Elena Garro y el 68

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Por Carmen Galindo

Resulta que estamos en Acapulco, desayunando en el Sanborn´s del Centro. En una mesa, Carlos Monsiváis, mi hermana y yo; en mesa contigua, mi padre Jesús Galindo y mi mamá, Carmen, igual que yo o para ser exactos, al revés yo me llamo igual que ella. Después de desayunar, nos regresaremos, Carlos y mi familia, a la ciudad de México. Mi padre conducirá en la carretera el coche de mi primo Daniel, no el suyo.

De repente, Carlos nos dice: “Voy a comprar el periódico”. Le reprocho: “Por eso no me caso, para que no me lean el periódico”. El cronista, ni caso, se va a comprar el diario al puesto de la calle. Regresa y se sienta anonadado: “Elena Garro nos acusa de ser los dirigentes del movimiento estudiantil”. Comienza a leer la lista. No recuerdo todos los nombres, se me graban, sobre todo los de intelectuales que conozco: Ricardo Guerra, Rosario Castellanos, Luis Villoro, Emmanuel Carballo, José Luis Cuevas, Roberto Páramo y Octavio Paz. Ahora, gracias a Claudia Bernáldez-Bazán, recupero otros: Eduardo Lizalde, Leonora Carrington, Leopoldo Zea, Víctor Flores Olea. Acaba de pasar la manifestación del silencio. El periódico, en forma de tabloide, lo recuerdo perfecto, era La Prensa. La Sra. Garro dice que los intelectuales aventaron a los jóvenes a un movimiento peligroso y ahora, cobardes, se esconden. Los insta a dar la cara, a responder por sus actos. Reitera varias veces la palabra cobardes.

Emprendemos el viaje de regreso, mi padre que rompe récords de velocidad (una vez cuatro horas 35 minutos), viene en coche ajeno a vuelta de rueda. Llegamos al anochecer, Carlos está desesperado. Nosotros también. Cuando entramos a la ciudad, mi papá rompe el silencio: “No puedes ir a tu casa, vamos a nuestra casa y desde ahí averiguas qué pasa”. Carlos accede. Apenas llegamos se apodera del teléfono y comienza a llamar: a Villoro, a Rosario. Como se supone que los teléfonos están intervenidos, le advierto que si sigue llamando a todos los implicados va a parecer realmente una conspiración. Por única vez en su vida, no se ríe, no hace bromas. Como mi hermana y yo hemos dicho muchas veces, Carlos era muy valiente, algunas veces pasamos momentos de riesgo juntos y Carlos como si nada, pero esta vez se veía preocupado. Decide hablarle a Luis Prieto. Luis le aconseja que no se mueva de nuestra casa y le dice que va a ir a casa de Carlos y se comunica luego. Unos 20 minutos después, Luis vive en Coyoacán y Carlos en Portales, habla Luis: “Ya di unas vueltas a la manzana y no vi judiciales (policía sin uniforme, política). Puedes venir, yo te espero hasta que llegues y te vea entrar a tu casa”. Y así lo hicieron, Carlos se fue a su casa en un coche del sitio San Jacinto. Y luego, para que Luis González de Alba diga que el 68 fue muy divertido y que ahora se dice solemnemente que se arriesgaba la vida. Él que estuvo más de dos años en la cárcel, y vio cómo arrastraron a una chica de los cabellos por las escaleras del edificio Chihuahua, en Tlatelolco, cuando dijo a los del batallón Olimpia, que Luis no era un dirigente del movimiento, sino un periodista peruano.

Carlos, me cuenta Betty Sánchez, perdonó a la Garro y hasta la promovió para que le dieran un premio y trató de ayudarla en otras ocasiones. No lo puedo creer.

Las dos Elenas en el Che Guevara

Estamos en el Auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, sólo el Antonio Caso es más grande. Está lleno de estudiantes y artistas solidarios organizados por José Revueltas. Llegan Elena Garro y su hija Elena, la “Chata” Paz. Las trajo un muy cercano amigo mío: el escritor Roberto Páramo. En la facultad, forman grupo Miguel Capistrán, Luis Terán y Roberto. (En un homenaje que se hizo en la Sala Ponce a la generación de René Avilés Fabila, Elsa Cross, Gerardo de la Torre, Alejandro Aura y José Agustín, René sostuvo que la mejor prosa de esta generación era la de Roberto Páramo).

Las Elenas estuvieron expectantes, pero calladas un buen rato. Finalmente, la Chata pidió la palabra y cuando fue su turno, se colocó al frente de todos nosotros y empezó a decir: Acuso (ya no sé si de la represión) a Corona del Rosal, (jefe del Departamento del Distrito Federal) a Díaz Ordaz, a Luis Echeverría, (Secretario de Gobernación), a Agustín Yáñez, (Secretario de Educación Pública) y luego se siguió con nombres de gobernadores y acabó con “y otros de los que no me acuerdo su nombre”. Total, eso fue todo.

Elena Garro se relacionó políticamente con Carlos Madrazo y acabó por irse de México por 1972, porque nadie le dirigía la palabra. Antes de todo eso, dicen que participó en algunas demandas campesinas y cuentan que una vez se presentó en un coctel del Fondo de Cultura Económica con un grupo de campesinos. Ahí la conocí, pero en otro coctel.

Existieron rumores de que tenía armas en su casa e incluso llegó a decir que a causa de las supuestas armas, la habían torturado y por eso había hecho las acusaciones, pero la aparición del nombre de Roberto Páramo me hace sospechar que ella tomó su agenda telefónica y comenzó a involucrar a sus amistades. Por lo menos, hasta la fecha, Roberto tiene un teléfono privado que no le da a nadie y que yo sepa, jamás les volvió a hablar ni a la Garro ni a su hija. Carlos Landeros, quien le hizo las mejores entrevistas, fue el único amigo que le quedó e incluso con el material que presentó en mi seminario de Historia de la Cultura en México publicó un breve volumen titulado: Imagen de Elena Garro.

Publicado por Siempre!
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