Fiebre de lucha

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Cuando un grupo de estudiantes –conocido como la Generación del 28 de Venezuela– se expresó de la manera más febril en plena dictadura del tirano Juan Vicente Gómez, a pesar de la zozobra, nadie dejó de enamorarse ni de hacer el amor.

Para 1939 ya circulaba la primera novela de Miguel Otero Silva, Fiebre. Novela donde el autor no es todavía ese que podría escribir algo así como Cuando quiero llorar no lloro, pero sí muy capaz de sistematizar a través de un proceso histórico del s. XX venezolano, momentos íntimos de toda esa oleada política, que comenzaba a gestarse –quizá de una forma muy precoz–, y que en Fiebre podemos ver muy de cerca una intimidad registrada.

La novela pretende retratar el clima de la universidad y la lucha de los estudiantes contra la tiranía Gomecista, contrastando la conversa cotidiana, las emociones del momento, las contradicciones ideológicas, el debate sobre si la lucha es armada o no, el enamorarse, la injusticia, la disciplina de un soldado, el fusilamiento y unas que otras paradojas.

Todo ello arraigado a un constante aprieto, condicionado por el momento vivido sin dejar de remembrar e ilustrar la hermosura de Venezuela y sus amantes.

Otero Silva todavía es juzgado por el cómo está escrita esa novela, algunos lo han criticado fuertemente por escribirla con más pasión que técnica. Está bien. Pero no creo que sea un juicio lo que se le deba hacer a esa novela, porque si de algo sirve comprenderla, ha de ser para trasladarnos al espacio-tiempo en el que está planteada, donde nunca se encuentra lejana de su realidad.

Además es una novela que nos ayuda en la profundización de los actores políticos del momento y la repercusión que tuvo en ese siglo. No por los personajes específicamente, sino porque esta obra antes de iniciar su trama, comienza con testimonios de esos hombres (periodistas, historiadores, profesores, estudiantes, políticos…) considerados la Generación del 28, levantando polémicas, absteniéndose a testimoniar, contradiciéndose entre ellos, etcétera.

Es todo un proceso político haciéndonos entender que, la historia no es comprensible sino como una totalidad, pasado, presente y devenir. En la praxis, la historia sirve para comparar y apoyarnos en el ahora. Entender el pasado para reinventar la efervescencia de lo político en las generaciones, incluso definir la literatura de los procesos actuales de un espacio, puede lograr que la literatura misma defina lo histórico desde su propio campo.

Esto no es una reseña literaria de la novela Fiebre, sino un intento de aproximación al contexto, haciendo énfasis en el sentido histórico-literario planteado por Miguel Otero Silva. Considerando que es una novela que no tiene pérdida al ser leída, vale encontrarse con diálogos donde discuten sobre teoría, los planes a tomar, los amoríos de la época y cosas como:

“Figueras –uno de los personajes– vuelve a defender sus tesis y yo persisto en la mía. Me ha dicho que yo necesito leer un poco más. Y le he respondido que él necesita sentir un poco más.”

Días de oleadas

I

El 14 de febrero del 1928 (semana del estudiante) vale recordar que gran parte de los manifestantes organizados –tanto estudiantes como no estudiantes– fueron aprisionados en el Castillo de Puerto Cabello por el tirano Gómez entre ellos, Miguel Acosta Saignes, Rómulo Betancourt, Rodolfo Quintero, Francisco José Delgado, Juan Bautista Fuenmayor, Raúl Leoni, Jóvito Villalba, Miguel Otero Silva y algunos que no forman parte de los testimonios incluidos en Fiebre como Pío Tamayo, que por alguna razón asombrosa no fue expulsado de la cárcel al mismo tiempo que sus compañeros sino que lo dejan libre pero moribundo, hasta luego de siete años.

Pío Tamayo no era cualquier manifestante. Vale decir que no era estudiante de la UCV y en la semana del estudiante venía del exterior donde asumía tareas como internacionalista y planeando conspiraciones en contra de Gómez quien ya tenía de hace años la mira en ese Pío Tamayo que ayudaba a los campesinos del Tocuyo en todas las formas que podía, ese Pío Tamayo que recitó su poema Homenaje y demanda del Indio dedicado a Su Majestad Beatriz I, Reina de los estudiantes, y que luego es aprisionado. Escrito hecho con la sangre de los estudiantes, conscientes de que la poesía casi siempre tiene dos filos, y que en ese momento lo verían contra ese tirano:

“Los miles de estudiantes

–cada estudiante, Reina

en un mundo en promesas y un trajín de tormentas–

han abierto hoy sus pechos sobre más infinitos,

al ver que oraculiza en tus manos llaneras

el tripartito escudo de su Federación.

Mañana, anhelo, pueblo,

mirandinos colores de la emancipación.”

II

No creo muy útil el concepto de generación, por supuesto. La historia no es una sucesión de generaciones que pelean entre sí cuando son contiguas y de cuyos forcejos nace la propia historia. Pero tal vez sea útil, especialmente para genes que tienen la mirada de miopes, el recuento de las acciones de alguna “generación”.

Miguel Acosta Saignes

Quizá esta premisa de Acosta Saignes siga teniendo lugar en estos tiempos, donde una juventud/generación constituida no ha dejado de pensar en toda la hegemonía en construcción y por construir, la cual también debe jugar a la literatura y caminar hacia una poética, no de manera forzada o porque generaciones pasadas lo hayan hecho, sino porque las hegemonías en el sentido gramsciano (profundizado por Álvaro García Linera) deben abarcar todos los campos posibles. “Las revoluciones se dan por oleadas.”

Encontraremos más de un concepto de generación en las entrevistas que incluye Otero Silva en su novela. Al igual que testimonios como el de Kotepa Delgado considerando a Pío Tamayo, Alberto Ravell y Juan Montés los tres hombres que “sin ser propiamente marxistas, sin saber mucho de Marx y Engels, introdujeron el marxismo en Venezuela.”

La Carpa Roja fue el espacio de formación instalado en la cárcel donde los estudiantes-prisioneros recibían clases de marxismo por Pío Tamayo. Lo cual no fue un proceso tan simple como parece. Muchos de los que salieron de este espacio, comenzaron a gestar el Partido Comunista de Venezuela, pero otros pasaron a ser militantes de Acción Democrática. No todos lograron digerir la llegada de la teoría marxista en aquel momento, algunos no llegaron a comprenderla.

Fue una generación en plena fiebre. Una juventud admirable. Actores políticos con la necesidad de una orientación en sus prácticas, –y esto es notorio en varios diálogos de la novela–. Nos hace reconocer que para la política también se necesita un poco de pasión.   

La belleza de la fiebre

El amor no es solamente el afán de llevar a cabo el acto carnal, como tú lo presentas. Es un sentimiento mucho más complejo; una sensación mucho más elevada que ingerir un plato de chicharrones y que el coito en su procedimiento animal. (…) El arte también se aprecia con los sentidos. Con los sentidos vemos la piedra y no por eso es lo mismo ver una roca pelada que admirar la piedra tallada por Miguel Ángel. Si tú no sabes diferenciar entre las ganas de orinar y los deseos de escuchar el Claro de Luna de Beethoven, la culpa no es precisamente de Beethoven.

Vidal Rojas: discutiendo con su amigo y un poeta en el patio de la universidad

Se puede hablar de tres capítulos en la novela: La Universidad, Montonera y Fiebre. El primero me parece el más apasionado en lo emocional y sentimental. La forma en que los personajes de Vidal y Cecilia generan esa permanente dialéctica desde el amor sin abandonar la realidad del afuera, y que por vivir en tiranía, disputan un sentido político en su amorío. Se encuentran al borde de sus decisiones por el país que no quieren dejar. Es toda una belleza narrada en esa primera parte. Nos encontramos con una narrativa repleta de poesía, en cada encuentro amoroso, algunos versos contundentes, Vidal Rojas es un ser cargado de imágenes, por ejemplo para referirse al paisaje de Caracas o a Cecilia:

“–No, Cecilia. Usted no puede verlo tan hermoso como yo lo veo. Porque usted no puede mirarse a sí misma, corazón de la tarde, llama que le da vida a ese inmenso cuaderno muerto del cielo y a las sombras anónimas de los árboles y de las casas. Porque usted misma es más hermosa que la tarde entera.

Cecilia no me responde. Y se me queda mirando como asustada.”

En la novela Fiebre no vemos un discurso más de la historia convencional, sino una serie de momentos –como el expuesto–velados por ella.

El autor se encarga de develar a través de los personajes, una serie de conversaciones, discusiones, amoríos, miseria de abuelas, hasta momentos donde recitan poemas, cantos alcoholizados e incansables.

Vidal Rojas es un luchador de esa generación, se enamora de todo el momento y el proyecto político construido en el cual incluye ese amor con Cecilia. Vidal es formidable porque ejerce lo político con pasión. Es de los que va a manifestaciones pensando en su país y al mismo tiempo en Cecilia. Algo así como tener dos patrias sin posibilidad de traición.

“En cuanto a mí, cada día amanezco más enamorado. Los relojes dicen el nombre de Cecilia para cantar las horas. Adoro su voz que es un arrullo y sus tibias manos morenas. Y ella me quiere.

–Te quiero locamente, Vidal. En mi vida no existe otro horizonte sino tu mirada. Todo lo que pienso y hago y siento está impregnado de ti, de tu olor, de tu sabor. No vivo en mi casa. Vivo en una isla pequeña donde los únicos habitantes somos tu y yo.”

En algún momento señalan: “La política es para nosotros una obsesiva pesadilla, sin contornos precisos”, pero quizás no ven que la política debe reafirmar su sentido a través del amor, la política no se ejerce como lo que nos han satanizado, sino como un proceso de amor. Eso hemos aprendido desde el inicio del s. XXI. “La política es autoayuda colectiva” Juan Carlos Monedero dixit.

Vemos incontables contradicciones en varios temas, entre esos: lo revolucionario, la decencia, los presos políticos, la teoría política, etc.

No creo en la existencia de lecturas obligatorias, sólo diría que para darse un gusto político-amoroso como lector, vale la pena matar la Fiebre.

Texto: Luis Fernándo Suárez.

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