‘El bicentenario no entusiasma porque se insiste en relato desteñido’

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‘El bicentenario no entusiasma porque se insiste en relato desteñido’

Daniel Gutiérrez, autor del libro ‘1819’, explica por qué no hay euforia en vísperas de esta fiesta.
Por Armando Neira

 

De un tirón se lee ‘1819’, libro del historiador Daniel Gutiérrez Ardila (Medellín, 1979) en el que cuenta a manera de crónica los sucesos que provocaron el desplome inesperado y definitivo de la monarquía, el triunfo del ejército libertador y la independencia de Colombia. Se trata de una serie de apasionantes relatos que al final invitan a lector a preguntarse por qué semejante acontecimiento –que debería tener su clímax este 7 de agosto– no tiene al país inmerso en una fastuosa celebración.

Gutiérrez Ardila, historiador de la Universidad Nacional, doctor en Historia de la Universidad París 1 y docente investigador del Externado, autor de tres libros más sobre el período independentista, habló con EL TIEMPO.

‘1819’, más escueto no podía ser el título de su libro. ¿Por qué lo llamó así?

La idea era decirle al lector desde el comienzo que estaba frente a una propuesta diferente, que el libro no repetía el relato reseco y destemplado de próceres, frases altisonantes, criollos buenos contra españoles malos, etc. Titular ‘1819’ en lugar de, por ejemplo, ‘La campaña libertadora’, ‘La batalla de Boyacá’, ‘Los centauros de Casanare’ o ‘La aurora de la libertad’ tiene consecuencias muy importantes.

¿Por qué?

La historia que escribí no adopta el punto de vista impuesto por la propaganda patriótica, tampoco se centra en un solo combate y cuestiona la idea de que la derrota de los realistas y la consolidación del orden republicano equivalieron, sin más, al fin de la tiranía y la opresión.

¿Acaso no fue así?

Le pongo un par de ejemplos. Las quejas de los revolucionarios por los abusos de las tropas del rey contra las mujeres fueron constantes. Pero después de Boyacá, las violencias sexuales continuaron, como consta en los archivos. En el Socorro, un papá se quejó en 1820 ante las autoridades porque sus dos hijas habían sido conducidas a un burdel por la fuerza con la complicidad del gobernador, indicando, además, que no podía sacarlas de allí, porque la casa donde funcionaba estaba custodiada permanentemente por hombres armados. Después del derrumbe de la monarquía persistió también en la Nueva Granada la presión económica sobre las poblaciones: reclutamiento creciente de soldados, confiscación exhaustiva de caballos y mulas, obligación de alimentar a las tropas, de vestirlas, de proveerlas de lo necesario para entrar en campaña, de curarlas, etc. Un costo muy grande, en dinero, en recursos, en vidas.

¿Pone, entonces, el énfasis en personajes distintos de los que siempre nos contaron?

Por supuesto. Cuando invitamos al ilustrador Santiago Guevara a participar en el proyecto, le pedimos para abrir el libro un retrato del español José María Barreiro basado en un óleo que conserva el Museo Nacional de Colombia. Ese coronel sirve de hilo conductor del libro: no solo porque suele olvidarse cuando se aborda la campaña, a pesar de ser uno de sus protagonistas, sino también porque es urgente dar consistencia al bando derrotado para comprender lo sucedido en ese año capital.

¿En ‘1819’, el brigadier Barreiro es el protagonista?

‘1819’ sigue a Barreiro en su dramática participación en la contienda, desde su llegada a Santa Fe como comandante de la Tercera División del ejército pacificador hasta su fusilamiento en la misma ciudad.

¿Él fue ejecutado el 11 de octubre de aquel 1819?

Sí. El fusilamiento de Barreiro tuvo lugar en la plaza mayor de Santa Fe en esa fecha por órdenes de Francisco de Paula Santander, entonces vicepresidente de la Nueva Granada. El coronel fue ejecutado junto con otras 38 personas que pasaron al patíbulo en grupos de a cuatro y murieron entre vivas a la patria y mueras a los godos que gritaban los habitantes de la ciudad desde los balcones y los tejados. En otros puntos de la república se repitieron las ejecuciones contra realistas notorios, por simple deseo de venganza o porque algunos hombres comprometidos con la causa del rey querían fabricarse una reputación patriótica al vapor.

Desde su óptica, ¿Qué otro ‘nuevo’ personaje fue fundamental?

Siempre ha habido otro gran olvidado en el recuento de la campaña: el pueblo del altiplano, sin cuya participación no se entiende el éxito de los independentistas. Hay que recordar que los soldados patriotas llegaron a la provincia de Tunja muertos de frío, cubiertos apenas con taparrabos de palma, sin comida ni monturas, con la munición mojada por la lluvia.

¿En condiciones inhumanas?

Así es. Los hombres y mujeres de Socha, Corrales, Gámeza, entre otras poblaciones, se movilizaron para alimentarlos y vestirlos, para buscar a los que se extraviaron por el páramo, para recuperar las armas que la expedición, desesperada, fue dejando en el tránsito. No menos importante, cumplieron la ley marcial expedida por Bolívar, incorporándose masivamente en el ejército patriota.

Usted rescata al pueblo del altiplano. ¿Por qué cree que antes se lo echó al olvido?

Los de ruana se olvidan en beneficio de los llaneros, porque la celebración de ese pequeño grupo (también protagónico) que vino de Apure y Casanare sirvió para legitimar a la élite dirigente de la nueva república.

¿Por qué?

Por una razón sencilla: muchos de los miembros de esa élite dirigente también hicieron la travesía, lo que significaba, según ellos, que su compromiso con la causa había sido irrestricto, que nunca se plegaron a las autoridades realistas que despedazaron las primeras repúblicas en 1816 y que prefirieron pasar tres años refugiados en los Llanos. Por eso, en los primeros festejos de la campaña exitosa Santander y sus colaboradores invitaron a los bogotanos a vestirse de llaneros y a comer carne en estaca en San Victorino.

Hace 200 años, por estas fechas de finales de julio y principios de agosto, ¿qué pasaba aquí?

Un virrey anciano y detestado, que solía escupir y pisar a la gente, se veía a gatas para gobernar porque carecía de dinero y recursos suficientes para sostener a las tropas que garantizaban la seguridad del reino o para ayudar a las que libraban la guerra en Venezuela. El régimen estaba carcomido por la impopularidad, cosa que demuestra, entre otras cosas, el surgimiento de guerrillas patriotas, sobre todo en la cordillera Oriental.

¿Cuál es su visión de la travesía de los Llanos y el páramo de Pisba?

El libro adopta una perspectiva amplia con el ánimo de comprender el significado de esa expedición. Por una parte, recuerda al comienzo el gran fracaso de la campaña de 1818: los venezolanos, que habían instalado un gobierno republicano en Angostura, no lograron tomarse Caracas. Eso explica la nueva estrategia, dirigida hacia los Andes neogranadinos y contra la capital virreinal de Santa Fe. Por otra parte, el libro recuerda que antes del ascenso de la cordillera desde el Casanare hubo otra expedición de graves consecuencias.

¿Cuál?

La Tercera División, que conocía la existencia de grupos rebeldes en los Llanos, atravesó el altiplano de Tunja y descendió a las tierras planas del Casanare para tratar de exterminarlos. El desastre de esa tentativa fue el comienzo del fin para los realistas del Nuevo Reino.

¿Era inevitable el resultado de la campaña de 1819?

En mi opinión, el imperio tenía los días contados en el territorio neogranadino. Sin embargo, quién sabe cuánto tiempo más hubiera durado la agonía del sistema colonial sin la osada decisión de los patriotas de emprender una campaña tan difícil, en condiciones tan precarias y en plena época de lluvias.

Hasta hoy ha sido una historia de héroes individuales, y ¿para usted?

Yo insistiría más bien en la importancia de la movilización multitudinaria de las gentes del altiplano, seguida por la del pueblo de Pamplona y Socorro y, posteriormente, por la de la población ribereña del Magdalena, de Antioquia, del valle del Cauca. Solo ese respaldo masivo a lo que representaba la batalla de Boyacá explica que se haya convertido en un símbolo.

¿Por qué se convirtió en un símbolo?

Si bien en el campo de Boyacá se libró una batalla de corta duración y poco sangrienta, sus consecuencias fueron gigantescas porque suscitó una reacción en cadena. Desde Popayán hasta Zaragoza (en el norte de Antioquia) y desde el Chocó hasta Cúcuta, los representantes del rey salieron literalmente corriendo al enterarse de lo sucedido en la batalla. Sabían que su autoridad carecía de sustento.

Su libro se publica cuando en Colombia no se dicta la clase de historia…

Quizá la primera idea de escribir un texto ágil, corto, dirigido a un público amplio proviene de la constatación elemental de que los colombianos desconocen por lo común, sin importar su nivel socioeconómico o cultural, lo sucedido durante la campaña, así como las razones de su importancia. Y esa ignorancia tiene que ver en parte con la eliminación de las clases de historia. Dos generaciones atrás, la gente tenía al menos en la cabeza las líneas generales del pasado del país.

En el país, hoy deberíamos estar muy emocionados por celebrar el bicentenario. En el ambiente, sin embargo, parece que el hecho no provoca tanto entusiasmo…

Yo creo que se trata de una historia fantástica y la gente de este país debería conocerla, aun cuando solo fuera por eso. Pienso que si la ignorancia cunde, es porque no se ha hecho un esfuerzo por actualizar las narrativas históricas. Se ha repetido hasta el cansancio un relato desteñido, que fue confeccionado para el centenario y las particulares circunstancias de la posguerra de los Mil Días y la secesión de Panamá.

¿Qué relato se impuso en ese momento?

El temor que producía la posible desintegración del país y la herida que abrió la agresión imperialista norteamericana auspiciaron el surgimiento de una historia marcada por la unanimidad. Así, la complejidad de las discusiones, los desencuentros, las rivalidades y los proyectos alternativos que trajo consigo la revolución (y que constituyen su mayor riqueza) desaparecieron en beneficio de personajes caricaturescos con charreteras brillantes, que iban diciendo frases célebres mientras montaban a caballo y ordenaban el curso de la historia. Hemos heredado ese fardo y debemos deshacernos de él.

¿Un relato de buenos y malos?

Ese relato procede a su vez de una simplificación circunstancial de la obra de los mayores historiadores del siglo XIX (José Manuel Restrepo y José Manuel Groot, principalmente). Para que la historia sea significativa debe interpelar nuestro presente y abordar nuestras inquietudes más punzantes.

El Tiempo

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