Julio María Sanguinetti: «Uruguay tiene dos expresiones que quiebran su bajísima demografía: la pintura y el fútbol»

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“En la última década se perdió aquello de mirar hacia arriba”

La casa/oficina/estudio del expresidente Julio María Sanguinetti en una callecita de Punta Carretas que le da la espalda al shopping, es como uno se imagina. Su despacho, justo a la entrada, está tapizado de cuadros (hay un Longa chiquito particularmente hermoso, pero están buenísimos los Freire, Espínola Gómez, Costigliolo, un Iturria de Sanguinetti y su esposa Marta Canessa) y muchos, muchos libros, una mínima parte, en todo caso, de una biblioteca que ocupa dos casas. Los muebles, además, están llenos de historia y si para la entrevista con El País invita a sentarse en unos sillones que fueron asientos de primera clase de los viejos trenes, hay mobiliario de orígenes igual de nobles como una biblioteca de la casa de Héctor Luisi, otras que eran los exhibidores de la vieja confitería La Liguria, el escritorio de Alberto Lasplaces y dos bibliotecas más de Mariano Pereda Núñez, “el maestro vareliano que le enseñó a Don Pepe sus primeras letras”, dice Sanguinetti y bromea “nunca fui a una mueblería”.

La excusa para estar en un lugar así de acogedor es que el miércoles 6, el dos veces presidente cumple 80 años y decidió celebrarlo escribiendo Retratos desde la memoria (Debate, 390 pesos), una serie de perfiles de personalidades de la política nacional e internacional y la cultura, con las que se cruzó en la vida. Allí están Luis Batlle Berres, Giulio Andreotti, Adela Reta, Hugo Batalla, China Zorrilla, Alfredo Testoni, Juan Pablo II, José Cúneo, Francois Miterrand y otra veintena que aparecen vivos en la prosa de Sanguinetti aunque hablan de un tiempo ya pasado. Sobre el libro y los momentos culturales que le tocó vivir, Sanguinetti habló con El País. Este es un resumen de esa charla.

—Usted ha estado en los últimos 70 años vinculado — ya sea como espectador, administrador, gobernante, cliente, promotor o gestor— a la cultura uruguaya. ¿Cuál cree que fue su mejor momento?

—Es difícil elegir momentos. Pasa como con el fútbol con la diferencia que ahí hay campeonatos y uno puede medir más fácilmente.

—Está bien pero en el fútbol, uno sabe que hubo equipos y jugadores increíbles…

—Entonces yo diría que es en torno a la década de 1950 aunque quizás me esté influyendo que era mi adolescencia. Pero uno abría los ojos asombrados porque era la época de la Comedia Nacional, una edad de oro del Sodre y la cultura tenía una enorme influencia. Además había políticos importantes que eran líderes culturales como Justino Zavala Muniz y Oscar Secco Ellauri que marcaban la tonada del país. Y era un momento literario importante, estaban Paco Espínola, Juan Carlos Onetti y poco después los jóvenes como Benedetti y Martínez Moreno, los que lucen en aquella editorial Alfa de Benito Milla…

—Justo ahí la política influyó directamente en la cultura uruguaya porque ese auge de las editoriales (Alfa, claro, pero también Banda Oriental y Arca, por ejemplo) se debió a que se exoneró el impuesto al papel…

—Ni hablar. Por eso mismo: porque había políticos muy preocupados y muy metidos en el tema.

—Y la clase política ha cambiado. Es, claramente, mucho menos culta…

—Como cultura general es verdad, es así. En aquellos años, uno veía una formación cultural más amplia. Ahora quizás sea más especializada. Por ejemplo, hoy hay muchos economistas o políticos que saben bastante de economía. Cuando yo empecé a hacer política, nadie sabía nada de economía, talenteábamos y opinábamos sin saber. Hoy hay una cultura mucha más especializada. Pero en cultural general es evidente que cayó porque todos esos señores eran senadores y un discurso de Mario Paysee Reyes, Luis Hierro Gambardella, Carlos Cigliutti, Washington y Enrique Beltrán eran piezas literarias. Su formación se volcaba en el debate político.

—Y que eso cambiara tuvo que ver también eso de lo que usted habla de la “democratización de la democracia”.

— Eso generó el acceso al Parlamento de representantes de todos los sectores de la sociedad. Y estuvo bien porque tampoco es bueno que el Parlamento se transforme en un areópago elitista de luminarias. Tiene que ser una especie de tomografía de todo el espectro de la sociedad. Naturalmente que mirando hacia arriba porque el que viene de abajo tiene que mostrar su ejemplo como expresión de la superación. En los últimos años se ha perdido eso de mirar hacia arriba. El peor legado de esta última década es ese mirar hacia abajo.

— ¿En qué se ve eso?

—Por ejemplo en que cuando uno habla de calidad o excelencia, ya lo tildan de elitista. Y eso no es así. La democracia es, precisamente, que la calidad y la excelencia estén al alcance de todos y que los más desfavorecidos puedan alcanzarlas. No es bajar al de arriba para que estemos todos en la mediocridad. Eso fue lo que llevó a su implosión al socialismo.

—Su libro, culturalmente, es de partido tradicional. Pero en Uruguay, la cultura está vinculada directamente a la izquierda desde hace bastante tiempo. ¿Cómo influyó ese cambio de paradigma hegemónico en la cultura uruguaya?

—En los últimos años ha habido un avance fuerte de la concepción socialista y que se corresponde con esa bajada de miras. Con todo respeto a los que escriben y sé que algunos lo hacen con mérito, no estamos generando los Onetti, los Felisberto, los Paco Espínola o aun los Benedetti. Hay escritores estimables que aprecio y ha habido novelas interesantes pero los éxitos internacionales han sido pocos pienso en Maluco de Napoleón Baccino o en algunos de Taco Larreta.

—Y que de alguna manera son producto de la generación anterior…

—Sí, es cierto, pero El corredor nocturno de Hugo Burel tuvo una repercusión. Pero no estamos en un momento de expansión.

—¿Y eso a qué se debe?

—Es difícil explicar los momentos de ascenso o de caída. Creo que es producto de una sociedad que ha perdido el ímpetu de mirar hacia arriba y de ser lo mejor en todas las cosas.

— ¿Es nostálgico de los viejos tiempos?

—No soy nostalgioso porque aprecio mucho la modernidad y sigo curioso de aprender, de leer y mirar las exposiciones artísticas. Ahora tuve la suerte de ir a Nueva York y ver la exposición de Torres García que está en el MOMA pero también ahí mismo la de Frank Stella, un artista vivo estadounidense extraordinario que me sacude mucho y con el mismo vigor de los clásicos.

—Hablando de arte aquí veo un María Freire, un Costigliolo, un Longa. ¿Qué piensa del arte uruguayo de hoy?

—El Uruguay tiene dos expresiones de la cultura que quiebran su bajísima demografía: la pintura y el futbol. Somos un país de 3.700.000 habitantes, un barrio de San Pablo. Somos algo así como Lomas de Zamora y La Matanza en Argentina y le jugamos a la selección de toda Argentina y ahí andamos. Eso es un milagro. Lo mismo pasa con el arte donde hubo y sigue habiendo formidables artistas de una enorme categoría. La constelación de maestros que tiene Uruguay no la tiene ningún otro país latinoamericano. Y como escuelas solo están el Muralismo mexicano y el Constructivismo de la Escuela del Sur. Lo que representan Sáez, Barradas, Torres García, Figari, Cúneo, en esa dimensión y esa cantidad no lo tiene nadie. Y también los más modernos. Uno va al Centro Pompidou y están Costigliolo y María Freire. Y en Madrid en una gran exposición que se llamó América Fría estaban ellos y Torres García. Pero luego siguió la historia está Iturria, y su expresión extraordinaria de inventiva que no se parece a nada. La escultura de Atchugarry y Pascale son valores internacionales. Ser pintor en Venezuela o en México es muy fácil porque detrás están los grandes empresarios que subvencionan, promueven y financian exposiciones en el MOMA, donde quieran. Nosotros no tenemos nada de eso. Los artistas nuestros solo tienen su calidad y que alguien los comprenda.

— Y felizmente eso pasa.

—Sí, claro. Uno a veces se amarga cuando piensa que alguno no está bien reconocido. Un Nelson Ramos o un Miguel Battegazzore, por ejemplo. Pero uno sabe que con el tiempo las cosas se van acomodando. Tengo las primeras ediciones de Felisberto Hernández y dan ganas de llorar: eran ediciones baratas por suscripción con la lista de los amigos en el libro. Pero después apareció un Italo Calvino que dice “este es el primer gran escritor surrealista moderno” y lo empiezan a traducir y difundir. El país ha tenido una importante vertiente cultural y la sigue teniendo pese a todos los pesares. Yo siempre soy optimista. Por algo me dediqué a la política.

—En el libro usted hace un exhaustivo repaso a nombres. Es como en El año pasado en Marienbad, una fiesta llena de fantasmas de gente que a su vez está viva porque usted los rescata…

—Están presentes en nuestra generación. Cuando en el libro hago la semblanza de Justino Jiménez de Aréchaga, digo que nadie matrizó más a toda nuestra generación. En el Senado, Gonzalo Aguirre tuvo una feliz definición que es la que da precisamente el título a mi semblanza: “el senador 32”. Y es así porque su padre y su abuelo, que también eran constitucionalistas además fueron senadores, pero Justino no. Sin embargo, no hay nadie más presente en todos los debates parlamentarios de este país, que Justino. En cada debate constitucional aparece.

—Usted recién comentaba que el primer libro que recibió fue un Quijote que le regaló su padre. ¿Cómo era culturalmente el hogar de su niñez?

—Mi casa no era muy literaria: era más bien histórica y política. Lo del arte y la literatura lo fui adquiriendo después pero también en el entorno familiar. Papá tenía una gran afición histórica, entonces me leía en las noches de invierno, las historias de Victor Duruy, que era un viejo manual francés que tenía Historia de Grecia, de Roma. Era historia narración, muy clásica, linda y atrayente. Y la historia es la base de la formación porque a través de la historia uno aprende la vida.

—Era otro país, también, donde muchos padres promovían ese tipo de cosas…

—Sí, lo era. Lo que pasa es que hay que entender los tiempos. Cuando yo iba al liceo Rodó, había siete liceos en Montevideo. Cuando iba al Vázquez, a lo que entonces llamábamos Preparatorios, los profesores de Introducción al Derecho o Derecho Usual eran Eduardo Jiménez de Aréchaga, Enrique Vescovi, Héctor Luisi, Santiago Rompani, Eduardito Vaz Ferreira. Y los historiadores estaban todos y los literatos, ni hablemos: Angel Rama, Emir Rodríguez Monegal. Eso era una Sorbona. Pero había un solo Preparatorio. Por eso, cuando la democracia felizmente se democratiza y la educación se masifica y llega a todos, no se podía mantener ese nivel de concentración. Desgraciadamente creo que tampoco hemos logrado mantener la calidad. Y eso sí es grave. No se pueden tener 100 Roberto Ibáñez en Literatura, cierto, pero se pueden tener 10 Roberto Ibáñez que sean referentes de los mil profesores de Literatura que hay atrás.

— ¿Y ahora cuántos Roberto Ibáñez hay?

—No lo sé pero no hay aquello organizado que había. Incluso el propio IPA (el Instituto de Profesores Artigas) se masificó. Cuando Marta (Canessa, su esposa) estudiaba en el IPA de Grompone, entraban 10 estudiantes en Historia. Ella estudió un año para el examen de ingreso al IPA: se presentaron 25 y entraron 10. La teoría de Grompone era la de formar grandes referentes muy sólidos que son los que difunden porque si no tenemos a nadie en la altura, vamos a tener muchos en el medio. Pero a eso también lo desbordó la masificación.

—Y un país sin educación es un país sin cultura…

—La educación es la puerta a la cultura. En nuestro caso, el liceo era una puerta muy abierta a la cultura. Nuestro maestro de música era Hugo Balzo, que nos traía las entradas para ir al “gallinero” del Sodre. Y desde allí, con 13 y 14 años, vimos a todos los grandes maestros que venían en la época de la posguerra cuando Europa estaba fundida. Así accedíamos a los más grandes de todos, una cosa insólita.

—En el libro usted hace un exhaustivo repaso a nombres. Es como en El año pasado en Marienbad, una fiesta llena de fantasmas de gente que a su vez está viva porque usted los rescata…

—Están presentes en nuestra generación. Cuando en el libro hago la semblanza de Justino Jiménez de Aréchaga, digo que nadie matrizó más a toda nuestra generación. En el Senado, Gonzalo Aguirre tuvo una feliz definición que es la que da precisamente el título a mi semblanza: “el senador 32”. Y es así porque su padre y su abuelo, que también eran constitucionalistas además fueron senadores, pero Justino no. Sin embargo, no hay nadie más presente en todos los debates parlamentarios de este país, que Justino. En cada debate constitucional aparece.

“Me interesa hacer historia más que memoria”

Cuando se lo interroga sobre qué está escribiendo actualmente, Sanguinetti dice que abandonó un proyecto de “largo aliento” por Retratos desde la memoria, idea que surgió por estar en la puerta de los 80 años (cumple el 6 de enero)

-Eso quiere decir que no va a escribir sus memorias.

-No. Me interesa más hacer historia que memoria. Mis memorias son este libro, que son los personajes.

-¿Pero no cree que unas memorias suyas, que fue protagonista de tiempos tan trascendentes para el país podrían aportar insumos para entenderlos más?

-Sí pero de algún modo lo he reflejado en mis libros, donde están otras memorias, la de otros personajes, pero también las mías. Eso lo he hecho procurando la mayor honestidad posible tanto en La agonía de una democracia como en La reconquista. Siempre desconfié del rubro memorias porque uno termina autojustificando las cosas. Los norteamericanos quizás son buenos memorialistas porque desnudan todo y arman unos desastres fantásticos. Igual hay memorias notables como las de Churchill o las de De Gaulle que son más fuentes históricas impresionantes que memorias.

“Sigo siendo un curioso de la historia”

“La vida uno la va haciendo. Lo más importante es seguir teniendo la alegría de hacer cosas. Sigo teniendo 10 proyectos en la cabeza, de libros y de cosas. Estoy siempre con el pasaporte pronto para salir rajando y lo hago con mucha fuerza. Participo de muchos núcleos de pensamiento en los cuales contribuyo, doy muchas conferencias. Y la salud me acompaña. Sigo cerca del arte, sigo curioso de las exposiciones y de los remates, de los muebles viejos, sigo curioseando en la historia. Y tengo una casa que quiero mucho que se ha ido haciendo también”.

Publicado en El Pais
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