Los artistas que asesinó el pinochetismo

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Un libro que rescata la vida y obra de varios artistas asesinados por la dictadura –como el músico Jorge Peña Hen, el pintor Hugo Riveros y el cineasta Jorge Müller, será presentado hoy en la Universidad de Chile.

Se trata de “Arte invisible” (Editorial Ventana Abierta), del compositor Arnaldo Delgado (Osorno, 1989) y la socióloga Lisette Soto (Puyehue, 1989), donde el relato es acompañado con el contexto de la época y testimonios de amigos y familiares de las víctimas.

La obra será lanzada a las 19:00 horas en el Salón Domeyko de la Casa Central de esa casa de estudios. El libro será presentado por la poeta Carmen Berenguer y la pianista María Paz Santibáñez. También habrá música a cargo de Ismael Oddó, Los Príncipes y Hugo González.

¿Quiénes fueron los artistas ejecutados y/o detenidos desaparecidos en la dictadura militar? ¿Cómo fueron sus vidas? ¿Cómo se integran en el contexto social e histórico en el que se desarrollaron? Esas son las preguntas que busca responder este texto.

De la universidad al mundo

Delgado cuenta que la idea del libro nació en 2013, a partir de un trabajo de memoria que realizó en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, en donde investigó sobre los miembros ejecutados y detenidos desaparecidos de la comunidad y la cual decantó en una placa con sus nombres que está actualmente en la sala Isidora Zegers.

Con este antecedente, la periodista Gabriela González le dio la idea de profundizar la investigación, ya no considerando sólo a los que pasaron por la Universidad de Chile, sino que a todos los artistas en general.

Delgado le propuso la idea a Soto y luego de hacer un catastro con ayuda del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, se pusieron a investigar sobre sus historias de vida, sus proyectos artístico-políticos, sus militancias, etc. Para ello ganaron el Premio Azul, que son fondos que se asignan a proyectos estudiantiles de la Casa de Bello.

Testimonios familiares

Los autores trabajaron con familiares, amigos y conocidos de los artistas. “La investigación tiene un carácter testimonial basado en todos los relatos obtenidos a través de las entrevistas”, señala Soto. “Eso le da mucha riqueza a la narración”.

Contextualizaron sus historias con distintos autores e información extra, con tal de situar históricamente al lector en la época y en el país que vivieron estos artistas.

Soto cuenta que una sorpresa fue descubrir en los distintos relatos que existía mucho vínculo entre los artistas, “además de los temas que directamente estábamos mirando -relacionados al arte y la política- también existían escenas y lugares que se repetían, actos y marchas en las cuales habían participado y sus historias se cruzaban sin ellos conocerse”.

En su opinión, esto da cuenta de diferentes personas que trabajaban en pos de un proyecto, como héroes en el anonimato y que sin conocerse vibraban como parte de un proyecto común.

A la autora le asombra que a pesar de la juventud de la mayoría de los artistas, cuyas edades fluctuaban entre los 20 y 27 años, mostraban mucha claridad en sus proyectos políticos y artísticos realizando un trabajo lleno de convicción.

“Estos jóvenes artistas siempre pensaron en un proyecto que los trascendiera por eso no titubearon al momento de tomar decisiones que cambiarían por completo sus vidas”, comenta.  Eso “nos hace plantearnos después de la investigación de manera mucho más comprometida frente a lo que ocurre en nuestra sociedad actual, haciéndonos adoptar posturas más claras desde nuestros distintos trabajos y disciplinas, que en el caso de Arnaldo es la Composición y en el mío la Sociología”.

La socióloga admite que al momento de la investigación estaban ansiosos por conocer la trayectoria artística y los proyectos políticos de los protagonistas, pero también querían indagar en sus vidas, descubrir sus biografías y saber qué tenían que decirnos desde ahí.

Esto resultaría ser “un acierto, porque nos mostró la parte más humana. Por ejemplo, cómo las mujeres se enfrentaban a la maternidad desde ese convulsionado tiempo, hasta cuáles eran sus pasatiempos y anécdotas que nos hablan del carácter de cada uno de ellos. Eso era lo que queríamos mostrar”.

Diferencias y similitudes

¿Qué tenían en común -y qué distinguía entre sí- a estos artistas de los cuales hablan en vuestro libro?

Para Soto, lo que compartían eran las ganas que tenían por transformar la realidad, “cambiar el sistema capitalista por uno de carácter socialista”.

“Querían un Chile que trabajara para su gente y que generara arte para todos, para el acceso y disfrute sin distinción de clase”, comenta. “Desde esa base común mostraban variaciones en sus ideologías y en las estrategias que usaban. Eran militantes del MIR, las Juventudes Comunistas, las Juventudes Socialistas, simpatizaban con estas facciones de izquierda o emprendían nuevos movimientos”.

“La mayoría de los artistas ejecutados y desaparecidos en los que nos adentramos eran del MIR, quienes tenían un perfil más ‘autogestionado’ al no tener estructuras armadas en torno al arte ni tampoco definiciones teóricas tan claras desde su partido, quizá por lo ajetreado del periodo y porque las prioridades estaban en otras partes”, complementa Delgado.

“Por ejemplo, entre los artistas del MIR y los del Partido Comunista hubo diferencias en cuanto a lo que debía ser el arte en las universidades y quienes debían tener acceso a su estudio. Incluso hubo diferencias en torno a la metodología para hacer el arte popular, cosa que se dio en particular en el teatro. El Partido Comunista, que tenía una estructura en torno a lo cultural y a lo artístico mucho más definida, impulsó algunas tareas emblemáticas como el sello Dicap, la editorial Quimantú, la Operación Verdad, y que en definitiva marca de cierta manera la pauta teniendo incidencia directa en la Unidad Popular”, añade.

Para él, tanto miristas como comunistas creían en el “arte para todos” y por lo tanto se dio un enamoramiento de la idea que partió en la década de los ’60 y que no fue necesariamente un mandato partidista que determinara lineamientos estéticos estrictos, sino que fue la suma de voluntades en torno a un proyecto popular.

El ensañamiento de los militares

Sin duda, hubo un ensañamiento de la dictadura y los militares con el arte y los artistas. Para Delgado, en un principio fue con una estética en particular que remitía a los valores de la UP, tomando en cuenta que la constitución del Hombre Nuevo se cumpliría en el cambio de conciencia, en lo ideológico, y como tal, lo cultural era fundamental.

“La educación desde una perspectiva ética y el arte desde una perspectiva estética, en el ámbito de la cultura, fueron los frentes a atacar con tal de destruir en parte el tejido social e ideológico que había”, agrega. “Por lo mismo hubo obras prohibidas y censuradas independiente a qué tan propagandistas eran”.

El contenido era todo un tema. Por lo mismo, el autor llama la atención sobre el hecho de que la primera exposición que se hizo post golpe fue una de Juan Francisco González, donde la “neutralidad” de la naturaleza y del paisaje servía como valores de reafirmación de chilenidad para la supuesta reconstrucción nacional.

Aún así, Delgado recalca que fue más determinante para la persecución de los artistas su condición de militantes y la labor que cumplían dentro de esa estructura partidista que su condición de artista, pues la mayoría eran muy jóvenes y no alcanzaron a tener un gran desarrollo disciplinar.

Consecuencias actuales

Las consecuencias para el arte y la sociedad chilena de estos crímenes fueron devastadoras. “Más que los crímenes a ellos en particular, hay que considerar el crimen al proyecto del cual fueron parte. El apagón cultural y artístico posterior al golpe fue muy fuerte, sobre todo tomando en cuenta que las manifestaciones que se veían hasta el ‘73 no se dejaron de hacer porque perdieran sentido, sino porque fueron impedidas a la fuerza, y no sólo en el ámbito artístico, sino que en otras manifestaciones de la vida social”, remarca Delgado.

“Eso ya marca un trauma cultural más allá de las muertes y lo horrible de las violaciones a los derechos humanos. Actualmente tenemos una concepción del arte que está lamentablemente mediada por el mercado y por el consumo. El hecho de que la educación sea concebida como bien de consumo, ya habla de la visión que hay en torno a la cultura, y el arte, como manifestación estética de la cultura, no se escapa mucho de eso”.

El compositor lamenta que, por otra parte, en las facultades artísticas también se desarrolle un arte que poco o nada dialoga con la realidad socio-cultural del país…incluso alejándose a veces de la misma cultura.

“Todas esas son herencias de la dictadura que urge cuestionar, y de cierta manera, con el libro queremos hacerlo, pues el concepto de memoria que usamos no es uno que se queda en la contemplación de hechos pasados, sino una que apunta a construir futuro con raíces y no desde el aire, cuestionándonos nuestro presente”, concluye.

Publicado en El Mostrador
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