Pacto de silencio

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La cineasta que expuso el ‘pacto de silencio’ de su tía torturadora

La chilena grabó un documental sobre su tía Adriana Rivas, acusada de crímenes en la dictadura.

Lissette Orozco descubrió que la participación de su tía ‘ídola’ en la temida policía secreta de Pinochet, la Dina, era un secreto familiar que encarnaba los horrores de un país entero. Conversación con la directora de ‘El pacto de Adriana’, en el marco de la Semana Internacional del Detenido-Desaparecido.

Frente a una barrera de policías antidisturbios que custodia un homenaje a Pinochet en Chile (2012), una mujer grita: “¡Reinalda Pereira era tecnóloga médica con seis meses de embarazo y fue lanzada al mar, simplemente por ser opositora!”. La escena, que hace parte del material inédito del documental El pacto de Adriana (2017) de la chilena Lissette Orozco, es casi la réplica de miles de reclamos de verdad, justicia y reparación de familiares de detenidos-desaparecidos de América Latina.

El dolor de esas voces exige dignidad para la memoria de más de 3.000 personas desaparecidas o asesinadas en Chile entre 1973 y 1990, según un informe de la Comisión Valech II, ampliada en 2011. El mismo año en que Adriana Rivas, la tía ‘Chani’ –protagonista del documental de Orozco–, se fugó de Chile a Australia, evadiendo las acusaciones de tortura y asesinato en su contra.

Rivas fue, en fachada, secretaria bilingüe de la Dirección Nacional de Rehabilitación entre 1973 y 1977, pero en la práctica era la mano derecha del general Manuel Contreras, director de la tenebrosa Dirección Nacional de Inteligencia (Dina). Luego se convertiría en agente de esta policía secreta estatal.

Por estos vínculos, la ‘Chani’ fue señalada por exagentes y víctimas como una de las más despiadadas torturadoras de la brigada Lautaro, comandada por Contreras. Uno de los principales cargos en su contra es la participación en la desaparición de Víctor Rivas, secretario general del Partido Comunista en 1977, junto con otros seis copartidarios.

Aunque en los 96 minutos de documental lo niegue rotundamente, con lágrimas en los ojos. Aunque durante los cinco años de rodaje del documental que le hacía su sobrina favorita (2012-2017) le jurara que ella no tenía idea alguna de esos actos atroces de los que la acusaban. Aunque esté presa desde febrero de 2019.

Lo que detonó a ‘El pacto de Adriana’ fue descubrir un secreto familiar. ¿Cómo fue acercarse a una verdad universal desde una verdad familiar?

Me di cuenta de que era una niña tan ignorante e ingenua con respecto a la memoria histórica de mi país. Cuando me junté con las víctimas de mi película entendí la dimensión del dolor porque me di cuenta de que había muchas familias que habían crecido con una ausencia, y por qué hay tanta gente todavía herida en mi país. Tuve testimonios de víctimas donde muchos de ellos me decían que su sueño era que una mañana les sonara el teléfono y les dijeran: encontramos un dedo, un hueso, una mandíbula, un lo que sea de tu familiar; ni siquiera tienen esperanza de que estén vivos porque ya sabemos que lo que hizo la policía secreta de Pinochet fue exterminar completamente al que pensara distinto. Cada vez que una persona niega lo que pasó o relativiza el dolor, esa herida se vuelve a abrir y ahí me doy cuenta de que esto nunca se va a terminar, que la única forma de que mi país se sane es que exista verdad. Pero si no, nos quedará muchísimo tiempo más de seguir soportando el egoísmo de una derecha amnésica, peligrosamente amnésicos y negacionistas.

La versión de su tía se vuelve dolorosa para usted porque ella lo niega todo. ¿Cómo fue encontrando la verdad en el camino?

En la película nunca tengo la verdad, es mi lucha por una verdad. Lo único que hice con mi película fue un trabajo de reconstrucción. También entendí que para mucha de esta gente que violó los derechos humanos la forma de mantenerse vivos en su presente es negar el pasado; pero no solamente negarlo, sino inventarse una nueva verdad. Entonces, la actitud que tiene mi tía de negar la realidad, de inventarse un nuevo discurso y aprendérselo es la misma que están tomando aquellos que estaban directamente vinculados con el pacto de silencio que firmaron cuando pertenecieron a la Dina. Por eso la película se llama ‘El pacto de Adriana’, porque es un pacto que ella tiene consigo misma.

Su película aborda la memoria desde la versión del victimario. ¿En algún momento sintió que no podía seguir adelante con la versión de su tía?

Como me demoré cinco años haciendo la película, todas la cosas que iba viviendo las guardaba en un disco duro y seguía mi vida, no cuestionaba nada. Hasta que la montajista me mostró un primer corte de la película y ahí lloré todo lo que no había llorado nunca, dimensioné que mi película iba a ser una bomba en mi familia y en muchas familias chilenas. Empecé a angustiarme profundamente. Tenía mi conflicto porque ética y moralmente sentía que estaba bien que sacara a la luz todo esto, pero emocionalmente sentía que iba a traicionar a mi tía y a mi familia. Obviamente no estamos acostumbrados a ver películas de los victimarios, y las películas que existen sobre ellos los muestran como víctimas. Lo que nunca se había visto es que un victimario se muestre como tal, se sienta orgulloso y diga, como dice mi tía, que los mejores años de su vida fueron cuando trabajó en esta maquinaria del horror.

El pacto de Adriana

Adriana Rivas (mano arriba) en uno de los eventos militares de la dictadura chilena a los que asistió como miembro de la Dina.

Foto: Lissette Orozco

¿En Chile muchas familias pueden tener un victimario dentro de su historia…?

Es súper complejo. Yo no partí diciendo que mi tía era un victimario, partí diciendo ‘mi tía es una buena tía y trabajó en este lugar’ y en el camino me fui encontrando con mi real tía. Uno de los mensajes que yo quiero entregar en esta película es que independientemente de la familia de la que uno venga, no por criarse en medio de un discurso ideológico uno tiene que pensar como ellos. Mi abuela, que sale en la película, era súper pinochetista, de derecha, conservadora, y al terminar la película dice: ‘yo no sabía un montón de cosas que pasaban cuando estaba Pinochet. Yo nunca voy a dejar de ser de derecha, pero yo ya no soy pinochetista’. Que una mujer de setenta y tantos años te diga eso significa que podemos avanzar. Por ejemplo, pasa ahora que en Chile pusieron una ministra de la Mujer sobrina de Pinochet. El problema no es que sea familiar de Pinochet, el problema es que piensa como él. Esos son los paradigmas que tenemos que cambiar.

Algo similar a lo que sucede en Colombia con el nombramiento del hijo de alias Jorge 40 como coordinador de víctimas…

Cuando supe esta noticia dije ¡pero esto es una burla! Imagínate a una víctima: ‘voy a pedirle ayuda al hijo del victimario’. Y capaz que él sea un tipo que realmente quiera trabajar para las víctimas, pero públicamente no ha dicho que él está en desacuerdo con su padre, y el hecho de omitir esa opinión es provocador y grave. Lo que siento acá en Colombia es que hay una fachada de democracia, aquí te matan por pensar distinto. Siento que poner a este personaje en ese cargo público es un gran atentado a la democracia, uno más de todos los que ya existen.

¿El formato del documental se puede entender como un medio de las nuevas generaciones para tramitar un dolor que no vivieron?

Yo nací en democracia, en un país megacapitalista y desigual. Pero hay cosas con las que como nueva generación me sentía con una responsabilidad, dentro de esas estaba que yo no podía dar vuelta a la hoja del pasado y mirar el futuro, que ese es como el discurso de mi tía; yo tenía que mirar el pasado y tener un diálogo con él para tener un discurso sobre el futuro. Me daba cuenta de que era peligroso que los jóvenes no supieran nuestra historia real, porque la podríamos repetir. Y, efectivamente, eso pasó. El 18 de octubre del año pasado estalló nuestro país y bastó una manifestación pacífica para que el Gobierno sacara a los militares y empezara a disparar a la gente, ahí yo me di cuenta de que nuestro país no había aprendido nada en todo este tiempo.

En su documental utiliza las videollamadas de Skype e imágenes de su tía proyectadas en un muro para cuestionarla, así ella no esté. Es un camino extraño para confrontar la memoria…

Sí, es que también es una película de reconstrucción de la memoria. El hecho de proyectar a mi tía es también proyectar su imagen en una intimidad, nosotras dos solas. Ella me habla a mí, yo la miro, es una proyección de su imagen donde esa autoridad de ella es gigante y yo pequeña, tratando de entender toda esa dimensión. Es un rompecabezas que no se terminó y nunca se va a terminar hasta que mi tía reconozca lo que pasó. Quizás también el mensaje final de la película es que yo no voy a conseguir nunca una verdad, pero espero que esta reconstrucción de la memoria sirva para otros.

Su documental ha generado polémica. Unos la juzgan por haber traicionado a su tía y otros, por haber sido demasiado blanda con ella. ¿Le parece que hacer memoria es un ejercicio ingrato?

Es súper difícil porque hice una película en la que sentí que fui lo más honesta que pude. Y me pasa que hay gente que termina de verla y aplaude, y otros que me dicen ‘perdona, pero yo no puedo aplaudir’, y lo entiendo absolutamente porque es una película que termina en la impunidad. Me pasó una vez que estaba en Chile, terminó la película y un chica me dice ‘yo soy hija de detenido-desaparecido, ¿te puedo abrazar?’. En ese minuto no me di cuenta, pero siento que fue un gesto que se acerca un poco a la reconciliación, una de la nueva generación con la memoria histórica. Yo no la abracé porque tenga culpa por mi tía, no tengo la culpa de todo lo que ella hizo, pero siento que hice como ‘justicia’ con este trabajo y espero que así se lea

Vivimos una época de conmemoraciones relacionadas con la memoria. ¿Las cree significativas o son algo más bien de papel?

Creo que eso depende del país. Estoy completamente en desacuerdo con ese discurso de que la forma de avanzar como sociedades es dando vuelta a la hoja, y no siento que estos actos conmemorativos estén de más. En El pacto de Adriana estuve en un acto conmemorativo de los 40 años del golpe militar y me sentí profundamente acogida en ese espacio donde la gente tenía una actitud reflexiva, de duelo. Entendí mucho más esa dimensión del daño desde este lado versus haber ido al homenaje a Pinochet, donde me encontré una derecha fascista extrema que odia, que humilla, que tiene rabia no entiendo de qué, si ellos hicieron desaparecer a la gente. Creo que estos espacios de conmemoración son un acto de empatía independientemente de que tengamos o no víctimas en nuestra familia.

Nunca vamos a poder traerles a su familiar de vuelta, pero sí podemos ayudar a que ese corazón no sangre tanto, no duela tanto.

La película puede verse aquí

 

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