«Historia mínima del fútbol en América Latina» de Pablo Alabarces

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Introducción

Por Pablo Alabarces

Ésta es una historia de algo que no existe. Y, sin embargo, es una historia posible.

El futbol latinoamericano no existe como narrativa unificada, como desarrollo homogéneo, como modo de jugarlo o de mirarlo, ni siquiera como origen común —y, mucho menos, como destino—. Algo similar ocurre con el futbol europeo, por cierto, pero al menos la unificación es institucional: hay una Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (Union of European Football Associations, la UEFA), con 55 asociaciones, algunas cuya condición europea admitiría algunas discusiones (Turquía, Chipre o Kazajistán caben dificultosamente en esa categoría). Nuestro continente tiene dos asociaciones confederales, la Confederación Sudamericana de Fútbol, o Conmebol, y la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol, o Concacaf. La Confederación Sudamericana no incluye a todos los países del Cono Sur —excluye a las viejas Guayanas: Guyana, Surinam y la Guayana Francesa. La Concacaf, a su vez, además de incorporar estos tres territorios sudamericanos —cuya lengua oficial no es ni el español ni el portugués, y ni siquiera el quechua o el guaraní—, se subdivide en tres grandes zonas: la Norte, procedente de la vieja NAFC, o Confederación Norteamericana, y que hasta su extinción incluía a Cuba; la Centroamericana, entre cuyos integrantes se cuenta la ex colonia británica de Belice, y la Caribeña, con 31 asociaciones nacionales, muchas de las cuales serían difícilmente clasificables como latinoamericanas (y que, en muchos casos, jamás han disputado un juego contra algún equipo sudamericano). Entre ellas  se cuentan dos asociaciones con desempeños internacionales exitosos, Jamaica y Trinidad y Tobago, cuya lengua oficial y popular es el inglés y que representan, para cualquier imaginario latinoamericano, apenas una otredad pintoresca (pero que, a la vez, nos han legado alguno de los mayores corruptos de la historia de la dirigencia subcontinental, con peso decisivo sobre todo el continente, indiferentes al mayor o menor latinoamericanismo de su tierra natal).

Proponer una historia, entonces, es una decisión: proponer una historia de esa complejidad, de esas divergencias y desgarramientos que además se cruzan todos los días con otredades enfáticamente no latinoamericanas —la relación permanente de México con Estados Unidos y Canadá, por ejemplo—. Este libro existe, claro, porque tomamos esa decisión; porque postulamos que puede entenderse un futbol latinoamericano en los pliegues de sus historias poscoloniales y sus desarrollos asimétricos; en los modos en que los distintos hinchismos —es decir, los estilos del ver y el alentar— dialogan y se contaminan, cuando no se imitan; en la manera como los héroes deportivos locales se vuelven continentales (desde Di Stéfano y Pelé a Messi, Neymar y Suárez, para apenas ejemplificar de manera arbitraria); y también, aunque más negativamente, en una dirigencia emparentada, ya no por sus afanes de hermandad sino por su corrupción desaforada.

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