Lucrecia Martel: «El mal de la Argentina es la búsqueda frenética, patriótica, de la identidad»

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Hablando de cine, Lucrecia Martel deshoja un discurso tan estimulante como la experiencia de ver sus películas. Al escucharla (o leerla, porque la entrevista fue una concesión conseguida vía email) queda claro que la guionista y realizadora salteña avanza a contramano de la idea de realidad que está instalada en el mundo: su experiencia de lo real se basa en la curiosidad y echa por la borda los prejuicios. Ese quizás sea el secreto del estilo cinematográfico único que ha sabido crear, y el cimiento de su postura frente a verdades supuestamente irrefutables (como la de sentirse privilegiada por ocupar una silla en un ámbito de poder).
La directora de La ciénaga (2001), La niña santa (2004) y La mujer sin cabeza (2008) está dándole los últimos retoques a su cuarto y esperado largometraje, Zama, una «mutación» basada en la famosa novela del escritor mendocino Antonio Di Benedetto que se estrenará a principios de 2017. Una novela que, a pesar de estar ambientada en el siglo XVIII, habla «sobre el presente más absoluto de la existencia humana», subraya Martel en entrevista exclusiva con El Tribuno.
La directora que hasta hace unos meses estuvo internada en litoraleños paisajes barrosos de Corrientes y Formosa -donde se filmó gran parte de Zama-, ampliando sus mundos insospechados e intangibles, minuciosamente creados para sacudirnos un poco, se anotició a fines de junio de su flamante incorporación a la Academia de Hollywood. Su nombre figura entre los 683 nuevos miembros que la institución creadora de los Oscar decidió invitar luego de las críticas recibidas el año pasado por discriminación de género y étnica.
Consultada acerca de la noticia, Martel señaló que lo primero que se le vino a la cabeza fue «la mala educación de la gente de Hollywood que no consulta a las personas si desean participar de la Academia». Y agregó con sutileza: «Me imagino que me contactarán para explicarme cómo mi participación va a cambiar el rumbo de una industria millonaria».
¿Qué falta y cuánto falta para el estreno de Zama?
Estamos en posproducción de sonido, y el estreno supongo será a principios del año próximo.
¿Por qué optaste por una historia de época para volver a las pantallas?
Antonio Di Benedetto decía de Zama que no era una novela histórica, y creo que ahí está la respuesta. Zama no nos dice nada sobre el pasado, aunque suceda en el siglo XVIII, sino sobre el presente más absoluto de la existencia humana. Cuando terminé de leer la novela tenía una euforia inexplicable. Y filmé la película sin saber por qué tanta euforia. Hace pocas semanas entendí por qué. Seis años después. Vaya lentitud.
Ciertas obras literarias resultan «cinematográficas» y eso gravita al momento de elegirlas para llevarlas al cine. ¿Fue el caso de la novela de Antonio Di Benedetto?
Sí, sé que se dice eso, pero es un error de análisis. No hay motivos para convertir la literatura en cine, ni el cine en literatura. Lo que se convierte es el lector en guionista. Es una mutación producto de una infección que genera la buena literatura.
Volviendo al tema de la adaptación. Un lector rellena los huecos que se producen en un relato literario con su imaginación. En el cine, la imagen necesita de la imagen y se supone que no son admisibles esos vacíos. ¿Te pasó con «Zama»?
Eso quizás sucede si la adaptación intenta ilustrar con imágenes un texto. El cine, o para ser un poco más exactos, la narración audiovisual, puede exigir al espectador el mismo esfuerzo de imaginación que una novela. Donde dice mesa, cada lector imaginará una mesa distinta, y cuando pasamos al cine y aparece la imagen de la mesa, ya nadie pensará en otra mesa que esa. Eso, estoy de acuerdo, es una pérdida. Pero la imagen tiene otras posibilidades más allá de ser referenciales y se multiplican con el sonido, por lo tanto escapar a esa pobreza es posible.
¿Qué papel jugó la naturaleza en el rodaje?
Quizás el mismo papel que la naturaleza en todo lo que filmo: una cosa sospechosa, bastante artificial. De la que no se puede decir que sea buena ni mala.
El protagonista de «Zama» es un funcionario español que, tras varios años sin novedades que lo saquen de su rutina, decide sumarse a una tropa de lugareños para salir en búsqueda de un bandido. Como en otros filmes tuyos, el personaje busca salir de la abulia, del mandato, del estatismo… ¿Lo ves como una forma de muerte en vida?
Está la muerte y está desperdiciar la vida. ¿Qué es peor? Efectivamente, creo en la voluntad. La voluntad es el esplendor de lo divino en nosotros. Es lo que nos ha convertido en una especie rara que habla mucho. Creo en nuestro poder de transformación de lo real. Por eso me emociona la ciencia, la medicina alopática y todos los caminos que emprendimos voluntariosos, a los tropezones.
¿Podrías darnos tu versión sobre la utilidad del silencio en el cine?
El silencio no existe en el cine ni en el universo, afortunadamente. El silencio es nuestra manera de reconocer algunas ausencias sonoras. Entro a mi casa y digo «qué silencio». Pero si presto atención, ya escucho la heladera, algún vecino lejano, el perro de la panadería, una motito doblando la esquina… y puedo estar toda la noche identificando sonidos distintos en medio de eso que al principio me pareció: «qué silencio». ¿Y entonces qué es lo que me llevó a pensar en el silencio? Quizás la ausencia de alguna voz en particular. Entonces, ¿qué es el silencio en el cine?: es generar en el espectador ausencias, una tarea apasionante.
 
Almodóvar dijo que Zama es «una metáfora del vacío que arrastra la caída de los grandes imperios». ¿Compartís la lectura?
Es una lectura posible, claro. Para mí Zama es abrazar el absurdo y lanzarse a la felicidad.
De los diferentes planos que presenta la novela de Di Benedetto, dijiste que te pareció moderno el tema de la pérdida de identidad y la libertad que eso te da. La reflexión resulta interesante en el contexto de una sociedad como la nuestra, eternamente sumida en la disyuntiva entre afianzar la identidad propia, americana, o ceder a modelos impuestos desde afuera.
Bueno, el mal de la Argentina no es la extensión, es la búsqueda frenética, patriótica de la identidad. Por eso nos va como nos va. La identidad no sirve para nada, salvo para justificar tarde o temprano la intolerancia. Si buscáramos la diversidad andaríamos mejor. Lo que nos hace una comunidad no es identificarnos, sino la curiosidad porque el otro siga siendo otro, y así estar menos solos. En la búsqueda de la diversidad los modelos hegemónicos nos darían risa.
 
¿En qué pensaste cuando supiste que estabas en la lista de miembros de la Academia de Hollywood?
En la mala educación de la gente de Hollywood que no consulta a las personas si desean participar de la Academia.
 
¿La lista es una invitación que podés o no aceptar? ¿Sabés en qué consistirá puntualmente tu participación en el caso de que formés parte de esa junta?
No tengo ninguna información sobre qué significa ser miembro de la Academia. No es un tema que me dé curiosidad.
Boone Isaacs, presidenta de la Academia, dijo que «siempre es bueno tener gente nueva que ha rodado con una perspectiva diferente» ¿Cómo creés que gravitará la presencia de gente como vos?
No estoy al tanto. No sé cómo se vota. Me imagino que me contactarán para explicarme cómo mi participación va a cambiar el rumbo de una industria millonaria.
 
Ir al cine o ver cine en casa… ¿cómo te manejas?
De todo un poco. Prevaleciendo el plan camucha y computadora.
Cuando venís a Salta, ¿notás que por aquí todo sigue igual?
Nunca, en estos 30 años viviendo en Buenos Aires, sentí que Salta permanecía igual. Para mí es un lugar en ebullición. Cuando camino por la calle todo me interesa. No me pasa en otras ciudades. Me siento rica. No de dinero. Siento una opulencia en el alma. Ahora estoy organizando mi vuelta y desde que tomé esa decisión veo más cosas: las instalaciones eléctricas, la corruptela de los pozos de la calle, las junturas de las medianeras, el brillo del pelo de la gente y el viento zonda con su sarta de pensamientos imperiales, en fin. La ciudad, tan infinita.
 
Aparte del estreno de Zama, ¿hay algo más en el tintero?
Sí, unas cuantas cosas, no todas de cine. La puesta en escena de una ópera en el Colón y un libro ilustrado para niños. Con Mariana Carrizo estamos preparando varias cosas sobre la copla. Estoy desarrollando una aplicación para crear organismos imaginarios que sólo se escuchan en la oscuridad. Y con un amigo estamos terminando de diseñar una instalación de disolución del espacio. En fin, invierto muchísimas horas en cosas absurdas de dudosa concreción, pero así ha sido mi vida siempre. Hacer planes es la felicidad.
Un filme que genera gran expectativa
Zama es la historia de un funcionario de la Corona española que aguarda ser reconocido por sus méritos. Pero en los años de espera pierde todo. Entonces decide sumarse a un escuadrón para atrapar a un peligroso bandido y recuperar su nombre. En el fracaso, se libera de su espera. El cuarto largometraje de Martel reúne a un elenco internacional integrado por Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Matheus Nacthergaele, Juan Minujín, Nahuel Cano, Willy Lemos, Rafael Spregelburd, Daniel Veronese y Vando Villamil. Es una coproducción de la argentina Rei Cine en asociación con Patagonik Film Group, la brasileña Bananeira Filmes y la española El Deseo (de Pedro Almodóvar).
Publicado en Blablax
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