La fila

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“La fila es un retrato del capitalismo en el tercer mundo”: Carlos Osuna

‘El Concursante’, que se estrena esta semana en las salas del país, sigue a un grupo de personas mientras hacen una larga fila para recibir una olla a presión gratis. 

POR MANUEL ANTONIO RESTREPO MENDOZA

¿Cómo se le ocurrió la historia de un grupo de personas que esperan en una fila para recibir una olla a presión?

Hace unos años, una marca de condimentos hizo una promoción muy parecida, en la cual, con unas etiquetas y algo de plata, le daban a la gente una olla a presión. La marca publicitó por todo lado, y luego hicieron la entrega de las ollas en las ciudades capitales, y una de ellas fue Cartagena. La gente empezó a llegar del campo y las veredas desde días antes para reclamar su olla. Las filas eran de miles y de horas debajo del sol, y cuando se acabaron las ollas, se armó una pequeña revolución. Al ver las imágenes, me pregunté por qué hacían esa fila. Superficialmente, uno diría que lo hacen porque son pobres, pero creo que la respuesta tiene que ver con el deseo de ganar algo o de hacer parte de algo.

La indignación y tristeza que generan hechos así me hizo pensar en todas las veces que he tenido que esperar, lo cual me generó mucha empatía con esa situación. Desde una perspectiva más conceptual, la fila funciona como un muy buen fragmento para retratarnos como sociedad, para ver cómo se construyen los lazos entre personas, las amistades y enemistades, la burocracia y deseo de progresar, todas situaciones que pone en escena la película y que tienen que ver con escalar y con el arribismo. Realmente, la fila no es una metáfora, sino un retrato muy directo del capitalismo en el tercer mundo.

Hace poco ocurrió algo similar con la tienda Miniso, que en Bogotá decidió regalar peluches en el Parque de la 93…

Cuando vi las imágenes del evento de Miniso, recordé mucho la película. También sucedió algo parecido en un concierto de Manu Chao, cuando se puso la camiseta de Santa fe durante un concierto. Sólo por eso se armó una pelea entre los hinchas de un equipo y otro en plena presentación. Alguien le pidió a Manu que interviniera, pero él lo atribuyó a un malestar general. Pueden ser osos, ollas, o cualquier cosa lo que genere el estallido.

¿Cómo es su vínculo con la región Caribe?

Soy bogotano, pero paso mucho tiempo en Cartagena. El incidente de las ollas también pasó en Cartagena, y la gente se rebotó mucho. Situar esta historia en el Caribe me permitió abordar temas como la segregación racial, social y hasta geográfica de la región. Por otra parte, hay algo en la idiosincrasia de los cartageneros que es muy recurrente, y tiene que ver con lo fácil que estallan, aunque luego no queda nada de ese estallido; son como una mecha. También tengo un vínculo por la champeta, ya que conozco a muchos artistas del género y me interesa la champeta como símbolo de la contracultura.

¿Cómo fue el proceso de retratar la idiosincrasia del Caribe en esta película?

Fue un proceso de largo aliento. Muchos de los actores viven en el barrio Nelson Mandela, el cual nació como una invasión, pero luego se volvió un símbolo de resistencia social. La mayoría de los personajes son interpretados por actores naturales. Nunca hicimos un casting, sino que decidimos caminar por las calles con el guión en mano, y buscando a las personas más parecidas a los perfiles que teníamos sobre el papel. Suena romántico, pero así lo hicimos. Nos sensibilizamos con el contexto, ya que los barrios que aparecen en la película enfrentan problemáticas que los hacen casi inaccesibles para filmar, y llegamos al punto de no necesitar siquiera acompañamiento policial.

Cuando empezamos el trabajo con los actores, les dije que no les iba a enseñar a actuar ni a representar nada. Quería que contaran la historia como les naciera, y resultó un trabajo entrañable durante la preparación de los actores. Luego hicimos un ejercicio de cocreación del guión a partir de cómo entienden el mundo. A fin de cuentas, la película salió adelante gracias a ellos.

Entonces, ¿qué tan abierto fue el guión?

Estaba la idea de que el personaje hacía la fila, y de que todo lleva a que se arme la revolución. A los actores les daba unas pequeñas indicaciones y hacíamos una improvisación dirigida. Siempre estuve muy abierto a que el resultado fuera fiel a como ellos lo interpretaran y a que se sintieran cómodos. En ocasiones, la película tiene algo documental. Por ejemplo, hay una escena donde unas personas tratan de colarse en la fila, y uno de los personajes, la Señora Mary se molesta mucho y les dice groserías. Cuando cortamos, ella seguía molesta con la gente, resultado de ese extraño límite entre lo documental y la ficción.

¿Qué referentes tuvo para llevar a cabo una historia que se desarrolla casi por completo en una fila?

Cuando la película se mostró en un festival en Vancouver, alguien me pilló. Uno de mis referentes fue Do the Right Thing, de Spike Lee, y alguien me dijo en aquel festival que El Concursante era esa película, pero hecha en Latinoamérica, por elementos comunes como un día soleado, o que haya también un grupo de personas sentadas contra un muro hablando de cualquier cosa.

Otro referente fue Week end, de Jean-Luc Godard, en donde hay una larga escena con un trancón increíble. Parece que los personajes nunca van a poder avanzar. Si bien El Concursante es divertida porque tiene humor, también es aburrida, porque es una película sobre la espera. Cuando en la filmación me decían que avanzara un poquito, yo quería que todo fuera más lento. Reconozco que puede ser difícil seguir ese juego, pero soy terco con esas cosas. Si pudiera hacerle un cambio a la película, haría la fila más lenta, que tuvieran que esperar más.

La película está llena de referencias a la cultura popular de la región…

El Concursante tiene un arraigo muy popular. Mis anteriores películas eran más, digamos, sofisticadas en el tipo de humor. Aquí, como obedecía a la estética de la champeta, aparecen elementos como la vulgaridad, los cuales están implícitos porque hay algo muy genuino en esa búsqueda. Sé que la película le va a gustar a muchos, pero también estoy seguro de que otros la considerarán una especie de subproducto cultural, al igual que pasa con la champeta. Alguien me comentó que veía a las actuaciones un poco estereotipadas. Pero no puedo conceder eso, porque no existe la actuación, todos hacen lo que les va saliendo. Este reflejo de la realidad ha sido muy bien recibido por la comunidad del Caribe. Me interesaba que la película transitara por el mundo de los festivales, en donde lleva alrededor de dos años, pero también quería que dialogara con la gente popular, que sobre todo ellos la pudieran ver y disfrutar.

También hay una crítica muy concreta a algunos asuntos de género y al racismo…

Quisimos hacer reflexionar alrededor de estos temas, así que el machismo y el racismo que aparece en la película es burdo y torpe. Si lo hubiésemos presentado matizado, no generaría nada. Mostramos la película durante el día de la afrocolombianidad y el manejo de estos temas gustó muchísimo. El mensaje es duro cuando aparece en frases como “a ti no te conozco, negro hijueputa”, pero funciona. Cuando ensayábamos una escena en la que alguien grita “negro tenías que ser, hijueputa”, y tiene a su amigo negro al lado que le dice “¿Cómo así que negro?”, se producía un silencio incómodo, pero es bueno enfrentar al racismo de cara.

También hay que ser crudos con situaciones como la cosificación de la mujer. Son cosas que nadie quiere ver, pero que existen. Incluimos estos elementos sin ánimo de provocar, sino para mostrar una realidad que sería deshonesto esconder.

¿Cuál es la razón por la que El Concursante se estrena hasta ahora?

Queríamos que la película participara en el Ficci, pero asuntos de tiempo nos impidieron lograrlo el año pasado. Eso hizo que nos tomara un año más estrenarla en este Festival. Luego, cuando la íbamos a mover en el país, el calendario estaba muy congestionado. Si salíamos antes, era prácticamente un suicidio. Es verdad que se nos hizo un poco tarde, pero valió la pena esperar.

Como otras producciones recientes, en El Concursante hay un marcado descontento con lo que sucede en la sociedad. ¿Ve esta situación como un signo de nuestros tiempos?

Cuando trabajamos en el guión, estaba presente una poesía de Víctor Gaviria que decía que los accidentes nos iban a salvar de este mundo tan hostil. Cuando pienso en situaciones indignantes como el caso de los niños asesinados en el bombardeo en el Caquetá, me pregunto cómo la gente no reacciona a estas cosas. La película dice que estamos al borde, retrata a una sociedad a punto de estallar, en donde una razón tan tonta como pedir una olla a presión puede terminar siendo algo muy grave. Puede ser visto como un planteamiento mamerto, pero creo que es así. Hay señales de que ciertas circunstancias van a ser insostenibles.

Arcadia

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