La historia de las cervezas ticas

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Recordando su infancia, durante la década de 1930, cuenta el josefino Willy Castro Durán: “Estampas especiales configuraron la presencia de los vagones de cuatro ruedas, tirados por percherones o grandes mulas, que servían para el reparto a la Cervecería Traube y a la Gambrinus”.

”Las mulas de la Cervecería Traube fueron bien conocidas por su tamaño y fortaleza, a tal punto de que más de una mujer cuando era alta y guapa, pero de cara fea, recibió el mote de ‘mula de la Traube’” (Barrio Plaza Víquez ).

Promoviendo la cerveza. Fue en febrero de 1852 cuando el Estado costarricense estableció, en 50 pesos mensuales, el monto por pagar para establecer una fábrica de cerveza. Si bien tal suma era muy alta, la sola disposición demuestra un cambio en los patrones de consumo urbano, que empezaban a europeizarse al calor de la importación del café.

De esto, claro está, no escapaban las bebidas alcohólicas, que tendían a diversificarse. Así, de paso por San José, hacia 1853, el alemán Moritz Wagner anotó: “Los sábados, las cantinas están siempre llenas; [y] hasta la cerveza de la taberna alemana, aquí una bebida nueva, empieza a introducirse”.

Para abril de 1856, la casa comercial de Joy & von Schröter anunciaba en el Boletín Oficial , la Cerveza de Torres: “blanca de cebada fresca y lúpulo sin mezcla de ninguna otra substancia, en medias botellas, mejor que la extranjera, a razón de dos pesos la docena o bien catorce reales devolviendo la botella”.

Posteriormente salió una cerveza negra, muy del gusto popular; sin embargo, parece ser que el cervecero alemán traído para fabricarla perdió la receta o descuidó el delicado procedimiento, lo cual, unido a los altos costos de las patentes establecidos por el Gobierno para el año siguiente, causaron el cierre de esa cervecería en 1861.

En 1867, el inglés James Hasland y el alemán Arthur Kopper, establecieron una fábrica de cerveza en Cartago; mientras que en 1868, el Gobierno encargó al también alemán Karl Johanning, la construcción y operación de una cervecería en San José.

En la memoria correspondiente a ese año, el secretario de Hacienda en la segunda administración Castro Madriz, Julián Volio, expresaba al respecto: “Todo pueblo tiene necesidad de una bebida destilada o fermentada. Sabido es que la primera es sumamente perjudicial al individuo, a la familia y a la sociedad, por poco que se abuse de ella, mientras que la segunda produce resultados enteramente opuestos, por cuanto reúne calidades nutritivas y saludables”.

Y agregó: “Entre nosotros se han usado con más generosidad de licores fuertes, y aunque su producción ha venido a ser renta pingüe para el Erario, no por eso ha desconocido el Gobierno su obligación de prevenir, hasta donde puede ser dable, los funestos efectos que su consumo en cierta escala debe producir en la moral y en la salud del pueblo, y con el deseo de llenar tan sagrado deber, trató de procurar la sustitución, siquiera sea de manera paulatina, del licor alcohólico con la cerveza”.

El otro argumento en favor de aquella fábrica fue, que ante la crisis del café que se enfrentaba, el Estado estaba obligado a buscar una alternativa a su principal entrada fiscal. Sin embargo, después de reportar pérdidas, aquella cervecería fracasó y el Estado se retiró para siempre de esa industria.

De Cartago a San José. Según el historiador Rafael Ángel Méndez Alfaro: “Para la década de 1870, algunos individuos que tenían cierta experiencia en producción cervecera, como el mismo Von Schröter, aparecen en la prensa anunciando la venta de “Cerveza noruega y cerveza negra” (…). Es decir, existían comerciantes que combinaban la fabricación local con la importación de este tipo de bebidas” ( De lúpulo y cebada ).

En las dos últimas décadas del siglo XIX, se registran en la prensa al menos seis fábricas de cerveza ubicadas en Cartago y San José. En la elaboración de esa cerveza local, se privilegiaba el uso de la cebada y el lúpulo, granos de cuyas bondades, como base para la fabricación de una bebida de gran calidad, daban fe múltiples avisos.

Otros dos hechos dejan claro que la venta y consumo de cerveza registraba un importante crecimiento en el país. El primero es que el preciado líquido no solo se obtenía en aquellas fábricas, sino que podía adquirirse en sus sucursales, pulperías y otros negocios que lo distribuían, además de las firmas que lo importaban y vendían.

Lo segundo es que tras el anterior periodo artesanal, varias de aquellas fábricas industrializaron su producción. Es el caso de la Cervecería del León, en Cartago, que en 1885 afirmaba producir 7.500 botellas de cerveza al día; dos años después, el diario El Comercio anunciaba que la Cervecería Irazú, de la misma provincia, disponía “de todas las máquinas nuevamente inventadas e indispensables en los procedimientos modernos de la fabricación de cerveza”.

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En 1890 llegó a la Vieja Metrópoli el alemán José Traube Tichy (1854-1929), nacido en Laun, cerca de la ciudad de Saaz, en Bohemia, donde su padre tenía plantaciones de lúpulo. Él había estudiado en Praga para maestro cervecero, así que una vez establecido en Cartago y, tras múltiples esfuerzos, abrió la Cervecería del Globo en 1888, donde produjo, además de varios refrescos, la cerveza Traube.

De cuesta a cuesta. Emplazada en cuesta de Moras, la principal sucursal del negocio se encontraba en San José; en 1900, su dueño decidió trasladarse a la capital e instalarse en su finca El Ballestero, a orillas del río Torres –cuyas aguas aprovecharía en la elaboración de la bebida– ya con el nombre de Gran Cervecería Traube. Desde entonces, la pendiente en que termina la calle Central norte al topar con dicho río, fue conocida como “la cuesta de la Traube”.

En agosto de 1901, Traube viajó a Alemania con el fin de dotar a su fábrica de “estupendas y valiosas maquinarias para la fabricación de cerveza”, como lo anunció el periódico El Día a su regreso en octubre.

Desde entonces, de sus instalaciones salían hacia la ciudad y el país sus principales productos, todos de reconocida calidad: las cervezas Pájaro Azul, Selecta y Pilsen, entre otras.

Tras su retiro, Traube volvió a su tierra natal y la empresa se convirtió en una compañía por acciones, cuyo gerente fue su hijo Rodolfo Traube, hasta que fue absorbida por la Florida Ice and Farm, al igual que otras cervecerías de la ciudad, como la Ortega. No obstante, en comparación con ellas, la presencia en el imaginario josefino de la del inmigrante alemán no tuvo parangón.

En 1966, la gran Cervecería Traube cerró sus puertas, pero sus viejas instalaciones –patrimonio industrial de la ciudad, por lo dicho– siguieron siendo punto de referencia urbana para ofrecer direcciones “a la tica”. Solo entonces, los camiones que habían reemplazado los carretones tirados por mulas, dejaron de llevar por todo San José el elixir aquel, del lúpulo y la cebada.

Publicado en Nación

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