Gabriel Peveroni, escritor uruguayo: «En los 90 caímos en varias trampa»

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Por Fernán Cisnero

(Fotografía: Paola Scagliotti)

Es periodista, novelista, dramaturgo, bloguero, productor y conductor televisivo, poeta. En todas esas áreas ha recibido reconocimientos. Ahora acaba de publicar su cuarta novela, la elogiada Los ojos de una ciudad china (Hum, 400 pesos), un tour de force que transcurre en varios lugares y es contado por varios personajes.

—Sos uno de los tipos de la cultura que más trabaja. Escribís teatro, poesía, hacés periodismo, tenés un programa de televisión, acabás de editar una novela. ¿Por qué tanto?

—Quizás haya algo que se llama adicción al trabajo y puede haber algo de eso. Pero hay trabajos de supervivencia que te van gustando y te permiten hacer cosas creativas como tener un programa en televisión de música o escribir notas y después publicarlas en un blog. Y en el tema de la escritura no paro: siempre me voy planteando proyectos. Pero estoy en mi cuarta novela y tengo 48 años y hay gente que publicó más y es más joven.

—En la solapa del libro se te define como parte de «la generación de los crueles». ¿Cuál es esa generación?

—Es una mirada que nos dieron ciertos críticos en la década de 1990 a un grupito de escritores (Daniel Mella, Ricardo Henry, Gustavo Escanlar, Lalo Barrubia, yo) que vendríamos a ser los de la posdictadura que no hacíamos novela histórica, sino sobre cosas que la gente de la izquierda cultural sentía como raras, pero que eran la realidad y estábamos contando lo que pasaba. Y había influencias de Bukowski, Henry Miller, Easton Ellis, Fuguet, el cine de Tarantino.

—¿Cuáles son tus padres culturales?

—Son varios y muy diferentes. De escritores, Bukowski…

—De acá pensaba yo…

—Era difícil encontrarlos. Ahí sí hubo una «rareza» en nosotros: nuestros padres literarios no eran uruguayos y no queríamos escribir como uruguayos aunque lo fuéramos. Yo me fijaba en la poesía de Roberto de las Carreras pero no era adepto a Onetti ni a Benedetti. Hoy puedo decir que soy del club de fans de Carlos Martínez Moreno, pero en esa época no lo había leído.

—Un papel importante tuvo en esa generación Raúl Forlán Lamarque…

—Él fue una persona muy importante en todo sentido y en eso de abrir Montevideo al mundo de la cultura pop y rock. Y también podría poner como uno de mis padrinos a Jorge Medina Vidal porque las 10 conversaciones que tuve con él me marcaron hasta hoy.

—¿De qué generación sos?

—Yo me siento de los 90. Pero me siento contemporáneo.

—¿Y qué define a los 90?

—Los 90 es una década peligrosa. Me interesa más porque está menos estudiada y porque por eso de posdictadura ya no pesa. Y en los 90 caímos en varias trampas (la del neoliberalismo, por ejemplo) y fue cuando empezamos a tener hijos y nos empezó a pasar la vida, lo que la hizo aún más inquietante para explicar las idas y vueltas de uno. Y la generación de los 90 fue bastante huérfana, tal vez como la de los 80, sobre todo mirando lo que pasó después. Fijate que Escanlar y Forlán murieron, algunos están malheridos, Mella desapareció por un tiempo, Henry y Lalo Barrubia se fueron a Europa. Y los de ahora (Kanopa, Sanchiz, Mardero, González Bertolino, Bentancor) todos han escrito tres o cuatro libros, han sido apoyados por el ambiente para haber desarrollado sus carreras. Entonces, es como haber vivido una cosa muy dura que a veces te hace sentir un sobreviviente.

—Hablabas de lo uruguayo, pero ¿qué tiene de uruguayo Los ojos de una ciudad china que transcurre en Shanghai, por ejemplo?

—No sé. Eso se lo dejo al lector. Para mí había algo de evasión y de que necesitaba escribir cosas que no pasaran en Uruguay. Para eso investigué mucho o apelé a la memoria personal de lugares que conozco como Zaragoza, Madrid.

—No estuviste en Shanghai.

—No. Shanghai era una obra de teatro y esto era como un ejercicio sobre los personajes de la obra. Y venía de hacer Ir y volver, un programa sobre uruguayos que viven en el exterior. Y tenía muy en la cabeza toda la historia de migrantes ya que había entrevistado a cien personas sobre irse a otro país. Y quería escribir sobre eso. La novela se desliza por muchos tiempos y lugares, y todos los personajes tienen mucho movimiento en el mundo. Y si bien la situé en China, la mayoría de los personajes son no chinos: ahí sí sería demasiado radical y el viaje sería mucho riesgoso para alcanzar una verosimilitud mínima.

—¿Cómo trabajaste la estructura de Los ojos de una ciudad china?

—Quería escribir una novela larga y hasta como medio infinita. Estaba muy fanatizado con Roberto Bolaño y con César Aira que son dos drogas diferentes. Bolaño en la construcción de mundos en donde la ficción y la realidad juegan y Aira en la capacidad de ficcionar. Esas dos cosas colisionaron para esto. También había un libro uruguayo que me gustó mucho, Dodecamerón de Carlos Rehermann, en el sentido de la estructura.

—¿Y cómo fue el plan?

—Me planteé una estructura absolutamente inabarcable: escribir una novela de 12 meses y de cada día hacer un relato y que los meses transcurrieran en ciudades y años diferentes. Lo que está en Los ojos de una ciudad china son los tres primeros meses.

—Y con esa estructura…

—Eso me generó una sensación muy confortable y a la vez riesgosa y delirante. Por un lado los caminos se me iban abriendo y fue muy lindo. Pero me entró la duda de qué iba a pasar con los lectores y lo inabarcable del asunto que cuando se empezaba a abrir se hacía cada vez más difícil de asir.

—Has vivido varias décadas culturales uruguayas como testigo y como protagonista. ¿Cómo ves el actual momento y qué se ha ganado y perdido?

—La literatura es una isla diferente a las otras artes. Es la que menos ha recibido apoyos aunque también los ha recibido. En teatro, artes visuales, danza contemporánea, los cómics, tienen apoyos muy grandes. Siempre hay cosas a corregir o que pueden ser de otra manera. Pero el nivel de cosas que se hace en muchos campos es muy alto. Y hay una producción muy grande pero a la vez muy sumergida. Hay producciones alternativas muy sumergidas por mi generación y por la del 2000. A veces me parece que hay miradas de que no pasa nada, pero están pasando muchas cosas.

PERFIL

Escribir es como respirar

Gabriel Peveroni no para de escribir. Desde hace años tiene una frecuencia semanal como periodista cultural, un rubro en el que fue editor de una sección legendaria (la de la revista Posdata en la década de 1990) y una revista que dejó documentada toda la movida cultural de comienzos de siglo (Freeway). Además mantiene activo un blog personal (La culpa la tuvo Manu Chao), y produce y conduce un programa de televisión (Ojos rojos por TV Ciudad). Además ha publicado novelas como La cura (Alfaguara, 1997), El exilio según Nicolás (Punto de Lectura, 2004) y Tobogán blanco (Hum) y le han publicado relatos suyos en colecciones internacionales. Ha escrito obras de teatro (entre ellas, Sarajevo esquina Montevideo, El hueco, Luna roja y Groenlandia, estrenada en Nueva York). Y encima ha publicado mucha poesía: Princesa deseada (Graffiti, 1991), Poemas religiosos (Graffiti, 1993), El bordado eterno (1995), mc Morphine (Artefato, 2006) y El show debe continuar (MC, 2008). A Peveroni le gusta mucho escribir, está claro, y encima le sale muy bien.

Nombre: Gabriel Peveroni

Nació: Montevideo

Edad: 48 años

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