Argentina: reclamos del teatro independiente en Buenos Aires
La semana pasada, el ciclo Mis Documentos, que desde hace cuatro años lleva adelante Lola Arias, presentó Informe SM, elaborado por artistas sobre el Teatro San Martín, más puntualmente sobre el CTBA. Los gestores del evento fueron el Foro Danza en Acción y un grupo recientemente formado llamado TIM (Teatro Independiente Monotributista). La intención fue generar una instancia colectiva de reunión y reflexión para instalar un debate sobre el rol del teatro oficial desde adentro de las instituciones públicas. Además de la conferencia de los artistas presentes en la sala –que incluyó una reinvindicación a Leónidas Barletta– hubo acción callejera con participación del público, donde se dio cuenta de las malas condiciones de trabajo y de la marginación de toda una generación de artistas.
El arte está partido. Si se piensa en los artistas como profesionales liberales, como sugiere la pintora salteña Josefina Carón, es díficil salirse de ciertas tretas que en algún punto se vuelven límites infranqueables para la creación. Por ejemplo, si uno está en condiciones de hacer una obra en una institución y de pronto surgen desacuerdos en cuanto a la remuneración, el margen para negociar se achica y pesará la capacidad de gestionar fondos por vías alternativas. ¿Y si la negociación se endurece? El temor a que se desestime nuestro proyecto y se lo suplante con el de otro artista es muy grande. En Buenos Aires hay miles de artistas que se invitan constantemente a ver sus realizaciones pero carecen de agrupaciones donde los problemas coyunturales del medio puedan ser analizados y puestos en cuestión. Por eso decimos: el arte está partido o en casa de herrero… Tenemos la capacidad de representar a los demás pero escasea la posibilidad de representarnos a nosotros mismos.
Algo atípico sucedió la semana pasada, el viernes y el sábado por la noche, cuando se presentó el Informe SM como parte del ciclo Mis Documentos que Lola Arias lleva adelante con su afinada y afectiva mirada desde hace cuatro años en el Centro Cultural San Martín. En el programa se anunciaba al grupo Danza en acción y también el Teatro Independiente Monotributista. La puesta era más que sencilla: un grupo de jóvenes personalidades de la danza y del teatro se pusieron de acuerdo para brindar una conferencia. Sentados uno al lado del otro, la mesa se extendía ocupando por completo el escenario. De a poco, como quien tira de una punta para ir deshaciendo una madeja, se turnaban para narrar una minuciosa investigación sobre la gestión del teatro público en la Ciudad de Buenos Aires, en particular, la de su más prestigioso exponente, el Teatro San Martín. El informe comenzó con un cálido recuerdo de primeras visitas. La actriz Carla Crespo rememoró una obra de Alberto Ure en la que dos hombres se besaban apasionadamente. Lo hacían de una manera peculiar, poniendo una mano entre sus bocas. Gerardo Naumann contó que conseguía entradas con descuento para ver películas en la Sala Lugones y que las revendía en la puerta con tal de poder quedarse con una y ver el film del día. Flor Vecino se retrotrajo a sus 17, cuando emocionada vio La consagración de la primavera en la sala Martín Coronado y no pudo más que aguardar a la primera bailarina en el hall para pedirle un autógrafo y confiarle que en el futuro buscaría una audición para formar del Ballet estable de la institución.
La obra prosiguió con una lúcida y emotiva actitud protestona y una foto gigante del intrépido Leónidas Barletta. Conocido en los años 30 por agitar una campana en la calle cada vez que se aproximaba la hora de la función, afín al grupo de Boedo y fundador del Teatro del Pueblo que abogaba por un espectáculo sobre las diferencias sociales donde no había un bolsillo más poderoso que otro a la hora de pagar la entrada, Barletta es reivindicado por el grupo de Informe SM como el fundador del teatro independiente y su mención propone una filiación que parece algo extraviada si no fuera porque su teatro ocupaba el mismo predio donde hoy se yerguen las gigantescas columnas de hormigón diseñadas por Mario Roberto Álvarez y Macedonio Ruiz. Grandes pisos despojados de separaciones y salas confortables como naves espaciales con una inequívoca fachada de prolijas líneas rectas tanto verticales como horizontales. En el 2015, los artistas se suben al escenario enojados (y no actúan) porque ven en el edificio una enorme hoja de Excel donde abundan presupuestos subejecutados, curadurías repetidas y hasta despóticos consejos que no se corren del caprichoso gusto personal de un curador atornillado a su asiento hace 17 años. En la enumeración, se entiende que el vaciamiento no es sólo una consecuencia de magros fondos sino sobre todo humano dado que la actual gestión margina sistemáticamente a una generación que ya se acostumbró a buscar lo suyo en otros barrios.
El año pasado se intentó un acercamiento cuando algunos autores jóvenes fueron invitados a participar de Escena70, festival que celebraba el aniversario 70° del teatro en el cual no se consideraron honorarios ni tampoco el traslado del mobiliario de cada obra. Así, el festejo del aniversario parecía una burla en la que los artistas debían donar su talento y tiempo aún cuando no se recuperaban del todo de la humillación de tan pésimas condiciones laborales.
A raíz del coraje para unirse y compartir estas problemáticas mandaron al diablo el riesgo de ser estigmatizados. Los mensajes de apoyo no tardaron llegar, Rubén Szuchmacher convocó en internet a tomar conciencia sobre el deplorable estado del teatro público, Gabriela Massuh acusó con una sonrisa “Volvió Tucumán Arde” y Tamara Kamenszain se mostraba entusiasmada por esta capacidad del teatro para pensarse a sí mismo sin tapujos y desde adentro como si la reparación de esta triste situación no estuviese tan lejos. Después de todo, el Teatro San Martín está separado de su Centro Cultural Tocayo por apenas una medianera
Al finalizar el informe los artistas invitaron al público a abandonar sus butacas y acompañarlos en el reclamo, con afiches que exigían curadores distintos para cada sala, renovación de cargos por concurso, y periodicidad estipulada de antemano para esos cargos, entre otras cosas. Las banderas que tiempo antes habían desplegado se enrollaron con rápidez mientras la obra se volvía muy poéticamente portátil. La discreta procesión que abandonó el centro cultural llevó consigo el vertigo de lo inesperado, sólo había que dar la vuelta manzana. La llegada a las puertas del teatro estuvo teñida de una excitación dificil de ocultar: de pronto todos fuimos protagonistas de un instante histórico. El reclamo ilumina los ojos de los presentes.
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