Miradas sobre Fidel Castro

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«Sin la capacidad de leer y escribir no hay posibilidad de pensar»

Por Héctor Iván González *

Hablar de todo

Hace diez años –a mediados de mayo de 2006–, Ignacio Ramonet presentó en la isla de Cuba Fidel Castro. Biografía a dos voces,[1] obra donde se publica una serie de conversaciones con el líder de la Revolución Cubana. Los encuentros se realizaron hacia enero del 2003 y concluyeron en diciembre de 2005, acumulando un total de 100 horas de largas conversaciones con Fidel. En este diálogo, el Comandante expuso brevemente una biografía personal donde se explaya acerca de su infancia, conocidos y situaciones que lo llevaron a tomar la opción armada en su país; sin embargo, es evidente que en el recuento, por encima de él, siempre estuvo Cuba y su historia. A lo largo de la lectura algo nos hace pensar que para Fidel su persona es sólo la reunión de varias circunstancias propiciatorias. Como si en sí mismo, lo primero que se tuviera que superar fuese el culto a la personalidad, al igual que si todo se pudiera sintetizar en una profética carta que desde la Sierra Maestra le escribió a Celia Sánchez:

[…] Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos [los americanos]. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero.[2]

Y al señalar esto repite algo que José Martí escribió en una misiva previa a su muerte:

Todo cuanto he hecho hasta hoy y haré es para impedir, con la independencia de Cuba, que Estados Unidos se extienda sobre el resto de los países de América.[3]

De tal forma que para Fidel no existía dólar que valiese ni gloria que importara, en su concepción el trabajo que realizó se limitó a una función ética, la resistencia y liberación de su país.

Desde sus días como niño guajiro en la finca de su padre, Fidel Castro pudo entender la trascendencia de la educación en las personas, la forma en que la posibilidad de leer y escribir desarrolla la mente. El Comandante narró a Ramonet el momento en que un campesino le pidió que le escribiera una carta a su novia, ya que él no sabía escribir. El niño Fidel le preguntó qué quería decirle, dando por hecho que el chico ya tenía una idea estructurada, un sentimiento para compartir, sin embargo, el campesino le respondió que no sabía qué decirle, que Fidel fuera el que le expresara algo. Y en ese momento Fidel se dio cuenta de que sin la capacidad de leer y escribir no hay posibilidad de pensar ni de imaginar. Quizá esto haya sido una experiencia crucial para que uno de los propósitos de la Revolución Cubana fuera la alfabetización de todo el país.

En estas conversaciones el diálogo se estableció sin cortapisas de ningún tipo, no hubo tema que se escamoteara o se evadiera, pues éstos se abordaron de frente, ya fueran históricos: los antecedentes de la Revolución –los cuales los data Fidel en 1868, y no en 1953–, los albores del poder popular, el terrorismo que efectuó E.U. contra la isla, el bloqueo y la ley de ajuste cubano;[4] como también los conflictos bélicos: Playa Girón, la crisis de los misiles, el apoyo a Vietnam, al Congo contra la ofensiva de Sudáfrica, también su relación con los grupos revolucionarios de este continente. Y a pesar de ello, no se dejaron de lado los asuntos que más ha utilizado E.U. y sus aliados para minar la popularidad de la Revolución en la comunidad internacional: la pena capital, el caso Ochoa, la situación de los llamados “disidentes”, las crisis migratorias, la falsa tenencia de armas bioquímicas, el proyecto mal nombrado [Félix] Varela, impulsado por el protegido de José María Aznar, Osvaldo Payá, y la oleada de secuestros aéreos en mayo y abril del 2003.[5] Y por supuesto –el tema preferido de la mafia de Miami– qué pasará cuando Fidel no esté. Cada uno de estos temas fueron encarados con una lógica y una decisión que en su contexto gozan de toda congruencia.

Pues bien,  el día en que Fidel Castro no esté finalmente llegó.

Fidel Castro Ruz

El líder de la Revolución Cubana: el joven abogado que arrancaba las páginas de los libros de Derecho una vez habiéndolas leído, porque se obligaba a leerlas tan bien que no pudiera releerlas nunca más (dixit García Márquez)[6], el personaje que cayera en prisión después de intentar el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y que no sucumbiera a la cárcel para que en su alegato acuñara la frase “La historia me absolverá”, el cubano en tierras mexicanas que cuajara amistad con Ernesto “Che” Guevara, quien preparó el asalto asesorado por republicanos españoles, quien fuera detenido por el psicópata Gutiérrez Barrios y que fuera liberado al saber que la insurgencia no era en este país, el guerrillero que conducía columnas de soldados en la Sierra Maestra –donde jugaba de niño– y que triunfara junto con muchos otros héroes al vencer al gobierno de Fulgencio Batista al que no pudo sostener ni el apoyo estadounidense provisto por el gobierno y la mafia.

El orador de la paloma blanca en el hombro y en la cachucha militar, aquél quien le dijo al “Che” que los cartelitos que cargaba la clase alta muy pronto se iban a caer al ver que iba a haber un cambio radical en la isla. El político que dijo que la Revolución Cubana no era roja sino verde olivo y que anunció el carácter de la Revolución como popular y no como la dictadura del proletariado. El líder de un ejército que se identificaba con el pueblo y que renunció al cargo de primer ministro del Gobierno de la Revolución debido a las ambivalencias del presidente Manuel Urrutia, el hombre por el que los diarios de Cuba titularon Fidel se va. El orador de los discursos extensísimos, el polemista que visitó la ONU alojándose en Harlem. El hombre que la CIA quiso matar más de cien veces, el amigo de Gabriel García Márquez, a quienes un francotirador tuvo en la mira pero que no se atrevió a jalar el gatillo. Quizá de todas estas improntas, también haya que rescatar algunos episodios, porque Fidel Castro era una suerte de mito para muchas generaciones, las cuales se hacían de un criterio de aversión o de admiración dependiendo de las diferentes versiones que les llegara.

La Crisis nuclear y la traición rusa

Si hubiera un momento en el que valdría la pena detenerse, más allá de la defensa de la cabeza de playa de Bahía de Cochinos, cuyos planes de invasión desde Guatemala y República Dominicana, hechos por E.U., fueron descubiertos por el argentino Rodolfo Walsh, sería el momento en que Cuba almacenó los famosos misiles rusos en 1962. Quizá ese sea el momento en que concentró mayor atención la Revolución Cubana y donde se mostró la verdadera relación que mantenía con una Rusia cada vez más corrupta. Debido al Derecho Internacional donde se ostenta que los países pueden comerciar, hacer alianzas, crear vínculos de cualquier tipo, Rusia envió una serie de misiles SS-4 a la isla. Sin embargo, debido a la serie de asedios de espionaje que E.U. realizaba por medio de aviones U-2, Kennedy puso el grito en el cielo, el 22 de octubre, y señaló con gran dramatismo que el mundo estaba al borde de una “crisis nuclear”, porque Cuba no debía tener esos misiles.[7]

No sólo era un acto de cinismo mencionar que los misiles se encontraban en la isla, era un acto de prepotencia al admitir tácitamente que estos aviones, así como algunos otros que asolaban la siembra en el campo cubano y que cometían terrorismo contra sus pobladores, sobrevolaban el espacio aéreo cubano sin ningún respeto por el Derecho Internacional. Debido a la situación de incomodidad, Castro y Jrushev acordaron hacer presente un Pliego petitorio en el que se exigieron, a cambio de regresar los misiles a Rusia, que cesara el espionaje y el terrorismo contra Cuba, que se cancelara el bloqueo económico que había impuesto unilateralmente E.U. a los países de la región, el retiro de la base militar en Guantánamo.

Debates en la ONU, asedios con vuelos rasantes con aviones U-2, el derribo de uno de estos aviones, la muerte del piloto norteamericano Rudolph Anderson, el bloqueo de navíos a la isla, el número de navíos rusos en marcha por el Atlántico hacia Cuba, toda una crisis mundial agravándose minuto a minuto. “En ese momento de máxima tensión, los soviéticos le envían a Estados Unidos una proposición. Y Jruschov no lo consulta con nosotros. Proponen retirar los misiles, si los norteamericanos retiran sus cohetes Júpiter de Turquía. Kennedy acepta el compromiso el 28 de octubre. Y los soviéticos deciden retirar los SS-4. Aquello nos pareció absolutamente incorrecto. Ocasionó mucha irritación”, señaló Castro.[8] Incluso, los rusos aceptaron que el retiro de los misiles fuera supervisado por norteamericanos en suelo cubano, a lo cual la Revolución se rehusó. De este episodio, los rusos obtuvieron la pírrica victoria de que E.U. retirara los misiles Júpiter de la península turca y el descrédito de que ante la presión norteamericana no sabrían actuar. Décadas posteriores, la falta de estrategia y de planificación desembocó en la caída de la URSS, debido al crecimiento del mercado negro, promovido por la mafia, la corrupción del Estado y la voracidad de Mijaíl Gorbachov y de Boris Yelsin.

Crítica de izquierda a izquierda

Asimismo es necesario señalar que la Revolución Cubana fue eso: una revolución, y cuyo sentido primordial es oponerse a las dinámicas comerciales, de explotación y de usufructo del sistema capitalista. Centrar el poder económico en el Estado y distribuir la riqueza es su objetivo, como tal en su origen afecta al sistema burgués que ha visto el comercio y al mercado como la única vía de funcionamiento. En el contexto cubano, el triunfo de la Revolución alentó, para muchos capitalistas exiliados en diferentes países, sobre todo en E.U., la esperanza de que sólo se haría un reajuste de cabezas; pensaron que la salida del tirano Batista les proveería de una oportunidad de reinsertarse en el sistema. La Revolución Cubana no les dio gusto y Fidel Castro se convirtió en el malo favorito de esa burguesía acomodaticia y frustrada.

El peor delito que cometió la Revolución Cubana a estos burgueses fue el no avalar el Pacto de Miami, de 1957, con el cual el exilio simulaba oponerse al gobierno de Batista. En los años que siguieron Miami se volvió la trinchera de una sociedad que a la par que pedía diálogo apoyaba los ataques terroristas a Cuba, que al mismo tiempo que pedía libertad de prensa en la isla, patrocinaba con cuantiosas cantidades a grupos contrarrevolucionarios, que mientras hablaba de que el gobierno de Castro era una dictadura, creaba vínculos con la derecha en España y México.

Esta comunidad enriqueció e hizo prosperar periódicos como el Miami Herald, cuyos columnistas han sido apuntalados al punto de otorgarle medio Pulitzer a uno de ellos, Andrés Oppenheimer. Es difícil cerrar los ojos a los atentados a la isla, a todos los intentos fallidos de asesinar a Fidel Castro, a la ley Helms-Burton, la cual causa represalias directas a todo país que se vincule económicamente con Cuba. Es difícil ignorar el doble rasero de E.U. que otorga la nacionalidad inmediata a los cubanos que pisen suelo norteamericano. Al menos, desde mi postura como mexicano, me asombra la doble moral ante el trato para los inmigrantes cubanos en comparación a los inmigrantes mexicanos, panameños, hondureños y de otros países de América Latina, quienes son perseguidos, asesinados, extorsionados y deportados del país de las barras y las estrellas.

Por su parte, la Revolución Cubana cometió errores, que fueron amplificados y usados por la contrarrevolución, y de los cuales se ha retractado tardíamente, como ha señalado Michael McCaughan: La discriminación a la comunidad homosexual, su incomprensión absoluta y su supuesta “corrección” me parece el aspecto más deplorable. Debido a un prejuicio, más que político, un prejuicio generacional, la Revolución Cubana interpretó la homosexualidad como una muestra de extranjerismo, un exceso de la juventud, un desvío del comportamiento. Me parece que la Revolución Cubana, ya no Fidel, está en deuda con esa comunidad que desde innumerables espacios contribuyó al desarrollo de la isla. Sin embargo, tengo claro que la homofobia de la Revolución es un error proveniente de viejas taras cubanas o latinoamericanas, y no por la adopción del socialismo.

Por el lado de la izquierda mexicana, se le imputa a Fidel Castro habernos dejado con un palmo de narices al venir a la toma de protesta de Carlos Salinas de Gortari en diciembre de 1988. Validar el fraude contra el hijo del General Lázaro Cárdenas, quien fuera uno de los mayores defensores de la Revolución Cubana, fue un despropósito evidente. Sólo puedo pensar que al año siguiente el Muro de Berlín se derrumbaría y la URSS caería un par de años después y que Fidel Castro estaba ávido de fortalecer sus lazos internacionales, a pesar de que, asegurando el apoyo para Cuba, una gran parte de la izquierda mexicana se sintiera traicionada. Vale mencionar que la familia Cárdenas no le guardó rencor al Comandante y siguieron visitando Cuba sin ningún empacho.

Respecto a las presiones que ha tenido la isla para ser visitada por vigilantes de los Derechos Humanos o de ser inspeccionada para corroborar que no produce armamento nuclear o biológico, es importante recordar que la andanada de peticiones, sugerencias e instigaciones se han presentado desde el inicio de la Revolución Cubana con la intención de desprestigiarla. Posteriormente al ataque al World Trade Center de Nueva York, en 2001, el gobierno cubano invitó al expresidente norteamericano Jimmy Carter y a su Fundación a conocer qué tipo de avances realizaba Cuba en el campo de la medicina y desechar el rumor de que se creaba armamento secreto. Fidel Castro y la Revolución Cubana se han negado rotundamente a recibir cualquier tipo de inspección porque no confían en las asociaciones que vigilan los Derechos Humanos. Me parece que es lamentable que no les permitan hacer esa verificación, así como hay que verificar el origen de los fondos de las asociaciones cubanas contrarrevolucionarias, es importante saber de dónde provienen los fondos de quienes buscan la caída de la Revolución. Asimismo, me pregunto a qué órgano internacional le gustaría verificar quién patrocina a los disidentes en la isla.

Fidel se fue, pero no se fue

A principios de 2008, Fidel Castro renunció a su cargo como Presidente del Consejo de Estado de Cuba. Después de superar la crisis de los años 90, de poner a disposición el espacio aéreo de Cuba para lo que necesitara E.U., durante el 11 de septiembre de 2001, después de superar la crisis del secuestro de los aviones, acto inspirado por el refuerzo para la comunidad de Miami con el triunfo de Bush Jr. contra Afganistán e Irak, después de evidenciar la política entreguista de Vicente Fox y de su canciller Jorge G. Castañeda. Después de haber dado algunas clases de política en los albores del siglo XXI, Castro Ruz renunció a su puesto para que lo sucediera Raúl “La hormiga” Castro Ruz. Situación entendible en el contexto cubano, ya que no se trata de una democracia parlamentaria ni una democracia representativa, sino una Revolución en el contexto latinoamericano.

Basado en la noción de que una Revolución tiene como primer deber “crear cuadros” y así renovarse, Fidel ha educado y formado a una generación de políticos. Raúl Castro es uno de ellos, quien ha logrado hasta la fecha llevar cierta soltura en varias restricciones que se estilaban anteriormente. El deshielo de las relaciones con E.U. puede ser muestra de la madurez que ostenta la isla cubana. Al pensar que Fidel había renunciado, el mundo especulaba sobre el estado “real” de la salud del Comandante en jefe, algunos rumoraban que podría estar muerto pero la Revolución se negaba a admitirlo, con lo cual cada foto, video o reflexión en la que se mostraba a un octagenario Fidel, demacrado y embestido con sus pants, daba al traste con las especulaciones.

Al morir Fidel Castro muere un personaje crucial del siglo XX. Un líder más allá de la Revolución Cubana y más allá del socialismo latinoamericano. Es probable que, junto con Gabriel García Márquez y el “Che” Guevara, Fidel sea la figura más célebre de América Latina. Incluso en la película Nostalgia, del director de cine Andrei Tarkovsky, se dice que alguien da un discurso “como si fuera Fidel Castro” en Roma. No obstante, para no caer en el culto a la personalidad, más allá de la barba, del habano inmarcesible y del uniforme verde olivo, la figura de Fidel Castro Ruz es la de un latinoamericano que, con base en la historia de nuestro continente, le exigió respeto a todos los presidentes de E.U. que le tocó encarar, les reclamó un trato de igual a igual, tal como debería hacer cualquier gobernante en este mundo que jamás podrá ser comprado por los dólares.–

*Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) es escritor y licenciado en Letras Francesas por la UNAM. Coordinó y prologó La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (FETA, 2012). Fue becario del FONCA 2012-2013. Junto con Adriana Jiménez, editó y prologó El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (Postdata, 2014). Colabora en medios como Este PaísNexosLa JornadaRevista de la UniversidadCrítica de la BUAP, entre otros. Acaba de publicar su libro de ensayos Menos constante que el viento  (Casa Editorial Abismos, 2015).

[1] Ramonet, Ignacio, Fidel Castro, Biografía dos voces. Ed. DEBATE 2006.

[2] Furiati, Claudia, Fidel Castro, La historia me absolverá, ed. Plaza & Janés. 2003.

[3] Ramonet, Ignacio, Op. cit. , pp. 37.

[4] Esta ley autoriza la Residencia a cualquier ciudadano cubano que llegue a tierra estadounidense, la cual ha incentivado irresponsablemente la emigración clandestina.

[5] Sobre el particular vale la pena revisar el documental dirigido por Oliver Stone, Looking for Fidel.

[6] García Márquez, Gabriel. Cuando era pobre e indocumentado. Editorial Rotativa, 198….

[7] “Es sabido que fue un miembro de los servicios de información soviéticos, el coronel Oleg Penkovsky, quien dio a los norteamericanos el emplazamiento preciso de los misiles que luego el U-2 detecta”, palabras de Fidel Castro al respecto, Ramonet, op. cit. pp. 249-255.

[8] Ramonet, op. cit., p. 252.

Publicado en Revista Desocupado

PARA BIEN O PARA MAL: REVOLUCIÓN

Por Mariano Schuster

Para comprender la fuerza de las mitologías políticas que han dominado el siglo xx, hay que detenerse en el momento de su nacimiento o al menos de su juventud; es el único medio que nos queda para percibir un poco del esplendor que tuvieron.

Francöis Furet. El pasado de una ilusión

No tengo más nostalgia que la de fuerzas perdidas en luchas que no podían ser sino estériles. Me enseñaron que lo mejor y lo peor se dan juntos en el hombre – se confunden a veces- y que la corrupción de lo mejor es lo peor que hay.

Victor Serge. Memorias de un revolucionario

Tenía apenas dieciocho años y acababa de ingresar a la Facultad. Cursaba, entonces, en el CBC de Paseo Colón, una horrorosa mole de cemento a la que le escaseaban, por supuesto, las ventanas. En aquel tiempo todavía no sabíamos que a pocos metros de allí, había funcionado el centro clandestino de detención “Club Atlético”. Era evidente: los milicos habían elegido un lugar horrible para una tarea siniestra.

Por aquellos primeros 2000, deambulábamos por ese rincón oscuro frente a una infinidad de propuestas. Los camaradas trotskistas nos convocaban a sumarnos a la lucha de clases a través de sus carteles reivindicatorios de la IV Internacional, todas las agrupaciones de izquierda conminaban a acabar con la Guerra en Medio Oriente, y los chinos llamaban, por si acaso, a votar en blanco en todas las elecciones. Era una época hermosa. La época de la adolescencia y la primera juventud. La época en la que soñábamos con la Revolución.

Había llegado a la Facultad con la sólida convicción de que allí me forjaría como un verdadero revolucionario. La mayoría de los líderes históricos -me decía a mí mismo- habían pasado por alguna casa de estudios. Todos provenían de la pequeña burguesía por lo cual no tenía nada de lo que avergonzarme. Solo precisaba imitarlos. Con una boina calada incluso en Enero, un saco de Corderoy medio raído, unos viejos zapatos y un libro de Marta Harnecker estaría capacitado para hacer mi aporte a una transformación futura. Con mi formación mediocre en un marxismo mediocre, creía estar llegando a una suerte de Palacio de Invierno que los estudiantes debíamos tomar.

A los catorce años,  mi vieja me había dicho aquello de que “la tierra es para el que la trabaja”, para luego ponerme un disco de Quilapayún y hablarme de la larga lista de revoluciones  de “Nuestra América”.  Desde entonces, me había dedicado consecuentemente a cultivar un psicobolchevismo de salón. Como hijo de la pequeña burguesía de origen humilde pero con un evidente ascenso social, entremezclaba con culpa mis gustos burgueses con mis apetencias de rebeldía. Y, solo por llevar la contraria en una familia que ya se declamaba izquierdosa pero democrática, yo me afirmaba estalinista.

En esa época daba clases particulares (sacaba unos manguitos) pero mentiría si dijese que mi vieja no me pasaba guita. Eran diez o veinte pesos (es decir, dólares) que me permitían deambular por la calle Corrientes para saciar mis revolucionarias apetencias. Liberarte –la librería en la que podías sentirte parte de un mundo acabado– era una parada obligatoria. El Cine Cosmos ofrecía casi siempre alguna vieja película soviética o, por caso, alguna de la Nouvelle Vague. Y las innumerables librerías de saldo permitían encontrar los materiales para la revolución venidera. Los de Lenin de Editorial Anteo que salían 1 mango, los pasquines de Stalin y una buena cantidad de revistas y manuales soviéticos editados por la Agencia Novosti. No le hacía asco a nada: daba igual que fueran viejos folletines de Ceausescu o Enver Hoxha; proclamas de Daniel Ortega o Leonid Brezhnev. Era un imbécil consumado.

No podía, sin embargo, sentirme más atraído por otra Revolución que no fuese la cubana. No era, principalmente, la imagen del Che la que me suscitaba interés. Era, por el contrario, la de Fidel. El gran hombre, el poderoso héroe, el líder inflexible que sostenía en pie el experimento tras la caída de la Unión Soviética, traicionada por el hijo de puta de Gorbachov y su séquito de reformistas. En Cuba, repetía, no hay analfabetismo, la educación y la salud son un orgullo, y la pobreza fue desterrada. Fidel era, entonces, un campeón de la libertad al que los yankees habían querido destruir sin éxito. Con evidentes gestualidades autoritarias – solía apuntar con el dedo firmemente a la hora de hablar – repetía que las masas cubanas lo adoraban y le rendían honores, y aseguraba que todos los que vivían en Miami eran gusanos. Para mí, cualquier dirigente purgado era un contrarrevolucionario. Y todo intento de crítica era una artimaña de la derecha y del imperialismo. En definitiva, la guía poderosa de Fidel, el übermensch cubano, garantizaba el progreso y el futuro.

En una de aquellas clases del CBC de Paseo Colón solté parte de esta catarata de vagas impresiones. La profesora de Ciencia Política, que siempre me había parecido militante del PC, asintió cuando me referí críticamente al concepto de “democracia liberal”. Afirmé que era una concepción burguesa y que bajo su manto se cometían crímenes deleznables. Cuando la docente me preguntó cual era, entonces, mi alternativa, no dudé al responder: Cuba era mi modelo. Allí, dije sin dudar, gobernaba el Pueblo. No importaba que no hubiese otro partido que no fuese el PC ni que Fidel fuese reelecto de manera permanente. Si todos comían y tenían salud y educación, eso era la democracia.

Aquellas ideas no habían venido solas. Las había reafirmado a pulso militando en el Movimiento de Amistad y Solidaridad con Cuba. El movimiento, plagado de militantes honestos y desinteresados del PC, del peronismo de izquierda, de la CTA y de independientes, me había dado la posibilidad de conocer a algunos funcionario de la Embajada y hasta al entonces canciller Felipe Perez Roque – considerado un sucesor natural de Fidel, luego purgado y enviado al ostracismo. Me debía, pues, a sus verdades.

En aquella clase, otros compañeros pidieron la palabra. Pero no hubo debate. La gran mayoría coincidía en que la democracia occidental era solo una artimaña burguesa y que en Cuba reinaba un modelo diferente, difícilmente explicable, pero profundamente democrático. Yo me sentí reconfortado.

Un compañero, sin embargo, se opuso a mis dichos. Levantó la mano y planteó que él no sabía absolutamente nada de Cuba ni de ninguna otra revolución. Sus palabras fueron letales: Acá todos hablan de los medios de producción, de la pobreza, de la igualdad, pero ninguno habla del amor. Como buen estalinista de cartón pintado, me cagué de risa. Si íbamos a hacer una guerra revolucionaria – aunque en realidad yo no tendría valor para hacer absolutamente ninguna guerra- no podríamos tener contemplaciones. Eso del amor era una imbecilidad que debía ser desterrada. No entendía que cuando ese compañero hablaba de amor, no se refería a otra cosa que a la vida cívica y en comunidad.

No solo desoí las palabras de aquel compañero. También me tapé los ojos cuando viajé a Cuba. Es cierto: esperaba encontrar un paraíso terrenal difícilmente ubicable con un bloqueo económico a 150 km de Estados Unidos. Pero no se podía negar lo evidente. Junto a Julieta, una querida amiga y compañera de la secundaria, y a su familia, aterrizamos en el Aeropuerto José Martí cargados de esperanzas. Recorrimos el país durante un mes, parando en los hoteles estatales.  Solía salir a la calle a deambular con una remera con la cara de Fidel. Los gestos de los cubanos no siempre eran los mejores. Pese a todo, fui el único que se tapó los ojos. El único que no quiso reconocer lo visible.

Soy un ex estalinista. Un ex estalinista que, evidentemente, tuvo mucha comodidad para ser una cosa y también tiene mucha  para ser la otra. Me declaré estalino cuando ya no había ni siquiera Unión Soviética. Y me declaro anti-estalino cuando ya no queda nada. Sin embargo, la posición contra las burocracias y las dictaduras, siempre es más compleja. El virus del odio y el desprecio permanece latente.

La tradición del comunismo, de las izquierdas en general, no puede ser circunscripta a la de las burocracias gobernantes. En nombre del comunismo lucharon también los partisanos italianos contra el régimen de Mussolini, y muchos ciudadanos españoles se entregaron al combate contra Franco. El otro comunismo, el que no purgó ni asesinó, ni sacrificó sus ideales en nombre de un líder o un Estado, también tiene páginas memorables. En América Latina fueron también muchos los que resistieron en su nombre, como en el del trotskismo, el socialismo y el anarquismo.

Sin embargo, fueron más los que callaron. George Orwell, el maravilloso escritor inglés, se unió a las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) para luchar contra Franco. Fue sojuzgado por el Partido Comunista, perteneciente a la República, y debió aceptar, con la honestidad intelectual que lo caracterizaba, que la lucha no era solo contra el fascismo franquista, sino que también debía ser contra los autoritarios del bando republicano. La respuesta recibida por parte de la izquierda era que había sido comprado por las ideas liberales y el capitalismo internacional.

Rosa Luxemburgo se atrevió a contradecir a la socialdemocracia de su época – que ya empezaba a transitar el camino a la derecha – sin dejar de advertir a los comunistas, y especialmente a Lenin, que su vía llevaría, inevitablemente, a una dictadura de Partido. No solo fue asesinada con la complicidad de importantes miembros de la socialdemocracia. También fue abandonada por muchos de sus propios compañeros de ruta.

Para los estalinistas y las diversas corrientes de la izquierda que siguieron sus parámetros aún sin definirse de ese modo, la situación siguió siendo exactamente la misma: todos ellos habían sido colonizados por el pensamiento de la derecha, por la tergiversación del imperialismo, por el poder de la CIA y los grandes medios de comunicación burgueses.

Victor Serge fue un ejemplo de revolucionario. Ruso de nacimiento, luchó en el sitio de Petrogrado y llegó a encabezar la sección administrativa de la Internacional Comunista. Tras el triunfo de la revolución, y a pesar de su amistad con Lenin, fue duro e implacable: advirtió que el camino de la sangre acabaría por ahogar las esperanzas de futuro. Pese a todo, intentó llevar el proceso a Berlín y a Viena y, de regreso a la URSS, se afilió a la Oposición de Izquierda liderada por Trotsky. Acusó, sin ambages, a Stalin de traidor, burócrata y totalitario. Su destino fue el esperado: fue expulsado del Partido en 1927 y en 1933 fue condenado a prisión. Muy pocos comunistas pidieron por Serge. Todo el trotskismo, personalidades del arte y la cultura – Serge era un magnífico escritor- y algunos socialistas como el belga Emile Vandervelde lucharon por su libertad. Cuando la consiguió, finalmente, en 1936, las declaraciones de los que solo creían en la teoría de los campos (los malos Estados Unidos y la buena Unión Soviética) eran las mismas: Serge favorecía al enemigo de clase.

Serge escribió mucho. Algunos de sus poemas, reunidos en el libro Resistencia, hablan del dolor por los ideales corrompidos. Su mejor obra es, sin embargo, Memorias de un revolucionario. Una autobiografía sentimental, compuesta de pasajes bellísimos, que opera como la reconstrucción de una épica y de una ética llamada a perdurar. Allí, Serge, se confiesa: sigue sintiéndose un revolucionario, un socialista convencido. Cree, como tantos otros, que el capitalismo es el enemigo, que es necesario transformar el mundo, y que los obreros tienen derecho a conquistar su vida y su libertad. Las revoluciones masacradas y traicionadas, sin embargo, lo inundan de escepticismo. Y entonces, se confiesa: considera que una revolución traicionada provoca más daño a la izquierda que una revolución fracasada. La corrupción de lo mejor, dice, es lo peor que hay.

Al bien solo puede exigírsele el bien. Y al mal, no debe exigírsele nada. Se lo debe, sencillamente, horadar. A ninguna persona de izquierdas se le ocurriría, de manera sensata, pedir que el capitalismo no genere pobres. Tampoco que provoque condiciones de libertad igualitarias. Pero sí debe exigírselo a quienes lo proclaman. Es evidente que no siempre es posible, que los contextos son difíciles y complejos. Pero al mismo tiempo que los contextos generan valores, los valores anteceden a los contextos.  Y la tarea de quienes desean el bien, es afirmarlo.

Todas las revoluciones del siglo XX se iniciaron como luchas contra injusticias flagrantes. Mas aún las que actuaron en nombre de ideales como el socialismo, el comunismo y el anarquismo. Cada cual, flaqueó en lo suyo. Pero no todas fueron iguales.

La Revolución Cubana expresó la vocación de lucha contra una dictadura y se abrió como camino hacia la lucha contra el neocolonialismo. Aquellos barbudos que bajaron de la Sierra Maestra, y que habían asaltado el Cuartel Moncada, significaron la esperanza para millones de ciudadanos que vieron en ese proceso una puerta para la revolución en América Latina y territorios coloniales de Asia y África. La revolución cubana expropió a grandes capitalistas y redistribuyó la riqueza como nunca antes lo había hecho un país de América Latina. Creó una potente maquinaria educativa y de salud, alfabetizó a una población iletrada y sancionó políticas de acceso a la tierra verdaderamente renovadoras. No fue una revolución estalinista. Pero el germen  de la burocracia, del ostracismo y de la negación de las libertades, germinó como en tantos otros sitios.

¿Qué podemos decir de la Isla que, en algún momento, nos cautivó? Podemos decir, por caso, que la alfabetización no tapa el partido único, y que el partido único no tapa la alfabetización. Que la educación pública no tapa la persecución de los Comité de Defensa de la Revolución, y que la persecución de los Comité de Defensa de la Revolución no tapa la educación pública. Podemos decir que la salud pública de excelencia no tapa el horror de las UMAP (centros de “reeducación” para homosexuales) y que el horror de las UMAP no tapa la salud pública de excelencia.

Las revoluciones, los procesos de cambio y de lucha social, se hacen desde y por los propios ciudadanos. No hay enemigo de clase ni poder que justifique el mal de los buenos. Los buenos, en tal caso, están llamados a hacer el bien. Lo sabemos: somos humanos. No podemos exigir el bien de modo absoluto. Esa es, quizás, nuestra condena.

En su carta a Gershom Sholem, Hannah Arendt, expresó que “el  mal no es nunca ‘radical’, sólo es extremo, y carece de toda profundidad, y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. (…) Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical”

El mal y el bien , sin embargo, conviven juntos. Nos miramos al espejo y lo reconocemos. Somos capaces de asesinar y de escribir un poema. Ese es, como personas de izquierda, nuestro eterno dilema. Nos sentimos (es hora de reconocerlo) depositarios de una “superioridad moral”. Nos referenciamos y nos expresamos desde una ética, desde una vocación transformadora superior y superadora de lo existente. Pero no hemos podido alcanzarla desde el poder. Y la corrupción del bien, como decía Serge, aparece con toda su fuerza y su potencia, para golpearnos en la cara. Y ya no vale ningún subterfugio.

Tony Judt recuerda en El peso de la responsabilidad el rol de los intelectuales en torno a esta materia. Su perfil de Camus – sin dudas el mejor hasta la fecha – expresa simpatías por aquel hombre que, frente a un Sartre que estaba dispuesto a justificarlo todo, encontraba matices y expresaba una suerte de “anarquismo sentimental”. Para contrarrestar los males de la revolución, Camus afirmaba la palabra “rebeldía”. Camus, dice Judt, se transformó “en un portavoz de lo obvio”. Resultaba que lo obvio era, además, lo ético y lo justo.

Camus comprendió, en su acertada crítica de la violencia, que hay muertos que cargan y pesan sobre nuestra propia conciencia. ¿Cómo negar nuestra responsabilidad, por acción o complicidad, con los caídos en la Primavera de Praga o en la Revolución Húngara de 1956? ¿Cómo negar que los aplastados por Mao y Pol Pot nos pertenecen? ¿Cómo negar que hasta la dictadura fundada en la idea Juche enarbola la bandera de una exótica izquierda, y que sus muertos son nuestros? ¿Y como no ubicarnos del lado de Padilla o los condenados en Cuba?

Ante eso, no se puede callar. No hay alfabetización que tape la cárcel. Porque, en la causa del bien, no hay bien que tape el mal.

Lo se. Me deslizo por un carril peligroso. Por una idea del bien que puede, también, conducir a equívocos. Se trata de una idea del bien más util para la resistencia que para la revolución. ¿Pero quien puede negar que no ha habido mejor revolución que la fracasada? Intento ser honesto: no estoy seguro de que la batalla por una nueva vida y una nueva sociedad triunfe algún día. Me considero un escéptico de izquierda que, quizás, se conforme apenas con que, desde la ética, podamos reconstruir una vida civil con una radicalidad profundamente democrática. Ésta es, evidentemente, una tarea mucho más difícil que la la revolución purificadora. Más ardua y trabajosa. El bien es, en tal sentido, una concepción de comunidad en la diversidad. La izquierda está llamada a buscarlo.

El sábado, tras una noche de chamuyos tan románticos como fallidos con una bella muchacha alemana, supe de esa muerte. Fidel, había caído. Revisé viejos álbumes de fotos y me recordé en la Facultad de Derecho junto a miles que vivavan al hombre que había llegado para la asunción de Nestor Kirchner. Revisé viejos libros, postales y carteles que alguna vez arranqué de la Facultad.

¿Podemos ser críticos y valorar a Fidel? ¿Podemos pararnos desde un lugar crítico y reivindicatorio a la vez? Quizás sea posible.

Fidel murió a los 90 años. La revolución, sin embargo, comenzó a morir mucho antes. Con el partido único y los Comités de Defensa de la Revolución. Con las UMAP, los centros de “reeducación” para homosexuales, el encarcelamiento de Huber Matos y las purgas de tantos otros dirigentes, con la burocratización y el aniquilamiento de las tendencias anarquistas, socialistas y trotskistas. Con las libretas de racionamiento y con el caso Padilla. Con la persecución a Cabrera Infante. Con la negada del ingreso a la isla de Pasolini junto a su amante, Ninnetto Davoli.

Pero ¿alcanza eso para sepultar un proceso? ¿No vivió también con alfabetización y salud pública? O, al menos, ¿no sobrevivió con ello?

El problema capital es – y seguirá siendo – el del bien y el mal. Quien propone el bien no posee subterfugios para las “contradicciones” y los “errores del proceso revolucionario”.  No hay enemigo poderoso que justifique burocracias y faltas de libertad. No hay bloqueo que argumente ni que justifique. El poderoso enemigo no lucha por el bien. Tampoco los países que circundan a la Isla. Sabemos que allí hay pobreza y desocupación. Sabemos que faltan derechos. Pero los ideales de quienes los gobiernan no son los nuestros. A los nuestros es, en cambio, a quienes sí debemos exigírselos. Para nosotros, esos objetivos no son un logro. Son una obligación.

Como dijo Pablo Stefanoni tras la muerte de Fidel,  las izquierdas “deberían preocuparse por los pueblos concretos y no por mantener sus certezas y utopías cómodas y compensatorias”.  Las izquierdas deberían preocuparse por los ciudadanos más que por los dirigentes.

Aún así, murió Fidel. El héroe de mi juventud. El héroe de muchos. El que hoy, multitudes de personas siguen admirando. El Fidel de la belleza. Y el Fidel del horror.

Hoy, como nunca antes, recuerdo las palabras de aquel compañero de la Facultad. ¿Y del amor? ¿Quién habla del amor?

El amor no es otra cosa que la vida en común. Que seamos mejores. Más fraternos y más humanos. Que aspiremos, en definitiva, a ese camino complejo y sinuoso que es el bien. Quizás deberíamos, como alguna vez también quiso Fidel, tomarnos esa tarea verdaderamente en serio.

A Fernando Manuel Suárez, Gerardo Aboy Carlés, Francisco Reyes e Ignacio Trucco

Publicado en Panamá Revista

La herencia de Castro

POR ANNE MARIE MERGIER *

Casi 20 años después, Gianni Minà sigue recordando su primera entrevista con Fidel Castro con una mezcla de humor y asombro. Fue una verdadera hazaña: empezó en la tarde el 28 de junio de 1987 y acabo 16 horas después, en la mañana del día 29.

“Considerando que sólo fueron cuatro las entrevistas largas concedidas por Castro –a Frei Betto, a Tomas Borge, a Ignacio Ramonet y a mi– me doy cuenta de que logré una autentica ‘exclusiva’. Pero en el momento de hacer mi trabajo nunca me imaginé la importancia que iba a tener”, comenta con ironía.

“Lo que me preocupaba era llevar esa aventura hasta el final a pesar del cansancio de mi equipo de filmación, del mío propio y de ciertos problemas técnicos”, añade.

Esa entrevista maratónica fue seguida por otra de ocho horas, realizada tres años después. Ambas fueron plasmadas en documentales televisivos y, luego, en dos libros: Habla Fidel y Fidel. Traducidos a numerosos idiomas, estos se impusieron muy pronto como obras de referencia. Tuvieron una amplia distribución internacional alcanzando sus mejores ventas en México y Argentina. Desataron el enojo de los exiliados cubanos de Florida y generaron debates en Europa.

Minà atiende a la corresponsal en su departamento ubicado en una zona tranquila y arbolada de las afueras de Roma.
Regordete, lleno de vida, desbordante de curiosidad, sarcástico, mordaz, polémico, apasionado, Minà es un conversador incansable y se vuelve inagotable cuando habla de Cuba.

“Fíjese –confía–, hace muchos años, yo era bastante cauteloso con Cuba. Soy católico y nunca fui comunista. Observaba la Revolución cubana desde lejos. Pero, poco a poco, entendí que lo que se estaba montando contra Cuba no se había montado nunca contra ninguno otro país. Me indignó. No hablo solamente de todos los operativos que Estados Unidos planeó para acabar con esa Revolución, sino de la campaña permanente de desinformación organizada contra la isla. Esa embestida periodística me llevó, entre otros motivos, a interesarme con mayor cercanía sobre la isla del Caribe. Estoy perfectamente consciente de todas las fallas de la Revolución cubana y las denuncio. Pero de igual forma denuncio los ataques sistemáticos y las manipulaciones de quienes se empeñan en denigrar a Cuba a toda costa”.

Minà nació en 1938. Empezó a trabajar en la prensa a los 20 años de edad y advierte que en 2008 celebrará sus 50 años de periodista con un “gran fiestón”. Fue sobre todo su labor en la RAI, televisión estatal italiana, la que lo dio a conocer nacional e internacionalmente.

A partir de 1981 se volvió una estrella de la pantalla chica de su país gracias a su programa dominical Blitz, en el que participaron múltiples celebridades entre las cuales cita a Federico Fellini, Robert de Niro, Gabriel García Márquez y Cyd Charisse, famosa partner de baile de Fred Astaire.

En los últimos años este intelectual incansable se ha vuelto un pilar del altermundismo. Participa activamente en el Foro Social Mundial y se ha involucrado en el Movimiento en Defensa de la Humanidad, que surgió en 2003 en México y se consolidó un año más tarde en Caracas. Desde hace 6 años Minà dirige también la revista italiana Latinoamérica, en la que, afirma, colaboran “los más prestigiados escritores y ensayistas de América Latina”, mencionando, entre otros, a Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Luis Sepúlveda y Paco Ignacio Taibo.

Su éxito más reciente fue el documental De viaje con el Che, que realizó a partir de la película Diarios de motocicleta del cineasta brasileño Walter Salles, y después de haber convencido a Alberto Granado, de 80 años de edad, que repitiera, 50 años después, el viaje en motocicleta que hizo en 1952 con su amigo Ernesto Guevara.

“En la RAI hice de todo: realicé reportajes en todo el mundo, trabajé deportes, animé debates televisivos e hice programas culturales más sofisticados”, recuerda. “Entrevisté a un sinnúmero de artistas latinoamericanos, grandes escritores, músicos, cantantes, cineastas. Fue gracias a ellos que me metí de lleno en la realidad de América Latina”.

Dieciséis horas

Todas las puertas se abrían para Gianni Miná, pero el periodista tuvo que esperar 13 años para poder entrevistar a Fidel Castro.
“No me hacía muchas ilusiones –comenta–. Sabía que cada año había entre 2 mil y 3 mil solicitudes de entrevistas con él (…) Pero, un día, la embajada de Cuba en Italia me avisó que todo estaba listo. ¿Por qué Fidel me escogió a mí? Creo que tuve la suerte de ser el hombre preciso en el momento preciso”, sugiere con malicia.

Más serio agrega: “Fidel nunca hace las cosas al azar. Siempre escoge momentos estratégicos para hablar. Las largas pláticas que sostuvo con Frei Betto, y que desembocaron en la publicación del libro Fidel y la religión en 1985, permitieron que poco a poco se entablara un diálogo entre la Revolución y el clero cubano.

“En 1987 era obvio que a Fidel le urgía dirigirse a los europeos. En ese entonces todavía existía el comunismo y apenas empezaba la glasnost, pero había mucha intranquilidad en Europa Oriental. Castro sentía además que tanto las pasiones que habían despertado los barbudos en los años 60 como las informaciones manipuladas sobre el proceso cubano que llegaban a Europa desde Estados Unidos creaban confusión e interrogantes. Quiso que se oyera su verdad”.

El caso Ochoa (el juicio y el posterior fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y varios importantes militares cubanos acusados de narcotráfico), la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la URSS volvieron imperiosa una actualización de la primera conversación de Minà con Castro. El periodista pidió una nueva cita con él en 1989. Insistió, espero y de repente tuvo que salir disparado para La Habana.

Relata: “Estaba trabajando sobre el Mundial de Futbol cuando el embajador de Cuba en Italia me mandó llamar. Me dijo: ‘Creo que gustó tu entrevista anterior, Fidel te espera. A él también le importa actualizar todo lo que concierne a la política exterior de Cuba y darte su opinión sobre la caída del comunismo’. En menos de 48 horas lo hice todo. Salí para La Habana con el equipo de filmación de 1987. El 23 de junio de 1990 a las 5 de la tarde empezamos la entrevista, acabamos pasada la medianoche. Unas horas después regresamos a Roma”.

Minà se divierte comentando la foto que ilustra la portada de su libro Fidel, dedicado a esa segunda entrevista. Es una foto a color en la que el intelectual italiano se ve risueño platicando a gusto con Fidel Castro y Mijail Gorbachov.

“Fue tomada durante el viaje de Gorbachov a La Habana en junio de 1989”, precisa. “Poco tiempo antes de que nos retrataran, Fidel le dijo al líder soviético: ‘Este periodista me entretuvo durante 16 horas? A ti te paso algo por el estilo?’ ‘¡Nunca!’, le contestó Gorbachov mirándome con ironía. Sabía muy bien que nadie impone nada a Fidel Castro”.

Le sobran anécdotas a Minà sobre estas “famosas 16 horas” que fueron una experiencia especial en su vida profesional. Cuenta que al principio estaba muy tenso. Tenía una lista de 100 preguntas que Castro no había solicitado revisar. Múltiples eran los temas que quería abordar, entre ellos el muy controvertido problema de los derechos humanos. Pronto se dio cuenta de que Castro no se limitaba a contestarle en forma lineal, sino que aprovechaba cada pregunta para “abrir nuevos espacios de reflexión”.

“Era apasionante –recalca–, pero mientras más hablaba, más me preocupaba. No sabía cuántas horas Fidel había planeado dedicarme y temía que me faltara tiempo para abordar todos los temas. Después me angustiaron problemas mucho más prosaicos. ¡A las dos de la mañana entendí que íbamos a quedarnos sin película!

“Uno de los asistentes de Castro se dio cuenta de nuestro desasosiego. Dio órdenes. ¡Una hora después nos entregaron cajas de película de marca japonesa regaladas por el departamento cinematográfico de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias)! Todo mi equipo se quedó atónito. Nunca habíamos usado esa marca. No sabíamos si se podía adaptar a nuestro material. Pero, si, sirvió”.

–¿No tuvieron una pausa para comer algo?

–¿Una pausa formal? Nunca. Pero nos salvo la necesidad de cambiar nuestros rollos de película. ¡Eso nos daba un pequeño respiro cada 12 minutos! En un momento dado nos llevaron sándwiches. Los devoramos casi a escondidas mientras colocábamos la nueva película. Después nos tocaba volver a trabajar. Castro no comió nada, solo bebió té con ron.

–¿Todo el mundo siguió siendo lúcido hasta el final?

–Fidel sobre todo. Yo hice lo que pude. Creo que se me subió la adrenalina como nunca antes. Mis compañeros luego se burlaron de mí diciendo que a veces me dormía con los ojos abiertos. El momento más dramático para mí fue tener que tocar temas económicos al final de la entrevista. Sufrí bastante.

“Pero lo que más me sacudió fue una escena bellísima desde un punto de vista teatral: a las 4 de la mañana, mas o menos, Fidel empezó a hablar del Che con una voz un tanto ronca, esa voz que tiene uno a ciertas horas de la madrugada, después de un largo desvelo y bajo la presión de una gran emoción (…) Ese momento quedó grabado intacto en mi memoria y también en un documental histórico titulado Fidel cuenta al Che que empezó a ser difundido en el mismo año 1987”.

“Te aprovechaste”

Minà recuerda también a Fidel ayudando a los técnicos:

“Tengo una foto muy chistosa de él: está entregando gelatina –un producto que usábamos para efectos de luz– a uno de mis camarógrafos que estaba trepado en una escalera. Castro se ve allí muy natural.

“Conforme pasaban las horas se iba creando una atmósfera muy especial, menos formal, con un poquito más de familiaridad. A las 7 de la mañana acabamos de recoger nuestro material y salimos a toda velocidad para el aeropuerto. Era un lunes. Nos urgía llegar a México porque teníamos cita en Los Pinos para entrevistar al presidente Miguel De la Madrid.

–¿El mismo día?

–Si. Fue bastante fuerte el contraste entre las dos entrevistas. Con Miguel de la Madrid hicimos la clásica entrevista de jefe de Estado. Todo fue muy formal. El presidente mexicano contestaba estrictamente cada pregunta y esperaba la siguiente. Sin más”.
Después de su breve estadía en el Distrito Federal, Minà y su equipo volvieron a Cuba:

“La entrevista con Castro había sido tan larga que cambié todo mi plan de trabajo para el documental. Me pareció imperativo incluir material histórico, imágenes de archivos y de Cuba. Regresamos a La Habana para juntar lo que necesitábamos. El día de nuestra partida para Italia, Castro invitó a todo el equipo a comer. Estaba conmigo Mariana, mi hija de 15 años. Durante la comida imitó a su abuela Cuca (mi exsuegra), una cubana de armas tomar epidérmicamente anticastrista que prefirió irse a vivir a México después del triunfo de la Revolución. Fidel no paraba de reírse.

“Creo que fue también en esa comida que habló de cine con uno de los camarógrafos, Federico del Zoppo. Fidel se entusiasmo cuando supo que había trabajado con Luchino Visconti. Descubrimos que conocía toda la filmografía de ese inmenso realizador italiano. Recordaba detalles de cada película. Pero nos dejo a todos estupefactos cuando empezó a conversar con Federico sobre los movimientos de cámara muy peculiares de las que Visconti era muy aficionado”.

A medida que estuvo montando su documental y escribiendo su libro Habla Fidel, Miná entendió el verdadero alcance de todas estas horas de entrevista.

Recalca: “Castro decidió dar un carácter fuertemente histórico a esa entrevista. No quiso limitarse a lo político como lo hizo más recientemente con el realizador estadunidense Oliver Stone. Empezó hablando de él, de su país y su familia, pero muy pronto lo sentí dispuesto a profundizar sobre la Crisis de los Misiles, el tema de los Kennedy, la relación y los conflictos con los soviéticos. Estoy seguro de que fue por eso que Habla Fidel tuvo tanto eco”.

Más escasas son las anécdotas de Miná sobre la entrevista de 1990, la cual fue más “concentrada”.

“En esa oportunidad me sentí en confianza –cuenta– y le hice preguntas fuertes sobre el caso Ochoa y los derechos humanos. En un momento dado vi que estaba molesto. Contestó con dureza. Al final, el doctor José Millar, exrector de la Universidad de La Habana, que en ese entonces era uno de sus asistentes y que ahora encabeza el Polo Científico de Cuba, me dijo: ‘Esta vez, Gianni, te aprovechaste’”.

Doble rasero

Castro y Minà, sin embargo, se volvieron a ver en 1994 para una entrevista mucho más breve sobre las relaciones bastante frías entre la Revolución cubana y el Partido Comunista Italiano.

“Trabajamos sin cámara, sólo grabé sonido para radio y escribí un artículo de una página entera para La Unità, órgano del Partido Comunista italiano”, precisa.

Un año antes, en 1993, Minà se había lanzado en otra aventura: un viaje a La Habana para entrevistar a disidentes.

Insiste: “Actué en forma muy abierta y leal. Expliqué a la embajada de Cuba en Roma cuál era el tema de ese nuevo trabajo. No se me impidió hacerlo. Cité a mis entrevistados en un departamento que me había prestado una amiga mía, entonces corresponsal en Cuba de La Unità. Grabé dos horas con cada disidente. Preferí no filmarlos en sus domicilios personales para evitar cualquier problema con los Comités de Defensa de la Revolución”.

Agrega: “Unos disidentes me parecieron interesantes, otros se notaban abiertamente manipulados por Estados Unidos. Pero de regreso a Italia me topé con una sorpresa: ninguna cadena televisiva se interesó en mi material. Creo que mis interlocutores juzgaron que los disidentes no se veían muy convincentes y temieron que su testimonio le sirviera a Fidel. Nunca monté ese documental. Tengo horas de filmación guardadas en mi oficina (…) Lo más chistoso fue que a algunos dirigentes de la Revolución cubana tampoco les gusto mi iniciativa, inclusive creo que se alarmaron, pero respetaron mi independencia. Fidel nunca me hizo comentario alguno al respecto”.

A lo largo de las últimas décadas Minà multiplicó los viajes a Cuba. Durante siete años organizó una reseña de cine italiano en el marco del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano que se celebra cada mes de diciembre en isla caribeña. Se convirtió en “defensor crítico” de la Revolución cubana batallando contra medios masivos de comunicación, intelectuales que califica de “arrepentidos” y dirigentes políticos de Europa.

“El anticastrismo europeo es muy complejo –explica el periodista–. Tiene diversas raíces. Muchos intelectuales queman ahora lo que adoraron en su juventud. Tuve fuertes polémicas con ellos, en particular con François Maspero, personaje casi mítico de la izquierda francesa que, a mi juicio, publicó reportajes mañosos sobre la situación cubana. ¡Pero no es la culpa de Cuba si los sueños revolucionarios juveniles de Maspero no se realizaron en Europa!”.

Cáustico, agrega: “En los últimos años la organización Reporteros sin Fronteras (RSF), que lleva una campaña sospechosa contra Cuba, causó estragos en Europa. Al igual que otros periodistas de Francia y Estados Unidos comprobamos que RSF recibe fondos del National Endowment for Democracy (NED), agencia de propaganda de la CIA, de firmas estadounidenses que apoyan la política guerrerista de George W. Bush y de Publicis, empresa privada estadunidense encargada de la promoción de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos”.

El cuestionamiento a estos fondos de RSF no es nuevo, pero se agudizó en el pasado mes de septiembre después de que Robert Ménard, presidente de la rama francesa de la organización, reconoció haber recibido fondos de la NED y del Center for Free Cuba, una organización de exiliados cubanos con sede en Washington.

Réseau Voltaire, una red de información alternativa francesa, acaba de publicar un informe muy crítico sobre el tema titulado Por qué RSF se desata contra Cuba, escrito por Jean Guy Allard, un periodista de Québec radicado en La Habana.

–Independientemente del origen de los fondos de RSF, es difícil negar que no existe libertad de prensa en Cuba…

–No lo niego. Soy el primero en desear que se acabe el sistema de partido único y que exista libertad de prensa en Cuba. Pero no acepto la manipulación desleal de este asunto y menos por una organización como RSF.

El tema enardece a Minà: “Los europeos siempre pretenden dictar cátedra sobre democracia, pero la situación de la prensa en nuestros países dista de ser idílica. Los medios masivos de comunicación dominantes se encuentran en manos de empresarios que están más preocupados por sus intereses económicos que por la información”.

Minà menciona su caso personal: a pesar de su fama y de sus largos años de trabajo, fue despedido en forma expedita por la RAI cuando Silvio Berlusconi llegó al poder. Enfatiza que sus convicciones y su libertad para expresarlas eran incompatibles con la política del líder derechista, y, luego también irritaron a algunos líderes de la coalición de centro izquierda.
“Me las arreglé trabajando con la BBC, con Robert Redford y muchísimas gentes más. Pero la situación de numerosos colegas, dados de baja conmigo, se tornó bastante critica”, destaca.

Insiste: “Estas arbitrariedades no justifican en forma alguna las limitaciones de la Revolución cubana. Como tampoco las justifica el hecho de que en toda América Latina se maten a periodistas y sindicalistas. Pero debemos ser parejos en las denuncias. Sólo en el sexenio de Vicente Fox se mataron a 21 periodistas. ¿Por qué RSF no lanzó una campaña contra el gobierno mexicano tan virulenta como la que desata contra Cuba?”

–Pero en sus informes, Reporteros Sin Fronteras también cuestiona al gobierno de México.

–Si, pero esa campaña dista de ser tan virulenta como la que desata contra Cuba.

Minà es también implacable cuando describe la actitud de los gobiernos europeos ante Cuba.

“En los últimos años hubo fuertes divergencias entre Estados Unidos y gobiernos nuestros. Medio Oriente, la guerra en Irak y los métodos de la presunta guerra contra el terrorismo fueron los temas de fricción más visibles. Pero hubo otros. Se dio entonces una especie de ‘trueque’ bastante cínico. Para compensar su inflexibilidad en ciertos campos, los gobernantes europeos se mostraron cada vez más duros con Cuba. Es una forma ‘facil’ de complacer a Washington que lleva medio siglo obsesionado por Castro”.

Indignado señala: “Me parece inmoral que estos gobernantes se olviden siempre que hasta finales de los años 90 Cuba tuvo que soportar atentados terroristas planeados por los anticastristas de Florida. Se trata de un terrorismo encubierto por la CIA que causo 3 mil 500 muertes y 10 mil heridos”.

La izquierda europea tampoco se salva de las críticas de Minà: “Estamos en una situación absurda –enfatiza–. Hay gobiernos de izquierda en la mayor parte de los países latinoamericanos. Son sumamente distintos los unos de los otros, pero para todos Fidel es una referencia. Por supuesto, no estoy diciendo que busquen imitar el modelo cubano, pero todos reconocen el espíritu de resistencia de Cuba como una fuente de inspiración. Esa es la gran herencia de Fidel Castro.

“A lo largo de casi 50 años Fidel mantuvo viva la llama de la resistencia para millones de latinoamericanos, más allá de todas las fallas, las deficiencias y los integrismos de la Revolución cubana (…) Es terrible constatar que parte de la izquierda europea sigue sin poder entender esa dimensión capital”.

Minà confiesa que oponerse a la “política de dos pesos, dos medidas de la que es víctima Cuba”, lo mantiene aislado en su propio país. “Se me respeta, pero no se me perdona mi posición”, admite.

–¿En ese contexto cómo explica que se haya decidido volver a publicar Habla Fidel y Fidel, cuyas ediciones anteriores están agotadas desde hace años?

–Business are business, comenta riéndose.

Y dice: “No pasa una semana sin que circulen rumores de todo tipo sobre la salud de Castro. Con su enfermedad Fidel volvió a ser noticia importante y es de nuevo un ‘producto rentable’ para las editoriales. Estas son las contradicciones de un mundo dominado por el mercado: se sataniza a Fidel al tiempo que se especula con él.

*Este texto se publicó originalmente en el año 2007, en la Edición Especial No. 20 de la revista Proceso.

Publicado en Proceso

Un caso de FIDELIDAD política

Por Juan Pablo Cárdenas

Fidel Castro nos probó la fuerza de sus convicciones y el coraje para enfrentar todos los ataques y adversidades con las que se quiso desbaratar la Revolución Cubana. Para ejemplo de toda la política, lo que este líder demostró es la consecuencia entre lo que predica y practica,  manteniéndose siempre  atento y comprometido hasta la muerte con su país, como con el destino de toda la humanidad.

No hay muchos ejemplos en la historia de aquellos líderes indispensables “que luchan toda su vida” por lo que piensan y proclaman, viviendo conforme a sus valores y  demostrándose incorruptibles en el ejercicio del poder. Cuando lo que observamos tan reiteradamente es la indignidad de quienes ascienden a los gobiernos prometiendo cambios o realizaciones que a poco andar abandonan, mimetizándose con sus detractores y los intereses creados que prometieron combatir. Fidel Castro no solo enfrentó enemigos, sino también a muchos  renegados y cobardes. A varios de los cuales veremos estos días rindiéndole homenaje después de haber desestimado su ejemplo y, lo más grave,  decepcionado a sus propios seguidores.

La presencia en sus exequias de esos otrora vociferantes izquierdistas, rendidos luego al pragmatismo y a la corrupción. De los  anti pinochetistas, por ejemplo,  que siguieron el camino de la “renovación socialista”,  y que en más de 26 años de pos dictadura valoran y acatan la Constitución de 1980, o se demuestran verdaderamente encantados con el discurso neoliberal, conformándose con nuestra condición de nación rica pero, al mismo tiempo, una de las más desiguales de la Tierra. De la felonía de esos políticos chilenos que se los viera aplaudir con tanto fervor los discursos del líder cubano cuando éste denunciaba los abusos del imperialismo, o nos convocaba a la unidad continental para hacer frente a nuestros rezagos e inequidades.

Sin duda, deleznables personajes que,  una vez reinstalados en la política chilena, terminaran consolidando la expoliación de nuestros recursos más estratégicos, permitiendo que esas “inversiones extranjeras” lucren con el ahorro previsional de nuestros millones de trabajadores y que, a la hora de las elecciones, financian el masivo cohecho electoral,  a fin de digitar, enseguida, las decisiones gubernamentales y la labor legislativa. Una rutina que hemos comprobado con los aportes a la política de los Ponce Lerou y de las cúpulas empresariales. “Hombres de negocios”, como se autocalifican, que nunca han dejado de coludirse para robar y explotar al pueblo, además de matar y aceitar la maquinaria de horror de nuestros “valientes soldados”. Militares y policías de todos los pelajes que en todo este tiempo vienen acumulando más prebendas, todavía, de las que les brindara su propia Dictadura.

Mucho más que las lágrimas de estos cocodrilos, nos estremece en esta hora el testimonio de aquellos conductores espirituales  y gobernantes que, sin compartir necesariamente las ideas de Fidel Castro, entendieron que su figura es la de un líder legitimado por el inmenso apoyo de los cubanos, como incluso por esa estridente defección de los más ricos o los más ignorantes que huyeron a Miami y hoy celebran desvergonzadamente su fallecimiento. Una deserción siempre  fuera alentada por los Estados Unidos aunque ahora, paradojalmente, quiere prohibirles su ingreso o arrojarlos francamente de su territorio.

Si de algo no se puede dudar es que a Fidel Castro siempre lo inspiró el progreso espiritual y material de una nación que ha llegado a exhibir los mejores índices en educación, salud, desempeño deportivo, creación  artística, como espíritu solidario en toda nuestra Región Latinoamericana y caribeña. A pesar de su condición insular, su breve territorio y limitados recursos naturales. Y, claro, el implacable bloqueo impuesto por los Estados Unidos y sus naciones más abyectas.

Lo que más nos conmueve, por supuesto, es el dolor de quienes hoy lo lloran en silencio, reconociendo su enorme aporte a la justicia universal y a la auténtica defensa de la dignidad humana. Por el líder que acogió en su tierra a los perseguidos, le dio oportunidad de estudios a miles de jóvenes, destinando sus mejores combatientes, además,  a las luchas de liberación de los pueblos del África y América Latina. Compromiso en que otro ícono de la Revolución Cubana, como el Che Guevara,  entregara su vida. Cumpliendo una misión internacionalista que siempre debe acompañar cualquier gesta libertaria y humanista del mundo.

Un régimen, como se  sabe, que ofrendó la medicina de su país y los altos estándares de su investigación científica a miles de enfermos desahuciados por sus estados, por carecer de recursos o seguridad social. Asistido en esta tarea solidaria por la misma población cubana siempre  dispuesta a sacarse el pan de la boca para compartirlo con los oprimidos y pobres del mundo.  Un carismático líder con cuya actitud le puso freno a la voluntad del Imperio de enseñorearse en todo nuestro Continente, en todo su patio trasero, como se nos acostumbraba a situar o nos sigue considerando ese monstruo recién electo Presidente de los Estados Unidos.  Empeñado  en oponer, ahora,  un largo muro en toda su frontera sur para deslindarse de sus vecinos mexicanos y latinoamericanos. Y promover la expulsión, incluso, de millones de inmigrantes.

Se han escrito y se seguirán editando miles de libros referidos a la lucidez intelectual, trayectoria ética y arrojo de Fidel Castro. Así como otros múltiples testimonios sobre la más hermosa y épica hazaña política y moral de nuestra América Latina, después de la Independencia de nuestros países del poder colonial europeo. De un proceso político, social y cultural que consolidará a Fidel Castro entre los héroes más señeros y dignos de nuestra Región. Sin duda, junto a un Bolívar, un San Martín y nuestros más ejemplares libertadores y padres dela patria.

Sin embargo, la misma historia no alcanzará a dar cuenta plena cuenta de su enorme calidad humana, de su amistad y personal afecto por quienes acogió constantemente en Cuba o les brindó asistencia desde su país. Quedará mucho sin contarse de sus innumerables actos de auténtico “amor al prójimo”. Un  cometido evangélico, que siendo evangélico, debiera ser una condición fundamental de todos los que luchan por un mundo mejor. De los revolucionarios de todas las insignias libertarias.

Porque Fidel Castro es un vivo ejemplo de fidelidad política, además de sólida consistencia moral.

Publicado en Clarín

El Fidel que conocí

Por Ignacio Ramonet *

Fidel ha muerto, pero es inmortal. Pocos hombres  conocieron la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es uno de ellos. Perteneció a esa generación de insurgentes míticos –Nelson Mandela, Patrice Lumumba, Amílcar Cabral, Che Guevara, Camilo Torres, Turcios Lima, Ahmed Ben Barka– que, persiguiendo un ideal de justicia, se lanzaron, en los años 1950, a la acción política con la ambición y la esperanza de cambiar un mundo de desigualdades y de discriminaciones, marcado por el comienzo de la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.
En aquella época, en mas de la mitad del planeta, en Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, los pueblos oprimidos se sublevaban. La humanidad aún estaba entonces, en gran parte, sometida a la infamia de la colonización. Casi toda Africa y buena porción de Asia se encontraban todavía dominadas, avasalladas por los viejos imperios occidentales. Mientras las naciones de América latina, independientes en teoría desde hacia siglo y medio, seguían explotadas por privilegiadas minorías, sometidas a la discriminación social y étnica, y a menudo marcadas por dictaduras cruentas, amparadas por Washington.
Fidel soportó la embestida de nada menos que diez presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con los principales lideres que marcaron el mundo después de la Segunda Guerra mundial (Nehru, Nasser, Tito, Jrushov, Olof Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat, Indira Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François Mitterrand, Juan Pablo II, el rey Juan Carlos, etc.). Y conoció a algunos de los principales intelectuales y artistas de su tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Arthur Miller, Pablo Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayasamin, Cartier-Bresson, José Saramago, Gabriel García Marques, Eduardo Galeano, Noam Chomsky, etc.).
Bajo su dirección, su pequeño país (100.000 km2, 11 millones de habitantes) pudo conducir una política de gran potencia a escala mundial, echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos dirigentes no consiguieron derribarlo, ni eliminarlo, ni siquiera modificar el rumbo de la Revolución cubana. Y finalmente, en diciembre de 2014, tuvieron que admitir el fracaso de sus políticas anticubanas, su derrota diplomática e iniciar un proceso de normalización que implicaba el respeto del sistema político cubano.
En octubre de 1962, la Tercera Guerra Mundial estuvo a punto de estallar a causa de la actitud del gobierno de Estados Unidos que protestaba contra la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Cuya función era, sobre todo, impedir otro desembarco militar como el de Playa Girón (bahía de Cochinos) u otro directamente realizado por las fuerzas armadas estadounidenses para derrocar a la revolución cubana.
Desde hace mas de 50 años, Washington (a pesar del restablecimiento de relaciones diplomáticas) le impone a Cuba un devastador embargo comercial –reforzado en los años 1990 por las leyes Helms–Burton y Torricelli– que obstaculiza su desarrollo económico normal. Con consecuencias trágicas para sus habitantes. Washington sigue conduciendo además una guerra ideológica y mediática permanente contra La Habana a través de las potentes Radio “Martí” y TV “Martí”, instaladas en La Florida para inundar a Cuba de propaganda como en los peores tiempos de la guerra fría.
Por otra parte, varias organizaciones terroristas – Alpha 66 y Omega 7 – hostiles al régimen cubano, tienen su sede en La Florida donde poseen campos de entrenamiento, y desde donde enviaron regularmente, con la complicidad pasiva de las autoridades estadounidenses, comandos armados para cometer atentados. Cuba es uno de los países que mas victimas ha tenido (unos 3 500 muertos) y que más ha sufrido del terrorismo en los últimos 60 años.
Ante tanto y tan permanente ataque, las autoridades cubanas han preconizado, en el ámbito interior, la unión a ultranza. Y han aplicado a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola : “En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición.” Pero nunca hubo, hasta la muerte de Fidel, ningún culto de la personalidad. Ni retrato oficial, ni estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni monumento con el nombre o la figura de Fidel, ni de ninguno de los lideres vivos de la Revolución.
Cuba, pequeño país apegado a su soberanía, obtuvo bajo la dirección de Fidel Castro, a pesar del hostigamiento exterior permanente, resultados excepcionales en materia de desarrollo humano : abolición del racismo, emancipación de la mujer, erradicación del analfabetismo, reducción drástica de la mortalidad infantil, elevación del nivel cultural general… En cuestión de educación, de salud, de investigación médica y de deporte, Cuba ha obtenido niveles que la sitúan en el grupo de naciones mas eficientes.
Su diplomacia sigue siendo una de las mas activas del mundo. La Habana, en los años 1960 y 1970, apoyó el combate de las guerrillas en muchos países de América Central (El Salvador, Guatemala, Nicaragua) y del Sur (Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina). Las fuerzas armadas cubanas han participado en campañas militares de gran envergadura, en particular en las guerras de Etiopia y de Angola. Su intervención en este ultimo país se tradujo por la derrota de las divisiones de élite de la Republica de Africa del Sur, lo cual acelero de manera indiscutible la caída del régimen racista del apartheid.
La Revolución cubana, de la cual Fidel Castro era el inspirador, el teórico y el líder, sigue siendo hoy, gracias a sus éxitos y a pesar de sus carencias, una referencia importante para millones de desheredados del planeta. Aquí o allá, en América latina  y en otras partes del mundo, mujeres y hombres protestan, luchan y a veces mueren para intentar establecer regimenes inspirados por el modelo cubano.
La caída del muro de Berlín en 1989, la desaparición de la Unión soviética en 1991 y el fracaso histórico del socialismo de Estado no modificaron el sueño de Fidel Castro de instaurar en Cuba una sociedad de nuevo tipo, mas justa, mas sana, mejor educada, sin privatizaciones ni discriminaciones de ningún tipo, y con una cultura global total.
Hasta la víspera de su fallecimiento a los 90  años, seguía movilizado en defensa de la ecología y del medio ambiente, y contra la globalización neoliberal, seguía en la trinchera, en primera línea, conduciendo la batalla por las ideas en las que creía y a las cuales nada ni nadie le hizo renunciar.
En el panteón mundial consagrado a aquellos que con más empeño lucharon por la Justina social y que más solidaridad derrocharon en favor de los oprimidos de la Tierra, Fidel Castro – le guste o no a sus detractores–  tiene un lugar reservado.
Lo conocí en 1975 y conversé con él en múltiples ocasiones, pero, durante mucho tiempo, en circunstancias siempre muy profesionales y muy precisas, con ocasión de reportajes en la isla o la participación en algún congreso o algún evento. Cuando decidimos hacer el libro “Fidel Castro. Biografía a dos voces” (o “Cien horas con Fidel”), me invitó a acompañarlo durante días en diversos recorridos. Tanto por Cuba (Santiago, Holguín, La Habana) como por el extranjero (Ecuador). En coche, en avión, caminando, almorzando o cenando, conversamos largo. Sin grabadora. De todos los temas posibles, de las noticias del DIA, de sus experiencias pasadas y de sus preocupaciones presentes. Que yo reconstruya luego, de memoria, en mis cuadernos. Luego, durante tres años, nos vimos muy frecuentemente, al menos varios días, una vez por trimestre.
Descubrí así un Fidel intimo. Casi tímido. Muy educado. Escuchando con atención a cada interlocutor. Siempre atento a los demás, y en particular a sus colaboradores. Nunca le oí una palabra mas alta que la otra. Nunca una orden. Con modales y gestos de una cortesía de antaño. Todo un caballero. Con un alto sentido del pundonor. Que vive, por lo que pude apreciar, de manera espartana. Mobiliario austero, comida sana y frugal. Modo de vida de monje–soldado.
Su jornada de trabajo se solía terminar a las seis o las siete de la madrugada, cuando despuntaba el DIA. Más de una vez interrumpió nuestra conversación a las dos o las tres de la madrugada porque aún debía participar en unas “reuniones importantes”…Dormía sólo cuatro horas, más, de vez en cuando, una o dos horas en cualquier momento del DIA.
Pero era también un gran madrugador. E incansable. Viajes, desplazamientos, reuniones se encadenaban sin tregua. A un ritmo insólito. Sus asistentes –todos jóvenes y brillantes de unos 30 años– estaban, al final del DIA, exhaustos. Se dormían de pie. Agotados. Incapaces de seguir el ritmo de ese infatigable gigante.
Fidel reclamaba notas, informes, cables, noticias, estadísticas, resúmenes de emisiones de televisión o de radio, llamadas telefónicas… No paraba de pensar, de cavilar. Siempre alerta, siempre en acción, siempre a la cabeza de un pequeño Estado mayor – el que constituían sus asistentes y ayudantes – librando una batalla nueva. Siempre con ideas. Pensando lo impensable. Imaginando lo inimaginable. Con un atrevimiento mental espectacular.
Una vez definido un proyecto. ningún obstáculo lo detenía. Su realización iba de si. “La intendencia seguirá” decía Napoleón. Fidel igual. Su entusiasmo arrastraba la adhesión. Levantaba las voluntades. Como un fenómeno casi de magia, se veían las ideas materializarse, hacerse hechos palpables, cosas, acontecimientos.
Su capacidad retórica, tantas veces descrita, era prodigiosa. Fenomenal. No hablo de sus discursos públicos, bien conocidos. Sino de una simple conversación de sobremesa. Fidel era un torrente de palabras. Una avalancha. Que acompañaba la prodigiosa gestualidad de sus finas manos.
La gustaba la precisión, la exactitud, la puntualidad. Con él, nada de aproximaciones. Una memoria portentosa, de una precisión insólita. Apabullante. Tan rica que hasta parecía a veces impedirle pensar de manera sintética. Su pensamiento era arborescente. Todo se encadenaba. Todo tenía que ver con todo. Digresiones constantes. Paréntesis permanentes. El desarrollo de un tema le conducía, por asociación, por recuerdo de tal detalle, de tal situación o de tal personaje, a evocar un tema paralelo, y otro, y otro, y otro. Alejándose así del tema central. A tal punto que el interlocutor temía, un instante, que hubiese perdido el hilo. Pero desandaba luego lo andado, y volvía a retomar, con sorprendente soltura, la idea principal.
En ningún momento, a lo largo de mas de cien horas de conversaciones, Fidel puso un limite cualquiera a las cuestiones a abordar. Como intelectual que era, y de un calibre considerable, no le temía al debate. Al contrario, lo requería, lo estimulaba. Siempre dispuesto a litigar con quien sea. Con mucho respeto hacia el otro. Con mucho cuidado. Y era un discutidor y un polemista temible. Con argumentos a espuertas. A quien solo repugnaban la mala fe y el odio.

Publicado en Página 12

* Director de Le Monde Diplomatique en español.

 

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