Moronga, su última novela, dialogamos con Horacio Castellanos Moya

“La memoria aparece de la violencia aparece sin dudas en el ejemplo de Zeledón. En como aparece recurrentemente el involuntario asesinato de su madre, que es algo que lo agobia. Y lo hace como tener una crisis permanente. Una crisis que en el caso de él se convierte en silencio. Se convierte en una manera de recluirse del mundo. De por sí ya es un personaje que trae una identidad falsa, que quiere esconder su pasado. Pero además quiere huir de su pasado”.

Es interesante la relación entre el silencio de Zeledón y la verborrea de Erasmo. ¿Esa manera de callar o hablar son acaso los modos que tienen de enfrentarse a con el pasado que no los abandona?
– Sí. Son dos modos totalmente distintos de enfrentar el pasado. Son dos formas radicalmente distintas de enfrentar el presente y son dos formas radicalmente distintas de hablar ¿verdad? Y de tener funcionamiento como personajes, el funcionamiento del aparato psíquico. En el caso de Zeledón su eje fundamental es tratar de olvidar. Por eso se anestesia con las series, por eso no establece mundos, no tiene red de relaciones más que unos viejos ex camaradas muy perdidos. Y lo que quiere es olvidar. Lo que quiere es que lo olviden, además. En el caso de Aragón lo que sucede es que su memoria lo avasalla, y solo se puede liberar de ella en esa incontinencia de asociaciones mentales que hace sin parar y que se convierten en verborrea

Esa verborrea de Aragón remite obviamente a El Sueño del Retorno,  pero también, de algún modo a Insensatez. En el modo en que construye el relato, en la brutalidad, en esas palabras que se atropellan inevitablemente.
– La segunda parte de Moronga sí tiene un aire, una atmósfera, tiene un tipo de personaje, un perfil de personaje similar. En El Sueño del Retorno es el mismo personaje. En Insensatez el personaje no está definido, no tiene nombre casi, como la marca de identidad solo sabemos que era periodista en El Salvador y como se metió en problemas allá ahora está en Guatemala. Podría ser éste mismo personaje también

Me parece en esa forma de atropellarse en las palabras, en el modo de construir el monólogo interior, en la manera de narrar la historia desde la subjetividad y la memoria hay una marca de estilo, una presencia autoral
– Si, eso se encuentra en los tres. Sí. Muy claramente. Está en ese personaje que pierde… que no tiene control de su psiquis. Que la mente es más poderosa que su voluntad de cualquier cosa. Es decir, piensa y piensa y piensa y entonces es una forma de contar sin que sea la acción lo que va determinando lo que el personaje cuenta, sino todas sus obsesiones mentales alrededor de la acción. Es decir, tanto como en El sueño del retorno, como en Insensatez, como acá, pasan cosas pero no tantas cosas. La trama en ese sentido se somete al ritmo mental y verbal del personaje.

Tanto Zeledón como Aragón no logran establecerse en un lugar. La historia de Zeledón comienza con su mudanza de una ciudad a otra –en un exilio permanente- y la de Aragón la venimos recorriendo de un lugar a otro en distintas novelas y está acá presente. Esa imposibilidad de afincarse ¿cuánto tiene que ver con la historia de la violencia en El Salvador?
– Yo creo que a los personajes, al ser salvadoreños, por supuesto que les pesa la historia del país. Tanto la historia de la guerra civil como la historia reciente de la delincuencia. De situaciones que hacen del país un sitio difícil para vivir. Aragón específicamente es un personaje muy errante, muy errante; y en muchos casos la gente lo asocia conmigo que también he sido errante. Por supuesto no es un personaje autobiográfico pero seguramente algunos de sus rasgos como esa errancia está asociada al autor. Siempre el autor pone algunos rasgos, pero no los principales, porque la errancia no es el rasgo principal de Aragón, su rasgo principal es lo que tiene en la cabeza. Para mí como autor meterme en la cabeza de Aragón supone un desgaste profundo. Porque cuando hago el viaje de regreso a quien soy yo. Es muy desgastante.
Canetti hablaba de eso. Del viaje de regreso. Cuando él reflexiona sobre la metamorfosis que debe hacer el escritor para meterse en la mente de los personajes más deleznables, los personajes más perdidos, menos tomados en cuenta. Cuesta mucho regresar. Porque uno realmente se pone en los zapatos de ellos. Para mí hay personajes que me han costado mucho, con Aragón siempre me cuesta mucho el regreso. Porque como es un personaje que pertenece a mi medio social, en términos de clase, en términos de inquietudes, entonces es fácil quedarse pegado.

Autor y personaje han coincidido en ciudades y países. México, Frankfurt, Estados Unidos. Comparten muchos viajes
– Ahí está. Hay viajes que comparten. Yo no sé quién sigue a quién.

Hay en Moronga un trabajo muy interesante con los espacios. En las habitaciones donde tanto Zeledón como Aragón se encierran. Son es un espacio donde están defendidos y aislados. Pero la paranoia más profunda aparece en espacios vacíos. En espacios donde uno dice no hay por qué temer. Y esa sensación de peligro que se da en espacios aislados es impresionante. ¿Cómo pensó esa relación entre el espacio y la paranoia que se da en ambos personajes?
– Nunca me lo he propuesto abiertamente. Ahora que lo mencionás es que le puedo poner atención de que los espacios son así. Para mí la paranoia es un factor esencial. Un rasgo fundamental de las personas que proceden de Centro América, porque la paranoia es la que te permite sobrevivir en ese tipo de sociedades, para que no te asesinen tan fácilmente tienes que ser bastante paranoico.  Es un estado de vida normal. Entonces los personajes por supuesto tienen eso. Tienen eso más acentuado porque son personajes que llevan hasta la exageración ciertas situaciones. Y el temor permanece cuando están aislados en su propio espacio vacío. Es decir que no hay necesidad de que haya alguien amenanzando. Porque, por ejemplo, Aragón, cuando viaja en el autobús y siente que el trigueño lo va siguiendo, digamos que es una forma normal de paranoia, porque está expuesto en la calle. Pero no lo es cuando está en la habitación del Airbnb, donde justamente nada pasa ahí. Porque su mente ya está infectada. Está temiendo todo el tiempo.

Zeledón escucha. Es a través de lo que puede o no escuchar su manera de sentirse amenazado
– Si, esa es su clave. Y además ve. Esa es una diferencia fundamental entre los dos personajes de Moronga. Zeledón escucha y ve. Mira. Escucha y mira. Y Aragón vive en su mundo mental. Casi ni escucha ni mira.

Podríamos pensar en una diferencia entre quien fue un…
-Un hombre de acción y el otro no ha sido un hombre de acción. Uno es un intelectual. El otro sabía que en la selva hay que ver, hay que mirar, estar atento, hay que escuchar. Y la clave es que eso lo reproducen en Merlow City, un lugar diferente.

En Moronga, además de proponer un final abierto, desplaza el cierre de la novela hacia otro tipo de narración, una fría documentación policial
– Sí, porque hay gente que da por un hecho que el tirador oculto es Zeledón, pero hay otro lector que no. Dice “no, no era él”. Entonces es como un punto que no lo he resuelto. Si no lo ha resuelto la justicia que investiga el acontecimiento menos lo voy a saber yo.

Volviendo a lo de los espacios, es muy importante la presencia de los bares. Los bares se convierten en una parte de la vida de todos ellos. Todos ellos viven alrededor de los bares. ¿Eso es propio de Estados Unidos? ¿Es propio del inmigrante en Estados Unidos?
– Es propio de Estados Unidos, creo que Estados Unidos es un país en que la vida pública, los espacios públicos se conciben de otra manera. Es decir, los parques no son parque donde se reúnen la gente, sino para llevar los perros a defecar. La gente vive muy encerrada con su televisión en su mundo, con su internet, etc. Y donde se junta es en los bares. Pero los bares ni siquiera tienen concepto. Sobre todo en las ciudades como Merlow City, que son ciudades frías, son ciudades donde el concepto de vida abierta no es tan común. Y aunque Zeledón casi no toma, el bar es el lugar a donde lo convocan.
La vida pública está allí. Zeledón ve a Aragón en el bar, vea al otro profesor del que sabe alguna historia, circulan todos por allí. Y es interesante que él lo ve, pero a Aragón no sabe ni quién es ni le interesa.

Eso para el lector es algo interesante porque el lector cuando comienza el relato de Aragón…
– Ya lo vio.

Claro, el lector en algún lugar está esperando que ambos personajes se relacionen o se vuelvan a encontrar. De alguna manera el lector busca esa relación hasta entender que el relato se independiza y que de algún modo va para otro lugar…
– Hasta que llega Moronga.

Pero de un modo el lector se va “olvidando” de Zeledón.
– Ya no va a tener nada que ver en esto.

En relación con esto ¿Fueron dos historias que estaban pensadas por separado o es una historia que pensó y luego decidió contarla de dos maneras distintas, a través de estos dos personajes?
– Mira, la génesis de cada novela es muy singular. Yo no repito procedimientos. Son los procedimientos los que se me van imponiendo de acuerdo a la historia que voy contando. En Moronga, lo primero que escribí fue a Aragón. La segunda parte es lo primero que escribí. Por una razón. Porque yo ya traía de mi anterior novela, El sueño del retorno, esa voz. Entonces fue la historia que me vino. Y luego escribí la parte de Zeledón, personaje que viene de La sirvienta y el luchador. Ahí hay ya una especie de tejido para armarlo. Yo tenía un enorme deseo de ver qué pasaba con él después. Es decir ¿cómo se da cuenta este hombre que ha ametrallado el carro donde va su madre? Una situación como de la guerra civil donde no se sabe nada, donde hay tantos muertos al día. ¿Cómo se da y qué le pasa en su consciencia? ¿Qué le pasa en su interior cuando descubre lo que descubre?
Y no me caía el veinte, como dicen, no caía la moneda. No caía la moneda. Cuando yo iba escribiendo a Aragón, la segunda parte, me comenzó a sonar que tenía que traer a este personaje. Fue un proceso un poco mágico a ese nivel, porque yo termino con Aragón y en ese momento él se da cuenta ejecutando a alguien de cómo él había ejecutado a su madre. Y ahí comienzo a escribirlo y comienzo a meterme en otra psiquis y a desarrollar otra psiquis muy silenciosa. Me llevó un tiempo más encontrar cómo hacer la costura final. El bordado final. Hasta que llegue a lo del informe. ¿Por qué? Porque dije, si en esta novela la vida norteamericana es determinante en cuanto a la paranoia en la vigilancia y las series, entonces un informe policíaco puede permitir abrir todo eso y juntar las dos partes.

Ambos personajes de Moronga tienen relación con la historia de La Sirvienta y el luchador. Aunque sean casi simbólicas y menores sus apariciones, hablan de una continuidad no solo de su trabajo como novelista sino de la propia Historia.
– De las propias historias también. Sí, hay una continuidad en ese sentido. Porque, además el lector de mis obras anteriores puede encontrar ciertos vasos comunicantes que permiten varias lecturas de libros. Permiten la lectura de quien se acerca por primera vez a una novela mía, que es una lectura más inmediata, pero para el que conoce ya el mundo de los Aragón va a ver cuáles son los vasos comunicantes que hay ahí que no son evidentes.

¿Uno podría pensar la saga de los Aragón desde Tirana Memoria a Moronga como una saga de una familia burguesa intelectual?
– Creo que al mismo tiempo es la saga de su sirvienta. Y la descendencia de esa sirvienta.

Por lo general en la novela moderna, las burguesías son las que constituyen el relato de las historias. Incluso con sus sirvientes.
– Con todo el mundo que los rodea, sí.

¿Y cómo es esa historia de El Salvador que se va contando?
– Pues mira, el proceso es muy caprichoso, porque yo he ido escribiendo de acuerdo a como se me ha venido en gana. De acuerdo a como se me han aparecido las historias. Y de acuerdo a ciertas pulsiones que para mí es muy difícil de explicar. Y eso se puede detectar en el hecho de que no hay una cronología de historias. Es decir hay historias que suceden en los noventa, luego me puedo ir a historias que suceden en los cuarenta, luego en los setenta, luego regreso. Hay un movimiento sobre el tiempo que está determinado más por la historia del personaje, por el personaje que me habla para contar la historia, más que por una planeación cronológica de una saga. Yo por eso soy un poco reacio a hablar de una saga de novelas y yo digo que es más bien un grupo de novelas que tienen que ver con la familia Aragón. Porque la gente en la saga ve siempre una continuidad o lo que vendría a ser un tiempo lineal. Un tratamiento lineal como en las series. Y aquí no pasa eso, porque de un personaje luego aparecen personajes secundarios tocando la puerta, y se convierten en personaje principal

Pensando en esa reconstrucción de la Historia, aparece muy fuerte en Moronga la expansión territorial de las maras y cómo empiezan a participar de la vida cotidiana. Ese es un fenómeno relativamente nuevo si lo pensamos encadenado a la historia anterior de la violencia en El Salvador
– Sí, es relativamente nuevo. Es un fenómeno de veinte años. Pero ha tenido el gran auge en términos de reconocimiento internacional del problema, en los últimos diez años. Y lo más grave es que se ha convertido como en un factor de identidad de El Salvador. Mucha gente piensa en El Salvador y piensa en las maras. Porque es como el elemento periodístico más vendido hacia afuera. Además es el problema fundamental en términos de seguridad pública del país. Y es un fenómeno terrible. Entonces en la novela aparece lateralmente, pero aparece y es determinante al final. Y es algo con presencia extraterritorial. Digamos, está ya en el imaginario, en todo. En el seno del país.

Lo que relata sobre lo que ocurre en el propio territorio de EEUU y la amenaza que sienten los personajes impresiona mucho. ¿Esto ocurre así?
– Sí. Es decir, hay muchos de estos muchachos, asesinos, mareros, procesados en Estados Unidos por crímenes horribles. Sobre todo en Long Island, en Nueva York. Y otros en Washington. Sí. Matan a machetazos a niñas de 14, 15 años porque no quieren ingresar a la mara. Una cosa con la sangre bastante difícil de entender para mí.

 

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