Tito Ameijeiras: el cine como un arma singular para la Revolución

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Por Miguel Martinez Náon
APU: ¿Cómo fue tu infancia y su procedencia social, antes de llegar al cine?

Tito Ameijeiras: siempre me ha costado contarlo, porque parece una mentirosa historia de pescador… mi vida puede decirse que es un cuento de hadas, pero nacido en los arrabales, en calles de barro con olor a yuyos.

Nací en febrero del 44, y el 17 de octubre del 45, a upa de mi mamá anduvimos a las corridas por el centro, estuvimos en la Plaza de Mayo cerquita de la fuente. En una de las disparadas de mi vieja por Avenida de Mayo perdí un zapatito que quedó grabado en la historia familiar, parece que un verdulero le abrió la puertita metálica y atrás quedó mi zapatito blanco.
Mi mamá y mi papá eran obreros, llegaron con las oleadas migratorias de los 40. Mi viejo, gallego, trabajaba de mozo en el Centro, en un bar llamado La Sonrisa; mi mamá, entrerriana de Rosario Tala trabajaba de mucama en la casa de Edelmiro Farrel y después que la echaron se fue a trabajar en los bares del centro de lavacopas, lo conoció a Manolo, se enamoraron y un día de los Inocentes fueron al Parque Japonés para no separarse nunca más. Alquilaron un bulín en un yotivenco de Cangallo y Riobamba, llegué yo, mi vieja quiso que yo naciera en Tala y así fue, me trajeron a Buenos Aires con 22 días, aprendí a caminar y mis primeras palabras en el conventillo, ellos comían pizza y torta de ricota en La Americana, iban a bailar a La Enramada, paseaban por la costanera.

Nos mudamos a Parque Patricios en 1947, mi mamá fue encargada en un edificio, mi papá mozo en la esquina, en el bar Sandrín de Caseros y Dean Funes. Fui socio infantil de Huracán.  Los dos aprendieron a leer y escribir en sus sindicatos, de los que fueron fundadores, mi vieja era militante de la Rama Femenina del Partido Peronista. Formé parte de la infancia privilegiada de Perón y Evita. Nadie me la contó, me dieron las bolsas celestes con juguetes de la Fundación, pusieron juegitos en el Parque, mis viejos gritaban «LA VIDA POR PERÓN!». Una asistente social los agarró y les dijo que había que casarse y me transformé en Ameijeiras a los 7 años. Me acuerdo nítidamente del casorio de mis viejos, en el Registro Civil de la calle Rioja y en la Iglesia de San Antonio de Padua, mi papá de traje y mi mamá con un vestido rosado que resaltaba la barrigona de siete meses. Vi los bombardeos del 55 desde la terraza, después vino mi padrino y nos contó lo que vivió en la Plaza cuando había ido a ver como lanzaban pequeños paracaídas con flores…

Salí de casa, que ya era en Bánfield, en Camino Negro y Las Tropas, a los 15 años, pero nunca perdí el vínculo, y siempre estuve volviendo. Laburé en bares y restaurantes con casa y comida cuando era menor. Cuando crecí un poco fui aprendiz de fabriquero, limpié oficinas como encerador e hice una corta carrera como mozo y barman, hasta que me metí en el cine en 1966 y nunca mas salí. Por eso mismo mi mamá se murió diciendo que “El Nene nunca trabajó, un día se metió en el cine y paró de trabajar”

Después del 62 me metí en las barras de Corrientes y fui un naufrago en los bares La Academia, Eros, La Paz, El Colombiano, La Giralda, el restaurante Pippo, el Bachín, los teatros, los cines, los recitales, la baraka de Kalendar, el Bar El Moderno, el Instituto Di Tella, la Galería del Este, el Bar Budos, los Picacobres, el Bar Baro, con mucha pero mucha gente, los roqueros y el rock nacional, un torbellino que acabó llevándome, de la mano de Carlitos Sforzini, a mi primer trabajo en el cine, en la Swing.

APU: Luego llegó el Grupo de Cine Liberación ¿Cómo se fundó? ¿Estuviste desde sus comienzos?

TA: Sí, se fundó de hecho, entre Pino y Octavio haciendo La Hora de los Hornos. Pino era el dueño de Swing Producciones, que era una productora “de griffe” de publicidad, allí estaba parte de la elite del cine y trabajando conocí personalmente a varios astros como Rubencito Salguero, Buby Stagnaro, el Negro Humberto Ríos, Gerardo Vallejo, Fisherman, Arce, Carlos Macías, Oscar Souto, Abelardo Kuchnick, Juan Carlos Desanzo y muchos otros, caí de paracaídas en el ojo del huracán. Yo entré al grupo cuando trajeron la copia de La Hora… después del Festival de Péssaro, copiada en 16 mm en los laboratorios Luce, de Milán. Un día Pino Solanas, por recomendación de Rubén Salguero me invitó a su casa en Vicente López y me pasó en 16 mm las 5 horas y media de La Hora de Los Hornos, con él mismo cambiando las bobinas cada 50 minutos… Vi lo que hubiera querido soñar, un arma singular para la Revolución, fue como un atravesar el espejo. Entonces Pino me invitó a trabajar con la exhibición, en fin, el camino se me abrió para adelante y para arriba, en la dirección de la Luz…

En el 69, 70, el Grupo, como ámbito de militancia era formado por apenas cinco compañeros: Pino, Getino, Jorge Díaz, Carlos Mazar y yo. Cada uno de nosotros con una función específíca y un área de actuación determinada, y había un entorno de amigos, cumpas muy próximos, entre ellos el chango Vallejo, Rubén Salguero, Pablo Szir, Humberto Ríos, Ricardo Golfer, el tordo Jorge Garber, Lopecito de Santa Fe, Carlos Sforzini, Carlos Atkins, Natalio Koziner. Yo era el encargado de atender y expandir el circuito nacional alternativo, de los préstamos de proyector y copias; de la organización de centenas de proyecciones clandestinas, que eran en realidad actos para la liberación, formación y entrenamiento de nuevos grupos de exhibición en las orgas, sindicatos, organizaciones populares… distribución de copias de La Hora y dups negativos de las pelis de Perón.

APU: ¿Podrás compartir con nosotros algún recuerdo de tus compañeros Gerardo Vallejo y Octavio Getino?

Tito: Del Chango Vallejo me llevo su amistad incondicional, que ciertamente seguirá hasta nuestro próximo encuentro en el mas allá. Tuve el raro privilegio de participar en su primer largo «El Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales», mi primer cartel en el cine: “ASISTENTE DE DIRECCIÓN Tito Ameijeras” (Expresando la generosidad del Chango) filmada en Acheral en 1966 y 67 y montada en Alex en el 68, y también trabajé en la póstuma «Como el Ave Solitaria», que para hacerla (yo como coordinador de Producción) nos fuímos a vivir a un pueblito con 1.200 habitantes en San Luis, Buena Esperanza, montamos dos ciudades escenográficas, nuestra principal mano de obra era gente de los planes que venían prestados para la peli…El Negro Juan Palomino interpretó a Martín Fierro y a mí me tocó hacer El Napolitano, que en la peli de Torre Nilsson lo había interpretado Jorge Luz.

En los 80 pasamos unos meses juntos en la EICTV (La Escuela Internacional de Cine y TV, de Cuba) fué el reencuentro después del exilio. Él había estado en Panamá donde había trabajado con el general Torrijos, había dirigido “Con el Alma”, y estaba en el Taller de Producción, junto con el director brasileño Maurice Capovila, vino con su mujer Eva Piwowarski, que se hizo amiga de la mía, Naira Fernandez y se mandaron a hacer teatro callejero en la ciudad vecina, yo me quedaba con mi bebita Paloma y el chango con sus chiquitas y dieguito, nos divertíamos mucho haciendo de niñeros chupadores de tinto…
Se fue sin que concretásemos dos proyectos que quiso realizar junto conmigo: La Verdadera Historia del General San Martín, y Lafinur. El tiempo no le alcanzó. Un legado es una frase que a él le gustaba repetir adelante mío, me daba Lorca, decía que yo soy un mensajero de la alegría y que donde yo estoy no cunde la tristeza.

Nos despedimos por teléfono unos días antes de su muerte, como siempre haciendo planes a futuro, incluyendo que nos chuparamos unos vinos. Al gallego (Octavio Getino) lo conocí en Swing y nos aproximamos militando en Cine Liberación. Me gustaba ir al barrio del gallego, era por Pasco en Témperley, ahí también vivían los Taborda, los Villaflor y una negrada de militantes que vivían en estado de revolución. Cuando le metieron la bomba en su casa me tocó ir para allá para ver en qué ayudar y después cuidarlo al gallego, escondido más de un mes en la oficina de rubencito Salguero en 25 de Mayo y Córdoba, hasta que lo acompañamos a Ezeiza partiendo con Susana hacia el Perú, hacia el exilio… Coincidimos algunas veces en Cuba, en actividades en la EICTV y del Festival y una vez me tocó acompañarlo a una ceremonia de la FNCL (Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en Cuba) en la que le entregaron un premio por un libro escrito por Susana, su compañera. Estuve presente cuando la DAC le entregó un reconocimiento, por el conjunto de su trabajo. Yo estaba con Humberto Ríos, él con Susana, se lo veía frágil, pero firme, como siempre…nos encontramos por última vez en un café que había al lado de su casa, él debía entregarme una copia en dvd de «La Revolución Justicialista» para meterle unos inserts en una peli del palo. Fue muy afectuoso, como siempre era a pesar de su comportamiento aparentemente tan formal y, las que para mí fueron sus últimas palabras, cuando ya se había levantado para irse:»Tito, cuidate… debajo de un pino no crece ni el pastito…»

APU: Contanos qué recuerdos guardás de aquel 17 de Noviembre del 72, día en que regresó el General Perón a la patria.

Tito: Mi hijo Juancito tenía 2 años, evalué que era un buen día para su bautismo en la lleca, en realidad ya lo habíamos bautizado, pero en retirada pues la yuta nos dispersó en una concentración a la CGT el 17 de octubre del 70 cuando el nene tenía un mes. Pasamos la noche en la Unidad Básica con un grupo bullicioso de militantes y adherentes haciendo la producción para la marcha que saldría de Villa Lugano bien temprano. Juancito durmió en una camita improvisada con las banderas dobladas mientras ultimábamos los detalles: «a las seis en punto daremos una vuelta con el bombo despertando a la gente, haciendo la llamada.» «Yo me encargo del mate cocido junto con éste» «Vos te vas a buscar los panes que ya están encargados» «Yo me voy para abrir la U.B. de La Rosa y ya traigo a la gente marchando.» El mate amargo giraba sin cesar, el humo de los cigarrillos, el incesante ajetreo. A un costado, un grupo de pibes pintaba pancartas…Perón regresaba después de diecisiete años de exilio, mucha lucha, resistencia. Amanecía cuando salimos a la calle desierta y un poco fría. Me envolví con una bandera argentina a manera de poncho, lo puse al nene a babucha, me colgué el bombo y empecé a los gritos: «Los que están, con Perón, que se vengan al montón!». La pancarta pintada con un escueto y contundente VIVA PERÓN, unos 30 o 40 compañeros. Dimos una vuelta por el barrio, Murguiondo, Oliden, Larrazábal, cuando pasamos por La Rosa ya se habían juntado muchos más, fundimos las columnas y seguimos meta bombo y a cantar para volver al punto de concentración. La guerra, como el amor, las hace el gaucho cantando… En la U.B. se había concentrado una buena parte de la militancia peronista del barrio aunque había otras salidas hacia Ezeiza por todas partes, de otras organizaciones y tendencias. Sabíamos que el gobierno había montado un esquema militar y de seguridad en todo Ezeiza con refuerzos en el aeropuerto internacional, con el objetivo de impedir el acercamiento de los muchos militantes que se proponían ir a recibir a Perón. Y como siempre, los que estábamos con Perón nos juntamos al montón, había mucho nerviosismo y, al mismo tiempo, una gran expectativa pues el gran momento tan esperado, tan deseado, después de 17 años, del «Perón Vuelve», del “Luche y vuelve” haciéndose realidad… Salimos alegremente, cargando las vituallas que el trabajo solidario había juntado, bidones de agua, termos y equipos de mate, cajas con empanadas, sanguches, tortas fritas, bizcochuelos, facturas de la panadería, botiquin de primeros auxilios, en fin, íbamos a patas encolumnados, preparados para ocupar las trincheras de la alegría. Nuestra columna llegó hasta Puente 12 y ahí nos dispersamos sabiendo que el General ya estaba en nuestra Patria, La Guardia de infantería nos tiró gases, me acuerdo de una compañera que al verme corriendo con Juancito me alcanzó una bolsa de bicarbonato. En la dispersión perdí de vista a mi mamá y mis hermanitos adolescentes. A las 11 de la mañana concluía la «Operación Retorno», eternizada por la imagen de Rucci y Juan Manuel Abal Medina cubriendo con un paraguas a Perón para protegerlo de la llovizna. Después, la rueda de la historia siguió girando: las vigilias en Gaspar Campos, la vuelta a España, la campaña «Cámpora al Gobierno Perón al Poder», la lucha armada, el retorno definitivo, la masacre de Ezeiza del 20 de junio, la renuncia del Tío, Perón Presidente, y la muerte del General…

APU: Sabemos que fuiste muy amigo de Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de la Masacre de José León Suárez ¿guardás recuerdos de él?

Tito: Recuerdos entrañables. Julio era un cuadrazo que, además de brindarte el corazón, te ayudaba a aprender a usar la razón y se la pasaba enseñando tácticas y estrategias de supervivencia militante. El consejo que más nos repetía:»nunca te entregues si tenés alguna chance de escapar con vida» y fue así que escapó de los fusilamientos del 56 en el basural de José León Suárez.

Lo conocí en la época del rodaje de Operación Masacre, presentados por el Tigre Cedrón. Él y Leonor formaban algo más que una pareja peronista, eran una verdadera conjunción, de un enorme carisma y magnetismo. Manejaban una peña en zona norte y, un día en el que yo lo había llevado a mi hijo Juancito, un nene un poco mayor que un bebé, ellos organizaron un «bautismo criollo» con el nene cubierto con un poncho de vicuña y una bandera argentina, y entre Julio y Leonor se pronunciaron las palabras bautismales, encaminando a mi Juancito para ser un futuro militante. Que lo es.

Nos aproximamos mucho más durante el rodaje de Los Hijos de Fierro, donde hacíamos de hermanos, él, el mayor, representando a los resistentes de la primera hora «Penitenciaría», el que siempre estuvo preso sin cometer más delito que defender a la Patria y su integridad democrática, yo “el Hijo menor”, representando a la juventud y el trasvasamiento generacional. Aprendí mucho con esa intensa convivencia. Después del 73 lo nombraron Jefe de la yuta en la provincia de Buenos Aires, el gobernador era Bidegain… seguíamos con el rodaje de Los Hijos, y ya andaba armado, con permiso de portación de la reglamentaria.

Lo mataron las 3 A, lo llamaron a una cita y lo asesinaron en una cortada de Barracas, cerca de la estación Irigoyen. En el velorio quise tocarlo y metí la mano por atrás de la cabeza, tenía un agujero enorme tapado con algodón y gasa, tuve como secuela una reacción traumática que me duró hasta que partí para el exilio, cuando andaba en la calle sentía un calor fuerte en la nuca… me lo acuerdo enorme, colosal, parecía un cóndor abatido apretado en ese miserable cajón.

APU: Contanos de tu exilio ¿estabas militando?

Tito: En el 76 militaba en la JTP, en el denominado Frente de Profesionales, en las listas naranja sindicales de actores y SICA y con actuación en JP Montoneros.

APU: Y te fuiste a Brasil ¿podrías contarnos brevemente tu experiencia cinematográfica allí?

Tito: Mi llegada al Brasil fue de improviso, me fue a buscar un grupo de tareas y tuve que irme de la noche a la mañana, sin tiempo ni para decirle adiós a la familia, a mi hijo Juancito, que tendría sus 7 añitos lo despedí en un bar de Caballito cerca de donde él hacía terapia, sin poder contarle la verdad ni describirle el abismo que se abría frente a nuestros pies… fui hasta Puerto Iguazú en un ómnibus de la Singer, escoltado en un coche por dos compañeros actores, Marcelo Alfaro y Adriana Colombo. Allá hice contacto con un botero tal vez de nombre Martínez que me cobró unos mangos para pasarme en bote al anochecer y me dejó cerca de Porto Meira. En la orilla brasileña me dijo que subiera hasta encontrar un camino y que le metiera a pata hacia la derecha, que iría a llegar a Foz do Iguaçu y así fue. Saqué boleto para Curitiba, de ahí para Rio sin esperas y me fui directamente para la casa de una amiga argentina, Marta Speroni, en Santa Teresa. Me alojó generosamente y a las dos semanas leí en el diario Jornal do Brasil que habían caído mis cumpas de JTP de actores: Polo Cortés, torturado y asesinado, Horacio Peralta, que estuvo unos meses en la ESMA y lo largaron debido a la presión que pudo hacer su papá que era un gremialista de Prensa, Hebe brutalmente torturada y que se comió un garrón de algunos años en Devoto… fueron otros también, creo que el Gordo Enrique…no me gusta acordarme de este tema, me duele mucho hasta hoy. También los que escaparon de la yuta pero no del sufrimiento: Norberto Galzerano, Carlitos Fierro, Mario López

APU: Contanos de tu experiencia en Cuba ¿Cómo fue?

Tito: Fui para Cuba atendiendo un llamado de Fernando Birri por boca de Hernán Invernizzi, para trabajar en la EICTV. Esto fue en 1991, asumí la jefatura del Taller de producción, en aquella época la escuela se dividía en cinco Talleres: Dirección, Montaje, Guión, Fotografía y el mío. En mi vida este viaje a Cuba por un año fue un divisor de las aguas, literalmente un antes y un después. Nadie vino a melonearme, anduve suelto, y con mucha movilidad y la vi con mis propios ojos, la Revolución desplegada y viva, real, muy distante de las mentiras que contaba la prensa…

Volví varias veces, a Cuba y a la escuela de cine, sumando los tiempos me pasé casi cinco años, lo que no es poco, siempre fui muy feliz por allá. Tengo conmigo una hija de 14 años, Dandara, que nació en La Habana.

APU: En la actualidad vivís en Brasil. A grandes rasgos ¿cómo ves la situación nacional y regional?

Tito: En la actualidad, como viene sucediendo desde septiembre del 76, sigo siendo un argentino que pernocta en el Brasil, tomo mate, escucho las noticias y música argentina en la cantora, leo página 12 todos los días como mi primera tarea. En mi entender actual, la situación nacional solo puede analizarse desde el punto de vista de la Patria Grande y con la inclusión prioritaria de los pueblos de ABYA YALA. Salí de Argentina hace 40 años ferozmente perseguido con intenciones asesinas por la jauría de los grupos de tareas, yo era apenas un muchacho peronista, un artista que insistía en dar la vida por Perón, me vine a Brasil porque estaba más cerca, estaba ansioso por volver y tomarme la revancha pero me pasó por arriba la aplanadora de la historia y allá se fueron sueños y realidades, yo tenía 32 pirulos, estaba casado con la Any y cargábamos con nosotros un bebé nacido en marzo del 76, quedaba atrás mi Juancito nacido en el 70… entré en el cine brasileño y encontré un lugar que pudo sustituir lo que había construido cumpliendo el sueño del pibe porteño, un sueño imposible para un hijo de obreros que se hizo realidad tal vez porque supe colectivizarlo.

Cuando me fueron de mi país yo ya estaba “completo” profesionalmente: era el 1º de dirección de Pino Solanas, actor protagonista de Los Hijos de Fierro, productor ejecutivo en la CH Filmes donde dirigía comerciales, escribía guiones, produje un piloto de animación de 10 minutos que no anduvo porque fatalmente lo terminamos cuando ya estábamos al borde del abismo del 76, eran mis maestros de teatro Alberto Ure y Agustín Alezzo. Cuando salí a buscar laburo en el Brasil, lo conseguí en seguida aún siendo un indocumentado.

En 40 años hice mucho cine por aquí, en la producción de más de 100 películas entre cortos y largos, trabajé en festivales y eventos de cine, mucha tarea en la docencia audiovisual, traducciones de textos de cine, locuciones y doblajes, actor de cine.

Y descubrí, a los 34 años mi verdadera identidad de descendiente del pueblo Guaraní Caingangue.

Publicado en Agencia Paco Urondo
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