Gustavo Bustamante, leyenda del goce

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El Goce Pagano está de luto: 7 recuerdos y 5 canciones

Este miércoles 7 de noviembre falleció Gustavo Bustamante, cofundador del mítico bar de salsa Goce Pagano. Su partida deja un vacío en la vida nocturna bogotana.

Gracias por tantos años de entrega a todos los rumberos. La rumba bogotana lo extrañará”. Con estas palabras en su cuenta de Twitter se despidió uno de los cofundadores del Goce Pagano de otro de sus cofundadores, Gustavo Bustamante, quien falleció ayer.

La historia del mítico bar se remonta a finales de la década de los setenta, cuando César Villegas, Juan Gaviria y Gustavo Bustamante, con el deseo de montar un bar de salsa ajeno a la rumba bogotana de ese entonces, fundaron en la Carrera 13A con 23, en pleno centro de Bogotá, el Goce Pagano.

Quisimos rendirle homenaje a Bustamante, quien no solo formó parte de la creación del bar, sino que se convirtió en una de sus leyendas. Por eso compartimos siete recuerdos de personas que lo conocieron, y que frecuentaban el Goce, y cinco canciones icónicas que ellos recuerdan haber escuchado allí.

Guillermo González Uribe

Periodista, escritor y editor

Adiós, Gustavo Bustamante, Gustavo Goce. Ser interesante y afectuoso; intransigente, regañón, testarudo, amoroso, solidario, terco. Lector incansable como pocos y divulgador de las letras. Adiós y gracias por tu compañía y tu calidez. Que descanse tu atormentado cuerpo y tu ser peleador pero a la vez humanista y alegre.

El Goce Pagano fue centro fundamental de la cultura, la fiesta y la alegría en Colombia en los años ochenta. Para muchos marcó la llegada de la salsa a Bogotá en ese pequeño espacio de la calle 23 con 13A, donde se daban cita creadores e intelectuales, mujeres y hombres, con otros seres especiales, los negros del Pacífico y rumberos de todo tipo. Un espacio en que no existían diferencias sociales, se bailaba mientras los cuerpos se llenaban de sudor, y se debatía hasta altas horas de la madrugada sobre lo divino y lo humano. En el Goce cada noche nacían y morían amores. Allí se lanzaban libros, se pasan documentales especiales, se hacían lecturas de textos, recitales como el de Teresita Gómez, a la luz de las velas, para el cual fue necesario medio desbaratar espacios y el piano para introducirlo. Gustavo publicaba cada mes ‘Los Papeles del Goce’, con obras especiales como la primera novela de Tomás González, Primero estaba el mar, o algunos otros textos inéditos y traducciones como la de El niño grapiuña, de Jorge Amado, sobre la cual el autor se refirió elogiosamente enviando felicitaciones “a los piratas colombianos”, y lastimosamente se frustró su prometida visita a lanzar el libro, encuentro al cual Gustavo le había puesto todo su empeño.

En abril pasado, durante la rumba en homenaje a Gustavo en el Goce, cuando se supo de su enfermedad, él, un ser muy parco en elogios, me dio las gracias por lo que a él y a su sitio atañe en la novela A pesar de la noche. Este es un aparte sobre Gustavo:

“Soy el duro, el barman, el dueño del negocio; soy el que despacha, atiende y conversa. Y discute. Soy el duro porque la vida me ha curtido. No le como cuento a nadie ni a nada. Todos se venden: por tres migajas de pan, por una beca, por un puesto, por un viaje. Yo soy el que me conservo; el que me mantengo firme, sólido, como una roca, inamovible. El otro día se la monté a un amigo; lo jodí y lo jodí, hasta que me respondió que yo vivo de vender alcohol, de joder a la gente, de envenenarla; pero yo vendo alcohol, no los obligo a que lo compren o a que se lo beban. Claro que en medio de la dureza a veces soy tierno. Ocurre ya entrada, muy entrada la noche, a eso de las tres o cuatro de la mañana, cuando ya estamos pasados y divertidos, en uno de esos días en que tengo chispa, rio mucho y cuento historias; uno de esos días en que no se la monto a alguien, en que no se la dedico a nadie. Es que yo soy una especie de justiciero, de cobrador —sí, como El cobrador, de Rubem Fonseca—; mi deber es cantársela a la gente, hacerles ver su doble moral, porque no está bien que vivan bien y sosegados mientras el mundo está jodido. Es que si el mundo está llevado debe serlo para todos, no para unos pocos. Ellos, que han visto la luz, no pueden cerrar los ojos. Mi deber es ese, no dejarlos tranquilos, hacer que sus conciencias despierten. Soy uno de los últimos radicales que existen. Es que hay muchos medias tintas que se hacen los bobos, pero son entregados y arribistas.

¿El amor? Son mis dos hijos. He estado con mujeres, con varias mujeres, pero aparte de unas pocas, no duramos mucho. Lo que más vale la pena es el intelecto y el ser fuerte para recordarles a los otros que no olviden sus compromisos. Me gusta vivir solo, rodeado de mis libros; libros por todas partes: en los cuartos, en el piso, en el baño, en la cocina. Libros, libros, libros. Debajo del colchón, en las repisas, en los marcos de las ventanas, je, je; libros, esos son mis compañeros, los que me dan la fuerza. Además de joder a muchos, a los que se les olvidan sus compromisos, tengo un lado bueno: soy un tipo solidario. Con la gente que han perseguido, detenido, herido o asesinado, siempre he sido firme. El más firme. Soy firme pa lo que sea. Y generoso. Por eso soy uno de los últimos radicales, como ya les había contado. También hay noches en que reímos, cantamos, bailamos, disfrutamos. El bar es el sitio. El lugar de encuentro de todos. Aquí se lee, se discute, se juega ajedrez, se ven películas. Se discute. Se baila. Se goza. Se discute. Se enamora. Se publican textos. Se hacen traducciones. Se discute. Se dialoga. Se publican novelas inéditas. Se conversa. Se discute. Se lanzan libros. Y sí, se habla, se conversa, se discute. Sí, se discute”.

Y para despedir a Gustavo, al igual que lo hicimos en su momento con Diego Álvarez en el Goce Pagano, Las tumbas, en la voz de Ismael Rivera.

Teresita Gómez

Pianista

Gustavo, te llevaste parte de nosotros, nos teñiste el alma, nuestra vida fue tocada por tu amistad, tu maestría porque nos educaste, nos enseñaste a ser buenos críticos de nuestro país y nuestra vida. Mi vida, mi músic,  no serían igual si no hubiera pasado por ese mágico lugar el Goce Pagano. Gracias amigo maravilloso, estás en mi corazón por siempre. Siempre agradecida.

Amigo de mi alma hasta luego

Gustavo Mauricio García Arenas

Director general Icono Editorial/Códice Producciones

El Goce Pagano, con Gustavo a bordo, significó para mí el descubrimiento del goce, un goce liberador, pagano, como son los goces verdaderos… Y a la vez el desentrañamiento del amor, en medio del desenfreno de sonidos y licores, de bailar y bailar a todo sudor, leer y oír historias y besar y unir las pieles de todos los colores. Rodaban las cervezas, los vasos, la política, los libros, todo compartido y debatido porque nuestro Gustavo de cada noche no tenía pelos en la lengua. Murió en su salsa. Y como dice Lucía: “Paz en su rumba”.

Juan David Correa

Exdirector de la revista ARCADIA

Mi papá, el sociólogo y editor Hernán Darío Correa, me celebró los 10 años en el Goce Pagano en una fiesta de tarde con mis amigos de barrio. Después, a los 18, solía ir con Pedro Ariza, un amigo del colegio hasta la calle 22 cuando comencé a descubrir cuánto me gustaba la música afroantillana, la salsa, la noche bogotana. El Goce de mis diez años, el de los veinte y el de los treinta sé acabó ayer con la muerte de Gustavo Bustamante. Una imagen, entre muchas otras, me persiguió este martes 7 de noviembre: Ponía Henry la música en una garita diminuta mientras Gustavo hablaba con el urbanista Carlos Niño en la barra y un enorme boquete en la pista le quebraba el paso a quienes bailaban hasta el amanecer. Buena parte de la memoria cultural y política de Bogotá se hizo ahí: en esa barra, en ese boquete, en esas pocas mesas.

Leyendo la más reciente novela de Tomás González, quien escribió Primero estaba el mar en la barra del Goce y se publicó en “Los papeles del Goce”, pienso en una frase de Las noches todas, como se llama su más reciente libro: “Es el comienzo del despoblamiento de mi mundo. Es la oscuridad que va inundando todo, como el agua de las bodegas de un barco”.

Bertha Quintero

Antropóloga, Gestora cultural, percusionista.

“Gustavo, amigo, en el trasegar por este territorio nos queda tu fuerza, ejemplo de resistencia y actuar en libertad, frente al momento q nos toco vivir. Gracias por mostrarnos un camino para los días que nos faltan”.

Aura María Puyana Mutis

Socióloga

Siempre me gustó su actitud socrática en la barra del Goce Pagano. Mientras destapaba botellas de cerveza, recibía a sus amistades con mirada penetrante y una cascada de preguntas sobre la vida, la literatura y la política. La política de los irreverentes que era la única que le importaba. Así lo recuerdo yo.

La música no era lo suyo, sino la gente con algo que expresar en ese pequeño salón donde cabíamos todos. Tal vez por eso lo conservó hasta el final. Era «la esquina del goce», la de la calle 23 con 13 a situada paradójicamente en el extremo opuesto de la Iglesia de las Angustias, donde por azares del destino me casé seis años antes de esa inauguración musical liberadora.

Gustavo vivió como quiso, sin concederle un ápice al poder de las élites, a las que con todas las razones despreciaba. Creo que nunca bailé un son cubano con él, porque al cerrarse las puertas, los contertulios amanecíamos con su charla y regresabamos a casa con una nueva lectura por tarea. Hoy repasé la biblioteca y encontré «Mi árbol de naraja lima», la novela de José Mauro de Vasconcelos con la que lloré cada una de sus páginas hasta el final, como lloro al amigo que el 7 de noviembre de 2018 se fue, así, a su manera.

Martha Gordi

Sociólga

Gustavo, siempre muy serio atendiendo, pero cuando uno se acercaba su humor estaba siempre presente. Lo que más le agradezco es que me hizo conocer a Jorge Amado, con una de sus mejores novelas publicadas en ‘Los Papeles del Goce’: Los Suterfugios de la Libertad. Era un gran lector y eso hacía que sus conversaciones sobre literatura fueran muy amenas.

Bailé mucho “Brujería”, y toda la Fania.

«Las tumbas» — Ismael Rivera.

«El faisán» — Johnny Pacheco

«Aprende muchacho» — Orquesta Aragon de Cuba.

«Mi negrita me espera» —Ismael Rivera.

«Ámame» — Los maraqueros.

Revista Arcadia

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