Las pinceladas provocadoras

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La Escuela Casa del Artista, ubicada en Guadalupe (junto al cementerio), nos ofrece un pequeño conjunto de ventanas al universo de Juan Luis Rodríguez Sibaja, verdadero maestro en el arte costarricense que provoca con sus trabajos desde la década de los años 50.

Obras de la colección del Museo de Arte Costarricense y del propio Rodríguez sirven para hacer un breve recorrido por su trayectoria, la de un hombre de 81 años que hecho contribuciones fundamentales a la plástica nacional como creador y como docente. Se le considera pionero de las propuestas matéricas y conceptuales, y padre del grabado en metal en Costa Rica.

Su relación con la Casa del Artista es de larga data, ya que él comenzó sus estudios artísticos en esta institución en 1950. Curiosamente, cayó allí después de ser alumno en danza de Olga Franco; hasta hoy es un gran amante del arte del movimiento.

De entrada, a la izquierda, el espectador encontrará en la Galería Rafa Fernández de la Casa del Artista un hito: una silla que formó parte de la instalación El combate , obra para la Sexta Bienal Internacional de París de 1969, cuando Rodríguez participó como artista extranjero dentro de la delegación de Francia.

El costarricense presentó un cuadrilátero de madera, con alambres de púas en lugar de cuerdas y esculturas de hielo coloreado, que formaban sillas de diferentes alturas, en representación de los boxeadores; era acompañado por grabaciones que contaban historias de púgiles. Por la iluminación y el lugar, el hielo se derritió y, en medio, quedó un gran signo de interrogación.

El combate era muy simbólica; abarcaba todas las injusticias”, recuerda Rodríguez, quien fue conocido como Kid Fogonero en el ambiente del boxeo nacional de pesos ligeros.

La silla expuesta está construida con madera de las casas antiguas de París, donde Rodríguez estudió y vivió, que el artista quemó y manchó con color rojo.

Más adelante encontramos Pandemia de la miseria , un aguafuerte del 2009. Cerca vemos la placa de hierro con que la imprimió la pieza. Es indudable la maestría y fuerza expresiva del grabado de Rodríguez.

Tras estudiar en París y La Haya y su experiencia en Europa, Rodríguez regresó a Costa Rica en 1972 –estuvo 12 años fuera– y fundó los talleres de grabado de las universidades de Costa Rica y Nacional. Y la semilla del grabado encontró tierra muy fértil.

Atraen pequeñas aguafuertes con imágenes cabécares y de Talamanca que sirven para acercarse a otra parte de su historia: a los 17 años se acercó a la compañía petrolera a pedir trabajo y se internó en aquella zona; de hecho, después, fue asistente del laboratorio de micropaleontología.

Entonces, emergió su interés por las piedras. Esculturas con piedras encontradas en la isla de Córcega y en nuestras playas lo atestiguan. A veces están puestas unas sobre otras para sugerir formas humanas; en otras ocasiones son talladas.

Hay pinturas, madera intervenida, poemas y recortes de periódicos –en especial sobre la destacada exposición al aire libre que organizó en el parque Central en 1960– para acercarse a casi seis décadas de labor artística.

¿Qué busca en su quehacer? Tratar de descubrirse; para ello utiliza el medio que sea necesario. “Cada temática exige un material; esa exigencia me hace enfrentarme al material y buscar cómo hacerlo afín”, cuenta.

Escribe, cuando no puede dibujar, pintar o hacer grabados.Finalmente/ quiero vivir para saber/ que no estoy muriendo/ que la muerte/ es una mentira/ verdaderamente/ amarga/ como/ las/ distancias , detalla un texto de 1998.

Sin pretender ser exposición antológica ni retrospectiva, la muestra es un un recordatorio para no perder de vista a un artista imparable y “desobediente”. Un gancho para estar atentos.

Publicado en Nación
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