Cien años de Amalia de la Vega: la Gardel femenina

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Amalia: la tarde que se marchaba se volvió para escuchar

Por Marcia Collazo

No puedo permanecer impasible, o siquiera medianamente objetiva, cuando se habla de Amalia de la Vega. Además de ser coterránea, o más bien paisana de los entrañables pagos de Cerro Largo, fue una mujer talentosa, digna y valiente que en épocas difíciles para el género femenino -habría que preguntarse cuáles no lo fueron- supo abrirse paso, descollar por sí misma y seleccionar un cancionero compuesto por las más hermosas y acertadas melodías.

Hoy es una gran olvidada, hay que reconocerlo, pero no busquemos culpables. La cosa es triste, sí, pero no creo que haya que castigar al pueblo por su liviandad e ingratitud para con sus artistas. Por algo ocurren las cosas, decía mi abuelita; el que quiere darse cuenta se da cuenta, más tarde o más temprano, y el que no, pues se lo pierde. Amalia tal vez habría aprobado esa forma de pensar que, lejos de centrarse en el ego, se refugia en la sabiduría. Ella misma, que hizo de las cosas diminutas el tema principal de su arte y que bien se merece el título de Amalia la Grande, es un ejemplo de renunciamiento y de evitación de toda egolatría: eligió dejar de cantar para recluirse en la calma de su hogar familiar y jamás conoceremos del todo los motivos de semejante decisión.

Ilustración de Jaime Clara

Hace poco alguien me preguntó durante una charla a propósito de las mujeres de Artigas si ellas habrían sido “alguien” con independencia de la figura del héroe. La pregunta, además de maliciosa, me pareció inútil. No sólo encierra una lógica de poder y de exitismo, sino que condena al olvido todo lo que la memoria oficial no ha decretado relevante. Se desecha, al barrer, el meollo de lo anónimo, lo popular, lo intangible, que es en el fondo lo único verdaderamente heroico, por cuanto hace girar a sangre y a sudor la rueda de la historia. Se desecha, en esa misma lógica, todo lo menudo y particular que rodea nuestra vida diaria, en tanto no esté vinculado a un personaje o a un hecho supuestamente famoso. Pero existe entre nosotros, afortunadamente, una forma de nativismo o de criollismo hondamente poético, que hace suya la pequeñez de las vivencias más recónditas, los símbolos de la naturaleza, la comunión con el paisaje, la mansedumbre aparente de lo cotidiano.

Es un nativismo singular que no ancla en los aspectos anquilosantes de la tradición, sino más bien en el alma de las cosas, en su drama y en su espíritu escondido. A ese nativismo no le interesa la celebridad más o menos indiscutida de los próceres, de los políticos y de los guerreros. Al contrario. Universaliza y ensalza los objetos, los sentimientos y los tipos humanos más humildes. Por eso Amalia de la Vega, acaso la principal exponente femenina de ese género en Uruguay, le canta a la tapera, al rebenque plateao, al mate amargo, a la carreta, al caballo y al perro, al peón rural, al gaucho, a la madre, al amor y a la muerte. La letra de ‘Mate amargo’ expresa: “Sos alma de la cocina, que alegra reunión sencilla, y mientras la llama brilla, vos vas con tierno embeleso, como si fueras un beso aleteando en la bombilla”. Y los versos de ‘El Zorzal’, bellísima canción, dicen: “Muere el sol y junto al río, da sus silbos el zorzal; la tarde que se marchaba, se volvió para escuchar; el agua que iba corriendo se detuvo hecha un cristal, el aire quedó en suspenso, la brisa sin respirar”.

Hace 100 años, un 19 de enero de 1919, Amalia nacía en Cerro Largo. Su verdadero nombre, que se cambió por motivos artísticos, era María Celia Martínez Fernández, aunque todos la llamaban Perla. Tenía tres años cuando su familia se traslada a Montevideo, y cuatro cuando muere su padre. Nunca regresó a su tierra natal, pero tampoco olvidó sus orígenes. “Siempre tuve contacto con Melo porque cuando nací, ya se casó mi hermana mayor. Por ese motivo, viajaba” con frecuencia. Sus antepasados paternos eran gente de campo. “Y eso se hereda”, decía, acaso en referencia a sus inclinaciones artísticas, tan vinculadas al solar nativo.

El canto le venía de familia. “Mi madre cantaba las décimas de Elías Regules, y las canciones del momento, que eran todas del campo. Me acostumbré a escucharlas”, decía. Ella también cantó desde muy joven. Empezó por amenizar fiestas familiares, y pronto desarrolló un estilo personalísimo, plasmado en vidalitas, milongas y cifras camperas, que la convirtió en poco tiempo en una figura célebre en Uruguay, Argentina, Brasil y Chile.

No fue sólo su voz, tan particular y poderosa que nadie, al oírla, podía permanecer insensible. Fue además la acertada elección de sus temas, la dulzura y la pasión de su interpretación. Fiel a su tierra, el primer tema que grabó fue una vidalita de Emilio Oribe, titulada ‘Cerro Largo’. Llegó a cantar 108 temas del folclore uruguayo, argentino y chileno, y editó diez discos. Alguna vez intentaron llevarla hacia el tango, sin éxito. “Hubo mucha gente que quiso que yo cantara tango, pero no. A pesar de que me gusta mucho el tango, lo que más me impacta son las canciones criollas”.

Amalia cantaba los martes y los jueves, de 8.00 a 8.30, en radio El Espectador, y durante ese tiempo se formaba una fila inmensa en la calle. La gente aguardaba con sol o con lluvia para verla salir, saludarla y hablarle. Pero ella, tímida hasta el último día de su vida, rehuía cualquier alarde de estrellato. Era muy de su casa, iba a hacer los mandados de vestido modesto, como cualquier vecina, y cuidaba de su madre anciana. Pero aunque haya pretendido olvidarse del mundo, el mundo no se olvidó tan fácilmente de ella, y eso que es tan ingrato y frívolo como lo pintan en los tangos.

La voz de Amalia sigue dando vueltas por ahí. Cada tanto alguna radio se acuerda de ella y pone una de sus canciones. Es raro. Es excepcional. Pero todavía suena de tanto en tanto, y es seguro que a pesar de los pesares, tendrá sus chances de perdurar entre tantos horrores y adefesios musicales. Todos los grandes cantantes de su tiempo, y algunos posteriores, la ensalzaron. No se puede eludir el magnetismo de esa voz, su poder, su fuerza arrolladora y su espíritu vagamente melancólico. Esa voz parece brotar sola, como el caudal de un manantial subterráneo que corriera sobre un lecho de diamantes. Rotunda y simple a la vez. Tan simple y elemental como sólo puede serlo un diamante. Sin estridencias electrónicas ni mentiras tecnológicas, sin impostaciones falsas y sin una pizca de cursilería o de mal gusto. Como la del Mago, a quien tanto admiraba. “Para mí la única voz es Gardel y lo seguirá siendo, una maravilla. En mi desvelo pongo la radio y siempre lo estoy escuchando”. Será por eso que tantos lo han afirmado. Amalia fue el Gardel femenino de nuestra tierra y vale la pena continuar escuchándola.

Caras y Caretas


Gardel hecho mujer: Amalia de la Vega, “la Calandria Orientala”, centenario de su nacimiento

“Gardel hecho mujer”, dijo alguna vez la gran Mercedes Sosa sobre Amalia de la Vega. Y Alfredo Zitarrosa, quien la idolatraba, opinó de ella como “sencillamente la más grande artista uruguaya de todos los tiempos” ¹

Amalia de la Vega, seudónimo de María Celia Martínez Fernández (19 de enero de 1919, Melo, Departamento de Cerro Largo – 25 de agosto de 2000, Montevideo) fue una cantante nativista y compositora uruguaya.

María Celia Martínez Fernández se hizo llamar Amalia de la Vega. Era ése el nombre que había elegido a instancias de Víctor Soliño, quien le pidió que hiciera una lista con posibles seudónimos. Barajando distintos nombres y apellidos, a ella le gustó la combinación.

Amalia no se consideraba a sí misma una artista, sino «una cantora y nada más». Había nacido en Melo un 19 de enero de 1919, y había vivido ahí hasta los tres años, cuando el padre, un militar, fue trasladado a Montevideo. Sin embargo, sus viajes a Cerro Largo fueron frecuentes y el terruño siempre le provocó orgullo.

Ella recordaba, del Melo de su infancia, las plazas llenas de naranjos silvestres, el perfume de los azahares, y los gallos de riña. Siempre le había gustado el canto, pero no lo había estudiado. Era inmensamente tímida. Parece que solía encerrarse a cantar en un cuarto, o se iba lejos, donde nadie pudiera escucharla. Cuando su hermano mayor tocaba la guitarra y cantaba en ruedas de amigos, la llamaba para que lo acompañara, pero ella solamente accedía si la dejaban cantar detrás de una puerta. Con el tiempo empezó a hacerlo en kermesses y en fiestas familiares. En la década del cincuenta, animada por la pianista Beba Ponce de León, cantaba en actuaciones benéficas que se montaban en diversas parroquias.

A los veintitrés años había debutado en la radio El Espectador, cuya dirección musical estaba entonces a cargo de Walter Alfaro.

Durante varios años se presentó en dos audiciones semanales, de media hora cada una, a puertas cerradas. Nunca venció el miedo de sentirse observada, pero las fonoplateas de Carve le dieron soltura para llevar su canto a las radios de San Pablo, Río de Janeiro, Santiago y Buenos Aires.

Amalia de la Vega recuerda sus pasajes en Radio Carve. (Fragmento de entrevista realizada por el periodista Emib Suárez Silvera)

Amalia detestaba el concepto de show, de luces y cámaras. Se presentó tres veces en la televisión, pero no quiso repetir la experiencia. Era muy casera. Tenía muchos pájaros. No se casó. La invitaron a cantar en Francia, pero no quiso. Siempre defendió su repertorio, mayormente conformado por canciones criollas —cifras, vidalitas, milongas y estilos— con textos de Serafín J. García y Tabaré Regules, entre otros, y musicalizados frecuentemente por ella misma.

Decía que tenía que sentir las canciones que cantaba, y si eso no sucedía se negaba a interpretarlas. Una vez estuvo años sin cantar una canción simplemente «porque la sentía demasiado» y era un desgarramiento expresarla. Cuando lo hizo, a pedido de Tabaré Regules, en una fiesta criolla en Potros y Palmas, la cantó llorando, contaba en una entrevista con César di Candía publicada en Búsqueda en noviembre de 1998.

En la década del ochenta Amalia de la Vega dejó de cantar. Había tenido algunos silencios intermitentes, pero un día dejó de hacerlo, y fue definitivo.

Lo primero que llama la atención al escuchar a Amalia de la Vega es la belleza de su voz y su gran técnica vocal.

¿Será por la escasez de reediciones digitales (apenas dos discos compactos del sello Sondor a la fecha)? ¿Será por el antidivismo y la proverbial timidez que la mantuvieron alejada por largos períodos, hasta el definitivo adiós de los ochenta, veinte años antes de su muerte? ¿Por su prescindencia política en los años duros? ¿Por la conocida dificultad del país para conservar y celebrar la memoria de su pasado artístico expresada, entre otras cosas, en la triste figura de las humillantes y modestísimas «pensiones graciables» a artistas como Carlos Molina, Marcos Velásquez, Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez Castillos, Anselmo Grau y la propia Amalia de la Vega?

Además de cubrir un amplio repertorio latinoamericano, doña Amalia se acercó a poetas locales para musicalizar sus textos y componer lindas milongas, recibió el apoyo de importantes figuras como el pianista y compositor Walter Alfaro o el musicólogo Lauro Ayestarán (que le brindó temas recogidos en sus investigaciones) y realizó las versiones más convincentesque se conocen de canciones compuestas por músicos «nacionalistas» del área «culta» (Eduardo Fabini y Luis Cluzeau Mortet, entre otros). A esto se suma su «legado» a Alfredo Zitarrosa: la sonoridad del de las humillantes y modestísimas «pensiones graciables» a artistas como Carlos Molina, Marcos Velásquez, Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez Castillos, Anselmo Grau y la propia Amalia de la Vega.

Además de cubrir un amplio repertorio latinoamericano, doña Amalia se acercó a poetas locales para musicalizar sus textos y componer lindas milongas, recibió el apoyo de importantes figuras como el pianista y compositor Walter Alfaro o el musicólogo Lauro Ayestarán (que le brindó temas recogidos en sus investigaciones) y realizó las versiones más convincentes que se conocen de canciones compuestas por músicos «nacionalistas» del área «culta» (Eduardo Fabini y Luis Cluzeau Mortet, entre otros). A esto se suma su «legado» a Alfredo Zitarrosa: la sonoridad del conjunto de guitarras que la acompañaba, ya que muchos de sus instrumentistas pasan a mitad de los sesenta a tocar con don Alfredo.

Quizás, en otra situación histórica podrían haber sido las guitarras «de Amalia», en vez de las guitarras «de Zitarrosa» (por supuesto que la tradición de guitarristas-guitarreros tocando solos, a dúo, trío o cuarteto, tiene una historia previa—recuérdese a Roberto Rodríguez Luna y al propio Néstor Feria— y paralela a la masividad lograda a través del potente eje zitarrosiano).

Fue una tenaz difusora y fina intérprete de los géneros locales, asociando su nombre a conceptos como criollismo y nativismo. Y como nada es casualidad, cuando un periodista conseguía llegar a las preguntas justas, la Amalia que se decía tímida y monosilábica declaraba con precisión y firmeza «en mi casa con los músicos ensayábamos hasta que saliera todo como me gustaba. Si hacían firuletes, ya no me gustaba». En varias entrevistas manifestó su gran admiración por la exuberancia discreta del modelo estético que fue Carlos Gardel. Y agregaba, refiriéndose a la manera de cantar, «muchos dicen que su ídolo es Gardel. ¿Por qué no llegan entonces a esa sencillez?».

Cultivó un estilo muy propio y personal que, a través de las milongas, las cifras, los estilos y las vidalitas, la proyectó a los primeros planos de la fama y el reconocimiento artístico entre los cantantes uruguayos y latinoamericanos.

 

En 1942 hizo su debut en radio, en las fonoplateas de Radio Carve y Radio El Espectador, acompañada al piano por Beba Ponce de León.

Amalia de la Vega jerarquizó escenarios nacionales e internacionales, recorriendo muchas veces Argentina, Brasil y Chile acompañada por las guitarras criollas que fueron motivo, siempre, de un gran amor y devoción. Ella misma también supo tocar la guitarra de oído, musicalizando poemas de Tabaré Regules, de Fernán Silva Valdés y de Juana de Ibarbourou.​ Grabó varios discos de 78 y de 33 r.p.m. en los sellos Sondor, Antar, Orfeo y Telefunken.

El número de los simples y larga duración supera largamente el ciento, entre los que se cuentan: “Amalia la nuestra”, “Mientras fui dichosa”, “Manos ásperas”, “El lazo”, “Poetas nativistas orientales”, “Mate amargo”, “Colonia del Sacramento” y “Juana de América”. En unos fue acompañada por el Mtro. Federico García Vigil, en otros por el Mtro. Walter Alfaro y, casi siempre, con las guitarras de Mario Núñez, Gualberto Freire y Antonio Bertrán.

Después de un silencio de 10 años, reapareció en el “Festival Nacional de Folklore” en Durazno, durante su segunda edición.

Allí una noche de lluvia, pero ante una platea de diez mil personas, acompañada por Hilario Pérez y Olivera, desató el nudo de su garganta que por 10 años había sellado, y derramó los versos de Tabaré Regules: “Mate Amargo”. Y allí, fue una estrella fulgurante, apareciendo en la noche, cerca del Yí. Tres veces fue interrumpida por el cerrado aplauso del público, que con esa expresión la recibió y reconsagró como la voz número uno del folklore nacional.

Se le adjudicó el “Charrúa de Oro” de esa edición y el jurado fue el público.

Entre los mejores recuerdos de la bien llamada “Calandria Oriental”, figura la milonga “Réquiem para una Calandria”, que le compusiera Hilario Pérez, en su homenaje.

El 25 de agosto de 2000, en medio de profunda tristeza fueron sepultados sus restos en el cementerio del Buceo. El reconocido periodista “Guruyense”, en destacada nota publicada en el Diario El País, el 27 de agosto del mismo año, decía: “Alguna vez, cautivado por la firmeza de su canto, el gran maestro Atahualpa Yupanqui dijo sobre Amalia de la Vega que “trae el sonido que parece surgir de las entrañas de la madre tierra con la autenticidad de las grandes artistas”. Esa definición acudió ayer al recuerdo en el vuelo de los hondos afectos al darse el último adiós con aplausos en el cementerio del Buceo, a la notable intérprete y compositora del universo criollista, fallecida el viernes pasado, a los 81 años”.

Y continúa el articulista, diciendo: “Considerada con toda justicia como la voz nacional más esencialmente genuina del canto del pueblo -después de su maestro de siempre, Carlos Gardel, al que idolatraba- la artista compatriota nacida en el pago de Melo ingresó a su morada definitiva sin el último reconocimiento oficial que tanto mereciera, tanto en lo nacional como en el municipal”.

La Galena del Sur


100 años Amalia de la Vega

En este mes se conmemoran 100 años del nacimiento de María Celia Martínez Fernández. Esta virtuosa cantante y compositora uruguaya, que se hizo popular con el seudónimo de Amalia de la Vega, nació un 19 de enero de 1919 en la ciudad de Melo, Cerro Largo.

Su estilo folclórico rural generó un legado musical, que ofició de inspiración para diversos referentes de la música popular de nuestro país, entre ellos Alfredo Zitarrosa.

La importancia de su obra, su calidad artística, y por ser una de las primeras mujeres que logró un reconocimiento público por su labor en la escena musical folclórica, hace impostergable que a un siglo de su nacimiento se realice un homenaje de dimensión nacional.

Por eso desde Cultura|MEC celebraremos el centenario de Amalia de la Vega y convocamos a diversos artistas, instituciones y fuerzas vivas de todo el país a sumarse a esta iniciativa.

Como punto de partida de este homenaje se grabará un disco donde artistas uruguayas contemporáneas, mujeres todas ellas, interpretarán parte de la obra de Amalia de la Vega con la intención de destacar su faceta autoral y compositiva. El álbum incluirá 12 composiciones versionadas por estas mujeres artistas que provienen de distintos géneros musicales, por ese motivo, este sábado 19 divulgaremos un adelanto de este trabajo en el marco de su aniversario.

Para mantener vigente su obra y valorar su contribución al espacio musical folclórico nacional, participarán en el disco artistas como Alfonsina, Eli Almic, Florencia Nuñez, Estela Magnone, Ana Prada, entre otras.
La producción artística está a cargo de Nicolás Demczylo, Federico Lima y Fabrizio Rossi.

Durante todo el 2019, se incluirá el legado musical de Amalia de la Vega en muchos de los eventos organizados por Cultura|MEC, tales como Mes de la Mujer y el Premio Nacional de Música. Además toda actividad integrará la agenda #100añosAmalia.
Por otra parte, se generarán acciones alusivas en proyectos que cuentan con el auspicio de Cultura|MEC así como en el Día del Patrimonio 2019.

Ministerio de Educación y Cultura

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