Norma Martínez hace cosas geniales

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Por Daniel Cholakian

Hubo un instante en el que sentí que todo lo maravilloso del día podía verse –casi en un sentido literal- empañado. ¿Cuánto duran los segundos ante una situación inesperada que nos deja en un modesto ridículo ante un centenar de espectadores?

Norma Martínez, una gran actriz del teatro y la televisión peruana, me acaba de dar un papel con un pequeño texto que debo leer en voz fuerte y clara. Estamos sobre el escenario en medio de una obra de teatro. El papel está doblado y no veo qué tamaño tienen las letras. Mis anteojos están perdidos en algún lugar de mi enorme mochila cargada con cámara, lentes, grabador, computadora, anotador y el pequeño rollo de papel higiénico que me acompaña siempre en mis viajes. ¿Y si la frase está anotada en letra pequeña y no puedo leerla? En ese momento la obra –Solo cosas geniales– está acelerando su ritmo y cuando Norma diga mi número tengo que leer ese texto rápido. Si me pongo a buscar los anteojos, todo el público va a ver como revuelvo nervioso mis cosas  -estamos dispuestos en círculo y nos vemos cara a cara- y con mi movimiento aparatoso puedo interrumpir el monólogo de la actriz. Si espero a que me toque leer y el texto me resulte apenas una mancha, no voy a poder reaccionar rápido y voy a cortar el ritmo que trae Norma y así voy a quedar mal con ella a quien esperaba entrevistar al final de la función ¿cuánto duran un par de segundos ante una situación ridículamente desesperada?

Todo empezó la mañana fría del lunes 19 de agosto en Montevideo. Gracias a la gestión de Andrea Silva Carabajal, productora a cargo de las giras de elencos que participaron del Festival Internacional de Artes Escénicas de Uruguay, fui invitado a viajar con el equipo de la obra Solo cosas geniales a su presentación en la ciudad de Minas. Una experiencia de este tipo es siempre interesante para un cronista, no solo por el grado de cercanía que se logra para una entrevista sino por lo que se aprende, en este caso sobre el teatro y los sistemas de producción, las particularidades de un montaje en un espacio desconocido y las relaciones en los equipos de trabajo.

Nos encontramos algo después de las 6 de la mañana para partir. Cargada la combi con los elementos del vestuario y la escenografía, esperé a ver cómo se disponían en los asientos. El equipo había realizado ya otros tres viajes similares y se conocían bien entre ellos. Así me senté en el asiento más arrinconado y menos visible, justo detrás del conductor. Mi primer objetivo era estar sin ser notado, que mi presencia se fuera haciendo de a poco familiar para cada uno de ellos, especialmente para Norma Martínez.

A quien conocía de otros festivales era a la productora uruguaya, mi amiga Andrea. Así que en las casi dos horas de viaje aproveché para preguntarle sobre su trabajo en el SODRE y las giras de elencos invitados en el Festival. “En la edición anterior del FIDAE se hicieron 13 presentaciones fuera de Montevideo y la apuesta este año fue ir por todo el país”, contaba al tiempo que cebaba mate con Canaria. “Hicimos un relevamiento de los espacios que teníamos en relación con las obras invitadas que podían viajar –por suerte en todo el país teatros muy bellos y que han sido equipados- y puntualmente para Solo cosas geniales nos dimos cuenta que adaptando los teatros a la italiana para hacer la obra arriba del escenario. Podíamos hacer 4 o 5 funciones en el interior, adaptando esos teatros de 500 o 600 butacas para la puesta muy cercana que tiene esta obra tan humana”.

Norma Martínez y Andrea Silva Carabajal en el Teatro Lavalleja de Minas

Solo cosas geniales es una obra del dramaturgo inglés Duncan Macmillan, llevada a la escena por Norma Martínez con la codirección de Lucho Tuesta. “En el momento que terminé de leerla decidí que quería hacer esta obra. Así de impulsiva y visceral fue la decisión”, me contó Norma durante la cena posterior a la función. La obra cuenta la decisión de una niña de hacer una lista de cosas por las que vale la pena vivir para entregarle a su madre que intentó suicidarse. Esa tarea de hacer la lista seguirá con ella a lo largo de su vida. Lo que tal vez suene a drama de autoayuda al comienzo, deviene relato sobre la vida y sus propios motivos. Muchas de las anotaciones de esa enorme lista las leen los espectadores sentados en el escenario, dispuestos en un círculo en medio del cual se desarrolla el unipersonal. Así fue que también fui convocado a leer una de esas buenas razones para vivir.

“Me conmovió muchísimo la historia, porque creo que todos necesitamos razones para seguir viviendo, más allá de que hayas estado deprimido o hayas fantaseado con la idea del suicidio. Pensé en mí de niña también. No es que haya tenido una infancia ni remotamente parecida al personaje, pero sí me identifico con la sensibilidad y con la creatividad de esa edad bisagra que son los 7 años. ¿Que niño no se ha sentido abandonado alguna vez?”.

Llegamos al Teatro Lavalleja de la ciudad de Minas cerca del mediodía. Descargamos los pocos equipos y materiales necesarios para la puesta y nos llevaron a almorzar. Allí conversamos por primera vez, me presenté rápidamente a Norma, Lucho y el resto del equipo, tanto peruano y uruguayo, que formaba parte del apoyo a la producción. En una situación así, sabiendo que nos quedan muchas horas por delante y que no saldría nada interesante en la charla sin quebrar la relación entrevistador/entrevistados, debía ser muy perceptivo para entender cómo eran las relaciones entre ellos, qué rol ocupaba cada uno y cómo era el liderazgo natural que ejercía Norma. Comenzamos hablando de la situación política del Perú, un terreno en el cual podíamos  acercarnos sin meternos con lo teatral, pero que me permitía construir una relación de confianza y presentarme sin hacerlo directamente. Intercambiamos opiniones y miradas sobre la cuestión, pero fue Norma quien mostró cómo se definiría mi relación con el grupo. Me preguntó sobre el periodismo y qué diría a los jóvenes al respecto. Ella quería escucharme antes de abrirse ante un periodista argentino del que no tenía otra referencia que la confianza de Andrea. No voy a negar que me sorprendió hablar mientras ella me preguntaba. Lo más interesante fue que lo hice con mucha confianza y me llevó a reflexionar -nuevamente- sobre nuestro trabajo, sobre los nuevos medios y plataformas, sobre los jóvenes y su potencia disruptiva, y sobre cómo trabajar en este mundo siempre en transición hacia una nueva modernidad, que se esfuma antes de llegar.

Ese almuerzo terminó siendo muy divertido. Lucho Tuesta es un tipo con un gran sentido del humor y Norma es una mujer de una inteligencia y una sensibilidad muy profunda. Esta es una clave para comprender porque su Solo cosas geniales es mucho más que lo que el texto permite en una primera mirada.

«El autor es inglés y eso pone un poco distancia con los yanquis, que tienden a dar lecciones para todo: 10 pasos para hacer tal cosa, 10 pasos para otra. Podrían ellos hacer algo así como 10 pasos para liberarte del suicidio podrían hacer los yanquis. Pero al ser MacMillian inglés esto cambia de perspectiva”

Terminado un almuerzo de pizzas o milanesas, volvimos al teatro caminando en una ciudad que parecía vivir el letargo de la siesta. El Lavalleja tiene la estructura tradicional del teatro colonial, con pasillos laterales que llevan a los palcos, estos balcones que servían más para ser mirado que mirar. En uno de esos pasillos se esconde el Museo del Humor y la Historieta una muestra de piezas gráficas e historia escrita sobre gran parte del humor gráfico rioplatense del siglo XX.

El primer trabajo para el montaje fue definir la cantidad de espectadores que se esperaban y disponer sobre el escenario las sillas para ellos en una suerte de organización circular. Cada una de las posiciones debía permitir que los espectadores siempre vean a Norma y también puedan verse entre sí. Lucho Tuesta se sentó en varios lugares diferentes para garantizarse que esta regla se cumpliera. Recién cuando consideró que las posiciones estaban garantizadas, comenzó a definir la puesta de luces.

“Norma me invitó a formar parte del montaje inicialmente como traductor y estaba claro de que se tenía que pensar para montarla en Lima. Al poco tiempo, apenas una semana después, me propuso ser parte de la dirección. ‘Voy a necesitar que tú seas el director que me mire’, me dijo. Una vez traducido el texto, el trabajo fue de intervención para adueñarnos de la historia, dándonos las licencias que permite el dramaturgo para que las cosas se digan con verdad y en la forma en que le debe llegar al público para que se sienta identificado”. “Hemos hecho un ejercicio de localización muy grande para el Perú”, agrega Norma, “somos mucho más localistas incluso cuando la hacemos en Lima: hablo de que se van de veraneo a determinado sitio de Perú, tenemos muchas entradas con la comida, pero creo que la propuesta brillante de Lucho fue la canción de Irma y Osvaldo, que en Lima es una cosa incomparable y funciona mucho para aportar algo muy bonito”.

Lucho Tuesta sonríe luego de haber logrado el efecto deseado con una de las luces

El trabajo de la puesta de luces, que debía respetar una iluminación pareja en todo el círculo, cada espectador iba a leer y tenía que ser visto por el resto, pero además marcar la presencia de Norma en algunos lugares donde ella se detiene a decir algunos parlamentos destacados. Lo particular en una gira de estas características, donde el equipo llega sin saber exactamente con qué cuentan y cómo se maneja esa parrilla de luces, es que tienen que organizar la iluminación resolviendo carencias o distancias o estructuras una vez plantados con la escalera sobre el escenario. Así que puestas en su lugar las sillas, el equipo completo comenzó a subir y bajar de las escaleras, probar la consola, decidir cuáles serían las posiciones de Norma, enfrentar los problemas eléctricos propios y ajenos. Durante 5 horas Lucho, Fiorella y Valeria, trabajaron con luz y sonido como “un equipo que ya se conoce de memoria” según palabras del codirector. Recién 5 minutos antes de dar sala sintieron que estaban en condiciones de realizar la función, después de que apareciera un cable de sonido para reemplazar a uno que producía una fritura horrenda al hacer sonar la música.

Mientras se desarrollaba el montaje, en algún momento de esas intensas horas, Lucho me pidió que me sentara en una de las sillas para ver como daba la luz allí. Fue cuando Norma, que venía del vestuario donde había controlado tener todo lo necesario, “descubrió” un gran piano de cola que estaba al costado del escenario, fuera del círculo ya armado por Lucho. Fascinada por la belleza del instrumento, comenzó a ver como relacionarse con él con la secreta idea de incorporarlo a la obra.

La música es muy importante en la obra e incluye algún pasaje de Yo vengo a ofrecer mi corazón del argentino Fito Páez, canción que obviamente no está en el original, sino que es parte de la adaptación local que hicieron Norma y Lucho. Esto no es casual ya que ambos tienen una fuerte relación personal con la música.

Norma se sentó al piano y verificó que estuviera afinado. Yo estaba sentado donde Lucho me había indicado, muy cerca de allí. Norma comenzó a tocar y cantar, al principio tímidamente, como probándose y yo pude aprovechar mi lugar para escucharla con mucho placer, en el silencio de un hermoso teatro colonial de 600 butacas. Norma me consultó si sonaba bien, y con solo ver mi gesto decidió que en esa función el piano sería parte de la obra. La luz y el sonido nuevamente deberían adaptarse a la libertad creativa que permite el texto original.

Pocos minutos después del horario pactado, las 8 de la noche, el equipo decidió que estaban en condiciones de comenzar la función. “It’s show time, fox”, diría el maestro Joe Gideon.

Como el ingreso del público no sería por el lugar habitual sino por un pasillo lateral interno poco claro para los cien espectadores que esperaban en el hall, Norma salió a buscarlos y guiarlos hasta el escenario, donde además organizó como se sentarían. Algunos, sin saberlo aún, estaban destinados a representar pequeños papeles dentro de la obra junto a la protagonista.

Norma repartió papeles con las frases que referían a cosas por las que vale la pena vivir. Cada entrada, cada una de las frases que leímos los espectadores, no están pre definidas en las obra original, sino que la mayoría de ellas –que serían más de un millón- son definidas por cada una de las producción locales. Norma parecía medir a cada espectador para elegir cual “entrada” asignarle.

“Hay muchas de las entradas”, contó Norma, “que son originales de la obra porque creo que son insuperables. ‘La sensación de calma que sigue a la comprensión que por más que estés en una situación deplorable, no hay nada que puedas hacer al respecto’, por ejemplo. Eran brillantes. ‘Regalos que siempre has querido pero no te has atrevido a pedir’. Pero hay otras que hemos que intervenir porque eran más significativas para nosotros. Cuando empezamos a montar la obra, advertimos que las entradas que dice mi personaje eran las únicas que venían escritas. El resto, de las que venía el formato, teníamos que escribirlas. Entonces hicimos un grupo de whatsapp que todos los días alimentábamos de cosas geniales. Entre Lucho, Fiorella, Vanessa y algunos amigos que vinieron a la primera lectura empezamos a alimentar la lista”.

“Incluso cuando encontrábamos una entrada que podía ser cambiada”, agrega Lucho, “íbamos a esa lista. Si había una que estaba relacionada con comida, la cambiábamos. Incluso en Uruguay pusimos un chivito donde en Perú va un wantán frito con salsa de tamarindo”.

En las funciones en Lima el público podía dejar pegadas en las paredes sus propias «Cosas geniales»

Me tocó leer una de esas cosas geniales rápidamente, a poco de empezar la obra. “Una chelita helada”, leí con voz clara y potente. Una cerveza bien fría, podría decirse en otras partes de la región. Desde ese momento hasta la cena, una Pilsen –mi favorita en Uruguay- daría vueltas en mi cabeza.

“A veces me preguntan si soy Samuel”, confiesa Lucho. Y Norma agrega “muchas veces me dicen, gracias por compartir con nosotros tu historia, que pena lo de tu mami”. Así comenzó la entrevista colectiva que fue una conversación sobre el teatro, lo personal y lo real implicado por la obra entre todos los que participamos, de algún modo hermanados después de la función.

Ese día el Samuel elegido asumió su papel mucho más allá de lo que se espera de un espectador. Él decidió actuar, lucirse de algún modo en la escena, incluso buscando intervenir con sus propios parlamentos improvisados. “Hoy hemos estado muy atentos a Samuel, que se llama José en la vida real, especialmente por Norma que tiene que manejar muchas veces esas situaciones inesperadas”.

“Nos llamó la atención el veterinario, que estaba con la mirada enfocada en el infinito; la chica que estaba en la otra esquina muy conmovida cuando la escena de la terapia de grupo; y el chico que estaba a su lado todo el tiempo con el pañuelo en la mano. Los tres estaban muy compenetrados. Acá en Uruguay nos pasaron cosas que no nos pasaron en Perú”, le dice Lucho a Norma comentando las particularidades de la función de Minas.

“Yo sigo maravillándome de que puedo abrazarme a completos desconocidos y apoyo mi cabeza sobre su pecho y bailo con ellos y me dicen ‘te amo’, con absoluta verdad”, agrega Norma. Allí aparece la teatralidad en estado absoluto, un sujeto que se para ante los demás para contar algo más allá de su condición actoral. “Totalmente, es un juego y todos entran en ese juego de lo teatral. Cualquiera pueda actuar porque cualquiera puede actuar. Es un cuento comunitario, va mucho más allá de una obra teatral tradicional”.

Nuestras voces tomaron, a pesar de la hora de la noche, un tono íntimo y cálido que, aunque sigo y sigo escuchando en la grabación, no logró contar.

“El chico que hacía del veterinario”, cuenta Norma, “olía él de una forma bien especial, no sé, como desatendido…”. Y entonces habló Fiorella, la productora peruana que acompaña a Norma y Lucho: “hubo un momento cuando se dice ‘las madres con depresión abandonan a sus hijos a su suerte’, los ojos de todos se miraron como hacía adentro”, y todos dijimos cuanto nos había impresionado la respuesta del público, superponiendo nuestras voces y nuestra conmoción.

De pronto se sumó Valeria, la joven uruguaya designada como apoyo del Festival para la producción y el montaje, que se quebró con un sollozo al hablar: “El tema principal”, dijo y fue cuando se emocionó, “es que Uruguay es un lugar donde la soledad es una parte de la vida hasta el día que te morís”. La larga pausa que hicimos solo pudo quebrarse con el tímido “¿quién come pizza?” que improvisó Lucho.

Norma y Valeria y un abrazo necesario

Uruguay tiene una tasa de suicidio adolescente mayor a la media de la región y del que no se habla en general. “Que haya llegado esta experiencia de teatro a lugares como este me emociona” aseguró Valeria, “porque la soledad es algo muy potente. Hay una generación que no quiere más esto y lo dice abiertamente. Y la memoria de la dictadura también influye en esto. Los jóvenes que tiene 14 años la sienten demasiado lejos, pero sin embargo todo su entorno vive con eso”, nos explicó sobre la sensación de los jóvenes, que se vinculan con la performance de Norma de un modo sorprendente.

En la charla surgió entonces un encuentro entre la soledad, la memoria y lo no dicho. Esto permite pensar la reacción de los públicos. La memoria histórica y la memoria personal están atravesadas por lo que no se puede decir. “En Treinta y Tres, se me acercó un chiquillo de 17 años y me pidió sacarnos una foto. Me preguntó dónde podría encontrar la lista de todo lo que leemos. Le dije que me diera un correo para mandarle esa lista. Él me agradeció y cuando se acercó a darme un beso, no sé porque cosa que sentí, yo lo abracé. Y cuando lo abracé decidí quedarme un momento más, y fue un momentito más y otro, y le acaricié la cabeza. Allí se puso a sollozar esa criatura de un modo… fueron minutos. Terminaron de desmontar todo y yo seguía abrazada a él. Luego vino una mujer que trabajaba en el teatro y le dijo: ‘yo también pasé por un proceso de depresión y hemos armado un grupo y de esto se sale, quédate tranquilo. Le dio su teléfono y le abrió un espacio para hablar”.

Escucho nuevamente este texto y me conmuevo. ¿Cómo pensamos los críticos, cronistas, académicos el teatro si no podemos pensar en los públicos desde otra perspectiva?

Por suerte la frase estaba escrita con letra grande y clara y pude leerla sin anteojos. La dinámica de la obra no se vio afectada. La larga charla fue parte de una cena en la cual ya estaba incorporado como parte de la gira. La combi nos esperaba fuera del restaurante de pueblo en que que comimos pizzas y helados hasta la una de la mañana de una noche realmente muy fría. No tengo guardada la foto que nos sacamos todos juntos esa noche. No sé en cuál de los teléfonos está esa imagen.

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