Hugo Rivella: «Uno termina de ser cuando el otro te define»

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Ese acento salteño que lo sigue como una sombra de vidala original, puede confundir un poco, pero a casi medio siglo de formar parte del hábito de la vida en Córdoba, de atravesar calles y detenerse en las esquinas desveladas de poemas, poetas y canciones, puede decirse que Hugo Rivella es uno de nuestros artistas, y de los mejores.

Así también lo pensó el jurado (Susana Cabuchi, Hernán Jaeggi y Francisco Colombo, tres notables de la palabra) que hace unas semanas lo eligió para concederle el premio literario Provincia de Córdoba 2015 (género Poesía), por su libro Poemas en la lengua del sonámbulo.

En realidad, su pertenencia cotidiana es casi una nota de color si uno se fija en que hace unos años ya que se ha convertido en un hombre de la poesía latinoamericana, no sólo porque de este horizonte y de esta sabia humana se alimenta su creación, sino también porque viene cosechando resonantes reconocimientos, uno tras otro.

Sobre todo en los últimos meses. En diciembre pasado ganó el Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero, en Ecuador, y en febrero último, el Premio Internacional Rubén Darío, en Nicaragua. Por si no bastara, también fue finalista de los premios Tiflos y Pilar Herrera Labrador, en España. Se suman a otros menos recientes pero también trascendentes, como el Gilberto Owen Strada, de México (2011). Mientras tanto, su obra es editada aquí y allá, así como es incorporada a distintas antologías.

–¿Qué está diciendo esta impactante cosecha de premios?
–Uno termina de ser cuando el otro te define. Los premios sirven para el reconocimiento. No llega rápido, sobre todo el reconocimiento de los pares, que es el que a uno más le importa. Por eso, porque lo puedo sentir en la amistad y en el intercambio, me gusta nombrar a algunos poetas contemporáneos como Omar Lara, de Chile; Héctor David Gatica, Edgar Morisoli, Jorge Boccanera, el Teuco Castilla, Pedro Ale, Euler Granda, Antonio Preciado, de Ecuador. Y, por supuesto, a mis compañeros de siempre: César Vargas, Leandro Calles, Néstor Merigo, Sonia Ravinoch, Leonor Mauvesín… Hemos empezado juntos y que estemos juntos es de lo más hermoso que me pasa.

–Es decir, hay mucho para compartir en esta distinción que te dio Córdoba.
–Me maravilla este premio: es como poder caminar poéticamente en el lugar donde camino físicamente hace tantos años. Siento que con la obra y los años voy de otro modo hacia mis compañeros. Tengo que dar la mano, no esperar que me lo pidan. Desde que comencé a viajar siempre llevo libros de poetas de Córdoba y de otros sitios para darlos a conocer.

–Hablás de la obra y de los años: no hace demasiado tiempo que en tu carrera comenzó esta constancia de publicar y ser reconocido.
–Empecé a salir recién hacia afuera de mí en 2008. Héctor David Gatica me dijo una vez: “Hay que prenderle una velita al santo de vez en cuando: hay que ocupar los espacios”. De ese año recuerdo una conversación en una librería en la que alguien dijo que ya no escribía porque no le publicaban. Entonces, yo tenía como 25 libros inéditos; es decir: me gustaba más escribir que publicar. Y leer tanto como escribir. Algunos compañeros me decían que era un poeta secreto, porque no me conocían ni en Salta.

–A propósito de tu abundante lectura, en la argumentación de su decisión el jurado cordobés dice: “Exhibe madurez en el uso de los recursos poéticos y un manifiesto conocimiento de autores y obras, con los que el poeta construye un universo imaginario y personal”.
–Uno es la continuación del otro, la experiencia que los otros viven. Mi último libro se llama Frankenstein, poemas del desecho. Uno es la lectura, la suma de conceptos, de miradas. Al complejizar la lectura también vas mejorando tu gusto. Lo importante es cómo uno descubre en otros los mejores poemas. Casi nunca son los tuyos, casi siempre son los de los otros los poemas que más te gustan. Me maravilla poder acercarme a la poética de otros escritores, que son tan válidas como la tuya, mejor que la tuya, y con todos ellos construir la propia.

–El argumento también dice que tu obra revela “equilibrio entre pensamiento, sensibilidad y forma”. ¿Cómo es la convivencia entre sensibilidad y pensamiento en tu manera de ser poeta?

–El pensamiento como reflexión es el acto mayor de un intelectual. Es intentar mirar las cosas como son y no como te las pintan. El intelectual necesita como dato del pensamiento mirar más allá: pienso, luego existo. El poeta, en cambio, podría decir: amo, luego existo. Ese pensamiento que sirve para revelar el mundo se transforma a través del poeta en una palabra que nos es descriptiva, sino que te toca, es decir, en algo poético. Por eso, aquello que no te conmueve está muy lejos de ser poesía.

–Y eso, lo que conmueve, es otra manera de percibir y refractar la realidad.
–La poesía es el dato más absoluto de la verdad. Cuando apela a la sensibilidad, está apelando a quizá lo más sensitivo de cada uno, eso que algunos no quieren que se conozca porque te puede mostrar débil. Una poesía te puede hacer llorar, cantar, pensar. Cuando sucede eso estamos ante el hecho poético.

–Y mientras tanto está la construcción de cada día, lo cotidiano.
–Uno es un hombre político, un literato, un amo de casa, un amante, un amigo. Eso no se abandona cuando escribes, más bien al revés. Cuando te sientas a escribir es cuando confluye todo lo que has vivido, lo que has leído. El asunto es si todo eso se resuelve en un poema. Cuando vos escribes frases aisladas, no has encontrado el poema.

Publicado en La Voz
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