Poetisa del camino

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Una vez más era incomprendida. Solo ella conocía la profundidad de su sed. El desespero por Vallejo y Martí iba más allá de cualquier otra cosa que hubiese encontrado en su natal Placetas. Agarró algunas mudas de ropa, se despidió de todos en casa y cogió el primer taxi destino a su sueño.

Por supuesto, las ganancias de una empresa como esta apenas cubrieron los gastos elementales. Era de esperar. La vida del poeta dispone otro tipo de recompensas.

“Los artistas debemos ampliar nuestra visión del mundo y para ello no podemos mantenernos en lugares donde no haya desarrollo de las artes ni del pensamiento. En Santa Clara están las editoriales provinciales, la vida cultural es muy rica, con un movimiento trovadoresco bellísimo. También residen más de 100 escritores, muy importante para visibilizarte y aprender de sus consejos. Para una joven del interior, con aspiraciones de poeta, era inevitable marchar, o al menos hacer el intento. Ese era mi camino y decidí recorrerlo.”

Por primera vez, Isbel Hernández, poetisa de 28 años de edad, experimentó que “el realismo crítico” de la cotidianidad era más duro que en las novelas recientes: “En un año me alquilé en diez casas diferentes. Transité y sigo transitando por todas las comunidades santaclareñas con diversas condiciones de vida. Gracias a mi papá pude costeármelo porque sola no podía pagar mi parte de la renta. Éramos tres poetas viviendo juntos, probando suerte en la ciudad. Con el tiempo fundamos nuestro grupo literario con otros colegas del interior que estaban allí por lo mismo, pero muchos abandonaron el intento. No pudieron mantenerse.”

El sueño bohemio de vivir del verso y las estrofas para la gran mayoría de los autores termina en desaliento. Aunque tengas una obra establecida resulta muy difícil trascender en esta profesión.

“Todos quisiéramos vivir de la literatura, pero son muy pocos quienes llegan. Nadie te pone una pistola en la frente para escribir. Es una necesidad. Si piensas en todos los frenos que tienen los poetas cubanos, desde la visión limitada del mundo porque es muy difícil viajar, hasta la baja remuneración de la obra, entonces no escribes. Sí, es ingrato porque ofreces mucho, o casi todo, y recibes muy poco. Diría Borges que ‘el poeta es naderías’. Somos capaces de realizar la mayor cantidad de sacrificios por el placer de la creación.”

Los días de Isbel tienden a dividirse: cuando no se encuentra en la editorial particular “La piedra lunar”, revisa textos en editoras estatales que requieran y paguen sus servicios.

“Vives la literatura y eso te da a conocer. Además de mis labores editoriales estoy muy vinculada a la Asociación Hermanos Saiz (AHS), tanto que soy la única mujer de Placetas formalmente dedicada al verso. Disfruto de los espacios literarios, los talleres y coloquios. Ser poetisa es una rareza, más cuando naces en un pueblo donde no ven la poesía como un trabajo.”

En 2015, Isbel finalmente vio devuelto el sacrificio de dos años en la publicación de su primer poemario: “Luz, deleite cometido”, impreso por la editorial Sed de Belleza. “Fue el libro ganador de la beca literaria Sigfredo Álvarez Conesa y tuvo una tirada de 500 ejemplares. Los poemas abordan los contrastes que anidan en la sombra y solo aparecen cuando se descubren”.

“Tienes que escribir desde ti, pero no para ti. Un verso es muy buen espacio para socializar ideas, sobre todo de nosotros los jóvenes, quienes tenemos una gran responsabilidad con el futuro de nuestro país. Más allá de los esfuerzos diarios, de las diversas vías que busco para ganarme la vida, más allá del punto de vista retórico, lingüístico y los juegos con los recursos literarios, he sido fiel a la poesía o lo que es similar: fiel a mí misma. Todavía queda muchísimo por aprender, pero sé que lo estoy disfrutando. Valió la pena.”

Publicado en El Toque
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