Pintar desde la memoria de otro

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A Philipp Anaskin le cambiaron el país dos veces: la Unión Soviética por Rusia, y Rusia por Costa Rica. Philipp vive así entre el idioma ruso y el español, entre las memorias de otros y la vida de él, pero ha encontrado, en la pintura, el modo de compartir sus patrias con nosotros: favor que nos hace su tremenda maestría.

Philipp Anaskin exhibe No-lugar : doce cuadros, casi todos en gran formato, en la Galería Artflow. También expone bocetos a lápiz y un video que enseña el modo en el que pintó un retrato.

Las pinturas son el trabajo que Anaskin presentará en la Universidad Nacional para recibirse de bachiller en artes plásticas.

Philipp nació en Moscú en 1988, pero vive en Costa Rica con su familia desde que él tenía dos años. Sus pinturas presentan personajes y ambientes transidos de nostalgia por un país (la Unión Soviética) con cuyo fenecido régimen no simpatiza, pero que, al fin, moldeó la memoria de los suyos. Anaskin nos dice:

–El no-lugar es uno creado por recuerdos y tradiciones, pero que ya no existe pues ya ha cambiado mucho. Mis padres no lo reconocerían porque salieron en 1992 y nunca han vuelto a Rusia. El no-lugar es también el arte figurativo, relegado hoy por otras expresiones estéticas.

Su estilo debe mucho a la pintura realista rusa, incluso a la del periodo soviético, que contó con grandes maestros. Su dibujo es académico, pero su aplicación del color es vital y bulliciosa. Sus pinceladas, sueltas, no persiguen el detalle, sino la impresión.

Impresionismo

Las tradiciones rusas influyeron en Anaskin desde su infancia porque sus padres le mostraban libros de arte ruso-soviéticos.

Sin embargo, pese a la vigilancia política, aquel arte no fue uniforme y admitió cierta libertad para las pinceladas enérgicas y los temas familiares. La épica del “realismo socialista” navegaba sobre un mar de lírica que los pintores creaban para unos pocos.

Ya a fines del siglo XIX hubo gran impresionismo en Rusia, como el de Konstantín Korovin (1861-1939). Philipp Anaskin parte, pues, de raíces anteriores a la Unión Soviética.

Anaskin hace apuntes de escenas y personajes en cuadernos, pero no traza bocetos que pasarían luego a un cuadro. “Tengo una idea general de la composición y ataco directamente el lienzo. No dibujo contornos con lápiz, sino que los hago con colores y pincel”, explica.

Philipp no se detiene ante el lienzo. Es rápido, nervioso, y esto se nota en las pinceladas, sobre todo en las aplicadas con brochas industriales.

Sí, lo dicho: algo del impresionismo vuela por aquí: el afán de sugerir, con los colores, rostros y cosas que se perciben mejor a la distancia; de cerca son un dominó alucinado de brochazos.

“Me gusta jugar con las plastas de los colores, incluso en los fondos”, añade Philipp. Algunos escenarios son imprecisos, como el del acrílico Trasfondo : un hombre, una mujer y un bebé habitan una calle devastada por la pobreza. Sobre un color magenta y plano, flota otro lugar-no lugar.

“Yo soy más pintor del cuerpo humano que de espacios”, confiesa Anaskin.

En familia

Una pantalla expone un video sobre cómo deshacer un rostro. Se inicia con un retrato acabado, pero el video viaja hacia atrás, de modo que el pincel retira los colores hasta que la pintura se esfuma en el lienzo blanco.

El óleo La infancia de Iván (200 x 303 cm) se presta el título de una celebrada película del director ruso Andréi Tarkovski: un plácido jardín muestra a una mujer (sin cabeza), un niño (sobrino de Philipp) y un perro; pero no es el único invitado: Iósif Stalin, el dictador soviético, aparece muerto o en siesta peligrosa.

“No puedo decir que soy completamente ruso ni solo costarricense”, expresa Philipp.

Él llegó a Costa Rica a los dos años, en 1992. Se crio y estudió en nuestro país, excepto durante el año 2013, cuando la Universidad Nacional le gestionó una beca en la Universidad Saint Tikhon, de Moscú, donde aprendió técnicas de pintura mural.

“Cuando pinto, mis modelos son mis familiares. Prefiero trabajar con ellos delante. Aunque apelo también a fotografías, no me gustan porque limitan demasiado los colores reales”, detalla el artista.

Precisamente su hermana y modelo Daria figura en cuatro obras, incluida Desidia , óleo ya comprado por un coleccionista peruano. Sasha, su sobrina, protagoniza un cuadro hermoso aunque melancólico.

En la galería, una mesa cubierta por un vidrio expone fotografías y recortes de publicaciones rusas, pero también apuntes de Philipp que confirman su asombroso dominio del dibujo (el dibujo es el único padre de las artes plásticas, negado por quienes no pueden ser sus hijos).

Retrato es el cuadro más pequeño: 36 x 30 cm, hecho con técnicas similares a las del maestro José Miguel Páez.

Anaskin declara: “Me cuesta trabajar en estas dimensiones; prefiero el gran formato pues me permite pintar girando el brazo, como danzando: por esto me gusta pintar en vivo”.

Lo que vendrá

“Yo imagino las composiciones, que pueden ser irreales, pero mis personajes no lo son: tienen historias. Pinto varios cuadros a la vez, y no es mi estilo precisar todos los detalles, lo que sí hago en los dibujos a lápiz”, manifiesta el creador.

La espera es otro recuerdo en dos dimensiones. La madre del pintor aparece sobre un sofá como una Madonna de mirada triste. “Mi familia debió esperar mucho tiempo para tener una casa: vivíamos en una construcción interminable”, dice el artista. Por fin tienen la casa en un campo de Heredia.

En Reconociéndome , Anaskin se representa pintando en un jardín junto a una anciana (su abuela), quien mira hacia otra parte: está en su propio mundo, con la memoria saturada de pasado.

Por su onirismo misterioso y monumental, Anaskin hace recordar a otro gran y joven artista costarricense: Mario Rojas Kolomiets, de madre ucraniana.

Philipp Anaskin Dushacoa también ha seguido cursos de escenografía teatral, ilustración biológica, grabado y cerámica.

Phillip ha ofrecido cinco exhibiciones individuales y ha participado de once exposiciones colectivas. En el 2014 compartió el primer lugar de la exhibición Valoarte por su tríptico Desplazamiento (de emigrantes).

No hay calles en los cuadros de Philipp Anaskin: solo espacios indefinidos o interiores de alguna casa con gente y perros; mas Costa Rica ya vive en la vegetación de los jardines.

Este gran artista todavía debe cumplir con la memoria de su familia antes que con la suya (nacida aquí). Su memoria de Rusia es la memoria de otros.

“Costa Rica ya vendrá en otra serie”, anuncia el artista, futuro creador de sus recuerdos.

Publicado en La Nación
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