Jaramillo: «Intentar hacer una vida normal pese a la violencia es una manera de resistir»

1.297

Qué hace un economista con doctorado del Instituto de Urbanismo de París escribiendo versos y novelas históricas? La pregunta ya se la han hecho a Samuel Jaramillo, bogotano, profesor de la Universidad de los Andes, quien durante los últimos cuarenta años ha alimentado una sospecha: “La ciencia y la ficción no son excluyentes, son complementarias”. Se desean la una a la otra.

De esa sospecha, quizá, nació una extensa obra poética —que le mereció el año pasado un homenaje en el Festival de Poesía de Bogotá— y dos novelas. La segunda de ellas se publicó hace apenas un par de semanas, ‘Dime si en la cordillera sopla el viento’, y es la vida de una familia de provincia, los Polanía, que se creían ajenos a la violencia, pero que terminaron escribiendo su historia a partir de los acontecimientos de ese largo periodo. Pero no, no es otra novela más sobre fusiles y sangre en Colombia. Es, mejor que eso, una historia que nos permite comprender de qué está hecho el país que somos ahora.

¿Cómo nace la idea de contar la historia de cuatro generaciones de una familia signada por la violencia?

Pertenezco a una generación que es bastante rupturista con respecto a los valores de la generación anterior. Y vimos que los escritores franceses, norteamericanos e ingleses comenzaron a interesarse por entender la generación que los antecedió. En mi caso, es la de comienzos del siglo pasado. La motivación que hay detrás es intentar comprender cómo se fue construyendo este país desde esa época. Es como una actitud de corte de cuentas, si se quiere de rechazo.

¿Qué tan cercana es esta novela a su propia historia familiar?

Casi todos los escritores usan su propia biografía como herramienta para construir la significación de sus historias. Porque al lector no solo se entrega información sino la ilusión de que está viviendo los hechos que uno narra. La obligación del escritor, de alguna manera, es poner al servicio de su escritura lo bueno y lo malo que ha vivido.

Usted es catedrático y un hombre dedicado a la investigación social. ¿Cómo fue justamente su investigación para lograr este gran fresco que nos entrega de la primera mitad del Siglo XX?

Por mi mismo trabajo como economista y urbanista pude construir el transfondo de esta novela. Sobre todo el fenómeno de la violencia, cómo era la retórica con la cual se vivía y se nombraba. Para eso consulté mucha prensa de la época. Lo que uno nota es que en esos años algunas familias ricas trataban de negar esa violencia, de banalizarla o creer que no tenía nada que ver con ellos, como les sucedió a los Polanía, que terminaron pagando caro por eso.

Pero nuestra violencia tiene unos orígenes más antiguos…

Sí, siempre hemos escuchado que comenzó en el 48 con la muerte de Gaitán. Pues no: fue un proceso que venía cocinándose diez años atrás. Esos mismos periódicos que consulté dan cuenta de muchas noticias que lo demuestran.

Colombia sigue siendo un país muy centralista y buena parte de nuestra historia se ha construido desde esa visión. ¿Por qué contar un relato desde la provincia, desde el Huila?

Se tiende siempre a creer que las altas sociedades de la capital son las más excluyentes. Pero esas ‘altas sociedades’ de las pequeñas ciudades tienden a ser más mezquinas en eso de la pirámide social y los mecanismos de exclusión. Esta novela muestra la lucha feroz de una familia por aparentar a toda costa esa condición.

Eso, sin duda, nos permite entender el país que seguimos siendo: excluyente, de desigualdades.

Sí. Esos mecanismos de subordinación y de exclusión han existido desde que somos Nación. Pero hubo quienes intentaron resistirse contra eso, como lo viven algunos personajes de esta novela. Lo que sí creo que ha cambiado son las formas de resistir. Mientras unos intentan mantener estatus a través de matrimonios, otro decide volverse narcotraficante, entiéndase un hombre con plata, para regresar a su ciudad y sacarse el clavo. Y así ha seguido funcionando este país: fíjese no más lo que sucedió en Cali con el narco al que no le permitieron el ingreso a un club y terminó construyendo, por resentimiento, uno idéntico para demostrar su poder y ascenso social.

Lo que hay un poco detrás de estas páginas es la demostración de que nos la hemos pasado en Colombia haciendo resistencia a la violencia…

A mí me molesta cada vez que los analistas tratan de hacernos ver que nuestra violencia es excepcional. Yo, la verdad, no creo que nos diferenciemos mucho de lo que ha sucedido en otros países. Finalmente, en medio de la muerte, aprendimos a sacar los hijos al parque, a comernos felices un helado el domingo. Esa es una manera de resistir: intentar hacer una vida normal pese a la violencia. Porque lo que buscan los violentos es eso: que solo se viva alrededor de sus atrocidades.

Varios de los personajes de esta novela son abiertamente de izquierda, quizá de la izquierda de la que menos se habla: la que no se levantó en armas…

Sí, es una izquierda que pensó un país más justo y avanzado, pero que no buscó hacerlo a las malas, imponiéndose, sino tratando de convencer de lo necesarias que eran ciertas transformaciones. A esa opción en Colombia le ha ido mal, lo que no sucedió otros países de América Latina, donde ha habido gobiernos de izquierda que no llegaron al poder a punta de balas.

¿Le molestaría encontrar este libro en la sección de novela histórica?

Hay personajes que tienen alguna conexión con personajes reales, pero son personajes literarios. Yo sí publiqué anteriormente una novela que es totalmente histórica, ‘Diario de la luz y las tinieblas’, que contaba la vida del sabio Caldas. Él había escrito un diario que finalmente se perdió y lo que hago, con base en otros documentos y relatos suyos, es reconstruir ese diario. Había, pues, una clara pretensión histórica; en esta nueva novela, no.

¿Cómo termina un economista y doctor en urbanismo escribiendo poesía y novelas?

Hay poetas que hacen cosas peores, Javier Gúrpide era un poeta banquero. Yo diría, mejor, que soy un escritor que hace economía. La ciencia y la ficción no son excluyentes, son complementarias.

¿Qué le presta un economista a un poeta y novelista?

Muchas cosas. Todo el contexto sobre el que está construida esta novela no habría sido posible sin todo lo que he aprendido desde mis épocas de estudiante. Cuando eres economista aprendes las reales causas de los fenómenos sociales y políticos, fenómenos como la Violencia. Claro, cuando escribe el economista el lenguaje cambia. Pero disfruto más cuando escribe el poeta, o a veces el novelista, ese me gusta más, me hace más feliz.

También podría gustarte