«La ‘narcocultura’ es un reflejo sin imaginación»

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Entrevista a Oswaldo Zavala: La narcocultura, un reflejo ingenuo, intelectualmente pobre y sin imaginación

Por Mixar López

Los cárteles de droga han construído imperios de criminalidad que rebasan el poder del Estado”, es el discurso mil veces repetido por el Mass Media, los corridos, las películas y las narcoseries.

Oswaldo Zavala (1975), profesor de literatura y cultura latinoamericana, narrador y periodista fronterizo, expone en ‘Los cárteles no existen’ (‘Malpaso’, 2018) que lo que conocemos como “narco” NO es real. Nuestras ideas sobre el tráfico de drogas son —casi en su totalidad— el resultado de una estafadora narrativa concebida por los gobiernos de México y Estados Unidos.

‘Los cárteles no existen’ es un libro de crítica cultural y ensayo político, que desmantela la fábula construída alrededor de esta “cultura”, y se atreve a ensayar, de otras formas, el enrevesado fenómeno del narcotráfico.

Aquí la entrevista con el autor.

¿Se puede hablar de una cultura del “narco”, entendida como un conjunto de estereotipos, modelos o patrones explícitos, a través de los cuales, la sociedad contemporánea regula el comportamiento de los individuos que la conforman y de los que están fuera también?

Llamaría cultura del “narco” al corpus disperso de producciones culturales que se deriva de un discurso hegemónico sobre los llamados “cárteles de la droga” y sus distintos actores: el “jefe de plaza”, el “sicario”, el “operador financiero”, el “narco junior”, etc.

Las producciones culturales funcionan como variaciones de ese discurso que propone una narrativa simple y que puede extrapolarse y reinscribirse independientemente de los distintos contextos sociopolíticos del país: el “cártel” como una poderosa organización criminal que monopoliza el tráfico y menudeo de droga, el lavado de dinero y otras actividades ilícitas como el robo, la extorsión y el secuestro.

Según la narrativa, los “cárteles” están en constante guerra entre sí por el control del mercado y al mismo tiempo pueden desafiar e incluso superar a las fuerzas del Estado. La cultura del “narco” consiste en una proliferación de productos que opera dentro de los límites epistemológicos de esa narrativa. Es decir, los productos culturales rara vez pueden pensar por “afuera” de esa lógica.

¿Por qué vende tanto el “narco” como producto? Cada día se producen más películas, narconovelas, series; se realizan más investigaciones académicas y se crean, incluso, piezas de arte conceptual para galerías.

Vende porque es el resultado de ese discurso hegemónico que convierte al “narco” en una realidad casi tangible, de modo que las novelas, las películas, las series, la música, el arte conceptual (y un largo etc.) sobre el “narco” se confunden con la realidad porque reproducen la misma narrativa que también aparece en los medios de comunicación.

El público lector, por ejemplo, consume una crónica de Diego Osorno del mismo modo en que se acerca a una serie como Narcos de Netflix.

De hecho, hace poco el actor Diego Luna (que encarnó al traficante Miguel Ángel Félix Gallardo en Narcos), grabó un reportaje de Osorno para un podcast, como si la lectura dramatizada de un actor fuera el vehículo apropiado para imaginar el mundo del “narco” desde el periodismo.

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(Hoy)

¿Crees que, en verdad, la sociedad siempre ha sabido qué cosa es el “narco”?

Como en su momento explicó el sociólogo Luis Astorga, como sociedad hemos sabido lo que el Estado ha circulado entre nosotros como la realidad del “narco”. Nuestro entendimiento del tráfico de droga muta conforme esa narrativa se ha ido transformando en las últimas cuatro décadas de políticas de seguridad nacional.

Entre el verdadero mundo del narcotráfico y la sociedad civil media una espesa bruma de lenguaje hegemónico que impone un sentido, una explicación, que hasta la fecha prevalece.

¿Quién escribe la narrativa del “narco” en México y Estados Unidos?

Es un proceso geopolítico que comienza en Estados Unidos con la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional en 1947 que se basa en la constante identificación de un enemigo que justifique el avance del aparato de seguridad de ese país.

En México, la agenda estadounidense de seguridad nacional nos condujo a colaborar con la estrategia anticomunista del país vecino, atacando a los movimientos estudiantiles y guerrilleros informados por ideologías de izquierda. Para 1986, cuando se avecina el fin de la Guerra Fría, el presidente Ronald Reagan designó al narcotráfico como la nueva amenaza de seguridad nacional. Desde entonces, el mito del “narco” no ha dejado de aumentar.

¿Cuál es la matriz discursiva del narcotráfico?

Luis Astorga analizó la mitología del “narco” como el resultado de una matriz discursiva que construye una relación puramente lingüística con el fenómeno del tráfico de drogas. El Estado construye esta relación no para explicarnos el fenómeno, sino para imponer un sentido, una interpretación que resulta políticamente conveniente. Esto es posible porque no tenemos un conocimiento directo del campo criminal, sino una discursividad siempre mediatizada por las instituciones oficiales que producen el conocimiento sobre las organizaciones criminales.

¿En sí, los cárteles no existen?

La palabra “cártel”, que proviene del campo de la economía, fue apropiada por la Agencia Antidrogas de Estados Unidos, la DEA, para referirse a las organizaciones de traficantes en Colombia. El “Cártel de Medellín” como tal nunca existió.

Pablo Escobar se refería a su grupo como “Los extraditables”, pues su principal preocupación era terminar en una prisión estadounidense, lo que por sí solo demuestra el grado de vulnerabilidad de esa y cualquier otra organización criminal ante la fuerza del Estado y su monopolio de la violencia “legítima”.

Del mismo modo, los “cárteles” en México son también construidos por estrategias discursivas concebidas por el propio estado mexicano.

Estas estrategias funcionan como narrativas que imponen un sentido a la violencia que hemos vivido, pero en realidad no la explican. Cuando nos distanciamos de la narrativa hegemónica de los “cárteles” observamos que las organizaciones de traficantes son mucho más pequeñas y vulnerables de lo que las imaginamos y que el Estado es con frecuencia la condición de posibilidad de la violencia misma.

¿No hay guerra de cárteles?

No hay guerra de cárteles porque no existen los cárteles como los vende la versión oficial.

Lo que hemos experimentado en México es la brutalidad de la ocupación militar en ciudades y regiones del país con un saldo catastrófico de muerte y destrucción que han dañado profundamente el tejido social y ha forzado desplazamientos de comunidades enteras.

Esta violencia le permitió a los gobiernos de Calderón y Peña Nieto establecer nuevas hegemonías políticas y militares en estados donde gobernaba la oposición. Pero igualmente les permitió acceder a tierras comunales con gran riqueza en el subsuelo.

Es así que la “guerra contra el narco” fue también una estrategia para la apropiación y explotación de recursos naturales en tierras que pertenecían a comunidades que fueron desplazadas violentamente.

¿Cómo llegamos a creer en el mito oficial del “narco”?

Aunque el discurso del “narco” tiene un origen oficial, en el momento en que es reportado por los medios de comunicación aparece en la esfera pública como lo real. Cuando leemos noticias de “cárteles” como los productores de la violencia radical que ha sufrido el país desde la militarización ordenada por el presidente Calderón, consumimos la versión oficial como la verdad.

Luego, la clase creadora multiplica esta percepción con los numerosos objetos culturales sobre el “narco” que mencioné antes. Es así como el mito de convierte la plataforma de significado que constantemente reproduce el discurso sobre los “cárteles” como la más grave amenaza de seguridad nacional.

¿Ha contribuido el periodismo mexicano en esta exegesis?

El periodismo es el primer legitimador del discurso oficial, el mecanismo por medio del cual aquello que comienza como discurso oficial se naturaliza como lo real.

Aquí el periodismo narrativo ha sido particularmente pernicioso, pues el trabajo de algunos de los más visibles reporteros cuya autoridad contribuye, acaso involuntariamente, a construir la aceptación colectiva de la narrativa de los cárteles.

Me refiero a libros como El cártel de Sinaloa de Diego Osorno y Los señores del narco de Anabel Hernández, además de las más estandarizadas notas informativas de los diarios nacionales que reproducen sin cuestionarla la información que generan las instituciones oficiales.

¿Habría que despolitizar la narcocultura?

Por el contrario, en mi libro explico que la llamada narcocultura esta despolitizada porque moraliza un problema que debería ser entendido políticamente.

Me refiero al hecho de que el prohibicionismo de la droga es impuesto por una lógica de gobierno que proviene del puritanismo hipócrita de Estados Unidos, el mayor consumidor de droga en el mundo, que es al mismo tiempo el país donde los circuitos financieros hacen circular dinero ilícito.

Bajo una premisa moral ajena, hemos criminalizado a los traficantes y consumidores de droga siguiendo la idea de una “guerra” igualmente concebida desde Estados Unidos.

En otras palabras, la llamada narcocultura no es sino un reflejo ingenuo, intelectualmente pobre y sin imaginación crítica que no hace sino interiorizar el prejuicio de que los traficantes latinoamericanos son psicópatas y depredadores sexuales dispuestos a todo por el negocio ilegal de la droga. Pero si repolitizáramos este fenómeno, comprenderíamos que entre el comercio de la droga y el del alcohol o el tabaco, por ejemplo, sólo media la prohibición. La condición de posibilidad del “narco” tal cual lo imaginamos es el Estado, y no el comercio de la droga en sí.

Háblame del estudio de la obra de escritores como Daniel Sada y Roberto Bolaño en tu ensayo.

La matriz discursiva del “narco” es la plataforma de significado por medio del cual espontáneamente imaginamos el fenómeno del tráfico de drogas siguiendo el discurso oficial.

Aunque la mayoría de las producciones culturales se inscribe en la hegemonía de ese discurso, algunas obras literarias consiguen fisurar ese discurso precisamente por medio de una repolitización de la imaginación crítica.

En mi libro me enfoco en algunas obras que en mi opinión avanzan en esa dirección. Las novelas El lenguaje del juego de Daniel Sada y 2666 de Roberto Bolaño, por ejemplo, nos muestran narcotraficantes de un modo más complejo, en el cual no se trata de seres malignos que asedian a la sociedad civil y su gobierno legítimo, sino algo probablemente más verosímil: empresarios y políticos que desde una élite resguardada por las instituciones del poder oficial, controlan las economías legítimas, las informales y las clandestinas.

El narco, en una palabra, no fuera del estado sino dentro del estado, capaz de aprovechar el monopolio de la violencia legítima para avanzar en sus intereses de acumulación económica y de expansión de su poder político. Son esas obras las que nos permiten pensar en un fenómeno por fuera de los engranajes del poder oficial.

Hoy Los Ángeles

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