Pablo Echarri: «La identidad latinoamericana la he construido en estado de adultez»

Foto: Daniel Cholakian
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Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

Pablo Echarri es un actor popular con más de 25 años de carrera, donde su lugar de popularidad estuvo sustentado en su lugar como galán de telenovelas y películas. De a poco su perfil se transformó: por un lado asumió lugares diferentes dentro de las producciones para las que era convocado y finalmente montó su propia productora. Pero también se sumó a las asociaciones gremiales de intérpretes como SAGAI (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) con la que obtuvieron un ley clave para garantizar los derechos del colectivo y actualmente con la Multisectorial por el Trabajo, la Ficción y la Industria Audiovisual.

En los últimos años a propósito de esta participación política fue atacado por sectores del periodismo que lo consideró un “actor militante” como si tal cosa fuera una malversación de su trabajo. Pero lo que Echarri revela en la conversación, larga, profunda e intensa, es que su pensamiento político es complejo, que conoce los marcos legales del espacio audiovisual en toda la región y que su proyecto como productor se funda en un pensamiento político menos binario y mucho más integral que el que muchas veces se le atribuye.

Ese universo es también parte de su trabajo como actor y lo defiende al hablar de Muralla la producción boliviana del realizador Gory Patiño, que le permitió sumarse a un proyecto que fue el más taquillero de la historia del cine en Bolivia, además de conocer la ciudad de La Paz, que según sus palabras es encantadora y misteriosa, con un profundo carácter latinoamericano.

Muralla no es una película de puro entretenimiento. Es la historia de un ex arquero de futbol, alcohólico y en pésima situación ecónomica, que de pronto necesita una gran cantidad de dinero para poder salvar a su hijo que necesita un transplante. Así llega a una red de trata de personas como única manera de obtener rápidamente esos recursos. Echarri interpreta a un médico que intermedia con esos cuerpos, a los que pone precio y dispone para distintos circuitos más allá de las fronteras bolivianas.

Nodal Cultura dialogó con Echarri sobre Muralla y a partir de su mirada sobre el proyecto, la región y la identidad latinoamericana, la conversación derivó en el proyecto de industria audiovisual que propone y el presente político de Argentina.

¿Cómo llegás a «Muralla», esta película tan particular?
Como todo, llega hacia mí. Esas cosas llegan o no llegan. Leonel Fransezze es un argentino que hace muchos años vive en Bolivia. Es periodista y productor, tiene una proyección artística muy grande, mucho más grande que su oficio de locutor. Identificaron una temática muy importante que es parte de toda la realidad latinoamericana: la trata de personas. En Bolivia tienen índices bastante alarmantes respecto a esa problemática. Decidieron llevar adelante la grabación de la primera miniserie boliviana, llamada «La entrega», financiada íntegramente por Samuel Doria Medina.
Leonel me contactó durante mucho tiempo y debo reconocer que Bolivia quedaba fuera del imaginario mío. Recibía sus llamados, pero yo tenía organizado el circuito y siempre me quedaba un poco lejos. En un momento, algunos ofrecimientos se postergaron y La Entrega quedó de frente a mis ojos, con la posibilidad de viajar a La Paz por una semana. Me fui de aventura a grabar mis escenas para formar parte de esta serie. Así fue que me encontré con la maravilla que es La Paz, una ciudad que me impactó por su carácter latinoamericano, muy diferente a lo que yo me había imaginado, con poco oxígeno pero encantadora y misteriosa.
Me embarqué con un personaje atractivo para mí. Yo hace muchos años empecé a dividir mi oficio entre proyectos que me entretienen y entretienen al público y ser parte de una ficción que no solamente intente ser un entretenimiento, sino que utilice situaciones y temáticas impactantes para la población. Me interesé poder encarnar a este médico argentino con características particulares en lo que es el ejercicio de la medicina. Y en un país como Bolivia. Este médico se encarga de recibir los «bultos» dormidos de chicas y chicos secuestrados en distintas situaciones de desprotección, los recibe en un baúl, los examina y define «la calidad» para distribuirlos para distintos puntos explotación de personas.
Un rol cruel, sobre todo por la parsimonia y la naturalidad con la que este médico se toma ese trabajo, como algo común y corriente y ni se pregunta cuál es el engranaje en el que está sumergido. Esos ingredientes de la propuesta me llamaron muchísimo la atención. Y allí me fui, la experiencia fue fantástica.
Luego nos enteramos de que esa serie de 10 capítulos los productores decidieron hacer una edición cinematográfica. El contenido no reconoce fronteras entre la TV y el cine. Largaron esta película dura, amarga y necesaria. Estas películas convocan a adeptos pero también a desprevenidos. Cuando pasa eso y se llevan una sorpresa grande, el tema impacta mucho más. Los desprevenidos son impactados de forma brutal y ahí es donde el cine genera un hecho revolucionario dentro de la gente, los acerca a una temática a la que no se querían acercar. Muralla tiene la particularidad de que en Bolivia fue la película más taquillera de la historia del cine boliviano. Entre la temática y la situación del cine hoy no pensé que una película tan cruda fuera bien recibida.
Mis expectativas son de impacto: espero que esa persona que va porque lee una entrevista o ve un tráiler y llega a prestarle atención, se encuentre con esta temática que, contada en La Paz, resulta dura e impactante. La historia habla de desclasados, de Muralla, un futbolista que atajó un gran penal hace muchos años y tiempo después alejado del fútbol, alcohólico y con un hijo al borde de un transplante busca dinero de manera desesperada. Muralla termina sumergiéndose en un mundo que le causa un impacto interno que no lo dejará volver a ser el mismo.

Pablo Echarri en «Muralla» película boliviana de Gory Patiño

Podríamos relacionar Muralla con lo que hiciste como productor con Montecristo y retomando tu mirada sobre La Paz, una ciudad tan mágica y maravillosamente latinoamericana y la historia de abusos sobre los cuerpos, las desapariciones ¿crees que hay un vinculos profundos en la historia de América Latina y los latinoamericanos que hacen que tengamos más parecidos que diferencias, incluso en esta zona trágica del presente?
Sin duda, no lo dudes. Los argentinos en general, no en particular, creemos que somos una especie de casta, como un territorio desprendido del continente europeo, y eso es irreal. Fue una construcción que hemos hecho a lo largo de los años y que nos llevó a despegarnos de nuestra verdadera identidad. Cuando uno viaja, se enfrenta a estas temáticas. Nos damos cuenta verdaderamente cuan parte somos de esa realidad latinoamericana. En la Argentina hemos vivido casos emblemáticos como el de Marita Verón, pero debajo hay cantidad de nombres de chicas, sobre todo chicas muy jóvenes, que han sufrido esa realidad.
Latinoamérica no escapa a la realidad de la trata de personas, especialmente en la captación de la persona. Esto sucede en un esquema de desigualdad y de falta de control, de una policía corrupta y de un Estado ausente. Más allá del enorme avance que ha tenido la sociedad boliviana en los últimos años de Evo Morales, el gran crecimiento económico y por ende también el achicamiento de esa brecha, nos queda un titánico trabajo por delante y cuando nos encontramos con estas realidades nos damos cuenta. A mí este trabajo me amiga muchísimo con Bolivia, con Paraguay, con Perú, me acerca con Chile y con Brasil inclusive, y entendiendo que nuestras realidades no son exactamente iguales, me permite trabajar mucho sobre mi identidad.
La identidad latinoamericana la he construido en estado de adultez. No la he construido desde la infancia, porque mi infancia ha sido ha sido atravesada por la colonización norteamericana. Los programas que yo he visto de chiquito han sido series norteamericanas, las películas que más me han impactado a la hora de entretenerme han sido norteamericanas. El primer lugar donde yo quise viajar cuando salí de la Argentina fue a Disney y a Orlando. Se trata de una construcción cultural de colonización de la que muchos de nosotros despertamos en un momento determinado y otros no despiertan nunca. En ese esquema Muralla ha sido no solamente una participación en una película, el despuntar el vicio del villano que me encanta, sino también de mostrarme, casi como un cachetazo, el hilo conductor que hay entre ellos y yo.
Hoy mi pensamiento de construcción tiene más que ver con Latinoamérica. Con tratar de encontrar un cine regional en donde producir y aunar fuerzas para poder competir con el cine norteamericano. No mirando tanto Europa como siempre la cinematografía argentina hizo porque los montos que vienen de allá son muy grandes. Tenemos que poder generar una sinergia regional, que nos de la posibilidad de contar nuestras propias historias. Tenemos que poder sumar recursos para que no se solamente cuenten con los fondos de que corresponde a cada uno de los países y de ese modo poder elevar el estándar de producción.

Argentina tiene un star system que es más aspiracional que otra cosa, como espejo de esos modelos extranjeros que mencionabas. Sos una suerte de rara avis por el modo en que configuraste tu carrera. Del galán de novelas a trabajar en Muralla y pensar en cómo producir un tipo de cine diferente al del entretenimiento. ¿Cómo fue ese recorrido?
Fue un deseo personal desde los comienzos de mi carrera. Hace 25 años con los mangos que gané en la primera novela que hice, compré los derechos de una obra de teatro. No tenía idea que iba a hacer con ellos. La verdad que los compré casi por inercia, digamos. Nunca la hice, pero en ese momento se la llevé a Carlitos Rottemberg para ver qué le parecía. Él tenía en ese momento en la cartelera ocupada y después cuando me llamó para ver si podía, yo ya estaba ocupado con otra cosa. El proyecto quedó ahí, pero siempre tuve ese tipo de interés de utilizar la puerta que me daba el galán. El participar de ciertos contenidos de alto nivel de popularidad en un género muy reconocido con la telenovela me servía como puerta de entrada para empezar a desarrollarme en otros ámbitos artísticos. Es ese caso era teatro, aunque siempre estuve enfocado más en el audiovisual, que me llamó mucho más la atención. Siempre me sentí más hijo del audiovisual, más allá de que en el teatro lo disfruto mucho.
Seguí transitando y seguí asumiendo el rol de galán, no renegando de él, pero profundizando en otros aspectos cuando tuve la posibilidad. Cuando los productores me llamaban, yo siempre intentaba meterme, les negociaban la posibilidad de meterme tanto en los guiones como en distintos espacios de la realización. Mi puntapié inicial fue en Los buscas de siempre y desde entonces seguí creciendo, primero con el apoyo de Quique Estevanez, que me dio la posibilidad de trabajar en los guiones, con la elección de la dupla de Bellati y Segade escribiendo y luego en la asociación con mi ex socio Martín Seefeld produciendo El elegido, La leona, una obra de teatro que fue El hijo de puta del sombrero y Al final del túnel, la película de Rodrigo Grande.
Así empecé a definir mi deseo que cada vez se iba acercando más al rol de productor y alejándose un poco de mi rol de galán, que se iba diluyendo a lo largo del tiempo y que tiene una fecha de vencimiento. Si bien el star system estaba cada vez más raquítico, porque se producía menos en Argentina, me seguían llamando para los primeros papeles porque no había mucho reemplazo debajo. Hoy por hoy yo entiendo mi deseo está mucho más puesto en el desarrollo más integral artístico que específicamente en el trabajo del actor.
Fue un acto absolutamente natural. Yo me fui transformando en productor de a poco, porque mi intención y mi deseo estaba puesto ahí y sabía que otro lo tenía. Fui construyendo ese camino en los momentos más álgidos de complejidad política en el país y eso me jugó un poco en contra. Incluso a veces me hizo preguntarme sí la decisión estaba bien tomada. A lo largo del tiempo fui entendiendo que sí, que había sido una decisión realmente pensada a conciencia y que debía seguir apretando el acelerador en ese sentido. Era parte de mi curiosidad y de mis deseos de evolucionar, de no ser un mero vehículo para contar un entretenimiento, sino de además de poder entretener, poder generar conciencia en la gente. Me pareció tanto más importante ese rol que el otro. Mi camino fue claro.
Ahora me encuentro trabajando sobre la realidad del sector de la industria audiovisual. Tuve la posibilidad a través de Sagai, y ahora con la multisectorial que se armó hace cuatro años, de gestionar políticamente con un grupo de compañeros que incluye a todas las entidades de gestión, a los sindicatos y a las distintas cámaras. Desde ahí tratamos de generar las condiciones necesarias como para crear la industria de la televisión y con eso voy a ir cumpliendo cada vez más mi sueño de productor. Hoy mi sueño de actor tiene más que ver con el oficio. Lo veo como el oficio de zapatero, yo me levanto a la mañana y ejerzo mi oficio de actor para aportar a mi familia, al desarrollo de mis hijos y del nuestro propio. Pero mi deseo está puesto en seguir construyendo este tipo de contenidos.

Pablo Echarri – Foto: Daniel Cholakian

En los últimos tiempos, y más allá de lo que pasa en Argentina, se termina poniéndote alternativamente entre “los buenos” o los “malos” -los medios tienen una gran responsabilidad al respecto- y así se pierde la riqueza de tu pensamiento sobre este momento ¿Cómo estás viviendo este momento político?
Yo creo que la Argentina tiene un desafío importante. Los argentinos la tenemos. Tiene que ver con la posibilidad de dejar de lado algunos resquemores internos -bien fundados, no olvidemos que tuvimos siete años de dictadura que generó una gran división-. Cuando yo escucho al candidato que apoyo hablando de una enorme concertación entiendo que es la única salida que tenemos. Creo que la reconciliación en la Argentina es un hecho imposible de llevar adelante. Es imposible. Pero sí existe la posibilidad de coexistencia, es un término diferente y tiene que ver con acuerdos mínimos sin necesidad de comer asado los domingos juntos, ni juntarnos para Año Nuevo, pero sí algunos puntos de coexistencia.
Lo que hace falta es una gran concertación entre patronal y trabajadores. El esquema y el análisis hay que hacerlo desde ese punto. Creo que tiene que haber una posibilidad de establecer una redistribución de la riqueza. Discutirnos como partícipes necesarios para lograr el crecimiento que necesitamos.
El audiovisual no escapa de esa realidad: tenemos que ponernos a discutir con las distribuidoras internacionales, pensar hasta qué punto pueden darle espacio a las más pequeñas que son portadoras de las películas que no van a ir al circuito comercial con grandes apoyos, pero le dan nacimiento a nuestros cineastas que el día de mañana llenarán salas. La posibilidad de establecer una Ley de Televisión; ponernos de acuerdo con los exhibidores y los dueños de las pantallas para que colaboren con la cultura y el desarrollo audiovisual de nuestro país. Para eso hay que generar el mecanismo de la cuota-pantalla y un esquema industrial de desarrollo que no escapa a la realidad de otras industrias en el país.
Hay que generar condiciones para poder dar impulso a un esquema de producción que hoy está inexistente. Va en un franco decrecimiento en el caso de la televisión. Por eso creo que ese avance, esa perspectiva, es sólo posible en la medida en que los sindicatos y los dueños de las pantallas se junten a hablar. Hay que discutir cual es la participación, cual es el rol de los trabajadores en este ámbito.
Lo que necesitamos es un marco de discusión para lograr un nivel de coexistencia, casi te diría de conveniencia mutua, no de construcción de una amistad. ¡Yo no quiero ser amigo de un montón de estas personas! Quiero compartir con la gente con la que soy afín, con la que me río. Pero sí de coexistencia: hay distintos relatos que impactan muy fuerte.
Por ejemplo, mi compañero Luis Brandoni tiene todo mi respecto, él fue un luchador incansable por los derechos de los actores en épocas en las que era muy difícil. Siempre fue un referente. Tengo una admiración y puedo reconocer en mi desacuerdo con él el enorme trabajo que ha hecho. Cuando lo escucho convocar a marchas a favor del gobierno, cosa que está totalmente en derecho de hacer y celebro que así sea, debo destacar que hay definiciones que son duras de escuchar y que no reflejan la realidad. Generan esa imposibilidad de trazar puntos de acuerdo mínimos para lograr la coexistencia. Yo también busco una república con instituciones fuertes, con poderes bien autónomos, pero con un esquema de distribución más equitativo. Cuando él habla de honestidad supone que lo que yo defiendo es la des-honestidad. Yo sé que él lo piensa y yo pienso cosas horribles de algunos hombres y mujeres conservadores. Pero tenemos que darnos cuenta de que la honestidad no es un patrimonio exclusivo del conservadurismo: yo me considero un tipo honesto, crío a mis hijos con valores respetables, mi viejo me enseñó a ser honesto y a complicarme por prevalecer el valor de la honestidad. Creo que llegó el momento de poder sentarnos -seguramente lo haga con Luis- aunque sea en una charla íntima y poder generar ese germen pequeño, pero como acto muy primario, para tratar de decirle qué es lo que yo apoyo de su militancia política y qué de esa militancia impacta sobre principios míos que son irrenunciables y porque creo que al expresarlos creo que comete un error. Si logramos cambiar algunas formas -que no es dejar de pensar lo que pensamos-, hay posibilidades. Porque la diferencia está en la forma de declarar, de decir, no son diferencias fundamentales. Si no lo hacemos, se destruye la posibilidad de concretar coexistencias.
Y para esto la cultura es la herramienta principal: ese achicamiento de la brecha viene a través de darle una salud pública de más contención, una educación pública de más calidad, pero también de involucrarnos desde la cultura y usar sus herramientas para meternos en cada rincón de la Argentina más allá de los esquemas sociales reinantes. Tenemos por delante un rol definitivo, donde lo primero tenemos que hacer es dejar de pegarnos trompadas.

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