El retorno de Gonzalo Rojas

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Es septiembre de 2009, dos años antes de la muerte de Gonzalo Rojas Pizarro, Premio Nacional de Literatura 1992. El poeta e investigador Naín Nómez lo visita cuando éste se prepara meticulosamente para un itinerario de eventos por la conmemoración de los 70 años del Winnipeg, el barco que trajo al mayor contingente de pasajeros del exilio republicano de la Guerra Civil Española.

Rojas sobrepasa los 92 años; entre la preocupación por las lecturas inmediatas y la lectura que la posteridad hará de su obra, entre poema y poema que va sacando de sobres rotulados, el autor va dando espacio a las inquietudes de Nómez, mezclando los días infancia con el exilio español, en lo que sería una de sus últimas entrevistas que diera Rojas antes de su partida (25 de abril 2o11) y que hasta hoy se mantenía inédita.

“Mi madre nos tuvo que sacar de su Lebu, yo tenía 8 añitos (…) Soy exilio y sigo siendo exilio y he perdido mi tiempo mirando, ahuyentando, las gaviotas”, recita.

“Si quisiéramos situar un plazo: el año de la primera guerra mundial. El 17, mi año de nacer, lo paren a uno en ese minuto, [y] al nacer ya estoy olfateando las guerras que vienen. La segunda, que viene a estallar el 39 y la otra, la temible y adorable, que se llama la guerra civil española, que es una guerra laboratorio y una guerra fuente, no solo en lo político, sino muy singularmente también, en la ciencia y en las artes.”

Dentro del desarrollo de esta conversación entre poetas, que fue publicada de manera exclusiva en la recién inaugurada web de la Sociedad de Escritores de Chile, Rojas rememoró sus primeros acercamientos a la escritura poética y su tartamudez temprana hecho que tal vez explicara el deseo de leer su poesía, más que de hablar: “A mí se me dio la ritmicidad, pero no la ritmicidad del verso de sílabas trocaicas, yámbicas, dactílicas sino el ritmo respiratorio. Coincidió con algo que me dieron los dioses: mi tartamudez y con mis dificultades respiratorias. Yo he sido siempre un animal de difícil respiración. He tenido asma. Ese sacrificio, eso me indujo a escribir”, comentó.

-¿Cómo superó la tartamudez?

-Como estaba en ese internado medio espartano, medio duro que era, nos hacían leer. No había ni radio, ni nada de lo que hoy opera. El silencio. Escuchar y oír. Estos tipos inventaron una fórmula que era bonita: leer novelas. Cuando uno estaba comiendo, uno de los muchachones se ponía en pie, encima de una banca sería, y ahí leía su Julio Verne…, distintos libros. Pero, a la hora de leer, cuando me tocaba a mí la lectura, era el sacrificio, mutilatorio casi. Se reían (de mí) todos mis compañeros. ¡Se divertían a costa mía de una manera tan cruel! Feroz.

Yo descubrí un procedimiento, un mecanismo: se puede leer los vocablos que empiezan con p, con k, con t, que son de difícil prosodia. Se pueden leer sustituyendo una palabra por otra. Esta sustitución operó, de tal manera, que desató en mí el portento imaginativo verbal.

-¿Cuáles fueron sus primeros poemas?

-En castellano antiguo se dice estaba ‘pergeñando papeles’ y escribía por el influjo de un fraile, lo echaron de fraile. Un alemán, Guillermo Jünemann*. Nació letrado. Sabía griego, había traducido la Iliada. Y este injerto alemán español operó en mi alma inmensamente. Yo lo veía pensar libremente, pensar como a tropezones, y me indujo a que leyera. Empecé a hacer poemas medio griegos, medio ‘a la griega’, porque las traducciones de él eran portentosas”.

En el diálogo sobre el desarrollo creativo de Gonzalo Rojas, Naín Nómez identifica la importancia del viaje, real y poético.

“Más errante que la Mistral. Movedizo siempre, de un lado pa’ otro. A los 17, me voy pa’ los nortes, yendo al Perú, anclé en Iquique. Viví un año. Ahí empecé a escribir. Me leí toda la biblioteca Cervantes que estaba en la calle Vivar, en Iquique. El año 34. El 35 vuelvo a Concepción, ahí termino el Liceo y, después, el 37, me marcho a Santiago de Chile a estudiar Derecho y, después, me pasé al Pedagógico, donde me harté y me fui con la María pa’l norte, y empecé a vivir de un modo hondo, pero ajeno. No desencantado de nada, ni enojado con el mundo, eso no. Pero, con el sello del hastío, que es sagrado. El animal que no se ha asqueado, de un hastío mayor, no entiende nada. He sustituido, claro. He relevado el hastío por el trabajo, en eso soy incesantemente un laborioso, uno que remira, que reoye (sic). En cuanto al amor y a la demora, que son dos sellos muy permanentes en mí, … Porque yo soy un demoroso. Uno que se demora, que no se apura, y eso lo muestran los libros míos. Eso persiste en mí”.

-¿Por qué no siguió estudiando? No quiso terminar derecho…

-Me harté. Verás que soy un inconcluso, y mi palabra poética es inconclusa. ¿Por qué nunca he hecho un libro concluso, totalizado, entero, que pueda darle paso a otro que venga? ¿Y, por qué ir montando en un libro cosas que venían antes, en otros libros? (…) Creo en la dispersión. Disperso fue nada menos que Nietszche. ¿Tú crees que no fue disperso en buena medida Heráclito? Fragmentoso…, yo soy fragmentario y disperso.

A propósito del texto Fondo de ojo, Gonzalo Rojas, cuyo ojo derecho ya había dejado de ver, relata una circunstancia oftalmológica singular: “Estoy montado en el sillón clásico para que me revisen los ojos, y un médico inteligente, certero, valioso, joven, despierto, llega y me dice: -Don Gonzalo, yo lo he leído a usted y qué bueno lo que hace. Pero en cuanto al ojo derecho, nada, pues. ¿Ve usted un canastito acá abajo? Lo podemos tirar…- ¡Qué bonito! Me encantó el tipo, tan sereno. ¿Y en cuánto al izquierdo? Le pregunté. Todo, lo ve todo. Otra cosa, Don Gonzalo, me dijo el médico: Duerma. Duerma bien y duerma largo. Porque, sabía usted, cuando uno duerme ve con los dos ojos.”

En los textos que Gonzalo Rojas lee a Naín Nómez, la preocupación por la salud poética se mezcla con el sentido de pertenencia: “Escribo poco y mal y estoy hasta la tusa de tanto premio (…) Del renombre, mi padre me dio el nombre y me pasó por el civil, por el civil de los nacidos, como dijo Quevedo (…) Todo se llama Lebu en mí: mi nariz de respirar, este prodigio que es el respiro, mi seso cada día más escaso, mi tobillo derecho tormentoso. La tormenta que soy, el tartamudo que no tiene arreglo.”

Al comentar un aforismo que escribe Rojas a los 23 años (que los que saben sepan lo que puedan saber/ y los que estén dormidos sigan aún durmiendo), Nómez saca a relucir su relación con la figura de Nicanor Parra.

“Aquí no hay contienda (…) Me encanta que esté tan vivo. Dicen que está haciendo hasta películas”, ironiza.

Cuando el diálogo recae en la obra parriana, Rojas comenta: “El primer poema que sobresale es ‘Soliloquio del individuo’. Ese poema y ‘El hombre imaginario’, salvo una línea, son una belleza. La diferencia entre Parra y yo es que soy un abusador, un abusivo, en este juicio extremo. Es que él ha escrito dos poesías de oro y yo como 12, como 10 (…) El caso de Nicanor es muy singular. Los dos somos como extrapolados. Él empieza a escribir una cosa lorquiana, menor. Y yo empezó a balbucear acá en Santiago”.

-Creo que hay una transformación de las vanguardias, en el caso suyo. En cambio, él intenta romper con eso y se va para otro lado…

-Hay una relación entre Parra y yo, quiéralo o no él, quiéralo o no yo. Se va a hablar, de que por ahí se anudan esas visiones, no muchas, pero se anudan.

En cuanto a sus lecturas, Rojas apunta:

“Yo me estoy releyendo a mis maestros. Adoro la poesía griega, romana. Y de Rokha, nuestro Pablo, tan furibundamente ajeno y tan de la novelería literatosa, de las llamadas vanguardias. Él fue un buen lector, hasta donde pudo leer y hasta donde quiso leer de los griegos, de los romanos. Ahora, eso se nos da no porque tengamos genio, sino porque en los cajones literarios de esos días prevalece el modernismo, y el modernismo tiene unos gustos distintos. Ese modernismo [latinoamericano] está todavía demasiado amarradito al simbolismo, sin llegar muy lejos en el trato con (Stéphane) Mallarmé, ni con (Arthur) Rimbaud mismo. Ellos están a la pretina de eso y de los románticos”.

-Una pregunta que me interesa es la relación con las vanguardias, con la tradición modernista. ¿Darío todavía a usted le interesaba?

-Me suena, aunque se enoje el mundo (sic). Darío no hizo dos poemas, hizo ocho, y es grande. Con eso basta.

-¿Qué elementos recibe de las vanguardias? ¿Pablo Neruda, César Vallejo, Vicente Huidobro?

-¿Qué aprendí yo? De Neruda se me dio la marca rítmica, que él a su vez la aprendió de (Charles) Baudelaire y de (Walt) Whitman. De Vallejo se me dio la perplejidad, no estar seguro de nada, eso es una belleza. Y no sólo es belleza de la física, es el principio de incertidumbre. Un tesoro. Con Vallejo se me dio un mundo a mí. Vallejo, Huidobro, Neruda, de Rokha. Huidobro no tanto, pero algo.

-Está la relación con el surrealismo, la relación con esta volada, porque ¿algo hay del aire también en su poesía…?

-Él [Huidobro] le dijo esa vez a Teófilo (Cid), cuando le fueron a contar que me iba para la cordillera: “Déjenlo, ese loco necesita cumbre.” Y la cumbre indica aire.”

-¿Y con Octavio Paz?

-Se me da con Octavio Paz esa cosa medio tiesa que opera en él, de pensar pensamiento con rigor, no con gracia. A Huidobro tú le puedes decir lo que quieras, pero era un tipo con gracia. Se la dieron los dioses la gracia. En la erótica yo soy más pariente de Darío. ¡Qué bueno Darío!, el indio chorotega.

-¿Con los españoles, hay alguna afinidad?

-Con los clásicos, sí. La mística, mucho. (Francisco de) Quevedo, divino. Y, en el siglo XX, (Federico García) Lorca. Y de mis poetas del mundo ronco y loco, de este mismísimo siglo: (Ezra) Pound. A mí me gusta Pound. También (T.S.) Elliot.

¿Es tan grande (Enrique) Lihn? ¿Por qué repercute tanto en las narices mercuriales? ¿Era necesario? Huidobro era necesario.

-Yo creo que Lihn tiene una relación con ciertos jóvenes poetas librescos, intelectuales.

-De eso tenía a granel mi amigo Paz.

 -Claro, Lihn es más narrativo. Pero también en algunos textos hay una angustia soterrada, que produce un gancho con algunos poetas más jóvenes…

-¿Y Gonzalo cómo lo hace, Millán?

-Tiene un ámbito propio, con la poesía visual…

-Loco genuino. Adorable ser humano. ¿Qué otra cosa hay? El niño eterno del ferrocarril de la estación de Lautaro .¿Es bueno ese?

– (Jorge) Teillier, yo creo que es un poeta popular, llega al corazón, es casi como un cancionero, pero tiene una única vena…

-¿No te latea ese tipo?

-Yo le encuentro algunos versos memorables, ese de que ‘respiramos y dejamos de respirar, me parece una síntesis de algo

-¿Cómo es la línea del respirar?

– Que lo único que existe, dice, es que respiramos y dejamos de respirar

-Eso es bonito también.

-¿Usted había tenido una relación, más o menos de un año con La Mandrágora…?

-La única gracia para mí de la Mandrágora es que Teófilo, que no era necio, era loco, mala persona, me dijo un día: – ‘Gonzalo, tenemos que repartirnos las lecturas. Tú eres un buen lector, y tienes tiempo y ganas, yo sé. ¿Por qué no te vas a la Biblioteca Nacional, léete todo el romanticismo que puedas. De los españoles no, porque esos no: franceses, alemanes’-. Oye, ¡una cantidad de románticos, de romanticismo, preciosísimo! Esa parte tiene que ver con mi diálogo con este hombre. ¿Por qué razón yo soy tan respetuoso, por ejemplo con Novalis? Porque me lo leí con cuidado”.

-¿Gonzalo Rojas cómo ve la poesía hoy día?

Barquero no me gusta, sin ser malo. Alfonso Alcalde, no.

-Alfonso Alcalde es un poco desigual, tiene el mismo problema de De Rokha.

-El tipo arrebatado y lanzado, disparato, disparado hasta los cielos es de Rokha, más delirante. Bello poeta. No te olvides nunca de ese poema mío: “Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron”, que es una frase del evangelio”.

-¿Y Zurita?

-No lo desdeño ahora a Zurita es un poeta tierno, desmesurado, mentirosillo… No importa nada. Yo lo quiero”.

-¿Qué le parece Tomás Harris?

-Es un poeta estimable, en sus días se veía venir un poeta mayor. ¿Y ese que murió el otro día [Alfonso Calderón]?.

-Es una poesía muy tradicional la de Alfonso. Yo creo que él hacía algo que no se valora mucho: la crónica, el ensayo, el diario.

-Lata, lata, lata. ¿Se sabría a su Quevedo en serio? Como me lo he sabido yo. A mi Santa Teresa, a mi Juan de Yépez. A Quevedo, yo los conocía, los sigo leyendo. Son fuentes de siempre”.

-¿Y Jaime Huenún?

-A ese lo quiero, quiere decir que lo respeto como poeta. Hay uno chiquito más joven, Huirimilla. Le oí unas lecturas muy bellas.

-También hay mujeres bastante buenas, incluso la mujer de Huenún, Maribel Mora, es bastante buena.

-Te iba a preguntar por un hombre que parece remoto pero no se ha muerto: José Miguel Arteche, muy españolero.

-Es como Armando Rubio

-¿Son buenos los Rubio?

– ¿Gonzalo Rojas cómo vive la poesía hoy día?

-En el orden bien o mal o malísimo, anclado. Aparentemente anclado”.

¿Usted siente que necesita seguir escribiendo?

-Claro. Pero no con una exigencia tal que vaya en sacrificio del encantamiento, el respiro. Ese encantamiento que yo lo he vertido en la parte más bella, para mi gusto, que es lo amoroso, la fascinación del eros. Yo no sé si en poesía esa suerte de fascinación, aparece en otro caso singular, en Chile. Neruda sí, ya se sabe que fue un poeta del amor, en su día inicial, especialmente”.

Tiene que ver con la escritura femenina, la relación entre lo erótico, lo sexual y el texto. Esta escritura sin forma, fragmentaria, una escritura que no tiene comienzo ni fin, aparece mucho en las literaturas de mujer. Ahí hay una parte femenina suya que es muy fuerte, que justamente yo creo que es la que lo liga con este erotismo tan intenso.

-¿Y cómo a la mujer, al sexo de mujer, al ojo de abajo, de la mujer, le encanta tanto la poesía mía?

-Por eso mismo. Porque hay afinidad…

-Está bien pensado.

-Yo estoy elucubrando, pero tiene que ver con el hemafroditismo literario. Es como ponerse en el otro lugar, hablar desde los dos lados. Creo que hay mucho de eso en su poesía.

-He escrito alguna poesía así.

-En general la poesía masculina no entra mucho en esos lares. Creo que hay una parte suya que está como con un ojo bizco, funcionando para los dos lados. Eso es muy interesante, no lo puede hacer cualquiera.

-Hay un poema en que hablo de las putas que se velan entre ellas.

– Además su visualidad es muy táctil en los poemas, y eso también, a mi juicio, tiene que ver con que los sentidos que utiliza la poesía hecha por hombres, cambia, cambia de lugar. Se transforma en otra cosa. Eso me parece extraordinario.

-Funciona como funciona nomás. Ahora no es una obsesión en mí, andar hablando ‘a lo mujer.

-Creo que es algo que viene desde el inconsciente. Y yo creo que está en muchos vanguardistas, también, en los franceses, Baudelaire…

-Pero, por ejemplo, un poeta que a los 22 años al lado de afuera del Mercado, de Santiago de Chile; empieza a escribir en una libretita, después de haber visto a la puta que estaban velando allá arriba. En el segundo piso de un sanatorio de putas, donde había unas cabras re-bonitas, y la dueña del negocio era puta con algún dinero, e hizo un lenocinio, una casa de putas bonita.

En una casa con una escalera dorada, pero no era oro. Era de mármol, pintarrajeada de oro pa’ arriba (sic). Y uno subía hasta la segunda planta, y se encontraba con el tesoro de muchachas bonitas. No eran hediondas. No, eran muchachas hermosas que anclaban ahí por las platas de siempre. Subí y vi a mi niña…, pregunté por ella, y la veo botada en el suelo, encima de unas alfombras más feas… La están velando. Las otras putas en el suelo, con sus rodillas de putas, la están velando sobre esa criatura que está muerta. Entonces, claro, eso me tocó…, fuerte el impacto.

No bajé triste, bajé desamparado. No desamparado de ella, no. No es que yo estuviera enamorado de la puta. Desamparado de mundo, desamparado de solo. Vuelvo a mi idea del hastío, del tipo asqueado. Hay una frase muy linda de Sartre por ahí: del desamparo nace la libertad.

Si tú llegas al cierre de ese texto [se refiere al poema que escribió] “y te perdí y no pude nacer de ti otra vez”, le dije a la puta, “y ya no pude si no bajar, terriblemente solo, a buscar mi cabeza por el mundo”. Frente a ése epifonema, la idea tuya, que no es mala, es interesantísima… Yo no veo al tipo que sea fémino, que tenga disposición fémina en la mente o en el pico. Nada. Esa es una postura de hombre.

-¿Cómo ve usted su propia poesía, en el tiempo? ¿La ve como un desarrollo, como algo que se repite?

La veo como un desarrollo, pero un desarrollo bastante estático, continuo más bien, es irremediable. Me aburre leer a veces.

-Hay un intento que tiene que ver con la memoria, con hacer un recuento poético, algo que uno sólo puede hacer cuando tiene ciertos años. Es un poco la reiteración de ciertas técnicas “rojianas”, pero que van cambiando en términos temáticos… ….hay un cierto ritornello…

-¿No habrá habido algo de eso antes? Recuerdo unas líneas que debo haber escrito a los 23 años: “que los que saben sepan lo que puedan saber/ y los que estén dormidos sigan aún durmiendo”.

¿No es ese un pensamiento de los de Gonzalo del mismo 2009?”.

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