Chile: El desafío de la creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio

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Opinión: El fomento cultural y los mercaderes de las ideas

Por Patricio Olavarría

Desde los inicios de la transición democrática, la creación artística y la cultura comenzaron a retomar el sitial que habían perdido por razones obvias que se desprenden de los años de dictadura. Tarea que paulatinamente se hizo evidente producto de la apertura económica del país a los mercados mundiales y los propios procesos estructurales que provocaron la inserción de Chile con el resto del mundo, que de paso, modificaron paulatinamente no solo la convivencia social sino también la manera de relacionarnos con la acción creativa.

En este contexto de cambios y de profundización de políticas neoliberales, la cultura y las artes han navegado en mares turbulentos debido por una parte a la arbitrariedad del mercado y las desigualdades de una sociedad post capitalista, pero también por la carencia de una institucionalidad política en la materia que efectivamente pueda ahondar en el problema cultural como un asunto intrínsecamente político. En pocas palabras, a mi juicio, esto implica un desarrollo equitativo, armónico y de bienestar social que proteja por una parte a los circuitos creativos, como también impulse y amplifique las potencialidades y los talentos existentes en muchas partes sin prejuicios ni segmentación alguna.

Hoy el Gobierno tiene un desafío enorme que es la creación de un Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio que como resultado de la Consulta Indígena nos enfrenta al problema cultural con una visión más actual del país y de las demandas sociales que cruzan todo el espectro creativo. Desafío que también supone por una parte un diagnóstico más autocrítico de todos los sectores, como también nuevas responsabilidades que deberán asumir los futuros gobiernos en cuanto a una política de Estado. Sin embargo, hay que estar conscientes que no se parte de cero y sería muy poco sensato desconocer los avances realizados en esta materia durante los últimos veinticinco años.

En primer lugar hay que destacar el Fomento a la Creación que de la mano del FONDART como ícono de los años 90´ fue capaz de abrir las puertas a un hecho inédito en la sociedad chilena en lo que se refiere a la inserción de miles de artistas como ciudadanos valorados y escuchados. Proceso político cultural que si lo cuantificamos y cualificamos nos daría resultados sorprendentes. La puesta en marcha de los Fondos de Cultura en Chile, a mi parecer no solo fue un aliciente enorme para un sector social con el que no cabe duda existía una deuda evidente, sino que además gracias a su paulatina implementación se fue consolidando un ámbito productivo que hace dos décadas no rendía ni siquiera un tercio de lo que hoy promueve.

Sin embargo, en mi opinión lo peor que le puede ocurrir a una política de Estado en cualquier materia es dormirse en los laureles y vivir de su propia entelequia. Hoy las dinámicas del mercado, el avance flagrante de las tecnologías y de la sociedad se movilizan a una velocidad de las que se debe estar consciente y en permanente observación cuando se están ejecutando políticas públicas e invirtiendo los recursos de todos los contribuyentes. Más aún en un país como el nuestro que busca crecer en forma inclusiva y sostenible.

Bajo este marco lógico sería recomendable poner atención en el futuro de los Fondos de Cultura dada la fuerza con la que opera la matriz neoliberal por una parte, pero también por las inexorables demandas resultantes de los movimientos sociales que se emanciparon el año 2011. A mi parecer subyace en este sentido una tensión no menor entre las posibilidades reales del Estado en cuanto al fomento de las artes y las lógicas de la Industria que me parece debe ser revisada en profundidad. En concreto, lo que quiero esbozar es simplemente en lenguaje económico un problema de oferta y demanda cuando se supone que el Estado solo regula pero no interviene. El punto es que en este caso si invierte y pone en valor y circulación la creación en un una sociedad altamente liberalizada económicamente.

Este análisis que puede parecer poco comprensible para algunos sectores, lo hago básicamente porque pienso que efectivamente el magma cultural y económico están generando escenarios y lógicas sociales en donde me atrevo a destacar a los Fondos de Cultura como la única idea clara en cuanto a política pública por parte del Estado desde su instalación en forma seria y sistemática. Desde su creación más allá del Consejo de la Cultura y las Artes que fue instaurado el año 2003, los Fondos valga la redundancia, son el modelo que hoy se interpreta con mayor nitidez como principio de Fomento a la Creación y la Cultura. No obstante, la preocupación y el desafío consisten en visualizar cómo este modelo de financiamiento público se relaciona con las matrices de consumo que hoy imperan, y como se hace al mismo tiempo para que la obra, el contenido cultural y su espesor estético tengan un real impacto social más allá de los circuitos que ofrece el mercado.

La Industria Creativa, que tiene como antecedente el concepto de Industria Cultural acuñado por Theodoro Adorno quien ya había puesto el acento en el problema como un asunto de masas basado en la comercialización más que en el contenido de los bienes, también como relato semiológico y literario, hoy es un espacio de convivencia que se desarrolla en la lógica simple y libre del consumo de bienes culturales. Problema que también pone a la propia institucionalidad cultural en el entrecejo de quienes ponderamos con desconfianza las políticas neoliberales en nuestro país en un escenario de reformas sociales crecientes a la vez.

La pregunta en concreto es cómo dialogan hoy el fomento de la cultura desde el Estado con el Mercado de la Cultura. Quizá pueden hacerlo bajo figuras o categorías como el “emprendimiento creativo” por decir algo que se ha puesto de moda. No quiero poner al mercado como un agujero negro que se traga todo y no deja vestigio, sino más bien como un territorio de intercambio en donde el valor de la cultura cobra un valor monetario. Opinión que a estas alturas puede parecer ideológica pero por otra parte ¿qué no lo es? En rigor la pregunta central desde esta mirada, es cuál debe ser el enfoque político del fomento a la creación en adelante en un contexto como el ya descrito.

Si se analizan algunas comunidades creativas, que en la actualidad parecen estar enamoradas platónicamente del concepto industria, y que espero sea en un sentido más cercano al de Adam Smith que al de Milton Friedman habría que analizar también la estrategia del fomento creativo por parte del Estado como facilitador de la creación en forma libre y autónoma para cualquier ciudadano o ciudadana, aunque no pertenezca a una clase de especialistas. Pensar que la creación es monopolio de los expertos sería jibarizar el anhelo de una cultura que realmente se plantee como centro del desarrollo económico y social.

Solo acotando el problema al ámbito de los Fondos de Cultura que por lo demás sufren de una concentración enorme en términos de distribución de recursos entre la capital y el resto de las regiones, creo que el punto equidistante me parece debe estar consolidado por una definición que no solo pasa por un asunto de aritmética y asignación financiera por parte de Hacienda, sino también por el apoyo político decidido de los sucesivos gobiernos con los sectores más vulnerables que atraviesan el espectro creativo y cultural del país.

El fomento a la cultura y la creación como proyectos democráticos se implementaron para rescatar la dignidad de un segmento fundamental de la sociedad chilena. Quizá de alguna forma para saldar una deuda pendiente y levantar el espíritu de un cuerpo social con tradiciones poderosas y profundas, que a mi juicio es deber de todo gobierno proteger y promover.

Si hay algo que está más allá de cualquier lógica económica es el acto creativo. Sin embargo, como ya lo sabemos bien, la cultura en la actualidad es un intrincado mucho más complejo de variables que la artística y pasa por todos los contornos sociales y humanos. También se amalgama con los procesos del mercado y los ripios de la política. Por otra parte debe forcejear con los monopolios que dirigen el consumo y dialogar con las élites y el hombre que se sitúa en los márgenes de la sociedad. Situar a la cultura y dirigirla es tan vano como dejarla a merced de los mercaderes de las ideas.

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