Falleció el escritor Roberto Sánchez Ramírez, personaje clave de la revolución y la memoria de Nicaragua

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Uno de los últimos pasatiempos de Roberto Sánchez Ramírez fue alimentar a las palomas que anidan en el edificio del antiguo Banco de América, donde hoy se encuentran las oficinas de la Asamblea Nacional. La suya estaba en el séptimo piso y a través de su pared de vidrio, el anciano contemplaba contento la escena de las aves picoteando en los comederos. Solía andar la cabeza llena de proyectos y de recuerdos. Cascarrabias a veces, entusiasta siempre, decía: “Mirame, ni parece que tengo cáncer”.Este sábado, cerca de las 8:50 de la noche, don Roberto murió en un hospital de Managua. Se fue tranquilo, como cuando mueren los pájaros.

Tenía los ojos como los de las palomas: pequeños y curiosos. Y no solo era entusiasta y cascarrabias, también hablantín, bromista, regañón, perfeccionista y eterno cazador de imprecisiones históricas en los diarios.A lo largo de su intensa vida, don Roberto fue hippie, novicio, picaflor, agitador, periodista, militar, escritor, historiador e hijo dilecto de Managua.

En los años ochenta se convirtió en el hombre de confianza de los hermanos Daniel y Humberto Ortega Saavedra, como asistente militar del primero y asistente personal del segundo. Y al final de sus días era asesor de la Presidencia de la Asamblea Nacional para Asuntos Históricos y Culturales, aunque él estaba satisfecho con que se le llamara historiador. Le apasionaba hablar de historia y en su oficina, junto a los comederos de las palomas, recibía a estudiantes, periodistas y figuras de la alta esfera política.

Con la cabeza totalmente blanca y una barriga redonda que era lo que menos le gustaba de sí mismo, proyectaba la imagen de un venerable anciano, para nada compatible con las anécdotas de su juventud. Como a don Roberto le interesaba mucho más el tema de la vida que el de la muerte, vamos a hablar de la suya.

Infancia y primera juventud

Nació el miércoles 22 de mayo de 1940, hace 76 años, en Masatepe. Hijo de Remigio Sánchez Brenes y María Josefa Ramírez. Desde niño era malicioso y jugaba a esconderle los dientes postizos a su bisabuelo, “el coronel conservador Macario Pérez, veterano entonces de las filas del general Emiliano Chamorro”, relata el periodista Eduardo Marenco en un perfil publicado en la revista Magazine en mayo de 2004, cuando don Roberto recién se recuperaba de un tremendo infarto.

Por las travesuras cometidas de niño, Roberto Sánchez conoció la tajona de cuero duro de su casa. Creció en una familia de “caciques políticos” que se codeaban con los Somoza. Tuvo un abuelo violinista que intentó enseñarle a tocar ese instrumento y un tío abuelo “medio loco” al que le decían “Cotocho”, apodo con el que el joven Roberto fue conocido por unos años. Jugando a la mamá y el papá dio su primer beso —que no le habían pedido— y recibió su primera bofetada. Era “acelerado” y, según contaba él mismo, le gastaba bromas pesadas a su tío, un niño muy tímido de nombre Sergio Ramírez Mercado, futuro escritor de Castigo Divino.

Roberto era “hijo de mi prima María Josefa Ramírez. Hija a su vez de mi  tío  Francisco Luz Ramírez, que es el abuelo de  Roberto. Soy como un  tío, a pesar de que compartimos la infancia”, cuenta el escritor. “Vivíamos a una cuadra de distancia, mirándose las casas. Entre Roberto y sus hermanos y mis hermanos y yo, hubo una relación de infancia muy cercana”.

Los primos Ramírez jugaban en el parque o en el amplio patio de la casa donde vivían el pequeño Roberto y sus hermanos.

“Remigio, papá de  Roberto, era primero agente fiscal, el que vendía los timbres legales, el sellado. Él tenía el depósito del alcohol, que en ese tiempo era estanco del Estado”, relata Ramírez Mercado. “Había una casa con unas grandes pipas de madera y ahí el alcohol se rebajaba con agua para poderlo hacer bebible. Llegaban los dueños de las cantinas a comprar alcohol. Ahí es donde recuerdo que vivía  Roberto ayudándole a su papá, vendiendo el alcohol, que se vendía a granel”.

Antes de cumplir los 30 años, Roberto estuvo en un noviciado de los hermanos de La Salle, en Italia. “Se despidió del mundo, de nosotros los amigos, de su infancia, se iba a hacer hermano, que era como hacerse cura”, recuerda su tío Sergio.

Sin embargo, “solo estudió un año canónico”, pues “se lesionó la columna a raíz de una caída y suspendió sus estudios. Al poco tiempo ya estaba de regreso en Managua y se había casado”, señala Marenco en Magazine.

Tras su aventura religiosa, Roberto Sánchez fue un verdadero picaflor, al punto de llegar a procrear ocho hijos con cinco distintas mujeres. Ya de anciano se mostraba sinceramente arrepentido por algunos excesos de su juventud que lastimaron a personas cercanas y aprovechaba cada entrevista para pedir perdón al hijo que no reconoció. Sin embargo, era muy franco cuando hablaba de su pasado y podía reírse de sus viejas andanzas, como las de sus años hippies.

Aseguraba que él fue el primer estudiante de la Universidad Centroamericana (UCA) que dio clases en esa universidad. Era profesor auxiliar de Sociología y entraba al aula vistiendo jeans y calzando sandalias con suela de llanta de camión. En esos años era peludo y usaba una barba peinada con trencitas, “cherequitos” de cuero en el cuello y las muñecas y flores en las orejas. Antes de empezar su clase de Sociología, en la UCA, se sentaba en pose de meditación y, tras una pausa dramática, afirmaba: “Todo está en la mente”.

A finales de la década de los sesenta entró al periodismo, pero antes de eso ya había incursionado en el Frente Sandinista. “En el año 1969 hay una represión tremenda en Nicaragua en contra de aquellas personas que nos oponíamos al régimen de Somoza. Yo ya había tenido una relación con el Frente en el año 1967, yo había estado preso y había sido torturado y me niegan trabajo en todas partes”, relató en entrevista con LA PRENSA, en mayo de 2012.

Una mañana de esas en que no había probado ni un pedazo de pan se encontró con Alejandro Romero Monterrey, en la esquina opuesta al cine González, y le dijo: “Hombre, Alejandro, invitame a desayunar, no he desayunado”. Cuando estaban comiendo, su amigo le comentó: “Con invitarte a desayunar no te resuelvo tu problema. Vos sabés escribir, te gusta escribir y LA PRENSA va a abrir un semanario que se llama Semana, ya está funcionando. El director es Horacio Ruiz, yo te lo voy a presentar”. Fueron al Diario y a Roberto lo contrataron por artículo, pero pronto entró en planilla porque producía mucho material.

En LA PRENSA trabajaba cuando le tocó cubrir el terremoto de 1972, haciendo las veces de reportero y fotógrafo. Sus fotos del desastre, contaba, fueron “las primeras que se publicaron en el mundo”. La tarde después del sismo, cansado, se fue a sentar cerca del Gran Hotel. Pidió agua. Le dijeron que por El Múnich había muchas botellas de champaña y fue a servírsela en un vaso de cartón. Después lloró. Ese día bebió por única vez en la vida una mezcla de lágrimas con champaña.

Nunca olvidó la ciudad que quedó hecha escombros. Por el resto de sus días, donde otros miraban caos y construcciones feas, él veía recuerdos.

Poco antes del derrumbe de Managua, en octubre de 1972, cometió lo que para él fue “la mayor locura de su vida”: ir a sembrar la bandera de Nicaragua al cayo Quitasueño, disputado con Colombia. “Cuando me vi en medio mar me arrepentí”, decía.

Sus años de militar

Cuando se involucró con el Frente Sandinista, en 1967, su vivienda en el barrio Santa Rosa se convirtió en casa de seguridad para Carlos Fonseca Amador, a quien conoció en el Instituto Ramírez Goyena. Roberto era estudiante, Carlos bibliotecario. Fueron compañeros de cuarto y alguna vez bebieron juntos.

De chavalo también conoció a los hermanos Ortega Saavedra y cuando triunfó la revolución se fue a trabajar con ellos. “Me dice Humberto Ortega: ‘Hombre, ¿vos estás a cargo de cubrir la Policía?’ (como fuente periodística). Sí, le digo yo. Entonces me dice: ‘Hagamos una cosa, estuve hablando con Daniel y me dijo que vos eras la persona indicada para hacerte cargo de la oficina parecida a leyes y relaciones que vamos a montar en el Ejército’”, comentó a LA PRENSA en febrero de 2015.

Durante cuatro años, Roberto Sánchez fue vocero del Ejército Popular Sandinista (EPS) y durante seis, asistente personal de Humberto Ortega. También se desempeñó como asistente militar de Daniel Ortega en viajes al exterior. En esa época le hicieron fotos vestido de verde olivo, saludando a personajes tan diversos como el cubano Fidel Castro, el líder palestino Yasser Arafat y el argentino Adolfo Pérez Esquivel, premio nobel de la Paz.

Responsabilidad suya eran las cuentas bancarias cifradas de Nicaragua en bancos internacionales. “Cuando un país está en guerra, hay bloqueo, y si estás asediado por los órganos de inteligencia de Estados Unidos, eso te obliga a romper los esquemas de la normalidad. En esa época fuimos contrabandistas, caímos en el borde de los hechos delictivos, pero fue una necesidad. Nicaragua no podía tener a su nombre cuentas bancarias porque Estados Unidos las podía embargar, fue la época de las cuentas cifradas a nombre de personas”, dijo a Magazine en 2004. Él viajaba a Panamá. “Ahí era fácil abrir una cuenta y después trasladarla a otro banco o de un país a otro”.

La lucha

Don Roberto no le temía a la muerte, pero tampoco le iba a poner las cosas tan fáciles. La primera vez que se vieron las caras fue en diciembre de 2003, cuando sufrió un infarto. Le hicieron cuatro cirugías de bypass en un hospital de Cuba y recibió apoyo tanto de Daniel Ortega como de Enrique Bolaños Geyer, entonces presidente de Nicaragua.

En 2014 otra vez enfrentó una grave crisis de salud. La diabetes lo volvió a llevar a Cuba, donde pasó cuatro meses porque le iban a amputar una pierna (al final no lo hicieron); estando allá los médicos le descubrieron un cáncer de próstata y lo dejaron bajo tratamiento.

Solía decir que la muerte “es un punto adonde vamos a llegar todos” y que “lo importante no es pensar en la muerte, sino vivir para que cuando la muerte llegue te podás morir tranquilo”. Antes de ser internado en el hospital, en plena lucha contra su nueva enfermedad, con los brazos marcados por los pinchazos de las agujas, don Roberto no dejó de trabajar y hasta les puso comederos a las palomas.

Su legado a la memoria

Roberto Sánchez Ramírez, aunque nació en Masatepe, amaba Managua, y ayudó grandemente a salvar la memoria histórica de la capital. Obra suya es el rescate del Cementerio San Pedro, donde están sepultados los fundadores de la capital, y la Loma de Tiscapa. Además, desde la Asamblea Nacional organizó exposiciones fotográficas permanentes y públicas, como la que llamó “Managua en el Recuerdo”.

Publicó los libros “Managua en la memoria”, “Breve historia de la navegación en el lago Xolotlán”, el breve testimonio “Carlos Fonseca Amador: bibliotecario del Goyena”, “El Cementerio San Pedro o la resurrección del recuerdo”, entre otros. Y a lo largo de su vida escribió innumerables ensayos históricos, además de colaborar como fuente en incontables textos periodísticos.

El 6 de noviembre de 2008 fue declarado Hijo Dilecto de la Ciudad de Managua (él siempre agradeció que le dieran el título pese a no haber nacido en la capital). También recibió la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío y fue miembro directivo de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.

Desde muy joven escribió cuentos y poesías, en 1961 formó parte del grupo literario Ventana, como periodista laboró en LA PRENSA, Barricada, Extravisión, el programa Buenos Días del Canal 12 y colaboró en la página de opinión de El Nuevo Diario. Fue, además, fundador y vicepresidente de la Unión de Periodistas de Nicaragua (UPN).

Tuvo un programa televisivo llamado “Conozcamos Nicaragua”, que él mismo dirigía, presentaba y escribía. Se transmitió con gran éxito en el Canal 12.

Publicado en Prensa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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