Marco Avilés: «Cuando una persona se avergüenza de su ‘choledad’, oculta su biografía»

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La anatomía del cholo es golpeada con discriminación. Se le excluye y se le desprecia. Aunque nos identifique ante el mundo, siempre se le querrá agazapar.
‘Cholear’ es una actividad casi religiosa en el Perú. Nadie que vaya por la calle puede negar que alguna vez le dio vergüenza decir de dónde vienen sus padres. 

Para el escritor Marco Avilés (Abancay, 1978), todo ello pertenece a una enfermedad. «No puedes tener un país saludable si tu educación es la peor», asegura.
Y sí, cada vez que nos referimos a alguien, predomina su color de piel y su procedencia. Discriminamos. Y eso cada vez se hace más común. En «De dónde venimos los cholos» se trata de explicar que no tiene ningún sentido discriminar, que no tiene ningún sentido llamar cholo a alguien que viene del mismo lugar que tú.
¿Basta con recorrer el Perú para entender por qué somos un país tan desigual? 
Recorrer el Perú te abre los ojos no solo para conocer la desigualdad, sino para llenarte de preguntas. Para maravillarte sobre lo bello que es el país y también sobre las cosas feas que los peruanos hacemos con él. Una de las cosas que aprendí viajando es que los peruanos no viajamos por nuestro país. Para muchos de nosotros, el Perú es solo una suma de imágenes que aprendimos en el colegio y que, de grandes, nos resistimos a cambiar. Por ejemplo, que los Andes y la Amazonía son esa parte del país donde uno no debería irse a vivir porque allí está nuestro subdesarrollo. La consecuencia es que pronto la mitad del país estará atrapada en Lima. Es loco, ¿no? Teniendo un país tan lindo, todos queremos estar en el desierto.
A veces se pierde la esperanza respecto a que se pueda dejar de predominar el color de piel, procedencia o creencia. ¿Qué difícil, no?
La discriminación sea por una cosa u otra es un asunto universal, y cada sociedad, según sus posibilidades, está haciendo esfuerzos o no para reconocer el tema y atenderlo. En el Perú, sin embargo, no estamos haciendo hecho lo suficiente para poder encarar este problema que nos ha definido como país desde siempre. Los cholos y, en general, casi todos los pueblos de provincias siguen siendo tratados como ciudadanos de tercera. Lo ves cuando visitas las escuelas públicas (las escuelas de los cholos) y entiendes que allí está jodiéndose el Perú todos los días. ¿Por qué? Porque no puedes tener un país saludable si tu educación es la peor.
Si bien hay intentos para explicar por qué se discrimina tanto en este país y en otros, ¿por qué no se llega a asimilar el problema? 
El problema se está discutiendo en muchos lados. Solo hay que recordar que nuestras sociedades son bastante primitivas en muchos sentidos. A veces tengo la sensación de que tenemos un concepto demasiado alto sobre el siglo XXI. Hace apenas unos años los judíos eran asesinados en cámaras de gas y los negros, en Sudáfrica, no podían usar los mismos baños públicos que los blancos. Hoy, en los Estados Unidos, hay quienes quieren construir murallas para evitar que los invadan los latinos. Este es nuestro siglo XXI. Si queremos enfrentar la discriminación, la única manera es educando mejor a las personas. Solo la educación te permite abrir los ojos y reflexionar sobre lo jodido que está todo. Pero la educación es hoy una de las cosas peor distribuidas en el mundo. Los pobres son pobres no porque no tienen dinero, sino porque no tienen acceso a una buena educación.
¿Construir un libro en diez años también elimina prejuicios? 
Como todas las personas, estoy lleno de prejuicios. Viajar y escribir este libro me ha permitido eliminar algunos. Hoy, por ejemplo, me interesa muy poco vivir en una gran ciudad y prefiero vivir en el campo. Durante toda mi vida, sin embargo, fui de los que creyó que la ciudad era el lugar donde tenía que estar porque allí están todas las oportunidades: desde las librerías hasta los mejores restaurantes. Ahora sé que los beneficios del campo son mucho más atractivos: tienes silencio, soledad, buen aire, más seguridad y la gran oportunidad de estar en la naturaleza en un momento crucial: cuando la estamos terminando de destruir.
En un momento de las historias escribes que «la civilización occidental era un proceso lento que parecía haber comenzado, pero paso a paso, por los pies». Lo que pensé es cuando uno se niega a estar dentro de esa civilización, el trato es duro. 
La civilización occidental es otra de las cosas sobre las que tenemos un concepto demasiado elevado. Hay cosas maravillosas de ella, como la medicina, por ejemplo, y la posibilidad de que un transplante de corazón te permita vivir más. Pero hay otras tan terribles, como el consumismo desenfrenado, que es el motor de tantas desgracias, incluido el cambio climático. Otras culturas –en los Andes y en la Amazonía para no ir muy lejos– tienen una actitud mucho más serena y menos destructiva con respecto al mundo. Pero eso no interesa mucho, ¿no?
Pienso que la construcción de una identidad empieza por sostenerse de las raíces. Luego pasa por sacarse de encima los complejos y entender que somos diferentes, que hay varias cosas que nos conectan.
Cuando una persona se avergüenza de su choledad, empieza ocultando su biografía.
Publicado en La República
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