Mariconear lo andino, una búsqueda literaria y política

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En la iglesia San Ignacio de Loyola de La Compañía de Jesús de Quito, ubicada en la esquina de la García Moreno y Sucre, justo al frente de una casa adornada con un querubín que carga una protuberancia entre las piernas, están las cenizas que utilizó Diego Falconí Trávez para escribir la obra con la que ganó el Premio Casa de las Américas 2016, en la categoría ensayo.

Al interior de la iglesia, en medio de la marea dorada que inunda el espacio, al costado derecho, está el infierno y sus penitentes. Penitentes ardiendo, convertidos en escombros, en despojos. Penitentes sufriendo por donde han pecado, por donde han deseado. Se trata de un cuadro del pintor y jesuita panameño Hernando de la Cruz, quien —no paradójicamente— además de haber retratado a uno de los primeros nefandos consumido por las llamas del Juicio Final, fue el confesor de Mariana de Jesús, la primera ecuatoriana canonizada por la Iglesia Católica Romana y, quizás, la figura más controversial dentro del disciplinamiento de cuerpos en Quito. Se dice que en su cuarto tenía un ataúd negro con un esqueleto cubierto por un sayal franciscano y que se autoflagelaba dos veces al día, hasta sangrar entera.

En esta pintura, que data del siglo XVII, está un nefando, lo que tiempo después se conocería como un homosexual, un sodomita. En latín, la palabra nefando se compone de ne (no) y de for, faris, fatus sum o fari (hablar). Significa “lo que nunca debe ser dicho o expresado públicamente”. Pero Diego Falconí Trávez no solo vio en esta representación visual esa disputa del lenguaje por nombrar lo que no tiene nombre o lo que resulta “deshonroso”, también vio uno de los primeros códigos penales de la ciudad y el germen, las cenizas, de lo que luego se convertiría en su tesis doctoral de literatura y, posteriormente, en el trabajo que presentó en Casa de las Américas: De las cenizas al texto. Literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX.

“Ahí está la acción y la pena. Aparece la figura de un nefando, un protohomosexual que tenía que ser castigado. Es maravilloso. Es de los pocos retratos que tiene la palabra junto a la acción y, por lo tanto, se vuelve un código penal, porque inmediatamente ves eso y dices ‘aquello me va a pasar’. Los sodomitas se fueron al infierno, se carbonizaron, y si bien mi trabajo se basa en escritores del siglo XX, de la zona de los Andes, tiene ese origen ahí. Por eso el nombre de mi libro es ‘De las cenizas al texto…’, porque las primeras crónicas, sobre todo en el área de la Costa ecuatoriana, nos hablan de la destrucción de los sodomitas con el fuego”.

* El proyecto personal y teórico de Falconí Trávez es claro: volver cuerpo las cenizas, usar la palabra para andinizar al género y mariconear a los Andes. Para ello aborda como casos de estudio las narrativas de 5 escritores latinoamericanos: los ecuatorianos Pablo Palacio y Adalberto Ortiz; el colombiano Fernando Vallejo; el peruano Jaime Bayly; y la boliviana Julieta Paredes.

Escogió a aquellos autores que le permitían problematizar la identidad andina, aterrizar la matriz andina en los estudios de género y sexualidad. Falconí sabe que en nuestro territorio hay una definición andina muy fuerte desde la geografía y la historia, pero siente que en los últimos años esa “andinidad se ha evaporado”, cree que el Pacto Andino no ha funcionado adecuadamente y, por eso, los políticos de la región han creado nuevas formas de asociación como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

A esta fractura espacial, se suma esa suerte de “extrañeza” que se vive sobre la sexualidad en América Latina y esos discursos caracterizados por una masculinidad dominante de ciertos presidentes latinoamericanos de izquierda, proyecto político al que le apuesta Falconí por todos los procesos sociales e históricos que acarrea.

“Cuando escuchas a mandatarios como Rafael Correa, que dice que el género es una ideología, que no se sostiene de ninguna forma, o cuando escuchas esa batalla mortal entre Henrique Capriles y Nicolás Maduro respecto a quién es maricón y quién no, te preguntas si esa extrañeza andina no tiene que ver con la sexualidad, si hemos tratado de blindarnos desde una masculinidad exagerada. De algún modo, la idea de este trabajo es mariconear, tortillear lo andino”.

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Falconí Trávez es teórico. Problematiza, complejiza, no resuelve. Sabe que el trabajo con el que ganó está incompleto, no solo porque está escrito en castellano, sino porque la mayoría de escritores que seleccionó son hombres: le faltan más mujeres, personas trans, inter, mayor diversidad. “Es un ensayo inicial”, reconoce, pero con una clara intención: poner el dedo en la llaga para que estudios filológicos, históricos activen líneas de investigación en este campo.

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El concurso que ganó Falconí Trávez es al que más respeto le tenía por lo problemático y polémico que ha sido. El Premio Literario Casa de las Américas se lo entrega anualmente, en La Habana, Cuba, desde 1960, un año después del triunfo de la Revolución.

Sin embargo, uno de los principios de esa revolución consideraba a la homosexualidad como un rasgo característico de la decadencia burguesa y, por lo tanto, era algo que debía ser penado, abolido, pues distorsionaba el devenir del Hombre Nuevo, es decir, de aquel sujeto avocado exclusivamente a la lucha por la justicia pensada en términos de clase, no de género, no de sexualidad.

Así, muchos escritores homosexuales como Virgilio Piñera o Reinaldo Arenas, que para la revolución no podían ser otra cosa que intelectuales comprometidos con causas ajenas a las de ellos, a las de sus cuerpos, fueron acosados, perseguidos, encarcelados y expulsados de la isla.

“Yo he tenido una filiación muy cercana a escritores como Arenas que, sin duda, cambiaban mi noción de la izquierda latinoamericana. Desde luego, Cuba es el símbolo de muchas cosas para América Latina pero, desde los estudios de género, creo que es un símbolo de opresión. Y es difícil esto que estoy diciendo porque le tengo mucho cariño a Cuba, pero siento que la isla nos debe mucho a las personas diversas, disidentes. Esa construcción del Hombre Nuevo no puede servir para una guía de lo latinoamericano, para un registro propio. No se puede tener un registro propio si es que no se tiene un registro marica, tortillero, mediomedio. Si queremos revaluar nuestra relación geopolítica e histórica con el resto del mundo, tenemos que empezar a considerar el género y no creer que es una cuestión accesoria. Nos merecemos algo más. Considero que este gesto de Casa de las Américas es muy generoso con mi trabajo, pero también con muchas personas que nos hemos visto decepcionadas con esa noción heteropatriarcal de la política que hemos vivido en las últimas décadas”.

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Falconí Trávez observa muchas cosas, sobre todo las que no son evidentes a simple vista, las que están detrás de la espalda. En la obra de Bayly, por ejemplo, mira sus nalgas o, precisamente, las nalgas que el peruano usa como figuras retóricas a lo largo de sus novelas. En el caso de Julieta Paredes aborda esa aparente contradicción de ser mujer indígena que lucha por la dignidad de su pueblo y, al mismo tiempo, ser lesbiana. De Fernando Vallejo encuentra rasgos de la historia andina mediada por la clase, la geografía, los conflictos sociales. Con Adalberto Ortiz interpela la noción cuzcocéntrica de lo andino, construida desde ese gran pasado indígena, para concluir que hay diferentes maneras de ser y devenirse andinos: los mestizos son andinos, los afrodescendientes como Ortiz son andinos y los amazónicos también. De Pablo Palacio le interesa la forma en cómo trabaja la noción de lo caníbal y de lo antropófago, a través de dos obras. Falconí dice del lojano: “Cuando haces estudios andinos te das cuenta de que si hubo algo que caracterizó a los colonizadores hispanos que buscaban a quemarropa un pretexto para colonizar, fue el canibalismo y la sodomía. A ellos los exterminaban. Y ya Palacio tenía la genialidad de abordar a esas dos personas: el homosexual y el antropófago; los herederos de los caníbales y sodomitas”.

Las narrativas y los cuerpos que estudia Diego Falconí Trávez están, de esta forma, incompletos, se debaten entre las cenizas y el texto, entre las cenizas y el cuerpo. Este solo es el inicio de un trabajo mayor, inagotable, insaciable.

Publicado en El Telégrafo

 

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