Historias de una triple infamia

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En Contexto
La Batalla de Curupayty se desarrolló el 22 de septiembre de 1866 y fue parte de la vergonzosa guerra que enfrentó a Paraguay con una alianza imperialista compuesta por Brasil, Argentina y Uruguay. Curupayty representó la mayor victoria del ejército paraguayo y fue un gran fracaso del general argentino Bartolomé Mitre.

Por Tomás Forster – NodalCultura

Se esfumaban los últimos días del verano de 1870 y una nación agonizaba pese a la resistencia heroica del pueblo guaraní. El acto final fue la masacre de Cerro Corá, en la que las tropas brasileñas enviadas por el emperador Pedro Segundo, ultimaron al Mariscal Francisco Solano López, a su hijo de quince años Juan Francisco, más conocido como “el coronel Panchito”, y a los cuatrocientos nueve valerosos paraguayos y paraguayas que resistieron hasta el final. El conflicto bélico que enfrentó a Paraguay con Brasil, Argentina y Uruguay fue usualmente denominado como La Guerra de la Triple Alianza, pero el nombre que define a la contienda, con toda precisión, fue el de La Guerra de la Triple Infamia porque los ejércitos y gobiernos vencedores barrieron con la mayor parte de la población masculina del Paraguay y lo despojaron del pujante desarrollo económico autónomo que había tenido en la primera mitad del siglo diecinueve.

Los soldados criollos, mayormente gauchos, peleaban por dinero u obligación, como consecuencia de la impopularidad que tuvo la guerra en la Argentina. A lo largo de los más de cinco años que duró el enfrentamiento, se sucedieron varias montoneras federales y otros tantos levantamientos espontáneos que se revelaron al poder mitrista-porteño. La montonera más recordada la protagonizó Felipe Varela, en Catamarca. También otras zonas como La Rioja, el Cuyo, Córdoba y Entre Ríos fueron epicentro de sublevaciones populares de importancia. Dos revueltas emblemáticas, y poco recordadas, fueron las de Basualdo y Toledo, cuando las propias tropas de Urquiza se le plantaron al vencedor de Caseros al enterarse que iban a luchar contra los paraguayos y no, como ellos esperaban, contra los porteños, colorados orientales y brasileños.

Después del punto de inflexión que significó su retirada en Pavón (con la infantería, la artillería y las fuerzas de reserva intactas), el general Urquiza terminó de cristalizarse como un riquísimo estanciero y empresario saladero, visiblemente aliado de Bartolomé Mitre y de la banca financiera británica, mientras ostentaba su ropaje de supuesto líder de la causa federal. Durante la guerra contra el Paraguay, su apoyo a los aliados se caía de maduro aunque muchos caudillos pertenecientes al ideario fundado por el oriental José Gervasio Artigas, como el mismo Felipe Varela, se negaron a creer que fuera capaz de tamaña doblez.

Entre los pensadores destacados que se opusieron a la Gran Guerra – como se la llamó en Paraguay -, hay que mencionar a Juan Bautista Alberdi y al futuro autor del Martín Fierro, José Hernández. Muy diferente resultó el caso de Domingo Faustino Sarmiento. En sintonía con su visión de lo popular como equivalente de lo bárbaro, Sarmiento se ubicó, como siempre a lo largo de su vida política, en la vereda de los que imponían la llamada “civilización”, a sangre y fuego.

En 1861, dos años antes de mandar a asesinar al caudillo riojano Ángel “Chacho” Peñaloza, Sarmiento le sugirió a Mitre: “No ahorre sangre de gauchos, es un abono que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos.» El mismo autor del Facundo, justificaría el posterior latrocinio contra el pueblo paraguayo, argumentando: “Si queremos salvar nuestras libertades y nuestro porvenir tenemos el deber de ayudar a salvar al Paraguay, obligando a sus mandatarios a entrar en la senda de la civilización». Ironías de la historia: veinte años después, Sarmiento acabaría sus días en Asunción dejando, como obra crepuscular, un libro titulado Conflicto y armonías de las razas en América, en el que daría rienda suelta a su desdén medular hacia las clases populares latinoamericanas.

Domingo Faustino fallecía sobre el mismo suelo que amortiguó la caída de su hijo adoptivo, Dominguito, cuando este fuera herido de muerte durante la Batalla de Curupayty. Aquella ofensiva aliada devino en el mayor triunfo paraguayo en la guerra y barrió con el dudoso prestigio de Mitre como militar. El presidente y general argentino ordenó atacar por tierra y de frente al fuerte de Curupayty. Su estrategia dejó a la infantería y a la caballería a merced de la artillería paraguaya. Las pérdidas humanas se contaron por miles en los ejércitos aliados. Después de ese fracaso estrepitoso, el ejército de Mitre tendría un papel menor en la guerra. El soldado y pintor argentino Cándido López, que retrató con una autenticidad impactante los escenarios y batallas de la Guerra del Paraguay, perdió un brazo ese día y pasó a ser conocido como “El manco de Curupayty”. Pero era tal la pasión de López por sus trabajos en óleo, que consiguió aleccionar a su mano zurda y pocos meses después pintaba con la misma habilidad que antes.

Por su parte, Alberdi, el máximo contrincante intelectual de Sarmiento y adversario suyo en varias de las polémicas más vibrantes de la época, publicaría, en 1870, El crimen de la guerra, un ensayo en el que contradecía lúcidamente a la razón occidental  pregonada por el sanjuanino. El autor de Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, analizaba: “Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el ‘país salvaje’ de su cruzada civilizadora”.

Hasta 1865, año inicial de la contienda, el gobierno paraguayo, bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, construyó astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y líneas telegráficas. Anteriormente, el prolongado régimen de Gaspar Rodríguez de Francia – que narrara con su pluma maestra el gran escritor paraguayo del siglo veinte, Augusto Roa Bastos, en su Yo, el Supremo – había preparado las condiciones de una situación nacional independiente, sustentable y sostenida, mediante una noción desmesurada del aislamiento y la autonomía extremas como puntales del desarrollo económico. Juan Xim, en su excelente trabajo titulado La guerra contra el Paraguay, lo explica claramente: “El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino. La mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía además una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco”. Agreguemos un último dato que impresiona: Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le alcanzaban sobradamente sus recursos.

El saldo que tuvo la guerra para este país fue tan devastador, terrible y trágico que el país quedó, literalmente, al borde de la extinción. No en vano, la mayoría de los cronistas de ese período e historiadores precedentes y contemporáneos afirmaron que las últimas palabras del mariscal Solano López, antes de que lo mataran de un tiro en el corazón, fueron: “Muero con mi patria”. Aunque, este punto es un tanto controvertido y otras fuentes sostienen que Solano López habría dicho: “Muero por mi patria”.

De todos modos, la saña inexplicable hacia el pueblo guaraní del gobierno brasileño, en primera instancia, y del gobierno argentino, en segundo lugar, dejaron el siguiente resultado: la población del Paraguay se redujo de un millón trescientos mil habitantes a doscientos mil y de un ejército de cien mil hombres a apenas cuatrocientos soldados sobrevivientes. Los vencedores se adueñaron de ciento sesenta mil kilómetros cuadrados e impusieron la aceptación del tratado de libre navegación en sus ríos (preocupación fundamental del imperio británico), el pago de mil quinientos millones de pesos en concepto de indemnizaciones, la privatización de sus tierras, fábricas y servicios a precios de remate y el comienzo de un endeudamiento crónico producto de un préstamo otorgado por la misma banca que costeó los gastos de guerra de Brasil: la Baring Brothers. En la década del ´20, esta misma banca dio origen a la deuda externa argentina a partir del empréstito gestionado por el proyecto unitario-liberal de Bernardino Rivadavia. El préstamo de tres mil libras esterlinas a un Paraguay en ruinas se transformó, tres décadas después, en una deuda de siete millones y medio de libras.

En la recuperación y actualización de aquel Paraguay autosuficiente, desarrollado y digno que presidieron los Solano López; en el fresco recuerdo intergeneracional de ese tramo de bienestar vivenciado por un pueblo que aún cultiva su hermoso idioma guaraní; en ese tiempo que parece perdido en la noche de la historia, en el aprendizaje que dejó esa etapa imborrable, en las profundidades insondables de sus selvas tropicales, en la energía que irradian sus ríos caudalosos y en la sabiduría ancestral que entraña su tierra de fuego, parece encontrarse la clave de la reconstrucción paraguaya.

 

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